Recuerdos de la guerra I

Recuerdo bien Saigón.

Por aquel entonces ya eran muchos los que sabían que era capaz de hacer por un chico guapo.

Recuerdo como de la noche a la mañana Alvin buscó mi compañía.

Era un muchacho alto de ojos negros y tristes de Beaumont, Texas, que me mostraba siempre las cartas que le escribía su esposa.

Ella le decía que todo iba bien, pero Alvin estaba seguro que mentía, ella misma le insinuó unos meses antes de que empezara la guerra que quería separarse de él.

Estaba seguro que ahora su hermano se metía a hurtadillas en su cama.

Me gusta recordar con ansia como Alvin acudía a la puerta de mi tienda y con la voz más dulce que sabía poner me decía: ‘Joey, pequeño sal’.

Alvin me esperaba rondando el barracón de oficiales, mientras oscurecía, y sigo pensando con amor en el modo como me hablaba de su granja avícola hasta que yo alargaba la mano y le acariciaba.

Entonces callaba, cerraba los ojos y me dejaba hacer.

La primera vez se conformó con mis manos, pero las noches siguientes Alvin acarició mi cabeza guiándola hasta su miembro, una dura dulzura que se estremecía entre mi lengua.

Yo hacía todo lo posible por emular al ingrato agujero de su mujer. Desde su afilada punta bajaban mis labios con esmero hasta engullirlo todo por completo.

Allí en su base me detenía con mi nariz incrustada en su suave vello y mi lengua jugueteando como un ninfómano clítoris.

Entonces subían mis labios apretando lo más que podían, dejando al descubierto aquella buena polla de un hombre bueno.

Alvin no decía nada, incluso trataba de gemir lo menos posible, pero cuando su botella me daba toda la leche, no podía reprimir un intenso gruñido que me hacía estremecer y me excitaba sobremanera.

Entonces Alvin tenía sus ojos negros todavía más tristes y se marchaba dándome las gracias.

Yo me quedaba solo con la excitación de haberme convertido en la mujer de Alvin unos instantes y me masturbaba pensando en la granja de Beaumont y en que era yo quien me metía a hurtadillas en su cama.

Alvin nunca quiso más de mi que mi boca y yo me conformaba, aunque mi esfínter llegó a temblar de ganas.

Pero yo sabía que aquello era todo lo que podía conseguir de Alvin aunque siempre conservé la esperanza de que me amara.

Con Thorne todo era diferente, era un chico adorable pero nunca lo llegué a amar de verdad.

Thorne era de Brooklin y emanaba todo el gracejo y el magnetismo de un chico de ciudad que ha tenido siempre mucha suerte con las chicas.

Pero Thorne nunca presumía de tener novia, como lo hacían los demás y eso siempre me hizo concebir esperanzas. Solo tuve que esperar a que llegara a sus oídos mi fama.

Pese a ello se andó con muchos rodeos y tuve que ser yo quien se lanzara a probar el sabor a cerezas de sus labios.

Era sorprendente, podía estar horas besándolo, muchas veces perdíamos la oportunidad de hacer algo más al consumir el escaso tiempo que podíamos escabullirnos simplemente saboreándonos.

Thorne fue el primer muchacho que conocí que se dejó empalar.

Tenía un culo tierno y duro, todo él era tierno y duro a la vez. Vestido no aparentaba la fortaleza que exhibía desnudo.

Todos y cada uno de los músculos de su cuerpo estaba marcado con exactitud. Cada vez que follábamos era una clase de anatomía.

Pronto descubrí que le gustaba darme la espalda, que le gustaba que masajeara sus glúteos, que mi lengua recorriera su rosado agujerito.

Me suplicó que lo penetrara.

Me costó bastante debido a mi inexperiencia, pero al final, probando distintas formas, lo conseguí.

Fue impresionante contemplar su expresión de dolor mientras lo hacía mío con una de sus piernas sobre mi hombro.

Mi polla también sufría para ganar un centímetro en aquella angosta cavidad. Los gemidos de los dos se confundían en mis embestidas.

Sus abdominales se marcaban uno a uno y los músculos de su cuerpo me ofrecían todo su esplendor.

De vez en cuando Thorne sonreía y mostraba aquella adorable cara que había perdido por momentos, debía de burlarse de mi expresión de circunstancias, pero es que yo estaba totalmente concentrado en lo que hacía y una nueva embestida devolvía el rostro de dolor a aquella preciosidad que me estaba follando.

Finalmente en el punto más hondo de sus entrañas mi cerebro me ordenó que me desvistiera.

