Lecturas en el trabajo

Es la experiencia de leer relatos eróticos en la red lo que la llevó a la necesidad de masturbarse casi todos los días.

Todo comenzó un día que entró a un sitio de relatos, solo por curiosidad, es cierto, no pensaba que podía excitarse leyendo, y menos estando en el trabajo.

Que no era el trabajo que le gustaba hacer, es verdad, pero muy poca gente trabaja en lo que realmente le gusta, aunque todavía no había perdido las esperanzas de encontrarlo.

Así que en el aburrimiento de entrar datos de encuestas resultaba atractivo leer algunas líneas que hablasen de placer.

El primer relato que leyó hablaba de un hombre que le enseñaba a su novia y la guiaba en la primera experiencia de ella.

Resultó muy interesante porque contaba justo lo que a una mujer le gusta que le hagan, una muy buena descripción de cómo comer una concha, como se moja, se hincha el clítoris, los jugos que chorrean… en fin, como un hombre debe usar su lengua.

Para su sorpresa sintió que ella también se había mojado un poco, y le resultó difícil tener que esperar hasta la noche para estar con su novio, así que fue al baño en busca de la autosatisfacción.

Sentada en el inodoro se alzó la falda e introdujo su mano entre sus piernas, donde sintió la humedad de su vagina que le pedía que por favor acariciase el clítoris crecido.

El corazón le palpitaba fuerte porque no podía creer lo que estaba haciendo, los pezones estaban duros y dibujaban dos protuberancias debajo de la camisa, le causó gracia saberse con la espalda contra la pared y las piernas abiertas apoyadas en la puerta.

Supo que debía usar sus dedos ágiles acostumbrados a tipear en la computadora para apretar su órgano de placer un momento para terminar adentrándose en la profundidad de su cuerpo.

Le sorprendió que de tan excitada alcanzó el orgasmo rápidamente, y esa noche se le ocurrió que debían esperar a su novio desnuda detrás de la puerta para que él siguiera apaciguando la calentura.

Al día siguiente sorprendentemente se despertó con ganas de ir al trabajo, claro que no pensaba en las encuestas, sino en el momento de volver a leer algo, y de antemano sabía que iba a ser complicado esperar a tener sexo al final del día.

La idea no era masturbarse, porque sabía que si era vista seguro que la despedían, o de la vergüenza era ella la dejaba el trabajo. Pero dentro de su mente también tenía en claro que iba a encontrar la forma de poder hacerlo.

Lo que tenía que hacer era esperar.

Como todos los viernes la oficina era un caos, tuvo que hacer todos los cierres de las planillas y terminar de ordenar los informes para el lunes.

Había llegado la hora de salida y no había logrado quedar sola frente a la computadora, así que por primera vez desde que trabajaba inventó la excusa de tener que quedarse después de hora.

Hubiera sido más simple leer en su casa, pero ya se había dado cuenta que parte de la excitación era porque se encontraba en la oficina, y jugaba con el miedo a que alguien la viese.

Le esperaba una hora de gozo y mezclaba tranquilidad con excitación.

La oficina desierta, la luminosidad del monitor mezclada con el reflejo de los pocos autos que pasaban, el silencio era casi absoluto.

Se acomodó en la poltrona y comenzó a leer.

La historia era acerca de dos matrimonios que se iban de vacaciones juntos y como de compartir la casa pasaron a compartirse entre ellos.

Le gustó la idea de los hombres viendo como las mujeres disfrutaban entre ellas, se lamían los cuerpos, se penetraban con la lengua y los dedos.

Como crecían los penes de ellos al ver la situación, como decidieron ponerse de acuerdo para tomar a una mujer al mismo tiempo. La doble penetración era algo que nunca se había atrevido a hacer, era a la única cosa que su novio no la había persuadido.

Cuando terminó de leer miró una última vez para asegurarse que no había nadie y comenzó a sacarse la falda, a desabrochar la camisa que le aprisionaba sus redondos y duros senos, para quedar en ropa interior en la oficina.

