Solamente después de la media noche entendí que mi insomnio tenía su origen en su cuerpo y en el intenso deseo que había sobrevivido desde aquella noche delirante.

Sofía sobre la noche, Sofía en el doloroso recuerdo y en el ansia ineludible de tenerla, Sofía.

Me encontré a mí misma como vigía de mi desesperación y deseo, fundida en mi nocturnidad, caminando casi en secreto y elaborando la imaginación, reinventando su cuerpo, construyendo sus labios, reparando su cansancio, modulando sus sonidos febriles, reintentando el contacto y más allá de todo mi maldita y constante moral, mis prejuicios, las cadenas perennes de la falsa moralidad, ¡yo naufragando en el deseo por una mujer!.

Desperté con el sabor de la noche en vela, profundamente confundida de sí escuchaba el timbre de la puerta en mis sueños o era el final de una noche dolorosa.

Cuando la realidad me impuso levantarme sentí que revivía un poco, mi esposo se había ido por lo que pensé que era ya tarde, me puse mi bata con el fastidio que provoca la incansable andanada de timbres a intervalos e incesantes, bajé las escaleras conteniendo mi coraje y cuando abrí la puerta el posible grito se desvaneció en un lento saludo tembloroso y nervioso.

Allí estaba ella, como invocada por la noche, como una casualidad dulce que provoca el deseo, vestida con un traje sastre color azul cielo y con todo el erotismo desnudándola por fuera.

No recuerdo el motivo de su visita, debió ser alguna de esas excusas inverosímiles que se inventan las personas que tienen cabida para la casualidad y el destino, ni siquiera me importaba, solo le pedí que pasara y que esperara que me vistiera y me duchara. Se sentó en la sala y yo fui a ducharme.

Mientras me bañaba pensaba porque estaba allí, ¿sabría que era yo la mujer con la que hizo el amor junto a aquellos hombres? Su cuerpo formuló la respuesta, sentí una venda cubriendo mis ojos y sus senos rozando mi espalda – “no digas nada amor, déjame disfrutarte toda”- alcanzó a decirme antes que mi boca dejara escapar un gemido profundo con todas las noches anteriores a su cuerpo y sus palabras, un suspiro que contenía todo el deseo y la necesidad de su cuerpo.

Amarró delicadamente la venda y entonces empezó con su lengua el recorrido insospechado por mi espalda, sentía sus senos, sus pezones duros y afilados como rasgándome la piel mientras bajaba con su filo débil y se detenía en mi trasero húmedo.

Tomó con sus manos mi trasero y lo abrió hasta dejar libre de piel mi culo, desguarnecido, indefenso para su lengua punzocortante que de una embestida me abrió dulcemente y se alojó por largo instante moviéndose dentro de mí.

Yo me flexioné hacia delante para que me disfrutara libremente, sentía su lengua recorrerme toda, mis piernas, mis rodillas, mi cintura y las caderas en su boca.

Me volteó y empezó a chuparme mis senos sin consideración, arrancándome la sensibilidad en suaves mordidas mientras metía sus dedos en mi vagina y en mi culo, el baño estaba impregnado de mis gemidos y de la desesperación de ella, sentí que el deseo había sido un común denominador en nuestras noches, sentía que ella me comunicaba el ardor que yo misma había sentido por su cuerpo.

Se paró frente a mí y empezamos a besarnos en la boca, reconociendo el placer homosexual, sentía una excitación indescriptible al besar sus labios carnosos y delicados, su saliva era dulce, su labial se desprendía cuando yo chupaba sus labios y el olor de su cuerpo era una armonía linda que otorgaba un ambiente tierno.

Nuestros pezones chocaban libremente, sus senos eran un tanto más grandes que los míos y nuestros cuerpos parecía adaptarse como una casualidad ardiente y placentera, estábamos en un amarre difícil con mis piernas anudando las suyas y nuestros brazos extraviados en el cuerpo ajeno.

Bajó lentamente hacia mi sexo, abrió mis labios vaginales y encontró mi perdido clítoris entre una abundante masa de vello púbico, me mordió durante algunos minutos y me vine en su cara un par de veces. Se levantó y se puso detrás de mí, me habló al oído con una voz encantadora y profundamente excitante – “en estos momentos daría cualquier cosa por ser hombre y metértelo hasta desmayarte, si lo fuera no dejaría de cogerte un solo minuto” – iba a responderle cuando sentí un falo desproporcionado detrás de mí, con mis manos lo toque y sentí que estaba conectado a un cinturón que ella llevaba puesto, – “imagínate que soy un hombre muy dotado”- lo dijo con sorna mientras empezaba a apuntarlo hacia mi vagina.

