Cuando al fin obtuve mi título de abogado no me sorprendió conseguir empleo rápidamente.
Había obtenido la medalla de oro en la Universidad y eso, como bien imaginarán, me permitió hasta el lujo de descartar alguna propuestas.
Pero me decidí por Marcó-Pezuela-Salerno, porque era conocido en el ambiente como el mejor bufete de Madrid.
Una sólida organización con 60 años de reconocida trayectoria.
Digo reconocida, aunque no muy limpia. No faltó quien me avisara que ese estudio era conocido en el ambiente jurídico por la defensa exitosa de algunos personajes de sórdido prontuario.
No me importó.
Ganaría mucho más dinero allí que en puestos similares de otros bufetes y, mi responsabilidad como abogado nuevo serían harto limitadas. Mi plan era embolsar la suficiente experiencia y dinero como para en cinco años poder abrir mi propia oficina.
Desde mi primer día comprendí que la imagen tradicional del lugar estaba bien justificada.
Desde la arquitectura, de mediados del siglo XX pero exquisitamente conservada, hasta el silencio de museo imperante durante las horas de trabajo, pasando por la conservadora moda que exhibía tanto el plantel de abogados como las secretarias.
Hace 5 años de esto que relato, yo contaba entonces con 24 primaveras y un cuerpo moldeado por la vida deportiva y disciplinada que siempre había llevado.
Les diré de mí que soy alto, mido cerca de 1,9 metros, ojos verdes y llevo mi cabello castaño muy corto y muy formal.
Pero no soy un marciano.
Me gustan las mujeres como a cualquiera y un buen whisky de tanto en tanto no escapa a mis expectativas.
Empecé a trabajar en un puesto de baja responsabilidad, aunque me asignaron un despacho pequeño, confortable y lujoso.
Durante unos seis meses me esforcé por cumplir mis obligaciones laborales y sociales.
Jamás hablaba en las reuniones internas a menos que se me preguntara y solo si tenía algo incuestionable que decir.
Cumplía en tiempo mis trabajos, pocas veces alguien me tuvo que observar por faltas de forma y jamás por fallas de fondo.
Asistía a las reuniones sociales que brindaban los Marcó o los Pezuela o los Salerno en sus espléndidas mansiones.
Eran fastuosas y de rigurosa etiqueta.
Asistían abogados y clientes importantes. Miembros del gobierno y del parlamento. También acaudalados banqueros y empresarios.
Yo me movía entre ellos con comodidad y en silencio. De tanto en tanto opinaba cuando estaba seguro que mis palabras eran las justas y eso me iba haciendo conocido y respetado.
Como generalmente asistía solo por ser soltero, me dedicaba a mirar las esposas ajenas y a valorarlas.
Eran señoras despampanantes que solo vivían para cuidarse. Enjoyadas y de cuerpos esculturales.
Especialmente la Sra. Marcó.
De inmediato me fijé en ella con todo el cuidado por el peligro que implicaba ser descubierto en el acto de observar demasiado.
Marcó rondaba los 70 años, pero Pilar Marcó apenas parecía superar los 40.
Esa diferencia de edad me excitó desde un principio. Era obvio que su esposo no la satisfaría en la cama como esa tremenda mujer merecía y me pregunté quien sería su afortunado amante.
Era una morocha espectacular que vestía con tremenda sensualidad sus vestidos de etiqueta sin espalda y que apenas cubría sus senos de adolescente.
A las claras elegía sus ropas de forma de mostrar sus largas y torneadas piernas y vestía sus pies con finísimos zapatos de tacón que me erizaban la polla.
Pero claro, era inatacable aunque le dedicara mis mejores pajas.
Yo me preguntaba siempre donde habrían conseguido mis ancianos jefes a esas maravillosas mujeres de fantasía. Tal vez algún día yo mismo pudiese conseguir alguna.
Fue a los seis meses que mi destino empezó a girar.
Hasta entonces nunca había yo percibido nada ilegal dentro del Bufete, pero cierto día llegó a mi escritorio (posiblemente por error de alguna secretaria) un informe confidencial acerca de un individuo llamado «Klaus Rodriguez Larreta».
Y no aguanté: lo leí.
Este fulano era un zar de la droga y la prostitución. Un tipo refinado, muy rico, con actividades legales que servían de pantalla a sus verdaderos negocios.
Ahora estaba acusado del crimen de un hombre y Marcó-Pezuela-Salerno, sus abogados de siempre tomaban su defensa.
El informe era a todas luces algo condenatorio. El tipo era culpable y me pareció que sin dudas sería condenado de no mediar un milagro.
Leí en informe y sin dejar huellas de mi indiscreta conducta lo hice llegar a su destino silenciosamente.
No los voy a aburrir con detalles. Solo les diré que empecé a investigar el caso por las mías en mis ratos libres y descubrí una forma de salvarlo echándole el fardo a otro.
¿Qué importaba?.
Rodriguez Larreta era nuestro cliente y el otro no. Después de todo así funciona el sistema, ¿No?: Mas justicia para los que más tienen. Podrá ser espantoso, pero cuando yo nací el sistema ya estaba inventado.
Lo que siguió a mi espectacular actuación fue increíble.
El estudio me premió con un millón de dólares por mi actuación (Rodriguez Larreta había pagado 6 millones por su defensa).
