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A por ella II

A por ella II

Era verano y hacía tiempo que no veía a mi esclava, la hermana de mi mujer. Teníamos tanta faena que la necesidad de horas extras no me dejaba tiempo libre para nada.

Estaba trabajando y por culpa de una avería urgente no había podido merendar a la hora normal y con mis compañeros. Pero aún así fui al bar de siempre con la mejor camarera que hemos podido encontrar. Me senté en la terraza y Verónica se me acercó para tomarme nota.

-¿Que no vas a plegar nunca?- le dije con una sonrisa.

-¿Me lo dices tú que llevas desde las ocho?

-No. Desde las siete, y aún me queda un poco más. ¿Tú cuándo plegas?

-Yo te sirvo y plegó.

-Y ¿por qué no te sientas conmigo un rato?

Sin contestar y con una sonrisa, me tomó nota, y un rato después me trajo el bocadillo y el refresco. Retiró una silla de al lado y se sentó con un rostro de cansancio. Hablamos del trabajo y cómo no de los jefes que nos esclavizaban. En un momento de la conversación le di una palmadita en la espalda. Un gesto de dolor hizo que se apartara separándose de mí.

-Anda. ¿Que te azotan los jefes para que trabajes más?- le comenté en broma y enlazando con la conversación .

-No seas idiota.- me respondió con indignación y colorada.

-Ha sido… …el sol que tome el fin de semana.- comentó no muy convencida y enseñándome el brazo moreno.

No había captado bien la idea, pero se le veía morena pero no colorada como las gambas extranjeras de veraneo. Pero algo le hizo caer, porque me retiró el brazo.

-¿Que te va el Sado? -le dije riéndome y sin saber la verdad.

Intento levantarse para irse, pero la frene cogiéndole la mano. Se sentó mirando hacia otro lado. Y comprendiendo que mi comentario chistoso no iba mal encaminado, intenté sacarle toda la verdad. Le comenté que no tenía que avergonzarse por nada, que aunque no era lo más normal, era una opción de sexo que no la tenía por qué avergonzar. Le comenté que yo también había hecho mis pinitos y que no pasaba nada. Al principio actuó con recelo ante mi comentario, y viendo que su interés aumentaba fui soltándole algunos datos sueltos y por encima de la experiencia que había tenido con mi esclava. Cuando ya la tenía atrapada en el relato, le fui preguntando sobre ella y aunque al principio fue reacia a comentarme nada de su relación, al final me contó que había sido su novio, quien había tenido la idea y que sólo lo habían probado una vez, y que no le había gustado. Le dije que su novio se había pasado azotándola tan fuerte y que normalmente nunca pasa eso. Viendo su gran interés le invité a una sesión y que si no le gustaba lo podía dejar cuando quisiera. No me costó mucho convencerla, y quedamos en un motel que estaba cansado de ver y no sabía que estaba allí.

Me dirigí a mi empresa y plegué con la excusa de estar muy cansado por la cantidad de horas extras a mis espaldas. Me dirigí al motel y cuando llegué, Vero que así la llamo yo, ya estaba allí con una bolsa de deportes que creí que llevaba para disimular.

Subimos a la habitación y antes de abrir la puerta, le cogí la mano y la bese suavemente en los labios para relajarla un poco. Ya en la habitación le dije que cuando quisiera lo podía dejar y me aseguré que de verdad quería probar. Le dije que a partir de entonces yo era su amo y ella era mi esclava que haría todo lo que yo le dijera sin rechistar y de la mejor forma posible. Asintiendo nerviosa con la cabeza, me enseñó lo que llevaba en la bolsa, eran utensilios que su novio había comprado para la ocasión. Había un consolador, un par de pinzas de tender ropa, un látigo de varias puntas, velas, cuerdas, una bolsa de agua que se utiliza para calentar la cama , con un tapón que tenía un tubo y una mascada de cuero.

