La profesora
Como todos los días, el despertador sonó a la misma hora con un desesperante tintineo en los oídos de Lucía.
Su profundo sueño se interrumpió de inmediato, e instintivamente su mano apareció entre las sábanas para golpear el despertador, que cesó en su intención de hacer cada vez más ruido.
De un manotazo, apartó las sábanas dejando al descubierto su cuerpo desnudo, tan solo cubierto por unas diminutas braguitas blancas.
Aún sin despertar y con sus músculos entumecidos, pudo alcanzar a ciegas el baño y abrir a tientas el grifo de la ducha.
Cuando notó en su mano que la temperatura del agua estaba en su punto, entró.
El agua sobre su piel empezó a despertarla de su letargo, para darse cuenta de que se había metido con las bragas puestas.
Empapadas, las deslizó por sus muslos y las dejó caer en el suelo de la ducha.
La mata de pelo negro oscuro que cubría su sexo, comenzó a mojarse con el agua que caía como una cascada desde sus pechos, acariciando cada centímetro de su piel.
Ya más despierta, salió de la ducha y comenzó a secarse, primero su largo pelo negro, para después continuar recorriendo sus brazos y detenerse a secar con mimo sus grandes pechos, con forma de pera y oscuros pezones.
Su singular recorrido por la geografía de su cuerpo alcanzó el valle de su estómago, se topó con el matorral negro que cubría la entrada a la cueva húmeda y cálida del placer.
Levantó una de sus piernas y la apoyó sobre el borde de la bañera, para a continuación deslizar la toalla desde la zona interior de sus muslos hasta su tobillo.
Una vez estuvo su cuerpo bien seco, extendió sobre él crema hidratante.
No dejó ni un solo rincón sin aplicar la crema, incluidos sus pechos.
De un cajón extrajo unas braguitas rojas de encaje y con equilibrio, levantando una de sus piernas, la introdujo por uno de los orificios para hacer lo mismo con la otra pierna.
Deslizó las braguitas por sus muslos hacia arriba con cierta dificultad, pues eran pequeñas.
Finalmente, se las colocó tapando con dificultad el vello de su pubis, que luchaba por salir por los bordes de la braguita.
Con sus dedos, recorrió el borde de las bragas, que estaba metido en la hendidura de su culo, para sacarlo y colocarlo sobre sus nalgas acentuando aún más si cabe su redondez.
Después de secar y peinar su melena, eligió del armario ropa ligera pero atractiva.
Cogió una blusa blanca y una minifalda roja. Prefería llevar sus pechos libres y, como se mostraban bastante firmes y levantados, decidió no ponerse sujetador.
Con delicadeza y extremada sensualidad se puso unas medias, lo bastante altas como para quedar tapadas por la minifalda.
Para terminar, se colocó con dificultad unas botas negras, que le llegaban hasta las rodillas, y con prisas recogió sus libros para salir con dirección al instituto.
Cuando entró en el aula todos estaban de pie hablando, gritando y fumando, algo que odiaba, sin embargo, sí había una cosa que le gustaba, en cuanto la veían entrar comenzaban a sentarse y se callaban.
– Buenos días – dijo haciéndose oír entre el murmullo – la clase de hoy tiene relación con… – continuó explicando.
Desde que fue nombrada profesora suplente en aquel instituto su vida había cambiado, siempre había deseado dar clases, y por eso estudió biología.
Pero lo que no la convencía mucho era, el hecho de que sus alumnos fueran tan solo unos años menores que ella, y algunos, bastante atractivos y desarrollados para su edad.
Ella sabía que no estaba mal, a su edad, 23 años (muy joven según sus compañeros de trabajo), vestía ropa ajustada y provocativa, lo que sabía que producía el comentario y murmullo entre sus alumnos y las malas miradas de sus compañeras más mayores.
Aquello no le importaba, pero sin embargo, no le parecía bien que sus alumnos se distrajeran por su causa, aunque por supuesto le gustaba sentirse mirada y admirada.
Desde que empezó en aquel instituto, había un grupo de cuatro alumnos que se sentaban en su clase al final y que siempre estaban murmurando y hablando sin prestar atención.
