Por error

La vi a lo lejos de espaldas, esperándome en el portal, con su melena oscura y ondulada hasta las costillas.

Estaba increíble con su falda corta ajustada a su trasero, potente y levantado, realzando sus muslos carnosos, pero para nada fofos.

Y aquella camiseta dejaba al desnudo su espalda por completo, salvo por tirantes horizontales que la atravesaban.

Eso quería decir que no llevaba sujetador.

Se me puso la polla dura sólo con pensar que aquellas peras estaban libres de ataduras.

Me fui acercando a ella con sigilo para sorprenderla por detrás.

Conseguí que no se diera la vuelta y la apresé por completo.

La tomé del culo por debajo de la falda acariciándole las bragas e incluso sorteándolas para acariciarle el chocho por delante y con la otra mano le sobé las tetas por encima de esa tela tan suave.

La susurré que estaba como un tren y que si por mí fuera me la tiraría allí mismo. Le pegué mi paquete a su majestuoso culo para que viera cómo me había puesto y la besé en el cuello.

De repente algo me empezó a asustar. Lorena no olía así y, sobre todo, Lorena no tenía los pechos tan grandes.

Ella se dio la vuelta y, en efecto, no era Lorena, mi novia desde hacía un par de semanas, de la que estaba tan colgado desde hace años, aunque sólo era mi novia desde hace poco, y a la que creía conocer al detalle.

Supongo que me cegaron las hormonas, al verla tan sexy y al recordar los polvos que echábamos como monos cuando podíamos y que tan enganchados nos tenían a los dos.

Al verla de frente caí en que era la vecina de debajo de Lorena, que medía más o menos lo mismo y era parecida de aspecto físico.

Aunque esta chica no era tan guapa como Lorena cara a cara, pues Lorena tiene una carita aniñada que da un morbo terrible y esta chica era algo mayor y menos guapa, sobre todo por culpa de su nariz y de sus labios.

– ¡Vaya!, nene, qué lanzado eres. ¿Haces lo mismo con todas las mujeres que te excitan?

Esto me dijo. Ella debía de ser mayor que Lorena y yo, que tenemos 17 años.

Seguro que tenía más de 20 años. Me dio un beso en la boca que me dejó desconcertado. Un desconocido se abalanzaba sobre ella y la metía mano y la tía, lejos de ponerse como una fiera, le seguía el juego.

-Yo a ti te conozco de vista, te he visto por aquí cerca, estás con Lorena, que vive arriba, ¿no? ¿Por qué no te subes a mi piso? Me han dado plantón, no tengo nada que hacer, eres guapo y ya que te has decidido a acercarte a mí, no te puedo hacer un feo.

Y volvió a besarme. Además su mano me había agarrado la verga, que seguía como una estaca.

– Además yo una cosa así no la rechazo.

Y me guiño el ojo. Se dio la vuelta y abrió la puerta. Me miró para ver si la seguía. Y la seguí. El ritmo de sus nalgas moviéndose me hipnotizaron.

En el ascensor empezamos a enrollarnos. Volví a meterla mano. Se dejaba mucho más que Lorena, mucho más cortada que esta tía. Tenía que cerrar los ojos cuando la besaba para no mirarla, pero sus curvas estaban muy bien.

Abrió la puerta con rapidez y entró sin encender la luz.

Me quitó la camiseta con un arrebato increíble y volvió a besarme. ¡Cómo besaba! Su lengua recorría mi paladar y sus labios entrechocaban con violencia en los míos. O estaba necesitada o era una tía apasionadísima.

La quité la camiseta y pude ver aquellas tetazas, que pese a su tamaño y volumen, no caían por su propio peso hasta el ombligo, sino que se mantenían con bastante firmeza. Y tenían un tacto fabuloso, carnoso y suave.

Por no hablar de sus bestiales pezones, que ocupaban casi la mitad de sus pechos.

Me volví loco al verlos y se los chupé con un ansia terrible. La tía jadeaba como una guarra, a lo bestia.

Me acordé de alguna vez que había venido a estudiar con Lorena y que nos reíamos cuando la oíamos follar, que temblaba la casa. Se arrodilló ante mí y me quitó los pantalones y el calzón con mucha rapidez. Se le abrieron los ojos como platos y me miró a los ojos.

«¡Vaya polla! La zorra de Lorena debe de estar contenta con esta cosa abriéndose paso en su raja». Y entonces, para mi sorpresa, se la tragó.

Su lengua me recorrió el glande de una forma que casi hace correrme.

Al mismo tiempo me palpaba los testículos o me apretaba las nalgas. Luego la tía se fue tragando más y más carne hasta casi engullirse mi verga. Fui tomándole gustillo a la mamada y empecé a llevar el ritmo en su mete saca, por lo que se podía decir que le estaba follando la boca. Estaba genial eso del sexo oral.