Me senté al borde de la cama y le ordene que se desnudara. Su cara se ruborizó por la inesperada orden que le había dado, y comenzó a moverse ligeramente sin saber que hacer. Me levanté cogiendo un pañuelo que llevaba atado en el bolso, y que hacía juego con su blusa. Tapé su ojos con el pañuelo, y lo até bien fuerte para que no se le cayera. “Desnúdate”, le repetí al oído de una forma más imperativa. Dudando un poco, fue a desabrocharse los botones de la blusa, se detuvo y cambio para comenzar por los pantalones. Se desabrochó los botones del tejano, y manteniendo el equilibrio se quitó los zapatos que llevaba. Cogió los tejanos y comenzó a bajárselos lentamente mientras intentaba localizarme con la cabeza. Se sacó el tejano y se detuvo abrazándose. Esperé un rato por si proseguía, pero no lo hizo. Esta vez cambié de lado y le susurré en la otra oreja.

-¿Quieres que te castigue? Te he dicho que te desnudes.

Asustándose un poco por lo inesperado, continuó con los botones de la blusa que le tapaba del todo las braguitas. Se sacó la blusa y fue a buscar los enganches del sostén, cuando le dije que se quedara así, solo con la ropa interior. Me senté en la cama para contemplarla bien. Sus pechos eran normalitos de tamaño y el sujetador se los moldeaba de una forma muy sugerente. Delgadita pero no en exceso su tripa llana combinaba con unos muslos recios y muy bien formados, que junto al conjunto de braguita y sujetador me ponían a cien.

Me levanté para observarla bien de cerca. Me sitúe a su espalda mientras intentaba con una mano quitarse la venda de los ojos. Se detuvo al escuchar un NO rotundo y rápidamente bajó la mano. Me acerqué a su cara y le dije que había desobedecido mis ordenes y eso se merecía un castigo, le volví a repetir que no podía hacer nada sin que yo se lo dijera y asintió otra vez. Cogí una cuerda de la bolsa y colocándole las dos manos en la nuca se las até, dándole dos vueltas a su cuello, de forma que no podía mover los brazos o se estrangularía.

Comencé a acariciarle el cuello mientras se sobresaltaba un poco, bajé mis manos por su espalda suavemente hasta llegar a la cintura, luego pasé una mano por cada costado y comencé con su tersa tripita, subí mis manos lentamente hasta notar el sujetador que aprisionaba esos estupendos pechos, que poco a poco se iban poniendo durillos, los acaricié por encima del sujetador y los masajeé durante un buen rato, para luego bajar mis manos en busca de sus braguitas, bajé mis manos por sus piernas acariciando cada rincón de ellas, para subir de nuevo hacia su entrepierna. Acaricié sus braguitas haciéndolas rozar contra su vulva. La cintura de Verónica comenzó a moverse lentamente por el placer que estaba recibiendo, deslicé mis manos dentro de las braguitas buscando sus labios, los separé cuidadosamente e introduje un poco mi dedo moviéndolo lentamente formando circunferencias mientras sus jugos lubrificaban su cueva. Vero comenzó a abrir las piernas para facilitarme su masturbación, que agradecí metiéndole dos dedillos dentro y a fondo, comencé a meterlos y sacarlos lentamente mientras los movimientos de su cintura se hacían más pronunciados. Viendo que la rajita ya estaba bien mojadita me detuve en seco.

La arrodillé delante de la cama, me senté delante de ella desnudo del todo. Le ordené que me la chupara. Tardó un rato en obedecer la orden y dudando buscó mi polla a tientas. Después de rozar mis piernas, encontró mi entrepierna, y en ella mi polla aún inactiva. Con gran dificultad por tener las manos atadas, la fue chupando torpemente y como pudo. Comenzó a crecer mi verga y su torpeza fue disminuyendo. Cogió y tiro para atrás la piel dejando toda la cabeza a merced de su diabólica lengua, que lamía de un lado a otro sin dejarse ningún rincón, mojando con saliva toda la verga que engullía hasta el fondo de su garganta. Dejó un momento mi polla y se dirigió a mis huevos que lamió con sumo cuidado, primero por un lado y luego por el otro, para metérselos enteritos dentro de su boca para jugar y lamérmelos con más cariño.

