Amante furtivo
Como entre sueños escuchó la puerta de la entrada abrirse, soñolienta volteó al lado de la cama que normalmente ocupara su marido y al encontrarlo vacío concluyó que quien entraba a la casa era él, que como cada viernes regresaba de madrugada luego de irse de borrachera con sus amigos, resignada se acurrucó bajo las cobijas y de inmediato se quedó dormida.
Minutos después unos amorosos brazos la rodearon y el cuerpo varonil del que supuso su esposo se repegó a su espalda, algo más, algo duro y erecto se deslizaba entre sus nalgas, «humm, al menos el recabrón ahora si va a cumplir con sus obligaciones, ya me tenía muy abandonada!», se dijo para si parando más el culito a la vez que su manita deslizaba su pantaleta por sus piernas para dejar el paso libre a esa verga erecta que ya deseaba.
Sintió la punta de aquel miembro deslizarse dos o tres veces entre los gruesos labios de su panocha y cuando el glande se afianzaba en la entrada de su vagina, una duda la asaltó de pronto, aquello que la intentaba penetrar era más grueso que lo que normalmente –cada quince días– le metía su marido, un extraño temor la invadió de pronto cuando sintió aquella carne entrar en las profundidades de su pucha, si, era más gruesa y más, mucho más larga, la duda de pronto se convirtió en certeza cuando tuvo todo el miembro adentro y la violenta distensión de su vagina resintió aquella inusual penetración.
Todo su ser se llenó de espantó cuando trató de voltear y apenas de reojo comprobó que quien la tenía fuertemente atenazada no era su marido!, trató de zafarse y escapar, con piernas y brazos intentó huir de aquel ataque, pero era imposible, el extraño sujeto la tenía fuertemente atenazada y una ruda mano había colocado una almohada sobre su cara para acallar sus gritos.
En medio de la desigual lucha sintió el garrote entrar y salir de su pucha, y aunque sus manos trataban infructuosamente de quitar de su cuerpo esos brazos que la oprimían, obligándola a someterse a aquella violación, una extraña sensación de placer empezó a surgir de alguna parte de su interior, a la vez que el pánico le erizaba el cuerpo una deliciosa sensación de placer se fue posesionado de ella, el grandioso miembro cumplía su labor, despertando su excitación y su lujuriosa panocha, hinchada, distendida ya era un mar de jugos sexuales.
Mordiéndose los labios trató de aplacar esos anormales deseos y en su mente se preguntaba «pero cómo?, ¡me está violando!, ¡no puedo sentir esto!, no, no puede ser».
Ahora se sentía caliente, su respiración entrecortada y el intermitente taladrar de esa descomunal verga que la llevaba a un forzado, pero delicioso orgasmo.
Desde el fondo de su ser un apagado grito escapó para denunciar el inmenso placer, se vino como nunca antes, sintiendo tras de sí las violentas y rápidas estocadas de esa carne dura. Todavía en el remanso de su venida siguió sintiendo el golpetear del miembro contra sus nalgas, momentos después con el cuerpo como de trapo dejó que el violador la cambiara de posición.
La puso como perra, en la orilla de la cama, las nalgas paradas apuntando con el culo al techo del cuarto y sus tetas pegadas al colchón. Las rudas manos agarraron las suyas para jalarlas hacia atrás cuando volvió a sentir que el largo mastín se adentraba en su pucha abierta, abiertísima.
Se resignó a una nueva violación acompañando las arremetidas con apagados «ahhh, ahhh», la nueva cogida se hizo larga e interminable, nunca supo cuántas veces se vino, cuántas veces su gatita palpitó y su pecho se agitó por la intensidad de las sensaciones, hasta que, cómo sumida en un mar de placenteras oleadas, se percató de que la verga intrusa la abandonaba provocando que los chorros de sus venidas le escurrieran por las piernas, «¿ya?, ¿ya terminaste?, ¡no, todavía no!» se descubrió pensando.
Pero no, ahora la descomunal cabeza presionaba el anillo de pliegues, «¿qué?, ¿quieres culito?, pues anda papacito destrózame el culo!», se dijo y aflojó el cuerpo, la verga ganó terreno y el grueso glande entró sacándole un doloroso grito que no impidió que el garrote se fuera adentrando en su intestino hasta que la base del erecto pene chocó contra sus abiertas nalgas.
Adolorida suspiró hondo resignándose a lo que quisiera hacer con ella ese extraño hombre.
Su culo se distendió por completo, permitiendo que fácilmente entrara y saliera el duro ariete que la sodomizaba y una desconocida sensación se fue apoderando de ella, la extraña urgencia la llevaba a un nuevo orgasmo y se fue al cielo cuando el duro palo le empezó a llenar de mocos el intestino, las contracciones del miembro se prolongaron llenándola de líquidos y placer, hasta que aquello antes duro la abandono, dejándole el hoyo del culo tremendamente abierto, el hombre la soltó y ella se recostó sobre la cama ahíta y satisfecha, adormecida.
Ya había amanecido cuando el inesperado sonido del teléfono la sacó de su pesado sueño, lo primero que hizo fue buscar con la vista a su violador y no encontró nada, aliviada tomó el teléfono: «si diga».
–«Hola amorcito, soy yo, tu maridito, anoche ya era muy tarde y no quise despertarte para que supieras que estoy en casa de unos amigos, disculpa pero no quise importunarte, dormiste bien?».
Su primera reacción fue gritarle que la noche anterior la habían violado, que por su culpa alguien se había metido a la casa y la había hecho víctima de sus bajos instintos, pero el solo recuerdo de lo vivido la hizo contenerse: «pasé una noche muy agitada –dijo con una sonrisa pícara en el rostro–, casi no pude dormir…, por tu culpa…».
–Ay disculpa mamacita!, pero jugando a las cartas se nos fue la noche, pero no te preocupes estoy bien, ya voy para la casa».
–«Como quieras, pero yo mejor voy a tratar de dormir un poco, me duele todo el cuerpo…».
–«Ay chiquita, a lo mejor te vas a resfriar…».
Volvió a sonreír cuando dijo: «si, a lo mejor es un resfriado…».
Apenas colgó el teléfono corrió por la casa, como tratando de descubrir si su violador además se había llevado cosas de valor, pero no, todo estaba en su lugar, sólo notó la ausencia de sus pantaletas, «ese cabrón se las robó..», se dijo y cuando entró al baño para orinar notó el piso mojado, el asaltante además se había bañado antes de irse, «bueno además de tener un pito enorme y coger riquísimo, es aseado», y cuando sentada en la taza se dispuso a expulsar sus desechos el agudo dolor en su ano le confirmó: «si, tenía una verga enorme!…, hummm, a ver cuando regresar otra noche a violarme papacito…».