De pronto se levantó y se bajó la falda con una sensualidad enorme. Vi que llevaba una tanga minúscula y roja. Se la bajé y contemplé su chocho rasurado por completo.

Se sentó en la cama y abrió las piernas. Su raja se abrió ante mí. Me iba a colocar para metérsela cuando me paró. «Chúpame el coño, cabrón».

Me daba un poco de asco, pero me arrodillé y lo hice. Más bien le lamía.

Ella me fue guiando. Me decía que metiera un dedo mientras la chupaba.

«Más arriba, más a la izquierda, ahí, sigue, sigue». Vi que una pepita iba creciendo.

Me asusté de lo grande que se puso hasta que recordé un programa de radio en que se hablaba del clítoris.

Al poco tiempo la tía estalló ante mi cara y sus flujos me empaparon. Olía la tía que apestaba. Por no hablar de los gritos que la cabrona estaba pegando, sobre todo cuando le llegó el orgasmo.

Yo tenía unas ganas terribles de follármela.

No esperé más y le empujé más adentro de la cama.

Estaba con las rodillas flexionadas y yo me eché sobre ella, sobre sus mullidos pechos y guié mi tranca hasta su raja. Se la metí de un golpe. La tía aulló de tal modo que me asustó.

Me quedé parado, asustado por si la habría roto algo dentro.

«Sigue, cabrón, sigue, quiero que me mates a polvos».

Dicho y hecho. Empecé a bombear, animado por los gritos de aquella hembra en celo: «Sí, sí, sigue, sigue, qué polla tienes, metémela, metémela hasta el fondo, hasta las entrañas, quiero sentirte dentro, tómame, poséeme, hazme tuya, jódeme como una puta, sí, sí, sí».

Oír tanto grito obsceno hizo que no pudiera controlarme demasiado y me retiré para correrme fuera de su vagina. Me eché a un lado agotado.

Creí que ella estaría igual, porque la tía no había parado de moverse y de echar las caderas hacia arriba o de enroscar sus piernas sobre mi espalda, además de gritar y darme besos.

Pero no, la tía se echó sobre mi polla aún rebosante de leche cuajada y me hizo una limpieza de tranca colosal, tanto que volvió a ponérmela dura.

Puso una cara de libidinosa que nunca había visto a nadie.

Me dijo que me incorporara y la tía se puso a horcajadas sobre mí. Se la clavó hasta el fondo de un salto y empezó a cabalgarme.

Volvió a pegar alaridos mientras le chupaba los pechos. Y repetía lo de que la iba a matar a polvos.

Y cada vez que le venía un orgasmo chillaba «ya me viene, ya me viene»… Y luego alaridos incomprensibles.

De pronto paró y me sorprendió que me dijera si alguna vez se la había metido a mi novia por el culo.

Le dije que no y vi cómo me daba la espalda y acomodaba mi rabo en su agujero trasero, que tenía bastante dilatado, sin duda por práctica anterior.

Esta vez fue agachándose con más cuidado, jadeando y gritando que la tenía enorme.

Lo que más costó que entrara fue el capullo. Luego fue un poco más fácil, hasta llegar a la base, que de nuevo ensanchaba.

Pero la muy puta se lo metió hasta el fondo y comenzó a cabalgarme de nuevo.

Porque era ella quien llevaba la iniciativa, que si no me habría asustado los chillidos de dolor que pegaba al principio, hasta que al rato comenzó a cogerle gusto a que la jodieran por allí y volvió a sus alaridos de placer.

Si aquella tía no me dejó sordo, faltó poco.

No sé si me oía cuando la decía al oído que era la tía más puta que había conocido y cosas así. Me pedía que la apretase más y más sus pechos, que ya debían estar enrojecidos como sus agujeros. Notó que estaba por venir y redobló sus impulsos.

«Quiero toda tu leche dentro de mí, riégame, quiero sentir tu semen inundándome». Y vaya que la regué. Fue una corrida casi tan bestial como la primera.

Luego por fin la tía se echó destrozada.

Me dijo que había estado de puta madre. Que había que repetirlo. Que cuando visitase a mi novia la diera un repasito.

En otras veces que llamé a su puerta y que follamos, supe que se llamaba Noelia y que tenía 26 años. Y tenía un novio de 43 años, casado y con bastante pasta.

La pobre Lorena no supo nada y aunque a veces me comentaba que la vecina debía de tener un nuevo amante, yo me hacía el loco.

Luego Noelia se mudó de casa cuando su amante le compró otro picadero y ya no volví a verla, por lo que ya Lorena es la única beneficiaria de todo lo que aprendí con esta ninfómana.