La detuve y le pregunté cómo le iba. Me contestó que bien pero no acabó la frase con la palabra Amo. Por eso le dije que siempre tenía que dirigirse a mí como amo, y que eso se merecía un castigo. Cogí de la bolsa el látigo de varias puntas y me senté en la cama con ella encima de mis rodillas, enseñándome el trasero como si fuera una niña pequeña. Comencé a azotarla en el trasero, ese trasero tan bonito que tiene ella. Al recibir el primer azote asustada se quiso incorporar pidiéndome que no le diera con el látigo. Le cogí con mi mano de los pelos y le impedí que se moviera. Le dije que se callara si no quería que la castigara más. Seguí con los azotes mientras ella seguía implorando. Ya cansado de que se quejara por unos azotes tan suaves, opté por darle uno que la hiciera callarse del todo. Azoté bien fuerte, el azote resonó en toda la habitación junto con un tremendo quejido que la hizo enmudecer, mientras sus nalgas se ponían coloradas como un tomate.

-¿Quieres que todos sean como éste?.- le dije susurrándole en el oído.

Continúe con los azotes, no tan fuertes como el último, pero que notara el dolor de cada uno de ellos, aunque después del último seguro que agradecía ese tierno dolor que le propinaba el látigo.

Al acabar me levanté de golpe y ella se cayó al suelo arrodillada. Al intentar levantarse me senté encima de su espalda y le dije que se quedara quieta como estaba. Le saqué las bragas y el sostén. Cogí de la bolsa, la bolsa de agua caliente con el tubo. Fui al lavabo y recordando para qué servía la llené de agua hasta que se deformo por la cantidad que llevaba. La tapé con el tapón que llevaba el tubo incorporado y me dirigí hacia Vero. Le ordené que se tendiera en la cama boca arriba y luego pasándole una cuerda por detrás de la nuca le até las puntas a las rodillas, que había flexionado todo lo que podía. Quedo curvada y sin forma alguna de estirarse sin desatarle la cuerda. Le di la vuelta y la dejé con las rodillas y su propia cabeza apoyándola encima de la cama y mostrándome el culito. Bajando la botella para que no cayera gota de agua, le fui a introducir el tubo por el ojete. Separé sus nalgas y apunté el tubo a su puerta trasera. Al notarlo se convulsionó y se dejo caer hacia un lado para impedir que no se lo metiera.

-Por detrás no por favor. – Me dijo suplicándome.

Enfadado por el descaro y la desobediencia cogí los dos últimos trozos de cuerda que quedaban. Enrollé cada uno a una de sus tetas, enrollándosela bien fuerte de forma que no se soltaran. La coloqué bien otra vez, y até los extremos de las cuerdas a los costados de la cama tensándolas bien. Ahora estaba bien inmovilizada, de forma que si intentaba tumbarse, las cuerdas tirarían de sus tetas castigándola por la acción. Continúe con la bolsa de agua, apuntando el tubo a su ojete, mientras Vero no paraba de suplicar. Al notar de nuevo el tubo, se movió para tumbarse sin saber lo que le esperaba. Un tremendo grito de dolor surgió de su boca, cuando la cuerda, tirando de su teta frenó la caída, quedando su cuerpo sujeto sólo por la cuerda y una rodilla en la cama. Sin forma ni fuerzas para ponerse bien en la cama, continuo sollozando por el dolor que sentía en la teta. Su cuerpo torcido, hacía intentos por enderezarse, mientras yo me la miraba sin hacer nada. Cuando creí que ya tenía bastante cogí el látigo y le susurré al oído si tenía ya bastante, si se iba a portar bien de un vez. Asintió con la cabeza y de voz. Con el látigo le azoté en el culo tan fuerte que soltó otro grito de dolor. No había dicho Amo y se lo hice saber. Suplico diciéndome Amo cinco veces. Satisfecho porque parecía que había aprendido, la enderecé liberando su pecho de aquel tirón con la cuerda. Cogí otra vez el tubo y separando las nalgas le metí la punta del tubo por el ojete. No hubo ni un movimiento, ni una palabra en contra. Continúe introduciendo el tubo unos cuatro centímetros dentro de ella. Levanté la bolsa y toda el agua bajo por el tubo metiéndose dentro de sus entrañas. Apreté un poco la bolsa para que entrara un poquito más de agua y retiré el tubo. Susurrándole al oído muy serio, le indiqué que aún no me había visto enfadado y que si se salía una sola gota de dentro, entonces sí que me vería muy enfadado.

