Capítulo 1

Capítulos de la serie:
  • Mi primer orgasmo

Mi primer orgasmo

Deseo empezar por contarte querido lector, que esta es una serie de confesiones que te van retratar cada una de las experiencias sensoriales, imaginativas, especulativas y sexuales de la menor de mis primas, Karen, quien se haya desaparecida hace unos cuantos meses y de la cual, tan solo este diario poseo. Iré publicando paulatinamente cada una de sus narraciones, para que entre todos logremos hacernos un imaginario de lo todo lo que es ella. Este diario posee cada una de sus experiencias a nivel humano, cada deseo que tuvo y lo que logró concretar en varias situaciones que se muestran detalladamente a lo largo de su crianza y su vida. Estas empezaron a temprana edad y las acompañaron hasta sus últimos momentos.

12 de septiembre 2002

Nací en una cuna tradicionalista, en un hogar lleno de hombres y varias mujeres, pero para los cuales la opinión femenina no se remitía más que a un conglomerado de basuras. Siempre fui la típica niña de papá y mamá, ejemplar en el colegio y en todo el pueblo puesto que nunca causé problemas en ningún ámbito de sus vidas. Era un lugar alejado de las costumbres de la metrópoli y en la cual se cultivaban las más antiquísimas costumbres. Solía ir siempre de vestidos y de coletas, estuve en las clases de patinaje y porrismo, en las que varias de mis experiencias se desarrollaron. En mi cumpleaños número 14 empezaron a salirme los senos y algunas partes de mi cuerpo empezaron a cambiar, sin embargo, era una época distinta y no se enseñaba ni se conversaba con nadie al respecto. A los cuatro años, cuanto cumplí 18 mis padres por persuasión de una tía me ingresaron en las juventudes misioneras, para que comprendiera mejor el mensaje de Dios y pudiera alejarme de todas las tentaciones que existen en este mundo, ya que no tenía recursos para continuar mis estudios y una opción era la vocación religiosa, pues mi mente hasta ese momento fue completamente virgen. Allí conocí a Alex el sacristán de la parroquia que tenía 25 años y al sacerdote Crisanto que estaba cerca de los 50.

Éramos un grupo de jóvenes que realizábamos prácticas religiosas y conversábamos sobre las enseñanzas de Jesús. Como mis senos, mis piernas y mis caderas crecieron de igual manera, el deporte se hacía cada vez más visible y de la misma manera me empezaban a ver todos los chicos del barrio y la iglesia. Tenía dos sostenes heredados y mis interiores cubrían la totalidad de mi zona pélvica. Mis vestidos se hicieron cortos en poco tiempo y no teníamos los recursos suficientes para cambiar mi armario, éramos cinco hermanos, tres hombres y dos mujeres, mi hermana tenía 25 años e iba pasándome la ropa que ya no usaba.

Recuerdo que nos reuníamos los jueves en la tarde desde las 4 hasta las 6, llevaba el vestido que me más me gustaba en aquellos días, era azul cielo y combinaba perfectamente con mi piel un tanto trigueña o algunas veces más blanca por la falta de sol. Mis sandalias eran blancas de plataforma y mis uñas aún conservaban el transparente de la inocencia. Alex estaba de sudadera y camiseta blanca, deportivo como siempre y el sacerdote tenía su acostumbrado pantalón ajustado y camisa negra en la que resaltaba su barriga y el alzacuellos blanco. Él siempre dirigía las sesiones y terminaba por tomarnos de la cabeza para bendecirnos y besarnos en la frente como agradecimiento por estar ahí y no en las calles del barrio. Jamás los vi de manera distinta hasta aquella tarde, en la que por azares del destino y la impuntualidad de mi madre, quien me había hecho esperarla pues habíamos quedado de ir a cenar en casa de mi tía, me hicieron presenciar el despertar de mi cuerpo. El reloj daba cerca de las 7 pm y yo esperaba como siempre en la banca que estaba en despacho junto a la entrada de la iglesia.

