El descuido que su marido hace que busque el sexo de otra forma
En la actualidad tengo 30 años, casada desde hace 5 años con un importante profesional de nuestra ciudad.
El éxito laboral de Luis nos ha posibilitado tener una expectante posición económica lo que le permite satisfacer plenamente todas mis necesidades y caprichos, pero del mismo modo nos impide llevar una vida normal y feliz ya que mi esposo dedica todo su esfuerzo y tiempo a su trabajo descuidando casi irresponsablemente nuestra relación.
Físicamente se puede decir que soy una hermosa mujer. 1,55 de altura y como toda mujer de baja estatura la abundancia se manifiesta en otras zonas de mi cuerpo.
Mis pechos redondos son grandes y erguidos.
Mis piernas gruesas están bien torneadas y un gran trasero completamente levantado hacen que mi figura resalte causando más de una maliciosa mirada.
Mi vida sexual, a pesar de estar siempre deseosa y dispuesta es completamente irregular y pese a que me mantengo permanentemente en un estado de excitación de la cual Luis es incapaz de satisfacer, no tenía ni la valentía ni el coraje de engañarlo.
Debo de reconocer que temía la reacción de mi marido si me hubiese sorprendido.
Sólo una vez se tocó el tema, siendo notificada que ante una situación de infidelidad no cabría más que la separación y no estaba dispuesta a volver a vivir en la pobreza, casi marginal, de la que Luis me rescató con nuestro matrimonio.
Mi pasatiempo favorito es la danza aeróbica.
Fue en una de estas sesiones en la que mi vida cambió radicalmente.
Todo comenzó cuando conocí a Mónica, una bella y esbelta mujer quien por la calidad de su vestimenta y el hermoso deportivo que conducía se podía concluir que tenía un buen pasar económico.
Poco a poco se fue ganando mi confianza y descubriendo las contradicciones y necesidades de mi vida.
Una tarde, luego de muchas conversaciones, me manifestó que estaba dispuesta a ayudarme siempre que no me negara a ninguno de sus requerimientos.
Sin duda, la invitación era atractiva y más aún cuando Mónica me aseguró la absoluta reserva de la situación.
Mis permanentes temores retardaron en algunos días la aceptación de su proposición.
Un viernes por la noche apareció por mi departamento; sabía que ese fin de semana estaría completamente sola.
Ambas vestíamos sendas minifaldas completamente ajustadas a nuestros cuerpos.
Nos sentamos en el líving a beber unos tragos y mientras conversábamos, Mónica comenzó sutilmente a acariciar mis manos.
Luego de un agradable momento, aprovechando que la música inundaba tenuemente la habitación, me tomó en sus brazos y comenzamos a bailar.
A pesar de lo anormal de la situación, la curiosidad, la elegancia y la sutileza de Mónica para transportarme a esa nueva realidad me hicieron aceptar cada una de sus proposiciones.
Mientras bailábamos apretadamente mi amiga comenzó a acariciar suavemente mi cuerpo.
Sus manos eran divinas y sabían exactamente buscar el lugar preciso para darme más placer.
Mientras sus manos seguían moviéndose, con plena libertad, sus labios se comenzaron a deslizar por mi boca y cuello.
Poco a poco también mis manos se fueron soltando y a los pocos minutos ambas nos acariciábamos y besábamos lujuriosamente.
Terminado el baile todo se desató. Rápidamente nos desnudamos, fui recostada en el suelo y la lengua de Mónica recorrió todo mi cuerpo sin ninguna restricción.
Se detenía preferentemente en mis pechos y en mi trasero y cuando le correspondió el turno a mi sexo un escalofrío excitante me invadió por completo logrando a los pocos minutos obtener un orgasmo fenomenal.
Durante toda la noche nos amamos intensamente, mi lengua y mis manos aprendieron a plenamente con una mujer y pude comprender que no tan solo con la penetración sexual se logra un buen orgasmo.
Al día siguiente, ya al atardecer, luego de un día dedicado exclusivamente a adentrarme en el conocimiento de esta nueva conducta que me había apoderado placenteramente, nos duchamos, luego Mónica me pidió que me vistiera con unas prendas que ella me iba entregando.