El falo fingido era descomunal, mediría quizá unos 35 centímetros y tenía un grosor inimaginable, sin embargo mi deseo había superado esos miedos contables y circunstanciales, ella puso sus manos en mis senos, apretando mis pezones y su boca mordiendo mis oídos y entonces empezó a penetrarme, sentí cada centímetro acomodándose en mi vagina, lentamente y fue un gemido paralelo el que lo acompañó, el cancel del baño se cimbró todo al igual que mi cuerpo, lloré de placer, con una felicidad inexplicable mientras sentía ese placer casi onírico, sentí varias embestidas y no me contuve y terminé una vez más.

Ella me dio un largo abrazo y salió del baño, me quité la venda y salí después, cuando regresé a la sala estaba reluciente, sentada en un sillón hojeando una revista y sin ninguna evidencia que la delatara de unos minutos atrás.

Mi miró un segundo y me dijo – “haremos una reunión mañana en mi casa, quiero invitarte a ti y a tu esposo, te estaremos esperando” – salió de la casa sin decirme nada más y yo me quedé digiriendo esas palabras el resto del día.

En la noche le comenté a mi esposo y él se complació de asistir – “empezaba a sentir que les éramos indiferentes a todo mundo” dijo con algo de alegría y se fue a dormir. Pasé otra noche en agonía, delirando en mi imaginación y pensando que los límites de mis fantasías eran poco para la latente posibilidad de realizarlas.

Al otro día me sentí feliz y orgullosa de mi paciencia estoica y decidida. Había logrado superar la larga noche de espera y tenía todo el día para esperar algo relevante.

A medio día como por obra de la divina providencia dos hombres llegaron a la casa vendiendo ropa, me pareció inusual y absurda la escena de esos dos tipos con un catálogo negro bajo el brazo y dos cajas como predestinadas para mi cuerpo.

Me pareció algo tan poco original, pero seguí con el juego y les pasé a la sala, era evidente que estarían en la noche en la reunión y sus frases los delataban – “se te vería precioso para una ocasión especial” – – “sería un evento ese conjunto en tu cuerpo, nadie se resistiría” – me gustaba la forma en que hablaban con cierta familiaridad y siempre de tu.

Al final me dejaron las dos cajas que llevaban y me pidieron algo de beber, entré a la cocina y les serví un poco de agua fría, cuando regresé a la sala me sugirieron que me probara un traje o un conjunto de lencería para darles la talla exacta, les dije que esperaran y subí al cuarto, dejé la puerta entreabierta y saqué de mi cómoda un conjunto de lencería transparente que llevaba un sostén y una pantaleta en blanco además de unas medias blancas con encaje.

Disimulé que no los veía detrás de la puerta y me senté en la cama poniéndome lentamente las prendas, estaba totalmente desnuda y empecé a subirme una media, la otra, me volteaba, me agachaba, como en un baile lento y candente para ellos, como un rito de adoración, caminé hacia el closet y saqué dos pantaletas, las tiré en la cama y permanecí un rato dándoles la espalda, cuando volteé las prendas ya no estaban, seguí vistiéndome hasta quedar lista para ellos, esperaba que entraran y me hicieran suya, me senté en el peinador y me abrí de piernas, los veía masturbándose detrás de la puerta y yo empecé a hacer lo mismo, metía mis dedos dentro de mí y ellos seguían satisfaciéndose con mis pantaletas, les habría pedido que me tomaran pero sabía que querían esperar para la noche, luego oí dos gemidos paralelos y miré las pantaletas húmedas y olvidadas en el piso, las tomé al momento de escuchar la puerta cerrarse, su semen estaba ardiendo en las prendas, las tomé y empecé a frotarme con ellas sobre mi cuerpo, iban dejando su humedad en mis senos, en mis piernas, en mis caderas, y el olor se extendía en el tiempo, sin darme cuenta me encontré con las ocho de la noche como con un extraño.

Mi esposo llegó al rato con una gala un poco ridícula y esperó a que saliera de ducharme, en el baño mi imaginación era presa de una incertidumbre caliente y reposada, habría bastado el caudal de sensaciones que sentí mientras recordaba a Sofía frotándose en mi cuerpo pero el impulso de la noche era inevitable.