Ese día se había propuesto descubrir que es lo que les hacía murmurar tanto día tras día. Por eso, al final de la clase se dirigió a ellos:
– Por favor, Tomás, Alberto, Carlos y Gonzalo quiero que me veáis en mi despacho dentro de una hora, tengo que hablar con vosotros.
Una cosa buena que tenía su despacho, era que como había sido la última en llegar al instituto, le habían asignado uno en una zona que se encontraba cerrada y apartada del resto, hasta que pudieran darle otro mejor situado, cosa que ella no deseaba.
Como estaba previsto, una hora después de la clase, alguien llamaba a la puerta de su despacho.
Eran sus cuatro alumnos.
Ella les abrió la puerta y les hizo pasar.
El despacho no era muy grande, pero al menos tenía un pequeño baño en su interior, al que se accedía por una puerta situada nada más entrar a la derecha.
Una ventana se encontraba justo enfrente de la entrada y detrás de la mesa, ante la cual solo había dos sillas, sobre una gran alfombra.
Tomás y Carlos se sentaron en las sillas, mientras que Gonzalo y Alberto se quedaron de pie frente a la mesa, detrás de la cual se sentaba Lucía.
– Bien, os he dicho que vengáis porque quiero que me respondáis unas preguntas…
– usted dirá – dijo Carlos
– Por favor, habladme de tu, – hizo una pausa para mirarlos lentamente y añadió – …soy casi de vuestra edad.
Todos sonrieron y se miraron entre ellos.
– Quiero saber por qué en mis clases siempre estáis murmurando y hablando en voz baja..
Ninguno de ellos se atrevió a contestar
– Vamos, ¿de qué habláis?, Decídmelo… – insistió Lucía.
– De nada, cosas nuestras, fútbol, chicas, ya sabe… – respondió Gonzalo.
– Vamos, ¿os creéis que soy tonta?, Decid la verdad, no os dé vergüenza…
– en realidad… bueno,… hacemos apuestas… – dijo Tomás.
– ¿Apuestas?, ¿Sobre qué…? – preguntó extrañada Lucía que no esperaba esa respuesta. Ella hubiera admitido una respuesta como «está usted muy buena», «hablamos de usted», o cosas por el estilo pero ¿apuestas?, ¿Qué respuesta era esa?.
Todos bajaron la cabeza y ninguno quiso responder.
– Creo que todos somos adultos, así que no veo motivo para que os comportéis como chiquillos. Hablad claro y sin vergüenza.
Tomás que parecía el más lanzado fue el que respondió:
– Hacemos apuestas sobre… – Tomás se detuvo observando la reacción de sus compañeros antes de responder. – …sobre el color de su ropa interior…
Todos le miraron, indicando que se había pasado sincerándose.
Para Lucía, aquella respuesta era la que había estado esperando, ahora comprendía lo de las apuestas, tenía sentido, ella era el objetivo de aquellos murmullos constantes.
- Así que, no atendéis en mi clase porque queréis saber cuál es el color de mi ropa interior… bien, entonces haremos algo, yo os diré cuál es el color de mi ropa interior al comienzo de la clase y así podréis concentraros en mis explicaciones..
- Verá,… verás… Lucía, en realidad también apostamos quién es el primero en vértela… – Dijo Alberto un tanto temeroso.
- Entiendo – dijo Lucía levantándose de su silla y colocándose delante de la mesa y apoyada sobre ella – bien,… esto ya es otra cosa… – aquello daba un giro nuevo a la situación y abría nuevas expectativas a Lucía.
- Veréis, – continuó hablando – voy a hacer algo que debe quedar entre nosotros y quiero que sepáis, que lo hago por vuestro bien… – Dicho esto, se desabrochó la minifalda y la dejó caer al suelo dejando a la vista sus braguitas rojas.- ¿Veis?, Son rojas – dijo Lucía mostrando sus braguitas ante los ojos asombrados de sus alumnos – a partir de ahora, las llevaré siempre de color rojo. Ya las habéis visto, así que espero que a partir de ahora prestéis más atención a mi clase y os olvidéis de este tema.
Todos permanecieron en silencio, mirando aquellas piernas envueltas en medias negras, con las botas puestas, que le daban un aspecto realmente sensual.
