Tengo 43 años y mi esposa 42.

Nos conocemos desde muy jóvenes y siempre nos entendimos a las mil maravillas en la cama.

En general, salvo los incidentes propios de todo matrimonio, llevábamos una relación muy feliz.

Una ocasión tuvimos un disgusto y nuestras relaciones, incluidas las sexuales, se enfriaron. Hasta que vino la reconciliación, la cual terminó en tremenda revolcada en la cama.

Ahí, ensartada, me confesó que conforme pasaba el tiempo y yo no me la cogía se había sentido cada vez más caliente, hasta que buscó a un antiguo maestro que ya la había hecho suya una vez.

En vez de enojarme me excité muchísimo mientras me iba contando, a petición mía y con lujo de detalles, cómo otro hombre le había dado cañón; ella se dio cuenta de mi reacción al sentir cómo mi pinga se engrosaba aún más en sus entrañas y decidió contarme todas las aventuras que había tenido.

Ese fin de semana quedé con el pájaro dolorido de tanto coger, ya que apenas si parábamos un poco para comer y descansar.

Yo también le conté todo lo que recordaba en ese momento y sentí que nos conocimos más, nos aceptamos como somos, nos sentimos en completa libertad, quedamos muy satisfechos y nuestra relación se hizo más fuerte, por lo que me pareció algo muy bueno y sentí que la vida era muy bella.

Desde entonces fantaseábamos en torno a la participación de hombres y mujeres en nuestras relaciones, y aunque en los instantes de mayor excitación ella se mostraba dispuesta, cuando yo le proponía pasar a los hechos se resistía.

No obstante me parecía tan puta la forma en que se había entregado a su ex maestro, que ardía yo por verla emputecida en brazos de otro, de modo que poco a poco la fui convenciendo, llevándole películas y revistas, y haciéndola imaginarse lo que podríamos hacer tres en la cama, hasta que finalmente estuvo de acuerdo en intentarlo.

Puse un anuncio y seleccioné a uno de quienes lo contestaron. Fui a conocerlo para saber cómo era, si podría adaptarse a nosotros y si le gustaría a mi mujer.

Después de platicar un buen rato le pregunté de qué tamaño tenía el miembro, ya que ella quedó fascinada con el pito de su ex maestro, que es más grande que el mío; él me dijo que era de tamaño regular e insistió en que fuésemos a verla.

Excitado por la conversación acepté y lo llevé a casa, explicándole a ella que él era la persona de quien le había comentado. Se puso un tanto nerviosa y se sonrojó, y lo hizo más aún cuando le dije que ya le había preguntado de qué tamaño lo tenía.

Alejandro, que se portó muy correctamente, le dijo entonces que tenía un pene de regular tamaño y que le agradaría mostrárselo en ese momento para que lo conociera, ya que ella, que es muy guapa, le había gustado mucho.

Como había niños durmiendo, decidimos que era mejor esperar para otro día e hicimos una cita para el siguiente fin de semana.

Llegado el día, ella se vistió con una pequeña pantaleta, una amplia minifalda y unos zapatos de tacón comprados exclusivamente para ese día. Se maquilló cuidadosamente y decidió no ponerse nada debajo de la playera para que todo estuviera más al alcance de la mano.

Alejandro llegó y todos estábamos un poco nerviosos; luego lo llamé a sentarse junto a nosotros, tomé su brazo y lo puse sobre los hombros de mi mujer, a quien empecé a acariciarle una teta.

Ella se excitó y volteó a besarlo apasionadamente en la boca. Sentí un vuelco en el corazón, en parte de celos y en parte de excitación, al ver la entrega que ponía en aquel beso.

Como el hielo no acababa de romperse del todo, ella tomó la iniciativa y le dijo -El otro día querías enseñarme algo, muéstramelo ahora. Alejandro se levantó y se quitó toda la ropa, a excepción del calzón.

– Aquí está, tómalo, le dijo al momento que acercaba la cadera al rostro de ella, quien tomó el borde de la prenda y lo bajó, poniendo ante nuestra mirada la verga de Alejandro, más corta y delgada que la mía, pero con la gran cabezona curvada hacia un lado.

