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No siempre tres son multitud

No siempre tres son multitud

Casi nueve meses sin verle, sin poder acariciar su cuerpo, sin poder sentirle dentro de mí.

Era demasiado tiempo, llegué a pensar que me volvería loca esperando la próxima vez que pudiera tenerle entre mis brazos.

Desde que nos conocimos, parece que nos hubieran echado mal de ojo, nuestra relación era demasiado inestable, todo hay que decirlo, sin embargo, siempre hubo algo que nos mantuvo tremendamente unidos, y ese algo era lo suficientemente fuerte como para vencer todo tipo de obstáculos.

Era el momento de volver a empezar. Y esta vez las cosas serían diferentes.

Nuestra relación había tenido que superar tantos problemas que había hecho que nuestro amor madurase irremediablemente.

Los dos lo sentíamos así.

Nuestros sentimientos eran incomparables con los que pudimos haber sentido en relaciones anteriores, completamente diferentes.

La sensación de pertenecer al otro se convertía en una fortísima pasión de la que eran testigos directos la cama, la mesa de la cocina, el sofá del salón, las sillas, y en ocasiones, hasta el agua del mar, los baños públicos o los ascensores.

Siempre teníamos ideas nuevas para disfrutar del sexo y de nuestro amor. Probábamos todo tipo de posturas y estímulos sexuales.

Uno de los juegos que más nos gustaban era dejar que una atractiva chica nos grabara mientras hacíamos el amor.

Nos excitábamos muchísimo viendo cómo ella intentaba mantener el pulso con la cámara de vídeo digital mientras se ponía cachondísima mirándonos.

Nunca le dejábamos que nos tocara (a ella sí le dejábamos tocarse) hasta que hubiera llevado un buen rato grabando; cuando por fin se acercaba a nosotros, se entregaba al cien por cien, haciendo cualquier cosa que le pidiéramos.

Él siempre quería complacerme, no era en absoluto egoísta en la cama, de modo que la mayor parte de las veces que yo quería darle un caprichito, como él nunca me sugería nada directamente, tenía que arriesgarme e improvisar; de esta forma sé que incluso le daba más morbo, le excitaba pensar que su chica podría sorprenderle en cualquier momento con un nuevo juego o compañía erótica…

Muchas veces nos dejaba a solas a la chica y a mí. Disfrutábamos de lo lindo, pero lo pasábamos infinitamente mejor los tres juntos.

Algunas veces empezábamos quedando para cenar los tres y tomando algunas copas. Era una gozada llegar a casa y darnos un aromático baño de espuma mientras mi novio nos miraba con deseo…

Recuerdo una de esas noches con todo detalle: mi amiga y yo nos desnudamos lentamente hasta quedarnos sólo con la tanga, nos metimos en la bañera y empezamos a hacer todo lo que habíamos estado imaginando durante la cena, en el restaurante.

Mientras entrelazábamos nuestras lenguas y nos besábamos, no podíamos evitar que nuestros pezones se endurecieran al máximo, tanto que con sólo rozarnos ya estábamos mojaditas por dentro.

Recuerdo cómo me puso de espaldas a ella haciendo que me agachara abriendo un poco las piernas para apartar la tanguita y lamerme toda la vulva… desde el culito hasta el clítoris… mmm…, mientras con sus dedos masajeaba y tiraba de mis pezones. Tenía una lengua muy muy juguetona…

Una vez que salimos de la bañera, nos encontramos con que mi chico había ambientado el dormitorio, impregnándolo de una agradable fragancia con inciensos exóticos, apagando las luces y encendiendo velas también aromáticas rodeando la cama… menudo detalle… eso había que premiarlo, ambas estábamos de acuerdo.

A esas alturas de la noche los tres estábamos ya demasiado excitados, de modo que no nos andamos con tonterías.

Desabotoné los vaqueros de mi chico lentamente mientras notaba cómo el simple roce de mis manos endurecía su pene.

Ella me miraba impaciente.

Se lo saqué, estaba durísimo y la punta rosadita tenía un brillo precioso.

Mi chica se acercó y yo la metí en su boca, él miraba cómo ella se la chupaba y ella me miraba a mí invitándome a compartirla; así lo hice.

Lamí desde la base lentamente hasta la punta y una vez allí, la rodeé con la lengua varias veces, combinando el movimiento de mi muñeca con el de la felación, notando que la dureza y la tirantez de la piel aumentaba cada vez más.

No podía parar, estaba completamente enganchada, era mi mayor vicio.

Aquella noche comprobamos lo que pueden dar de sí las posturas entre tres, dejamos volar nuestra imaginación… el final fue de película de profesionales.

Él no podía más, el pobre había aguantado muchas horas nuestros jueguecitos, así que le hicimos entre las dos una felación que dudo que pueda olvidar en mucho tiempo, noto cómo el flujo desciende suavemente por mis muslos cada vez que recuerdo las gotas de semen regando nuestros cuerpos desnudos mientras ella y yo nos dábamos el beso de despedida.

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