Pero lo que les hizo mirar con más interés era la entrepierna de Lucía, tapada con las bragas, que dejaba trasparentar una mancha oscura por cuyos extremos se escapaban algunos pelos.
Lucía, se giró para volver a colocarse detrás de su mesa, deseando que alguno de ellos dijera algo antes de finalizar aquella reunión.
Sus nalgas se mostraron redondas y desafiantes, con las braguitas metidas entre ellas, lo que hizo que los cuatro alumnos allí presentes sintieran levantarse sus pollas.
Para Lucía, la reunión había terminado al menos en la teoría, pero ella deseaba que no fuera así.
De hecho, para sus alumnos acababa de empezar. Fue Tomás el que habló:
- …el, el problema es que ahora no podremos olvidarte…
- ¿Qué? – preguntó Lucía sorprendida.
- Si nos dejas así, ¿Cómo quieres que atendamos a tu clase?
Lucía sonrió pícaramente y volvió a colocarse delante de la mesa.
- Pobres, – dijo poniendo voz mimosa – ¿la tenéis dura?, Vamos bajaros los pantalones y los calzoncillos.
Todos se quedaron sorprendidos y alegres al mismo tiempo por la petición de su profesora.
- Pero, y si alguien entra. Esto no está bien- dijo Gonzalo.
- Vamos, desde el momento en que yo me quité la falda nada está bien, ¿qué más da una cosa más?. Además, aquí no va a venir nadie ¿o es que os da vergüenza?
Aquellas palabras desafiantes hicieron reaccionar a Tomás, que desabrochó su pantalón y lo dejó caer para seguidamente bajar su calzoncillo.
Su polla dura y apuntando hacia el techo quedó libre. Lucía sonrió y miró a sus compañeros.
- ¿Y bien?, ¿Me las enseñáis?
Ellos, observando la reacción de su compañero hicieron lo propio y todos quedaron con sus pollas al aire.
Eran cada una de una forma distinta, curvada, tiesa y apuntando al techo, levantada pero paralela al suelo, gruesas y delgadas. Parecía una exposición de pollas.
Lucía, se arrodilló delante de ellos y les pidió que se acercaran formando un círculo.
Comenzó primero a acariciarlas, tocarlas y palpar su grosor y dureza. Las rodeaba con su mano y empezaba a menearlas, arriba y abajo, lo que hizo que pronto empezaran a jadear por la excitación, pero aún les quedaba lo mejor.
Lucía, se metió la polla de Tomás en la boca y comenzó a mamarla, para seguidamente continuar con las otras tres dándoles el mismo tratamiento. Como una puta, chupó aquellas pollas con deseo y gusto.
Lucía, sabía que aquello no estaba bien, pero en el momento en que entró a trabajar en aquel instituto y vio la edad de sus alumnos comprendió que tarde o temprano terminaría haciendo aquello.
Era su forma de ser, su sexualidad, no podía evitar sentirse excitada al ver un grupo de hombres.
Desde que comenzó a estudiar, había follado con todos sus compañeros de clase y algún que otro profesor, incluida una de sus profesoras, una mujer de unos 30 años de buen cuerpo y grandes tetas que siempre vestía ropa ceñida.
Fue su obsesión desde el comienzo del curso, y pronto entabló amistad con ella, una amistad que terminó en una fantástica follada en casa de su profesora.
Ahora, la profesora era ella y se encargaba de darle a sus alumnos lo que ella hubiera deseado que le hubieran dado en su época de estudiante.
Las pollas, estaban tan duras y los chicos tan calientes, que pronto terminaría aquella triple mamada.
Fue Gonzalo el primero en correrse, y lo hizo sobre el pelo moreno de Lucía mientras ella chupaba la polla de Tomás. Grandes chorretones de esperma adornaban ahora su negra melena.
- Avisadme cuando os vayáis a correr – dijo Lucía separando su boca de la polla.- no quiero que pueda mancharse la alfombra… – les aviso en tono de broma.
Una de las manos de Lucía continuó masajeando la polla de Alberto y la otra la de Carlos mientras su boca, seguía ocupada en enseñar que todo cabe si se sabe cómo hacer.
Alberto, estaba ya al límite y solo tuvo tiempo de avisar justo cuando empezaba a correrse.