Cogí el consolador y separando un poco sus piernas busqué su vulva que temblaba ligeramente por el esfuerzo de aguantar toda el agua dentro suyo. Acaricié sus labios con el consolador, moviéndolo de adelante hacia atrás y de atrás hacia delante. Los separé y fui introduciendo suavemente el consolador, poco a poco, sin prisas, lo retiraba y volvía a meter con movimientos circulares que cambiaba de vez en cuando hacia el otro sentido. Jugué con su conejillo mucho tiempo, mientras con la otra mano le acariciaba el culito sin dejar ningún rincón sin recorrer. Su cintura comenzó a moverse levemente, a contorsionarse y un ligero temblor recorrió su cuerpo mientras su primer gemido me indicó que comenzaba a gozar.

Le solté las cuerdas que le ataban los pechos y cogí las pinzas de la bolsa. Le dije que la iba a follar, que no soltara nada o la castigaría. Me arrodillé en la cama detrás de ella, le saqué el consolador y comencé a meter mi verga que estaba bien tiesa por la excitación. Le agarré de la cintura mientras entraba poco a poco entre sus labios. Busqué sus pechos y le coloqué una pinza en cada pezón mientras un quejido de dolor acompañaba el malvado acto. Comencé a moverme suavemente metiéndola y sacándola, mientras sus labios al igual que su culito apretaban para no ser castigada por la perdida de liquido. Aquella presión era excitante, hacía sentir un placer inesperado que nunca había sentido follando con nadie. Mi verga entraba y salía rítmicamente, mientras el cuerpo de Vero se contorsionaba ligeramente por el placer que estaba recibiendo. Comencé a acelerar mis embestidas, al ritmo que Vero iba aumentando sus suspiros que se transformaron en gemidos. Gemidos que aumentaban de intensidad al igual que aumentaban las embestidas de mi polla, chocando mi vientre contra su culo a cada una de ellas, su coño iba apretando cada vez más aumentando increíblemente mi excitación y mi placer que pronto llegó al máximo. Le agarré de las tetas apretándolas mientras su cuerpo tembló por un momento. Un orgasmo la acompañó de un terrible grito de placer, que se transformó en un continuo jadeo mientras seguía metiéndola rítmicamente en su cueva. Noté como me iba a correr, y soltándole las pinzas, comencé a apretarle los pezones todo lo fuerte que pude, mientras sus quejidos se mezclaban con el excitante jadeo del placer, que me acompañó mientras me corría dentro de ella, soltando tanta leche como nunca había soltado, y gozando de la corrida, que no recordaba ninguna tan larga y con tantos espasmos de placer. Tal fue la corrida que me mantuve quieto un rato descansando con la polla dentro de su coño.

Una vez recuperado la llevé al lavabo, le ordené que soltara todo lo que llevaba dentro. Llevándola otra vez a la cama, le solté las manos y las rodillas. Le ordené que se tumbara boca arriba, y que no se quitara el pañuelo que le tapaba los ojos. Me sitúe encima suyo en cuclillas. Acercando mi culo a su cara le ordene que me lo chupara todo sin dejarse ningún rincón. A tientas busco mis nalgas con sus manos, separándolas con cuidado, mientras su lengua comenzaba a recorrer todo mi culo, empezando por el ojete. Estuvo un buen rato dándole a la lengua sin parar, de aquí para allá, mientras mi verga se iba poniendo otra vez en forma para la ultima penetración.