Sentí frío y tuve sed, en la calle empezaron a aflorar distintas personas que no inspiraban confianza a todas las enseñanzas que presta aprehendí en los sermones del sacerdote y de las cuales me debía alejar constantemente. Entre de nuevo en la iglesia y me dirigí a la casa cural para pedir al sacerdote que llamara pronto a mi casa y vinieran a recogerme, pero me encontré con una escena que cambaría mi vida:

Natalia, a quien veía imperceptible como la “señora del aseo” pero que en realidad poseía cerca de unos 32 años se encontraba de rodillas desnuda chupándole el pene a Alex, quien poseía una preciosa verga de varios centímetros y que en su momento me pareció gigante y que, sin razón alguna, en vez de asustarme, me quedé inquietante a ver. En el fondo de la sala, estaba sentado don Crisanto quien miraba atentamente la escena y se frotaba el pene de arriba hacia abajo con una tranquilidad de quien está completamente en su confort. No pensé ni por un segundo en correr asustada o en lo que pensaría mi madre de aquella situación en la que los hermosos senos de Nata (como le decíamos de confianza) se movían ahora en varias direcciones mientras Alex penetraba fuertemente su vagina, que escurría en cada movimiento y en la que había una mano mensajera de Dios puesta allí, pero que se deslizaba hasta las tetas, pues el sacerdote no intervenía en la escena, pero rodeaba a cada segundo los dos cuerpos, tocándolos, sintiendo esa húmeda e hinchada parte de su sirvienta y la espalada rígida por la fuerza que posee un joven semental y que parecía enloquecerle pues terminaba por hundir sus dedos en la zona que jamás hubiese pensado, también forma parte de la sexualidad.

El ano del joven sufría, como lo hacía la vagina de Natalia quien gemía con la intensidad de una zorra de las que tanto me habían hablado en las sesiones espirituales y en la que jamás me debía convertir, pero por la cual sentía en este momento una curiosidad inmensa. Alex la tomaba con tanta fuerza de la cintura que sus brazos se tornaban mucho más rígidos mientras las nalgas de ella rebotaban haciendo un sonido que no podía reconocer en ningún lugar del planeta y que se combinaba con el placer que salía de su garganta en cada penetrada, mucho y mucho más intenso se puso el momento que los cabellos rojos de Natalia se encontraban por todo su rostro y cuerpo algo rojizo por los golpes naturales que conlleva el sexo. De repente el sacerdote la tomó del cuello y la giró hacía él, la puso sobre su verga dura y la penetró mientras el joven Alex ingresaba por el ano de Natalia que gimió como no lo había hecho en todo el momento expectante por mí, quien empecé a sentir como bajaba un líquido por mi vagina intacta aun por los placeres carnales. Más y más duro fue el momento, más y más fuerte veía que se ponían sus penes mientras el rostro de la sirviente se desfiguraba entre el deseo y el dolor, finalmente los tres gimieron en un solo eco orgásmico que recorrió cada parte de mi cuerpo, poniendo duros mis pezones y muy tibia mi sexo.

Mientras los tres se abrazaban volví de nuevo a la silla fría y dura en la que esperé a mi madre por diez minutos más tratando de pensar y comprender todo lo que había visto, todo lo que había sentido en aquellos minutos cargados de una energía ahora nueva para mí y que causaba curiosidad a mi ser. De vuelta a casa, pensé en los ocho días que debía esperar para verlos de nuevo y sumado a ello, en el cómo haría posible ser parte de aquel ritual nuevo.

Aquella noche, veía a todos en mi casa de manera distinta, se había despertado la sexualidad en mi mente y en mi cuerpo. Mientras todos cenaban, fui al cuarto a mirarme en el espejo, mientras unos tangas de mi hermana Caroline pendían secándose y pensé por un momento en que ella, podría ser la Natalia de sus compañeros. Me las medí y me sentí una mujer nueva, dispuesta a empezar a descubrir todo lo que el mundo traería para mí. La sensación del hilo en medio de mis nalgas y el rose con mi ano y vagina hicieron que comprendiera lo grandioso que estaba por ocurrir.

Querido lector, sé que me comprendes en la excitación del momento que produjo este relato, por lo pronto, debo dejarte, pero te prometo que la historia continúa, pues este diario está más que detallado y esculpido por la mente de la menor de mis primas y que has empezado a conocer de mi mano. Solo debo adelantarte, que en la transcripción que he iniciado, sigue la aventura entre ella y Alex, y de cómo usó su vestido cada vez más corto y sus senos más pronunciados hicieron posible la mejor blasfemia que hayas leído al interior de una iglesia.