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La ninfa del bosque

La ninfa del bosque

“Shinrin yoku”, es un termino japonés que significa literalmente “Baño de bosque”, me encanta el senderismo o trekking, como quieran llamarlo y como me encontraba de visita en la casa de mi tía en la Octava Región en el sur de Chile, no quiero ser más específica por obvias razones.

Me llamo Laura y nací en Santiago, en cambio mi madre es oriunda de estos parajes y se fue de muy joven a la capital, donde se graduó y más tarde se casó, yo jamás habría abandonado la belleza que la naturaleza posee en esta Región, es maravilloso y por muchos versos, conserva el salvajismo de frondosos bosques vírgenes, me encanta recorrer los senderos, bañarme en las ocultas lagunas que se forman al paso de los cursos acuíferos, además, me he dado el gusto hasta de bañarme desnuda sin correr el riesgo de ser sorprendida.

La naturaleza es prodigiosamente bella, los beneficios para la salud son enormes, las áreas verdes aportan oxigeno fresco al entorno, lo que tonifica el cuerpo de las personas que practican habituales paseos en zonas de bosque, se limpia el sistema sanguíneo lo que refuerza el sistema inmunitario y en tiempos de pandemia, sumamente provechoso.

Esa mañana había salido temprano con mi mochila, donde a parte de llevar un botiquín de primeros auxilios, llevaba merienda para toda la jornada, agua no llevaba pues conocía varias afluentes de los ríos y arroyos locales en el sector, ya eran un par de horas que caminaba en las faldas de un cerro, encontré un escampado maravilloso llenos de setas, flores silvestres, una laguna con agua cristalina de un centenar de metros, me pareció el lugar ideal para transcurrir el día.

Extendí la manta roja sobre el césped y me dispuse a gozar de la naturaleza leyendo un libro, aprovechando de tomar sol, bajo mis vestidos llevaba un bikini fucsia, me desvestí y me tendí bajo el cálido sol, cerca de una hora después, sentí unos chillidos, nunca antes me había topado con animales salvajes, sabía que en la comarca cazaban jabalíes de vez en cuando, pero jamás se me paso por la mente de encontrarme con uno, sentía que los ruidos del animal se acercaban, de pronto una cabeza de cerdo de grandes dimensiones emergió entre los arbustos, me miraba y chillaba, me levanté alarmada, sin previo aviso el animal cargo contra de mí, instintivamente utilicé la manta como una barrera, la bestia se enredó en ella y cargó contra los arbustos, unos ladridos me hicieron voltear mi cabeza, un perro de robustas dimensiones apareció y atacó al suido que se había liberado de la manta, la contienda duro muy poco, el can mordió al animal y este le propino un golpe con sus colmillos haciéndolo sangrar profusamente de una extremidad, luego se dio a la fuga despavorido.

La pobre bestia canina me había salvado la vida, lo llame y se acercó amigablemente, revise su herida y era superficial, me metí con él al agua y le lave acuciosamente, luego lo hice recostarse y de mi botiquín saque algunos antibióticos y vendas, cure su herida mientras él lamia mi mano, su lengua larga y rasposa me procuraba extraños escalofríos, se quedó echado a mi lado, le acaricie cariñosamente agradeciéndole su intervención, me sentí segura con el cerca de mí, termine abrazada a su suave pelaje.

Cómo estaba leyendo un libro de Pablo Neruda, me resulto fácil adjudicarle ese nombre a mi defensor, le llamé “Pablito”, le ofrecí un bocado de pan con jamón el que engulló en un santiamén, sin otros disturbios continué a leer con Pablito que me observaba y dormitaba tranquilo a mis pies, la cálida temperatura del sol me venció también a mi y sin darme cuenta caí en un sopor irresistible, me pareció inconcebible tener un sueño erótico en medio a ese paradisiaco entorno, pero sentí que mis muslos eran acariciado tiernamente y suavemente, delicadamente mi amante se adueñaba de mi vientre y por sobre mi bikini, acariciaba mi almejita que se bañaba de fluidos, ardorosamente abrí mis piernas, quería que me hiciera sentir placer, mi coño hambriento necesitaba ser saciado.