Salí del baño y saqué las dos cajas que me habían dejado, una de ellas contenía un vestido largo color rojo, unos tacones plateados y un juego de lencería todo en rojo; las medias, el liguero, un corsé muy sutil y unos guantes que llegaban hasta mis codos, realmente pensé que era demasiado exagerada la fantasía de aquellos que me trajeron y planearon tal vestimenta, mi esposo quedó perplejo, no sé si por lo inusual de la ropa o porque me encontraba sexy, la verdad es que estaba incómoda pero decidí seguir el juego.

Miré la otra caja con algo de incertidumbre, un lento misterio me recorría cuando pensaba en su contenido. Solo la tomé y la llevé conmigo.

Caminamos hasta la casa de Sofía, mientras lo hacíamos algunos carros que pasaron se detuvieron y sin importarles la presencia de mi esposo me decían cosas lascivas y gratificantes, pensé que los hombres adoraban las imágenes bizarras y exageradas y que todos eran un impulso del fetichismo.

Tocamos un par de veces y al tercer toque de timbre salió Sofía, estaba como sumergida en un sueño de excitación, su cara estaba pálida como conteniendo un orgasmo inevitable, sus pezones eran evidentes tras su vestido idéntico al mío, pero en color blanco, solo nos sonrió y pasamos a la sala donde estaban los dos hermanos de ella, los dos tipos que fueron a mi casa por la tarde, y otros tres hombres en diferentes partes de la casa.

Sofía me presentó con cada una de las personas y sentí a mi marido algo contrariado por la reunión que parecía más un encuentro juvenil que una noche de seriedad y de adultos.

Cenamos bajo un signo inevitable de excitación, las pláticas eran absurdas, todas las referencias llevaban siempre una connotación sexual y hubiera terminado solo de sentir las miradas clavarse, socavar mi cuerpo y explorar mi mente de aquellos siete hombres esperando ávidamente tenerme para ellos.

Después de la cena Sofía fue a la cocina a llevar los trastos, se veía deslumbrante con su vestido largo hasta sus tobillos, caminaba lentamente mostrándose para todos, moviendo sus caderas en una sincronía desesperante, me paré y la seguí para ayudarle, cuando entré a la cocina estaba limpiando un par de platos, tenía una espalda irresistible, me acerqué a ella y entonces no me importó nada que no fuera su cuerpo.

La tomé por la cintura, levanté su vestido hasta su diminuta cintura y escondí mi lengua en su vagina húmeda y dulce, besé sus piernas sobre sus medias y me detenía en el encaje que provocaba una linda sensación en mi lengua, ella se abrió toda para que la disfrutara, yo movía con mis dedos su pantaleta para que mi lengua penetrara toda en su vagina.

Luego se sentó en una silla suave y levantó sus piernas dejándome libre y sin obstáculos su sexo.

En el comedor estaba mi esposo y los demás hombres hablando con su sentido perpetuo de trivialidad, nosotras estábamos en un tipo de gloria lenta y frágil, ajena a los impulsos turbulentos de las ansias varoniles, cuando el tiempo volvió a ser un factor ella me tomó de la mano y me llevó al piso con dulzura, subió mi vestido y se acostó a mi lado abriendo mis piernas y las suyas, acercamos lentamente nuestras vaginas hasta que chocaron y causaron un estrépito interno e inédito para mí, nos movíamos con urgencia, chocando fricativamente y arqueando nuestros cuerpos ofreciéndolo como en un suave rito erótico.

Terminamos en un ahogado orgasmo, luego como recuerdo de la costumbre ella se sentó en mí y empezó a meterme los dedos y metió los míos en su vagina. Un ruido estrepitoso rompió el encanto en el que nos encontrábamos y nos paramos y fuimos de nuevo con los hombres.

No tenía idea de cómo terminaría la noche, después de las doce de la noche pensé que no ocurriría nada y me resigné sin mucho esfuerzo. Mi esposo y yo nos despedimos con una frialdad decidida y caminamos de nuevo a la casa.

Después todo pasó muy rápido, como con una urgencia del destino, la lluvia arremetió implacablemente, mi esposo me detuvo y ocultó en un techo mientras volvía con el auto, yo quedé tiritando y en espera de él.