Con mi polla tiesa otra vez, le ordené que se pusiera a cuatro patas como las perras en celo, que esperan que se la metan a fondo. Separé con cuidado los labios de su coño, y le coloque dos pinzas a cada uno, sin que sus labios soltaran ningún quejido de dolor. Me sitúe delante de aquel culo, que me estaba pidiendo a gritos que lo reventara, separé las nalgas para ver mejor mi objetivo y comencé a meterle mi polla por el ano. Poco a poco y suavemente, fue entrando toda dentro de ella. Dándole tiempo para que dilatara un poco y fuera más placentera la penetración, busqué con mis manos su coño que aún estaba mojadito por los jugos del orgasmo. Separé los labios y le metí dos dedos que comenzaron a follársela, mientras con mi otra mano, frotaba suavemente su clítoris. Su cintura comenzó a acompañar los movimientos de mis manos con suaves vaivenes, que pronto se trasladaron a su culo, invitándome a que me la follara también por detrás. Sin esperar más, comencé a sacarla lentamente, para metérsela con más fuerza y seguir con movimientos rítmicos, acompañados por los dedos que la penetraban por delante. Comenzó a moverse rítmicamente, mientras iba aumentando el placer de los dos. Sin otorgarle tanto placer, sin nada a cambio, le cogí la pinza del labio derecho y estiré un poco. Un quejido de dolor, acompañado de un temblor en su cuerpo, hizo que aceleraran sus gemidos y sus movimientos de cadera, que introducían más y más mi polla dentro de ella, aumentando más, el placer que estaba recibiendo. Le agarré las pinzas del otro labio y tiré suavemente de ellas. La respuesta fue idéntica, y sus jadeos aumentaron. Mi polla iba entrando y saliendo en su culo sin parar, mientras mi respiración aumentaba al igual que las embestidas de mi cintura contra su culo. Le ordené que se corriera antes que yo, y sin previo aviso tiré fuertemente de las pinzas que aprisionaban sus labios vaginales. Un alarido de dolor salió de su boca, acompañado de un temblor de todo su cuerpo. Parecía que el placer mezclado con el dolor la llevaba hacia el orgasmo, porque aumentaron sus gemidos y su cuerpo se convulsionaba espasmódicamente a cada movimiento y a cada embestida de mi polla. Comenzó a temblar jadeando y gritando, mientras mis dedos, en su coño se llenaban de jugo de su orgasmo. Siguió convulsionándose mientras tiraba de sus labios, aumentando mi placer de tal forma que pronto me vino el orgasmo. Un orgasmo mayor que el anterior y que me hizo retorcer de placer, un placer que hizo que mi polla escupiera miles de veces entre las paredes de su cueva, y sin que me permitiera parar. Seguí metiéndola al ritmo de sus gemidos y convulsiones, una vez me había corrido dentro de ella. Comenzó otro temblor de su cuerpo, y otro orgasmo arrancó sus jugos que bajaron entre sus labios hacia mis manos que seguían tirando de sus labios. Después de un terrible aullido nos detuvimos sin podernos mover. Estuvimos mucho tiempo quietos, intentando recuperarnos de aquella experiencia tan alucinante que ya había acabado.

Al salir de la habitación me dirigí al coche y ella me siguió. Una vez dentro y con el coche arrancado la miré, estaba junto a la ventanilla mirándome.

-¿Cómo ha ido todo?

-Bien Amo

-Pues si quieres podemos quedar para otro día.

-¿Cuándo?

-No te preocupes. Te he cogido el numero de tu móvil. Ya te llamaré… …¡¡¡pronto!!!

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