Tragué saliva y con mucha modorra me desperté, el sol enceguecía mis ojos, alguien me estaba acariciando de verdad, me asusté, cerré mis piernas de golpe, solo entonces vi a Pablito que me miraba con ternura y agradecimiento, una especie de afecto:
—¡No! Pablito … no está bien lo que haces …
Por toda respuesta obtuve otro lengüetazo en mi pierna. Me levanté mi bikini y miré mi conchita mojada y enrojecida, metí mi dedo y un gemido se escapo de mis labios al sentir mi clítoris endurecido y enardecido, me sentía extrañamente caliente, miré a Pablito que no cejaba de encuadrarme con sus ojos tiernos e inquisitivos:
—¡Mira lo que has logrado! … ¡se me está derritiendo la panocha! … ¿Cómo es posible? …
Me metí dos dedos en mi vagina y salieron mojados, tomé su olor y los sequé en mi boca, luego volví a meterlos en mi nidito de amor, Pablito continuaba impertérrito a mirarme, me pareció natural alargar mis empapados dedos hacia él, se movió inmediatamente y su raposa lengua lamió mis dedos:
—¿Viste lo que has combinado? … ¡Al parecer te gusta, eh! …
Recibí otro lengüetazo, su larga, gruesa y áspera lengua dejo mi antebrazo mojado, solo entonces percibí bajo su vientre esa puntita rosada, no era más de un centímetro, su funda pelosa ocultaba el pene canino que comenzaba a emerger:
—¿No me digas que estás cachondo también tú? … ¡Eres un perro! … ¡Te hace falta una perrita! …
Ahora eran dos o tres centímetros que afloraban lustrosos, brillantes, mojados y unas pequeñas gotitas perladas caían sobre el césped:
—¡Uy! parece que tú estás más caliente que yo … ¡Se te está cayendo el semen! …
Junté mis muslos restregando mis labios vaginales, suspirando y gimiendo, me arrodillé, puse la palma de mi mano bajo su pene y un liquido caliente comenzó a gotear y a quemar mi extremidad, cuando la retiré una pequeña pocita de lechita canina se era apozada, irreflexivamente me lleve la palma de mi mano bajo mi bikini y restregué mi conchita salvajemente, me parecía repentinamente como si mi bikini hubiese empequeñecido o mis tetas crecido que desbordaban la tela, solté el sujetador y libere mis prominentes mamas al aire libre, la lengua de Pablito rozó mi pezón una, dos, tres veces.

Mi mano bajó a su vientre y alcanzó ese miembro que había crecido hasta unos quince centímetros y continuaba a aumentar sus dimensiones ¡Por Dios!, arranque de fuerza la parte inferior de mi bikini quedando completamente desnuda, mi almejita depilada llegaba a estar espumosa de tantos fluidos, con una mano magreaba la verga de Pablito y con la otra tenía mis cuatro dedos follando mi coño lampiño, en pocos segundos me corrí como una guarra en celo, boqueando y convulsionando quedé casi desmayada sobre la fresca hierba, lo salvaje y la belleza de la naturaleza me tenían realmente enardecida, me parecía estar al inicio de los tiempos, yo a solas con mi macho, hembra sedienta de ser inseminada, mi mano alcanzó la verga goteante de Pablito, su lechita escurrió por mi brazo, su pene duro había alcanzado una dimensión monstruosa, sentí su lengua rasparme el vientre, luego me hizo chillar cuando lamió mi clítoris enfebrecido, abrí mis muslos y centímetros de esa lengua invadieron mi canal vaginal, me estaba follando con su poderosa lengua, su nariz fría bajaba la temperatura de mi clítoris, mientras mi cuerpo se contorsionaba de placer empalado por esa ofidia lengua que reptaba hasta lo más profundo de mi chocho, me estremecí cuando un poderoso orgasmo encorvo mi espalda y mi pelvis comenzó a follar el aire con esa lengua que no cesaba de moverse dentro de mí, está vez me borré por unos segundos y luego logre hacerlo un lado tratando de recomponerme, creo que me dormí, quedé inerte.

Yacía en posición fetal y sentí mi culito estimulado, la fantástica lengua de Pablito viajaba entre mis glúteos visitando mi vagina y mi ano contemporáneamente, logré alzarme y Pablito vino de frente a lamer mi ingle, resistí por unos minutos, pero sentía la brisa del bosque, el sol en los altos del cielo, las sombras y follaje de los cipreses que arrullaban el suave viento, un perfume de frutillas embriagador, los colores de las flores resplandecían espléndidamente, poco a poco Pablito me venció y abrí mis muslos para él, me daba golpes con su hocico y me hacía dar grititos agudos como una ninfa, quizás me había convertido en una ninfa que coge con su sátiro macho.

Está vez extendí la manta y me arrodillé, el peso de Pablito me hizo plegarme y quedar a lo perrito, sus zampas arañaron mis caderas y muslos, pero no me importaba quería que el sátiro del bosque me cogiera, al canto de zorzales, jilgueros y tiuques, sentí que Pablito me ensartaba y luchaba embistiéndome con su verga y finalmente metiendo su bola dentro de mí, sus pulsaciones me indicaron que estaba por eyacular y un potente aluvión de esperma comenzó a llenar mi conchita, algunos chorros salpicaron fuera de mí, escurriendo por mis muslos, Pablito me cubría totalmente, me quedé gozando de su tranca retenida en mi concha, él no se movía y yo tampoco, sentía su semen que continuaba a rellenarme y estos me provocaba continuos espasmos orgásmicos, cerraba mis ojos y me corría, gozando de esa sensación de plenitud en armonía con la salvaje naturaleza.

Una bandada de caiquenes en su migración hacia el sur, se alzo en vuelo cuando el sonoro descorche de la verga de Pablito salió expelida de mi chochito, estaba totalmente ahíta y saciada, mi sátiro me había cubierto, la ninfa en mi se sentía satisfecha y plena, me quede aletargada por un momento, las sombras de los árboles se había alargado hacia el oriente, seño de que se estaba haciendo tarde, me vestí y comencé a descender hacia el sendero de regreso, había sido un día especial, por un día fui la ninfa del bosque, quizás mañana encuentre al trauco.


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