Entonces un carro que no era el de mi esposo llegó abruptamente y me abrió la puerta trasera, titubeé un momento pero luego tuve una decisión firme originada en mi vientre, subí al carro que estaba lleno de hombres, repasé los asientos y no encontré a Sofía, me senté en medio de cuatro hombres apretujados, hubo un prolongado silencio y luego en el mismo momento en que mi esposo llegaba ellos pusieron sus manos sobre mi cuerpo y me arrancaron el vestido sin consideración, me acostaron en las piernas de los cuatro, extendida, suya, indefensa, entregada, sus manos exploraban mi cuerpo y socavaban debajo del corsé, debajo de la pantaleta, sobre las medias, dentro del sostén.

Mi esposo bajó del carro y se acercó para preguntar, pero ellos encendieron el auto y se fueron, mi esposo los siguió con cierta determinación, pero sin acercarse totalmente.

Mientras nos seguía ellos me besaban todo el cuerpo extendido sobre sus piernas, me levanté y fui acomodándome en cada uno, bajé el pantalón de todos y empecé a dedicarles el sexo con mi boca, pasaba de uno a otro y sentía que en cada encuentro fálico había algo novedoso, algo renovado y crecido.

Fue un momento perpetuo el que se detenía con cada pene dentro de mi boca, los chupaba desde abajo hasta el largo lento que se detenía en sus glandes rosados y ansiosos.

Mi esposo seguía siguiéndonos y aumentaba mi excitación; su deseada esposa chupando los penes de cuatro hombres al mismo tiempo ¿lo estaría pensando él?, su esposa compartida por el deseo de siete hombres ansiosos de cogérsela, su bella esposa cogiendo mientras él la busca desesperadamente.

La lluvia no cesó ni escampó el deseo ardiente que me invadía, aumentaron la velocidad y al rato llegamos a una casa lúgubre que despedía un extraño olor a noche, uno de los hermanos de Sofía me tomó en los brazos y me llevó a la recámara.

Me quedé con él largo tiempo besándonos y abrazándonos, sentí un enorme deseo de que solo él me cogiera y de tenerlo dentro de mi cuerpo, estábamos totalmente a oscuras mezclando nuestros gemidos con el ruido líquido de la lluvia sobre el techo de la casa, lo recosté en la enorme cama suave y lo empecé a desnudar poco a poco, besé cada parte de su cuerpo que quedaba desnuda, sus brazos, su pecho, su espalda y sus dedos, luego desabroche su pantalón y sentí un enorme pene entre mis manos, realmente era enorme, lo sostenía con mis dos manos y sólo abarcaba la mitad, lo chupé como nunca lo había hecho antes, con una rabia y desesperación inusuales, abría toda mi boca y sentía como chocaba contra mis dientes el glande de su pene, no tengo ninguna teoría sobre el amor pero sentí en ese momento que era feliz y que podía enamorarme de ese hombre sin ninguna complicación, esperaba que me poseyera salvajemente y que llenara con su verga el vacío de mi cuerpo.

Me miró un instante en medio de la oscuridad y me llevó a la recámara siguiente, ahí estaba Sofía totalmente desnuda, amarrada a la cama y siendo penetrada por dos hombres mientras los otros se masturbaban viendo la escena, el otro hermano de Sofía vino hacia nosotros y entonces me sentí invadida de una gloria perversa mientras veía a Sofía gemir desesperadamente, los dos hermanos me pidieron que me fuera con ellos y yo no dudé en hacerlo, cuando salíamos de la recámara miré hacia ella y la vi con la boca invadida de las cinco vergas de ellos y alcancé a ver como terminaban todos en su boca y se la llevaban a un cuarto oscuro enseguida de la recámara.

Ellos me tranquilizaron y me dijeron que estaría bien, salimos de la casa cuando me vistieron solo con un abrigo y unos tacones muy altos y negros, me pusieron una peluca rubia y unos lentes oscuros, me sentía algo incómoda de no llevar ropa debajo del abrigo, pero me acostumbre rápidamente y cuando la lluvia había cesado un poco.

Nos fuimos en el auto e íbamos riendo y creando un ambiente suelto entre los tres, estaba sentada entre los dos y tenía la mano de cada uno en una pierna, Ricardo, el mayor de los dos se hincó ante mí, me abrió el abrigo y separó mis piernas para hacerme el amor con la boca, mientras lo hacía yo besaba a Juan en el oído y le hablaba lentamente – “quiero que me cojas ahora mismo mi amor, es a ti a quien quiero, no dejo de pensar en tu verga, házmelo” – lo decía en silencio para no herir la susceptibilidad de Ricardo, lo cierto era que deseaba a su hermano como pocas veces había sentido ese deseo esencial por un hombre.

