¿Padre o tío?
Empezaré relatándoles, que soy el tercero de tres hermanos, siendo yo el único varón, intermedio entre mis dos hermanas, las cuales se llevan únicamente un año de diferencia.
La siguiente historia tuvo lugar hace años, aunque ya verán que las consecuencias las sigo sufriendo hasta la fecha.
Mi hermana mayor, Cristina, teniendo 18 años de edad, realmente era una preciosa hembra de esas que con verlas, tienes ganas de cogértela.
Para que se den una idea, ella era alta, bailarina de ballet, por lo que pueden imaginarse que cuerpazo tenía, senos grandes pero redondos y duros, una cintura sumamente breve y un culo, totalmente proporcionado, paradito y piernas de lo más bello que he visto en mi vida.
Además que tenía una personalidad tremenda.
Como podrán comprender, a mis 15 años, en esa época, Cristina era la musa de todas mis masturbaciones, sobre todo cuando a escondidas robaba yola minúscula ropa interior, cuyo olor a mujer en plenitud, me excitaba al máximo.
La calentura por mi hermana mayor fue creciendo a tal grado, que apoyado por la rigidez familiar de esa época, me convertí en el acompañante obligado de ella para poder salir con su novio, al cual como podrán imaginarse envidiaba yo más que a nadie en el mundo, con la única finalidad de poder acariciar tímidamente su muslo o su pantorrilla, al ir los tres en el asiento delantero del auto de mi afortunado cuñado o sobarle a mi antojo el muslo que quedara junto a mí, con la complicidad de la oscuridad de la sala del cine, mientras su novio se daba gusto, sobándole los pechos, besando sus labios y su cuello.
Ella, tal vez con la intención de que yo le diera cierta libertad para sus cachondeos, nunca comentó nada de lo que yo le hacía a escondidas.
Una mañana, al descubrir que Cristina era la única que dormía, ya que todos estaban en la parte delantera la casa, la encontré tirada en su cama bocabajo, tendida cual larga era, con un pequeño pantaloncillo de tela de camiseta, que dejaba al descubierto por lo flojo de las piernas, el nacimiento de sus preciosas nalgas y una blusita de la misma tela, que apenas le cubría media espalda, pudiendo verse sus pechos aplastados contra la cama.
Mi erección fue brutal, unas ganas enormes de masturbarme me embargaron, pero pudo más el atrevimiento de acercar mi boca a sus piernas, las cuales le recorrí de arriba abajo, hasta meter mi lengua en la comisura que formaban el nacimiento de sus nalgas.
No se cuanto tiempo estuve relamiéndola, hasta que no soportando más, un chorro de líquido caliente mojó mis pantalones de pijama, por lo que salí corriendo a limpiarme.
Sin entender hasta la fecha el porqué, ella me dejó hacer libremente en esa ocasión, sin mover siquiera una pestaña.
Ni para oponerse ni para entregarse plenamente.
El temor de su reacción al levantarse, me asaltó todo el día, pero por razones que tampoco entiendo hasta ahora, nunca dijo nada a mis padres, lo que me hizo pensar en mi calenturienta mente que ella estaba de acuerdo y había disfrutado de mis caricias, lo que me dio valor para seguir con mi adicción de sobarle las piernas bajos las mesas, situación que un día, de modo inesperado para mí, ella rechazó violentamente y bajo la amenaza de delatarme con nuestros padres, dejé de realizar.
Así pasaron 2 años, yo deseando enfebrecidamente a mi hermana Cristina, conformándome con atisbarla por la rendija que la puerta de su cuarto dejaba al no empalmar perfectamente su marco en el muro.
No se cuantas veces me masturbé mientras a través de mi cómplice rendija contemplaba su exquisita desnudez al vestirse frente al espejo o al bailar desnuda sobre su cama, admirándose ella misma.
De repente, la noticia cayó como bomba.
La mujer de mis sueños, la preciosura que deseaba más que nada en el mundo, Cristina, mi adorable y sensual hermana mayor, se casaba.
A sus 20 años entonces, la descripción echa por mi anteriormente se quedaba corta.
A todos los atributos anteriores, agréguenle la madurez que iba ya apareciendo en ella, además de que yo cumplía entonces 17 años, y los escarceos sexuales con las novias, hacían crecer en mí el deseo hacia mi hermana que sin darme cuenta fue cambiando.