- Ya, ya… señorita Lucía, ¡me corro! Ahhhhhh
Lucía giró su cara hacia la polla, justo en el instante de recibir el primer chorro sobre los ojos y la nariz, mientras el segundo caía en su boca ya abierta y lo tragaba con delectación.
Con su dedo, recogió el que había quedado sobre sus ojos y lo llevó a su boca chupándoselo. Casi inmediatamente, sin tiempo para recuperarse de la corrida de Alberto, Carlos sintió que le venía.
- ¡Me corro!, ¡Uuummmffff!
Lucía, se giró hacia él tan rápido como pudo, pero él ya estaba disparando sobre su pelo y su mejilla.
Puso su mano para evitar mancharse y el resto de la corrida cayó sobre ella. Al final, limpió su mano con la lengua para rápidamente seguir con Tomás.
Este era algo más difícil, a Lucía le estaba costando hacerlo terminar, pero su experiencia mamando pollas era algo con lo que Tomás no contaba.
Su lengua, era como una serpiente enroscándose alrededor de la polla y su boca parecía una máquina de succionar. Inevitablemente no podría aguantar más, ella era una chica con matrícula en mamadas y sabía como sacar hasta la última gota.
- Ah, joder, me voy a correr, ya, Lucía. ¡Chupa!…así, ¡trágate toda mi leche!…
Tomás, comenzó a correrse en el interior de la boca de Lucía y esta tragó todo lo que pudo, aunque ella no contó con que un chico de su edad fuera a llenarla.
La corrida de Tomás, comenzó a salirle entre sus labios y a chorrear por su barbilla.
Ella no tuvo más remedio que sacar la polla de la boca, de forma que el último disparo de esperma fue a parar sobre su blusa blanca.
- ¡Mierda!, ¡Joder! Ya me has manchado, ahora tendré que limpiarla- dijo recogiendo con su dedo el esperma que había sobre la blusa y metiéndoselo en la boca.
Lucía se levantó y fue tras la mesa para abrir un cajón, del que sacó un pañuelo de papel con el que comenzó a limpiarse la cara.
Mientras, Tomás, Alberto Carlos y Gonzalo empezaron a ponerse sus pantalones con la intención de marcharse.
- ¿Qué coño hacéis?- preguntó Lucia.
Extrañados, se miraron entre ellos sin saber que decir.
- Nos vestimos- dijo Alberto.
- No pensareis iros ¿no?
- pues…
- Quiero decir, que ahora os toca a vosotros hacerme acabar a mí. ¿No pensareis dejarme así?
Dicho esto, Lucia se quitó sus bragas rojas, tiró al suelo todo lo que había sobre la mesa y se tumbó sobre ella con las piernas abiertas.
Por primera vez su sexo aparecía con todo su esplendor, húmedo y jugoso.
- ¿Quién es el primero en darme una clase de anatomía femenina?- preguntó Lucia
Fue Tomás el primero en acercarse, colocándose entre sus piernas observando con gusto el coño que se le ofrecía jugoso y abierto, rodeado por una capa de pelo negro brillante por la humedad.
Se acercó y colocó sus manos sobre las rodillas de Lucía sintiendo el tacto de sus medias. Con temor, fue acercándose lentamente mientras Gonzalo y Alberto se colocaban a los lados de la mesa y acariciaban suavemente, a través de la blusa, los pechos de Lucía.
Podían notar que no llevaba sujetador y que sus pezones estaban duros, tan duros que casi podían pinchar.
Carlos estaba a la altura de su cabeza, con la polla sobre la cara de Lucía tratando de que ella volviera a mamársela.
Tomás, bajó sus manos por la parte interna de los muslos hasta llegar a rozar los pelos que rodeaban la entrada de la vagina. Notó la humedad, pero no se atrevió a tocarla.
Lucía, pasó su mano por encima de su sexo e introdujo un dedo dentro ante la mirada de deseo de Tomás.
Ella llevó sus dedos a la boca y los chupó como si fueran un delicioso manjar. Entonces se decidió Tomás a tocarla, pasó sus dedos sobre su rajita y notó como una fuerza irresistible los succionaba al interior sin ninguna dificultad.