Nos detuvimos en un café apartado, solitario y triste a un lado del camino, cuando entramos vi a mi esposo sentado en la barra y sentí un nerviosismo extraordinario, ellos me tranquilizaron y me hicieron ver que no me reconocería.

Nos sentamos detrás de él y ellos fueron a saludarlo, le plantearon que yo me había ido con mi hermana que pasaba justo en el momento del aguacero y quizá había dejado un mensaje en la contestadora, minutos más tarde lo hice.

Pareció despreocuparse un poco y siguió conversando con ellos, le pidieron alojamiento en la casa ya que tenían muchas visitas y pensé que eso ya rayaba en lo absurdo y en lo inverosímil pero luego me dí cuenta lo que planeaban y me gustó.

Mi esposo aceptó y después de saludarme a distancia se fue a la casa y nosotros nos quedamos en el café un momento, era fácil deducir que la rubia bajo el abrigo, los lentes y la peluca rizada era yo pero mi esposo no estaba dado para las cuestiones intuitivas así que no quiso indagar en su tranquilidad, había una música lenta y desesperante de algún bohemio del blues, Juan me sacó a bailar en tono de juego y yo lo seguía hasta la pequeña pista central, fue algo estimulante, mientras bailábamos metía sus manos debajo de mi abrigo, jugaba con mis pezones y me metía los dedos en mi vagina sin ningún pudor, nos besamos largo rato hasta que sentí a su hermano en mi espalda pegándose a mi cuerpo, nos movíamos lentamente ante la mirada atónita del camarero que disimuladamente volteaba hacia nosotros.

Mientras bailábamos Ricardo abrió el abrigo y se metió en mi cuerpo, abrió su cremallera y saco su enorme pene idéntico al de su hermano, levantó una de mis piernas y la sostuvo mientras empezaba a penetrarme lentamente. Juan tenía sus enormes manos en mi trasero y sus dientes triturándome las fantasías en el oído.

Ricardo metió su pene hasta la mitad y sentí un ardor que subió hasta mi boca y me hizo gemir, el gemido dio vueltas por la pista y sentí que se estrellaba en el eco sordo del café, el camarero volteó y se incomodó, pero no dijo nada.

Me sentía desatada, Ricardo me besaba en los labios y pasaba de lo sutil a lo impulsivo, su pene entraba hasta donde lo permitía la postura en que estábamos, pero yo sentía un lleno sexual inmenso.

Tenía sus manos en mi pecho apretando mis pezones afilados y sentía detrás de mí una enorme dureza posada en mi espalda. Nos movíamos al unísono en ese ritmo empírico de tres cuerpos en el sexo compartido, Juan sacó su pene y subió mi abrigo hasta la cintura, entonces el camarero pareció sufrir un colapso emocional y a lo lejos vimos que iba al teléfono para hacer una llamada, posiblemente habíamos sobrepasado sus límites morales.

De cualquier forma seguimos en nuestro encuentro caliente, Juan apuntó hacia mi vagina ocupada su pene y sentí como iba entrando en ella rasgando el pene de su hermano, entró difícilmente, sentí un ardor caliente, un castigo de placer pleno que me hizo gritar en medio de la pista, me callaron besándome los labios al mismo tiempo, cada uno en la mitad de los labios, nuestras lenguas chocando indiferentemente, mezclando la saliva tibia de los tres, sentía una asfixia deliciosa con esos dos cuerpos apretándose al mío, sentí la lengua de ellos en cada uno de mis oídos y las palabras tomar el camino hacia mis deseos: – “Así Cristina, déjanos cogerte más corazón, estás jodidamente buena, ábrete toda para nosotros” – – “estás riquísima, vamos a cogerte toda la noche en tu casa, enfrente de tu marido ¿lo quieres?” – – “Sí, cójanme toda, más, cóchenme, ábranme toda, soy suya, déjenme toda abierta para mi esposo, háganme lo que quieran” -.

Mientras me penetraban con mis manos masturbaba la parte libre de sus penes, no es exagerado decir que los abarcaba con dificultad, como si fueran un par de botellas.

Nos separamos cuando llegó una patrulla al lugar. Yo fui al tocador un momento y de regreso me topé con un hombre vestido de oficial, pensé que el camarero estaba herido de su moral y que había llamado al hombre para poner orden – como si en el sexo existiera un posible orden- sobre sus hombres miré a Juan y Ricardo hablando con otro oficial.