Ya no quería espiarla, ni tocarle las piernas, ni atisbar por debajo de sus faldas o shorts, no, no, ahora quería cogérmela, me la imaginaba excitada, jadeando como perra mientras me la bombeaba, me la imaginaba masturbándose para mi, mamándome mi instrumento que a gritos me pedía ya poseerla.
El día llego y Cristina se casó, partiendo hacia su luna de miel con el infeliz de mi cuñado, que seguramente debe de haber disfrutado como loco de tal preciosidad.
A la semana, regresaron del viaje de bodas por cuestiones de trabajo, y por estar en construcción su casa, vinieron a vivir con nosotros, ocupando su habitación de siempre.
Verla regresar fue un boom para mí.
Le había sentado a las mil maravillas el matrimonio y el sexo de manera activa.
Estaba mejor que nunca.
Empecé entonces de nuevo a disfrutar de mis espectáculos privados, evitando porque no podía soportarlo, atisbar cuando mi cuñado le estuviera dando su ración de miembro, que como supondrán, estando recién casados era casi a diario.
Encontré otra novedad.
Cristina ahora al levantarse de la cama y antes de meterse a duchar, ya que mi cuñado se había marchado a su trabajo, y encontrándose por lo general totalmente desnuda, se masturbaba dedeándose y ofreciéndome, sin saberlo, un espectáculo que solo yo pude observar, derramándome junto con ella muchísimas veces.
Una idea insana empezó a darme vueltas en la cabeza.
Yo pasaba mucho tiempo en casa solo con ella, ya que por mi edad, me encontraba yo en vacaciones semestrales, mientras que mi otra hermana, mis padres y mi odiado rival, digo cuñado, iban a trabajar.
Tenía que aprovechar esa situación.
El madurar un plan para poseerla, me excitaba fuertemente.
Ya no era la fantasía que nunca se cumpliría.
Estaba yo pensando cogerme a mi hermana y era muy en serio.
La oportunidad se me presentó antes de lo que yo pensaba.
Con motivo del cumpleaños de mi padre, éste nos invitó a todos a cenar a un lujoso restaurante de moda.
Llevaba yo conmigo un par de pastillas molidas, que mi madre usa para dormir cuando por el estrés del trabajo- ella es maestra- no puede dormir y con las cuales pensaba yo drogar tanto a mi preciosa hermana como a mi cuñado.
A la primera oportunidad, al levantarse para recibir y saludar a unos tíos que entraban buscando a mi padre para felicitarlo, vacié dicho polvo en los dos vasos, y decidí pacientemente esperar que llegara el momento de irnos a casa.
Mi pene empezó a pararse, cuando empiezo a notar que tanto Cristina como su marido, empezaban a bostezar frecuentemente, por lo que se disculparon para retirarse.
Es comprensible-comentaron todos- son recién casados.
Al rato, mi padre invitó a todos, a tomar una copa en un bar, incluyendo a mi otra hermana con su novio, invitación que obviamente yo rechacé, aduciendo que había hecho compromiso con unos amigos y todavía podía yo darles alcance.
Como se imaginarán, rápidamente llegué a mi casa, y corrí hacia la habitación de mi hermana mayor.
Ella y su marido dormían tendidos en la cama, ella bocarriba y el recostado sobre un costado de su cuerpo.
Los 2 semidesnudos, me hacían pensar que ni siquiera habían tenido relaciones, pues estarían desnudos, y se encontraban a medio vestir, además que el olor a sexo recientes es inconfundible.
Llamé fuertemente a Cristina, por su nombre, a gritos, sacudí a mi cuñado violentamente, pero no respondieron y empezó una erección en mi miembro, que jamás he vuelto a tener.
Desnudándome rápidamente, cargué a mi hermana semidesnuda entre mis brazos y me la lleve a mi cuarto no sin antes cerrar perfectamente la puerta del suyo.
Al depositarla sobre la cama, no pude más que admirarla.
Sus pechos desnudos, firmes, coronados con preciosos pezones rosas, fueron un imán para mis labios que tímidamente primero y luego con desesperación, fueron presa de mi boca, sintiendo como aumentaron rápidamente de tamaño, poniéndose duros y cada vez más apetitosos.