El rumor de los autos era la música que acompañaba su placer, la claridad dibujaba sombras en su piel que marcaban más la voluptuosidad de su cuerpo, las sillas vacías se convirtieron en sus espectadores, y ella era feliz imaginando que alguien la veía.

Sentada, desnuda, el cuerpo caliente, la humedad que comenzaba a brotar desde abajo, las manos recorrían sus pechos apretando los pezones, hasta que sus dedos se detuvieron en la entrada de la vagina.

Sabía que la imagen de ella masturbándose era muy atractiva, era una de las pocas veces que se penetraba con sus propios dedos, siempre había preferido pasar su mano por la entrada de la vagina, o terminar con algunos de los vibradores que guardaba en la mesa de luz.

Pero la experiencia de estar en su lugar de trabajo dándose placer era muy excitante.

Pero había algo que no tuvo en cuenta, el señor de la limpieza trabajaba en ese horario y pudo ver toda la escena.

Desde el pasillo escuchó ruidos y se acercó a ver que pasaba y al descubrir que era decidió observar todo.

Sintió como su pene se alzaba, y se descubría un montículo por sobre el pantalón, pero no se masturbó, solo se quedó mirando.

Al terminar ella se vistió, se puso la ropa interior por sobre la piel húmeda, y descubrió que los fluidos habían dejado su rastro en la silla. Juntó sus cosas en unos instantes y rápidamente tomó un taxi hasta su casa, donde a la llegada de su novio siguió con la sesión de sexo.

Estuvo todo la semana esperando que llegase el viernes, cuando la oficina se vaciaba y tenía sus «horas extras». Llegó a repensar la relación con su novio, con quien tenía muy buen sexo, porque pensaba a cada momento del día en masturbarse en la oficina.

Probó en tener sexo todas las noches para ver si al llegar al viernes no necesitaba más placer, su novio estaba feliz de que lo despertaran con una chupada.

El jueves a la noche se dijo a si misma que resultaba bueno eso de masturbarse frente a la computadora, y que no solo ella la pasaba bien, sino que por decantación le llegaba a su novio.

Al despertar, el viernes tuvo relaciones con su pareja y se fue al trabajo bien cogida, pero por supuesto seguía pensando en masturbarse, y se rió creyéndose una insaciable.

Estuvo hasta las seis tipiando en la computadora, y otra vez se quedó después de hora, era más fuerte que ella.

Los escritorios estaban vacíos, la única fuente de luz era la pantalla de la PC, casi sin ruidos del exterior, se puso a leer.

El relato era de dominación, algo que nunca había practicado, un hombre enseñaba a su esclava como debía comportarse. La hacía caminar arrodillada, que le chupase la pija y tragar su semen.

Cuando leía el párrafo de cómo le depilaba la concha para después comenzar a meterle unas bolas de plástico ella estaba con las piernas abiertas, la falda subida y comenzaba a sentir el olor que emana una mujer cuando está caliente.

En ese momento decidió sacarse la ropa y quedó solo vestida con las medias de lycra y los zapatos.

Era obvio que el ordenanza también iba a tener horas extras ese día, no se iba a perder el espectáculo.

Pero no era algo en que ella supiese, se acomodó en el sillón y mientras leía apretaba sus pezones hasta que quedaron durísimos y erectos remarcaron más los senos bastantes grandes que tiene.

Cerró los ojos imaginando como era ella la mujer del relato mientras se pasaba la palma de la mano por la entrada de la vagina y sintió con el clítoris estaba crecido y los labios abiertos.

Qué pánico cuando sintió una mano sobre su hombro derecho, ¿quién era ese hombre?, ¿qué quería? La calentura se estaba diluyendo y daría paso a la vergüenza.

Pero el hombre sabía como acercarse, su cara no transmitía temor, y sin mediar palabra comenzó a acariciarle los pechos.