Me ascendieron y triplicaron mi sueldo.
Y Rodriguez Larreta me invitó a una fiesta en su mansión porque como me dijo «Mi abogado estrella sería la atracción de la noche».
Llegué en mi nuevo Porsche (siempre quise uno) y solo como de costumbre.
A diferencia de las fiestas que conocía, esta estaba desbandada apenas al comenzar.
Se notaba que los festejos habían comenzado antes con abundante licor.
Rodriguez estaba borracho y me abrazaba palmeando mi espalda y presentándome gente nueva que catalogué inmediatamente como mafiosos.
Toda la casa estaba repleta de mujeres de primer nivel. Hasta reconocí algunas modelos del jet set europeo.
También estaba el Dr Marcó, aunque no me pareció que estuviese muy divertido y si muy obligado e incómodo.
Pero no así Pilar Marcó.
Ella tenía la vista brillosa de alguien que ha abusado un poco del Champagne.
Bailaba en otra sala exhibiendo sensualmente su cuerpo al compás de una música atronadora.
Dos horas después de mi llegada la cosa se descontrolaba y yo era un protagonista de excepción dado que estaba regulando mi consumo de alcohol.
La fiesta era demasiado buena para arruinarla con una borrachera.
Noté entonces que el Dr Marcó me llamaba discretamente y me acerqué.
«Mira», me dijo, «yo me marcho, pero si le insinúo a Pilar que me acompañe mañana no habrá quien la aguante. Hazme un favor y acompáñala a casa dentro de un par de horas».
«Así lo haré Dr», contesté si poder creer en mi suerte.
Cuando Marcó cruzó la puerta yo me preparé para atacar.
Era evidente que la fiesta se degeneraba rápidamente.
Las borracheras empezaban a mostrarse ya sin vergüenzas y no solo en los hombres sino también en las mujeres.
Yo me acerqué a Pilar y ella me invitó a bailar. Aún se movía sensualmente, pero ahora sostenía en su mano una botella de Champagne y bebía grandes tragos del pico sin parar de contornearse.
Las luces no eran muy altas y yo me acerqué a ella y le acomodé mi polla en su cuerpo para que ella la notara.
Ante mi sorpresa no solo la notó, sino que con su mano libre comenzó a acariciarla por sobre mi pantalón.
Yo la tomé de la cintura y la saqué de ese lugar a la búsqueda de una habitación libre donde follarla a placer.
Ella tenía pasos vacilantes y reía sin parar: estaba completamente borracha.
A medida que atravesaba la inmensa casa encontraba parejas follando en cualquier sitio.
También parejas empolvándose con mierda y riendo histéricamente.
En un sillón, una escultural rubia semidesnuda estaba mamando una enorme polla mientras un ganster monumental penetraba su culo.
Entretanto, mi mano acariciaba el muslo de Pilar colándose por debajo de su vestido. La muy puta no llevaba Bragas.
Entré en dos habitaciones ocupadas por parejas follando, hasta que, cansado ya de probar, me quedé en la tercera, ocupada por dos morochas infartantes que se estaban cepillando a un asqueroso pero seguramente muy adinerado gordo.
Cerré la puerta y apoyé a Pilar en la pared para besar su cuello.
Ella seguía bebiendo de la botella.
Me arrodillé y empecé a comerle el coñito que inmediatamente se inundó de líquido viscoso.
Mientras hacía esto liberé mi polla de su encierro.
La tenía tremendamente dura.
Me incorporé y sin mediar segundo, la clavé con tal fuerza que Pilar se elevó un poco del suelo.
«Eso papito, me susurró al oído, clávamela, dámela con fuerza»
Escuchar a la Dama de mi Jefe susurrando en mi oído como una puta barata me puso a mil. Y sentí como mi leche llenaba su coño.
Ella dejó caer la botella y se puso a beber mi polla con desesperación.
Tan bien la mamó, que volvió a endurecerla.
Entonces la giré y abriendo su culo la penetré hasta el fondo.
«¿Le gusta así a la Señora?» , le pregunté al oído.
Ella gritaba de dolor y de placer.
Yo me movía tomando sus caderas y obligándola a mover su culo a mi compás con suaves giros.
Después me confesaría que ella obtenía su placer cuando le rompían el culo, cosa que solo lograba con el piletero de la mansión mientras el Dr Marcó los observaba. Al Dr le gustaba mirar dado que ya no podía poseerla.
Jamás en mi vida ví puta tan inmunda como Pilar Marcó. Una viciosa con todas las letras.
Debo haberla cogido cuatro veces esa noche y cuando creía que ya no podía más ella se las ingeniaba para endurecerme la polla otra vez.
Luego de un rato volvimos a la fiesta y mientras ella bebía otra vez, nos entretuvimos viendo una extraña competencia en la cual dos mujeres se disputaban el record de polvazos con todos los voluntarios masculinos que quisieran poseerlas.
Estaban tan drogadas como yo jamás había visto.
Al fin, logré llegar al auto y sentarla en el asiento del acompañante.
Creí que se dormiría rápido, pero en lugar de ello sacó polvo de su cartera y pegó dos aspiradas fenomenales.
Luego, mientras yo conducía por la autopista, se dedicó a lamer mi polla el resto del trayecto hasta su casa y la dejé en custodia del ama de llaves cuando el sol estaba sobre el horizonte.