Fue un momento de gran excitación. Ella tomó la verga y sus dedos la recorrieron suavemente, acariciando también los huevos; luego él terminó de quitarse los calzones, la tomó de la mano y la levantó.

Se abrazaron como si estuvieran bailando. Ella se aferró a su cuello y le besó largamente, mientras él le levantaba la falda y se apropiaba de sus nalgas para masajearlas por arriba y por debajo del calzón, a la vez que pegaba su arma contra el vientre femenino.

Después le quitó la playera, le besó brevemente las tetas y la llevó a sentarse; se agachó, le levantó las piernas por los tobillos y le quitó los calzones, que ya estaban fuera de su lugar. Entonces ella volteó a mirarme, me dio un largo beso y pidió: -¡Desvístete!

Rápidamente me quité toda la ropa y les propuse que pasáramos a la habitación. Dejamos toda la ropa ahí tirada en el piso.

Como vivíamos en un departamento y la cama hace mucho ruido, quité el colchón para mover la base hacia otro cuarto, y cuando regresé me sorprendió ver a mi esposa parada detrás de él, abrazándolo de la cintura con una mano y manipulando su verga con la otra, mientras restregaba su pubis contra las nalgas de él y le decía algo al oído.

Otra vez sentí algo contradictorio: una punzada de celos y por otra parte un aguijonazo de excitación; en ese momento sentí que algo mojaba mi pierna y vi que mi verga, gruesa y cabezona, goteaba lubricante presta a entrar en acción. Nunca me había goteado así.

Alejandro ser volvió hacia mi mujer y le dijo: -Ahora vamos a hacer realidad tus fantasías, híncate. Tomó mi verga y la acercó a la boca de ella, lo mismo que la suya.

Ella tomó nuestras vergas en sus manos y las besó suavemente sin mamarlas. Alejandro se retiró y se sentó recargado en la pared, con las piernas abiertas. Con la mano en la nuca de ella la atrajo hacia sí y ordenó -Mámamela.

Ella, empinada, con el culo levantado y el rostro casi pegado al colchón, dudó un poco, tomó la verga con la mano derecha y la metió a su boca, pero la retiró casi de inmediato. -Sabe muy salada, dijo. -Me acabo de bañar, dijo él, – Pero si quieres me lavo otra vez. Ella dijo -No, voy a ser tuya así, y se la volvió a introducir.

Nuevamente me sorprendí porque ella empezó a mamarlo con tal fruición y ansiedad que parecía que era la primera vez que tocaba a un hombre.

Estaba en éxtasis, con los ojos cerrados, recorriendo el tronco con su lengua, chupando y comiéndose sus jugos, para después hundírselo hasta el fondo de la garganta y nuevamente sacárselo para pasárselo por todo el rostro y luego hundir éste entre los pelos de aquel hombre que prácticamente acababa de conocer, acariciando con sus labios los huevos.

Después se acostó boca arriba entre las piernas de él, que estaba hincado, y durante largo rato volvió a dedicarse a los huevos para luego hurgar con su lengua entre las nalgas de él hasta alcanzar el ano.

Ya no sentí celos, sino sólo un profundo arrebato. -Qué hermosa puta eres, qué bella te ves, le dije. Por toda respuesta ella le pidió: -Cógeme. Él se quedó donde estaba y le dijo -Ponme un condón. Mi mujer tomó un sobre, lo abrió, y con una delicadeza que me enloqueció le puso el preservativo; luego se acostó boca arriba, acomodándose para que él -quien no se había movido- quedara entre sus piernas.

Ante sus evidentes intenciones le pregunté -¿Quieres que te coja Alejandro? -Sí, respondió ella. Yo, para ver su putez, insistí -¿De veras quieres que te la meta ahorita? -Sí, dijo ella, e impaciente flexionó las piernas alrededor de la cintura de él para atraerlo hacia sí.