Allí quieto, aguantando la respiración lancé mi simiente acompañada de un grito de satisfacción.

Al mismo tiempo Thorne con solo poner su mano sobre su mediana tranca se corrió conmigo.

Mi adorable muchacho volvió a premiarme con aquella adorable sonrisa de anuncio de dentrífico. Adorable, no encuentro otro adjetivo para Thorne.

A medida que fue pasando el tiempo mis relaciones dejaron de ser románticas.

Fue aquella maldita guerra, que había conseguido olvidar en brazos de dulces compañeros, la que me robó la ingenua adolescencia de mis 18 años.

Nos hicimos todos más ariscos, más rudos y codiciosos. Ya pocos te respetaban y algún oficial borracho me había intentado forzar sin conseguirlo.

Las noches eran una cacería, a muchos ya les daba todo igual.

Aún así supe resguardarme y buscar siempre polvos de primera como aquel marinerazo del cuerpo de transmisiones que me mandó su primera insinuación amorosa mediante señales ópticas sin saber que yo podía seguirlas a pesar de la tremenda rapidez con que las enviaba.

‘Hola, mi amor, ¿te parece que tu y yo pasemos la noche juntos en mi barco?.

Mi contestación fue: ‘¿A que hora, querido?’. Todavía recuerdo su maravilloso aroma, mezcla de sudor y Aqua Velva, y la cara de sorpresa que puso.

Del marinerazo no supe ni su nombre, solo supe de la rotundidad de su cuerpo desnudo y la insaciabilidad de su magnánima polla.

Me trató como a una puta y la verdad es que me hizo sentir como una verdadera ramera.

Al principio me llamaba nena, pero ya en acción yo era su puta, perra o zorra.

Me sentí gustosamente maltratado por el macho más macho que he conocido nunca.

Despreció totalmente mi placer y ese desprecio me dio un placer inmenso.

Me desnudó comiéndose mi boca, su lengua era tan fuerte que podía haberme saltado algún empaste.

No paraba de escarbar en mi boca y maltratar a mi lengua, su lengua me dominaba totalmente, era un preludio de lo que me esperaba.

Su ímpetu me dificultó la respiración, creía que me ahogaba, cuando no podía más él me dejaba coger una bocanada de aire y volvía al ataque, era tremendo.

Con sus mano recorría mi cuerpo desnudo que estaba pegado el suyo que todavía llevaba el uniforme.

Mis glúteos cabían en sus manaza y me apretaban con mucha fuerza. Me arrimaba cada vez más fuerte a él y la hebilla de su cinturón empezó a clavarse en mi abdomen.

Acabó con mi boca dejándome los labios ardiendo.

En pocos segundos se quedó en calzoncillos.

Me hizo arrodillar y colocó bruscamente mi cara sobre su amarillento gran paquete.

Un festival de olores mezclados se introdujo en mi. Mi excitación iba en aumento.

Su paquete se volvió duro como el acero. Un movimiento brusco dejó su gran polla al descubierto 23 cm de carne cruda. Yo hambriento la engullí. ‘Así puta cabrona, así cómetela toda’.

Él envestía contra mi garganta sujetando mi cabeza con fuerza. ‘Más zorras como tu es lo que necesitamos en el ejército’.

Me folló la boca durante varios minutos.

Mi mandíbula estaba apunto de desencajarse pero dé repente se detuvo. ‘Me quiero reservar para tu culo’.

Me hizo poner a cuatro patas sobre su camastro y sin usar más lubricante que mi saliva en su polla mojada me embistió.

Su gran nabo tardó una eternidad en recorrer el camino de mis entrañas hasta llegar al fondo.

Sentí un dolor tan agudo que en esos momentos no me hubiera importado la muerte.

‘Mi grandísima perra, como aprieta tu culo’.

Entonces empezó sus embestidas.

El dolor no aminoraba todo lo contrario que nuestros gemidos.

Poco a poco fui tomando conciencia de mi cuerpo, sentí el placer que le estaba dando a aquella polla y por arte de magia el placer me fue transferido.

‘Nunca había disfrutado tanto con el culo de un zorrón’.

Cada parte de mi fue un tímpano de placer.

Mi polla se endureció. Sus manos sobre mi espalda me producían escalofríos de placer.

Y su gran tranca introducía cada vez más adentro mi gustazo.

Dé repente mi marinerazo lanzó un grito, el mundo se paró y su fuente me inundó.

Yo me corrí sin tocarme. Había alcanzado la gloria.