Mi primera intención, fue montarla y venirme dentro de ella, pero pensé que la tenía para mi toda la noche y debía disfrutarla.
Lentamente, le recorrí todo el cuerpo, todo, con la boca.
Besé sus ojos cerrados, su boca entreabierta, su lengua que floja estaba a merced de la mía, su estilizado cuello, sus enrojecidos pezones, su ombligo perfecto, brincando su ranura aun cubierta por un pequeño calzón, lamí hasta el cansancio sus muslos aterciopelados y bese finalmente sus cuidados pies.
Entre nubes, oí que mis padres llegaban a casa, cerrando su habitación sin nada que llamara su atención, lo que acabó de decidirme a que mi hermana sería mía toda la noche.
Delicadamente le quité el pequeño calzoncito, dejando al descubierto su exquisita vagina, finamente custodiada con una mata de vello cuidadosamente recortado, cuyo aroma me embriagó de inmediato.
Separándole las piernas, perdí mi lengua en el interior de su raja, encontrando rápidamente la respuesta de su clítoris, causándole un ligero temblor.
Le lamí el coño, hasta que sentí que sus jugos me ahogaban.
Su inquietud era ya considerable, aunque al no contestarme, era claro que seguía inconsciente y la excitación estaba haciendo presa de ella, pero por reflejo únicamente.
Entonces, no pudiendo aguantar mi excitación, puse la cabeza hinchada de mi pene en su rajada, y de un certero puyazo la penetre completamente.
Que rica era mi hermana, no me equivoque al pensar que era un verdadero manjar.
Moviéndome frenéticamente, mientras la sobaba por todos lados y chupaba sus pezones, conseguí en Cristina un inconsciente orgasmo. Involuntariamente sus bellas piernas se crisparon al máximo y contrajo su vagina apretándome tan fuertemente el miembro que le entraba y le salía que hizo que me viniera estrepitosamente dentro de ella.
No me había dado tiempo de retirar mi pene.
La leche escurría abundante de mi miembro alojándose casi en su totalidad en su vagina.
Asustado, me retiré al terminar de chorrearme, pero el deseo me volvió a poseer y empecé de nuevo a bombearla hasta que una segunda erección apareció y ella respiraba agitadamente. El segundo fue mejor por ser mucho, más largo.
¡Como la fornique toda la noche!
Cuando empezaba a aparecer el nuevo día, sumamente cansado pero más enamorado de ella que nunca, la limpié cuidadosamente, volví a colocarle el pequeño calzoncillo, y cargándola de nuevo, con mucho sigilo, la lleve a su habitación colocándola de nuevo junto al cornudo que dormía profundamente.
Por ser fin de semana, nadie se levantó temprano ese día.
Cuando finalmente lo hicieron, mi cuñado comentó el dolor de cabeza tan fuerte que tenía y Cristina corrigió que también el cuerpo, sin imaginar que su dolor correspondía a toda una noche de estar recibiendo pene.
Los siguientes 2 meses, fueron copias casi al carbón de la noche relatada, mi hermana era dormida por mí y luego salvajemente cogida todos los fines de semana, hasta llegar el momento de cogérmela en su misma cama, acostada junto a mi también sedado cuñado. cambiando desde luego el motivo por el cual estábamos solos.
Yo me convertí así, en el amante de mi hermana, sin ella imaginarlo.
Me la cogí en todas las posiciones posibles, llegando incluso a cogérmela por el culo, situación que le provocó una tremenda inflamación en el ano, que la preocupó verdaderamente, aunque fue pasajera.
Comprendí entonces, que ese delicado y bello orificio, era vetado incluso para su marido, lo que hizo que penetrarla analmente, fuera parte infaltable del rito de poseerla.
De pronto, un día, otra noticia bomba:
Mi hermana Cristina estaba embarazada.
La duda surgió de inmediato en mí, puesto que al vaciarme siempre en su interior, podía yo haberla embarazado.
Lo impactante de esta noticia, aunado al término del arreglo a su casa, hizo que yo no volviera a tocarla.
El embarazo fue un infierno.
No dejaba yo de pensar mil cosas.
Finalmente llegó el momento, y cuando llegó al hospital a visitar a mi hermana, todos los presente felices por el nacimiento, bromean conmigo:
¡que bárbaro! ¡Como se parece a su tío! ¡Parece su hijo!