Él, por supuesto, no se hizo de rogar; le puso el pito entre las piernas e hizo tal movimiento de nalgas, empujando con fuerza y girándolas con tanta energía, que inmediatamente le arrancó un grito de placer, luego de lo cual mi mujer levantó las piernas y las abrió lo más que pudo a fin de que aquella verga recién conocida le entrara lo más posible y los huevos le tocaran el ano.

Yo estaba cada vez más excitado y di vueltas alrededor del colchón, me puse de pie y me agaché para observar desde todos los ángulos posibles cómo el cabrón agarraba un ritmo bárbaro entrando y saliendo de la vieja que era mi vieja, mientras ella lo besaba, le acariciaba las nalgas y el cabello, abriendo a veces unos ojotes cuando él le llegaba hasta el fondo y otras cerrándolos mientras gritaba y sollozaba como nunca lo había hecho conmigo.

Yo estaba fuera de mí. Escuchar sus sollozos, ver sus pelos enredados con los de él, ver cómo se entrelazaban sus lenguas y cómo escurrían los jugos de ella empapando los huevos de aquel cabrón que estaba dándose gusto con mi mujer prestada en mi colchón, me puso al borde de venirme.

Yo también quería saborear aquella cola, besar aquella boca; pero cuando les dije que me tocaba, ella sólo dijo -¡No! ¡No!. ¡Déjalo! ¡Deja que me chingue!, en tanto que él se hacía cómplice aumentando el ritmo, acunándose entre las piernas de ella, hasta que casi al mismo tiempo empezaron a gritar y ella lo jalaba de las nalgas y luego se abría de patas todo lo que podía en una desenfrenada exhibición de putez que me hizo muy feliz.

Terminados los gritos, ambos se quedaron entrepiernados muy tranquilos; él sudoroso y ella besándolo en la boca como colegiala. Luego ella me dijo -Te toca, y después de que Alejandro se retiró de entre sus piernas, me atrajo hacia sí.

Yo tenía el pitote hinchadísimo, pero ella estaba tan mojada que entró con la mayor facilidad. -Cabrona, no te lo querías quitar de encima, le dije. -Para eso lo trajiste, me contestó. Tanta putez era demasiada y le solté la leche en medio de mis gritos, mientras ella me acariciaba el pelo como a un niño pequeño.

Una vez repuestos nos acercamos a Alejandro que se había acostado a un lado. Ella se colocó en medio de ambos y él le pasó el brazo por los hombros. Estuvimos platicando un rato hasta que ella estiró la mano y le agarró la reata, que estaba flácida.

Lo empezó a acariciar y a besarle el cuello y las tetillas, luego se acomodó para chaquetearle el pito con una mano y acariciarle el culo con la otra, hasta que se le paró; después bajo hasta los huevos y se puso a mamarlo como loca, hasta que Alejandro dijo -Me vengo, me vengo…

Ella sacó la verga de su boca y apartó el rostro para ver cómo arrojaba los mocos; al final apretó el pájaro desde la base de los huevos hasta la punta para exprimirle toda la leche y se recostó sobre el vientre de él mientras estiraba la lengua para probar el semen de su picador.

Esa fue la primera vez que la presté. Luego tuvimos otras experiencias y a cada cogida yo me sentía más feliz y lleno de vida; más enamorado y con más proyectos. Después, por diversas razones, tuvimos algunos años muy difíciles pero ahora estamos saliendo de nuevo adelante. Inclusive hace algún tiempo pusimos un mensaje buscando contactos en la ciudad de México, pero ella todavía no estaba preparada.

Ahora estamos listos para dejar salir la esposa puta que hay en ella.

Nos gustaría probar en un parque, en un autobús en circulación por las calles, en una piscina, en un avión, en las oficinas o el trabajo de un amigo, en un prostíbulo, etc. Inclusive hemos pensado en la posibilidad de que ella se prostituya (no por negocio, sino por placer).

Nos gustaría encontrar amigos decididos, supercalientes, discretos y sanos que nos ayuden a vivir lo que queremos.