Un diminuto calzón tanga y un portaligas con un par de medias negras; un pequeño sostén que cubría una mínima parte de mis pechos y una pequeñísima minifalda completaron mi vestimenta.
Ella, por su parte se había vestido en forma idéntica, realmente estábamos hermosas.
Luego, fui maquillada provocativamente y gracias a los tonos fuertes que empleó logró cambiar mi rostro, resultando irreconocible para quien me conociera.
Una vez terminada la tarea nos dirigimos hacia el centro de la ciudad ingresando a un elegante local. Una vez instaladas allí, Mónica me confidenció la verdad.
Era un local de topless de alto nivel, ya que para ser clientes se exigía una sólida posición económica.
Allí se bailaba y si se tenía suerte se podía enganchar a algún cliente los que se caracterizaban por su abierta generosidad.
Mónica me presentó al dueño como una amiga que quería hacer algo de dinero.
Nos dirigimos a su oficina.
Una vez allí, me solicitó que me desnudara al compás de una suave melodía.
Me costó mostrar mi cuerpo a un desconocido, pero Don Pedro, el dueño del local, tuvo la suficiente sabiduría para descubrir en mí algunas condiciones que me hacían apta para el trabajo siendo contratada como bailarina a prueba.
Sabiendo Mónica las reglas del juego, me animó con un trago.
A los pocos minutos detonó en mi cuerpo una inmensa sensación de lujuria la que aumentó intensamente cuando comencé a observar la rutina de mi amiga mientras bailaba arriba del escenario; se despojaba pausadamente de toda su ropa quedando en breve completamente desnuda, luego, con exóticos movimientos de su cuerpo comenzó a pasearse por entre las mesas esquivando hábilmente las manos de los clientes, quienes desesperadamente deseaban tocar ese hermosos cuerpo.
Todo terminó luego que subiera nuevamente al escenario y se masturbara suavemente.
Su rutina fue intensamente premiada con cálidos aplausos los que me indicaban que había llegado mi turno.
Ingresé completamente excitada al escenario.
Lentamente me desplacé por él mientras mis manos recorrían sensualmente todo mi cuerpo, poco a poco fui aumentando mis movimientos mientras que mis ropas caían una a una.
Completamente desnuda me recosté en un sillón ubicado al centro del escenario para masturbarme desenfrenadamente.
Las convulsiones de mi cuerpo lograron los primeros gritos y aplausos de admiración.
Como me quedaban algunos minutos de actuación quise cerrarla con un broche de oro.
Me deslicé por entre las mesas, pero a diferencia de Mónica no esquivé ninguna caricia de los clientes, por el contrario, las aceptaba gustosas.
Me detuve en medio del salón y rápidamente elegí a uno de los clientes.
Me acerqué provocativamente y sentándome encima de él comencé a acariciar su pene, lo saqué al aire y terminé mi show fingiendo que lo colocaba en mi boca.
Una vez detrás del escenario, Don Pedro me comunicó que estaba contratada de inmediato.
Sabiendo cuál era mi situación familiar gracias a Mónica, aceptó que me presentara tan solo en mis noches libres.
El sueldo fue lo bastante generoso para que dijera que sí de inmediato.
Una vez a solas, Mónica abrazándome me besó una vez más.
Nuestras rutinas nos habían excitado enormemente y bastaron algunos minutos de intensas y mutuas caricias para que gozáramos plenamente.
Luego nos dedicamos a revisar las invitaciones que nos habían hecho llegar.
Elegimos para cada una de nosotras las más convenientes desde el punto de vista monetario.
Esa noche obtuve el íntimo convencimiento que gracias a mi cuerpo podría obtener prontamente la tan ansiada libertad económica.
Pero también debí aceptar, que pese a lo gratificante que resultaba para mi el escenario y a las placenteras noches en brazos de los múltiples amantes que tenía, la fuente última de amor, lujuria y placer pleno seguía siendo Mónica con la que sigo viéndome casi a diario para amarnos completa y desenfrenadamente.