Me miró un momento, intimidándome con su mirada oculta tras los lentes oscuros y aborrecibles, de un impulso me tomó de la cintura y yo reaccioné dándole una bofetada, él me tomó con más fuerza y me llevó a un cuarto lateral, oscuro y pequeño, forcejeé un momento e iba a gritar cuando él puso su macana en mi boca, quedé en suspenso un minuto y aun invadida por el deseo que no se extinguía en mi cuerpo empecé a mamarle su arma negra mientras lo miraba fijamente a sus ojos.

Abrió mi abrigo de un zarpazo y me recargó en la pared de madera, sacó su pene y sentí la misma emoción que con mis dos hombres, era una noche delirante, eran los tres hombres más dotados que había tenido, bajé ante su pene y lo chupé con dedicación, explorando su carne y mordiendo suavemente su glande inmenso, me levanté un poco y él acomodó su verga entre mis senos, yo los apretaba sintiendo el roce ante mi piel de su pene, puso de nuevo su arma en mi boca y yo lo miraba contraerse cada vez que me metía su verga hasta dentro, cerró los ojos y terminó en un caudal blanco que se estrelló completamente en mi garganta. Me paró junto a él y estuvo largo rato tocándome y luego se marchó.

Salimos de la cafetería después de las dos de la madrugada. Sentía un escalofrío recorrer despacio mi cuerpo. En todo el trayecto hacia la casa no hablamos, había una frialdad inquietante en ellos.

Llegamos a casa y mi esposo nos abrió la puerta, me miró un instante y luego nos llevó a la habitación contigua.

Yo caminaba con la naturalidad de estar en mi casa, sentí que me evidenciaba cuando tomaba algo y cuando fui al baño ni siquiera pregunté dónde estaba.

Entonces mi esposo se fue a dormir, ellos me miraron y me dieron la caja que no había abierto, sin decirme nada me indicaron que me cambiara y fueron al cuarto.

Cuando abrí la caja miré un juego de dildos, unos tacones negros y un juego de lencería de cuero, jamás había usado ese tipo de ropa sadomasoquista, era un juego fetichista donde yo no sabía que papel jugaría.

Me cambié y me dirigí al cuarto, ahí estaban ellos totalmente desnudos, con sus penes erectos, palpitantes, se quitaron de la cama y se sentaron en un sillón de al lado, yo me subí a la cama sin saber que hacer, dejé la caja a un lado y Ricardo vació el contenido en la sábana de seda.

Había dildos y juguetes eróticos que conocía pero que nunca había usado, solo seguí con el juego y tomé un pene postizo enorme y negro y empecé a jugar con él, lo metí entre mis senos, lo chupé largo rato mientras miraba con miedo a los dos hermanos, luego lo metí en mi vagina y en mi culo al mismo tiempo, era blando y podía manipularlo como quería.

Lo solté y fui arrastrándome hacia mis dos hombres como imitando las estrategias de pasión de los fetichistas, ellos estaban complacidos, me hinqué entre los dos y empecé a mamar sus penes al mismo tiempo, duré una eternidad estimulando sus vergas y sintiendo un calor inusual en mi garganta, luego me desnudaron totalmente y me sentí indefensa, perdí altura y quedé entre sus pechos perdida entre sus cuerpos.

Nos metimos en la cama, levantamos las sábanas y nos metimos los tres dentro, la táctica cambió, ahora era un juego marital de tres, me besaban todo el cuerpo con dedicación, sentía sus lenguas recorrer desde mi cuello hasta mi sexo y alojarse en mi vagina y en mi culo al mismo tiempo, se subieron y se acomodaron para penetrarme al mismo tiempo, me levantaron una pierna para tener un campo más amplio y entonces sentí como se introducían en mi cuerpo esos dos falos enormes, grité de la excitación, mi esposo tocó a la puerta preguntando si todo estaba bien, ellos no le respondieron y el siguió tocando un rato hasta que vio que no le contestaríamos, – “Así Cris cómetelo todo, aprieta más”- me decían mientras me penetraban, cambiamos posiciones infinidad de veces, mi esposo debió escuchar mis gritos de placer, debió escuchar que les decía a ellos que los amaba y que mi esposo no era nada comparado con ellos, debió escuchar sus gemidos mientras mamaba sus penes, debió escuchar los orgasmos que tuve con esos dos hombres, debió escuchar que subí al closet a cambiarme de ropa toda la noche para ellos, que acabamos en la bañera metidos en el agua y al otro día debió haber visto el semen en el agua.

En realidad, debió saber muchas cosas.

Aunque sabría mucho más después.

Una obsesión sin límites II.