Cada mano se encargaba de una teta, apretaba los pezones, los estiraba suavemente, trataba de tomarlos con toda la mano.

Colocado detrás de ella se reclinó para que sus manos alcanzaran al pubis, y su boca tocara sus pechos. Y cuando sus brazos la rodearon completamente la levantó para sentarla sobre el escritorio.

Y ahí quedó ella, sentada frente al desconocido que le estaba dando placer, y sin embargo no estaba asustada ni nerviosa, solo se dejaba llevar por el deseo y la calentura.

Él se alejó unos centímetros para verla en todo su esplendor.

Los pechos redondos cayendo con la forma de dos lágrimas gigantes, el abdomen plano rodeado por las caderas anchas y las piernas bien formadas colgando, sin llegar al piso. La observó unos segundos que a ella le parecieron eternos deseando sentir sus manos sobre su cuerpo.

Y se acercó, le abrió las piernas y apoyó su mano en los labios para sentir la humedad que brotaba de su cuerpo, y mientras ocupaba sus manos abajo, con su boca succionaba las tetas que estaban tensas.

Se dedicó un largo rato a eso hasta que comenzó a bajar con su boca, pasando la lengua por la piel, tragando el sudor, hasta llegar a la mojada, caliente y vibrante concha.

Con destreza inició una magnífica chupada, su lengua se metía entre los labios de la vagina que emitían jugos calientes y mordía el clítoris enrojecido.

Con los dedos abría paso para introducirlos en la cavidad acalorada, puso primero uno, después dos y un tercero que le arrancaron gritos de éxtasis, mientras ella acompañaba con el movimiento de las caderas arriba y abajo y se pellizcaba los pechos.

El primer orgasmo había terminado pero quería más. Así que se arrodilló y abrió el cierre del pantalón para descubrir un instrumento no demasiado largo pero lo bastante ancho como para que no pudiera rodearlo con una sola mano, rosado y duro que denotaba la excitación.

Emprendió la chupada apoyando la punta sobre los labios para tocarlo suavemente con la lengua, lo sostenía con fuerza moviendo las manos desde la base hacia la punta.

Ya estaba bien duro cuando lo introdujo en la boca hasta el fondo, que casi le produce arcadas, estaba usando toda la experiencia e indicaciones que su novio solía darle.

Siguió mamando, apretando despacito los testículos, y cuando se dio cuenta que iba a terminar apoyó la pija entre sus senos para apretarlo y que pudiera expulsar todo sobre su pecho.

¡Qué puta se sentía! Hasta le chupó las gotas que quedaron sobre la punta.

Pero quería más y la ingenua pensó que no iba a lograr ponerlo duro otra vez, todo lo contrario.

Se recostó boca abajo sobre el escritorio, abiertas de piernas, mostrando sus agujeros, todavía pringosos.

Llenó su mano con saliva, se la pasó abriendo todavía más los muslos, e introdujo un dedo en su vagina.

No tuvo que esperar mucho tiempo para sentir el peso del cuerpo sobre su espalda y la pija experta se apoyó en la entrada de la vagina, abriendo los labios y llegando al hueco que se contraía ante cada embestida.

Empujó con fuerza sosteniéndole la cabeza hacia atrás, levantándole una pierna para tratar de abrirla más, apretando el clítoris, y las tetas, no descuidaba un solo centímetro del cuerpo.

Y bombeando acelerando el ritmo logró que ella gimiera a un volumen impresionante, con contracciones en el cuerpo que parecían que le romperían su interior y acabó gritando como nunca antes lo había hecho.

Al terminar él se le dio un beso en la mejilla y se fue, sin decir una palabra como había llegado.

Ella se dio cuenta de lo tarde que era, se vistió rápido y se fue a su casa. Esa noche, por primera vez en muchos días no tuvo sexo con su novio.

Estaba demasiado cansada.