Supongo que algo debo haber escuchado. Estoy casi seguro de ello, ya que de otro modo no le encuentro explicación posible a lo que ocurrió.

Jamás hice algo semejante, por lo que algo, alguna cosa, un sonido, un gemido, algo debe haberme llamado la atención.

De otro modo ¿por qué iba yo a hacer semejante cosa?

Recuerdo que me levanté como siempre, medio entre dormido. Recuerdo haber pasado frente a la puerta de tu habitación.

Y recuerdo que al hacerlo me detuve y algo, no estoy seguro qué, me llevó instintivamente a agacharme y a mirar tras el ojo de la cerradura.

Y al instante, al verte, el vahído, el desmayo.

No recuerdo nada más.

Hasta lo que está ocurriendo desde hace unos minutos. Despertar y encontrarme tendido en el sofá, esos dos desconocidos – los paramédicos – rodeándome y diciéndome que me quedara tranquilo, que ya me encontraba bien y por el otro lado, tras el espaldar del sofá, tu rostro entre preocupado y al mismo tiempo contento, supongo que por darte cuenta que ya me reponía.

Habrá sido una baja de presión. ¿Qué es lo que comió anoche? No tiene temperatura. La presión ahora es normal. Ya está, está todo bien, Señora.

Tu agradecimiento, yo que intento levantarme, el señor de guardapolvos blanco más experiente que me aconseja quedarme un rato así, en reposo. Obedezco. Tú que los acompañas, los despides. Tú que vuelves a mi lado, te arrodillas y me mimas.

¿Te sentís bien?

Sí, sí, no sé qué me pasó.

Me asustaste. De pronto sentí un ruido tras la puerta, me levanté, abrí la puerta del dormitorio y te encontré allí tirado, en el suelo. Me asusté, me hiciste dar un buen susto.

Bueno, ya está, estate tranquila que yo me siento bien.

Unos minutos después te pedí dos favores: el primero, que me alcanzaras mi laptop y el segundo, que me prepararas un té.

Con tu sangre sajona siempre fuiste en extremo meticulosa para preparar un té, lo haces… perfecto: esperando el punto del agua y esperando luego mucho más el reposo de las hebras.

Protestaste unos minutos pero, finalmente, accediste. Aquí estoy, escribiendo éstas líneas, ahora mismo. Me estás preparando el té. ¿En qué estarías pensando, no?, ¿en quién?, ¿alguna vez me atreveré a preguntártelo? ¿Y te atreverás a responderme con la verdad? ¿O te atreverás a contármelo, sin que yo te lo pregunte?

¿En qué estarías pensando, no?

¿Te atreverás a contarme?

En un momento, cuando regreses con el té, seguramente te voy a mostrar éstas líneas, sobre la pantalla. Leerás lo que estoy escribiendo. No quiero contarte de lo que vi. Voy a ser más… lanzado, voy a buscar en el disco unas fotos que tengo guardadas y te voy a mostrar casi exactamente lo que vi cuando te vi.

Y debo reconocértelo: lo que vi me tomó demasiado por sorpresa.

¿Me vas a contar en qué estabas pensando?