Gonzalo y Alberto trataban, quizás con poco éxito, de desabrochar la blusa de Lucía. Ella tuvo que ayudarlos y al quitar el último botón sus pechos aparecieron desafiantes, con sus pezones apuntando al techo y con una gran forma redondeada al estar tumbada.
Lucía trataba de alcanzar con su boca las pollas que tenía a su lado, pero era difícil pues sus dos alumnos estaban más preocupados de chupar sus pezones que de dejarla hacerles una mamada.
Por este motivo, tuvo que conformarse con chupar la polla de Carlos, al menos de momento.
Lucía se revolvió levantándose y quedando a cuatro patas sobre la mesa.
En esta posición, no solo su coño quedaba a la vista de Tomás, sino también el orificio de su ano que se mostraba limpio y pequeño ante sus ojos.
Alberto y Gonzalo no pudieron evitar colocarse donde estaba Tomás con la intención de ver el espectáculo que se les ofrecía.
No contenta con eso, Lucía separó sus nalgas ofreciendo una mejor vista. Carlos no perdió el tiempo y en la posición de Lucía se colocó delante ofreciéndole su polla, que ella aceptó como un regalo, metiéndosela en la boca entera hasta rozar con la nariz los pelos del pubis.
Tomás, estaba tan excitado que sin pensarlo más metió su cabeza debajo de Lucía entre las piernas y con su lengua empezó a lamerle su rajita. Alberto por su parte se adelantó a Gonzalo y como pudo se dedicó a pasarle la punta de su lengua por el ano.
Gonzalo, que había perdido posiciones se dedicó a sobar y lamer los pechos de Lucía que colgaban como bolas de Navidad. Todos los rincones del cuerpo de Lucía eran recorridos por una lengua que dejaba su huella de saliva.
Tomás, subió a la mesa a la espalda de Lucía y trató de introducir su polla en el coño, pero no era capaz.
Tuvo que ser ella, la que metiendo su mano entre sus piernas dirigió la punta del capullo a la entrada de su orificio, lo suficiente para que Tomás empujara y su aparato se clavara hasta los huevos.
Lógicamente, Alberto tuvo que dejar de jugar con el culo de Lucía, pero esto le sirvió para unirse a Carlos de manera que ahora Lucía se metía en su boca las dos pollas al mismo tiempo.
Lucía no era mala chica, y entendía bien a todos sus alumnos, en realidad los conocía y por eso sabía de la cierta timidez de Gonzalo, por lo que quiso premiarle y moviéndose se puso de rodillas sobre la mesa dejando a Tomas con su polla erecta y decepcionada.
- Túmbate en la mesa- le pidió a Gonzalo dejándole sitio.
Gonzalo obedeció sabiendo lo que le esperaba. Ella chupó su polla y cuando consideró que ya estaba suficientemente dura y húmeda se colocó sobre ella dándole la espalda a Gonzalo.
Lentamente y sujetando en posición recta la polla fue sentándose sobre ella introduciéndosela por su ano. Cuando estuvo toda dentro, empezó a mover en círculos su culo haciendo que Gonzalo gimiera de gusto.
Tomás volvió al ataque y colocándose sobre ella se la metió en su coño formando un sándwich con Gonzalo.
Con sus manos, Lucía acariciaba las pollas de Carlos y la de Alberto para mantenerlas duras.
Después de un rato follando en esta posición Tomás cedió su sitio a Alberto que rápidamente la embistió follándola con fuerza mientras Gonzalo debajo, la agarraba por las caderas tratando de acompasar su ritmo con las embestidas de Alberto, que parecía dispuesto a correrse a toda costa por la velocidad con que se movía lo que no le parecía bien a Lucía, al menos de momento.
- Tranquilo,… deja algo para luego… – le dijo Lucía tratando de apartarlo.
Cuando lo consiguió, se levantó bajando de la mesa. Gonzalo permaneció tumbado extenuado por su esfuerzo.
Ella se colocó a un lado de la mesa para chuparle su polla mientras ahora Carlos, a su espalda la penetraba desde atrás. Tomás y Alberto observaban la escena mientras se masturbaban.
- No os corráis todavía,… aguantad… – les pedía Lucía.
Era una ventaja que el despacho estuviera apartado del resto de las instalaciones porque en la habitación solo se oían gritos y gemidos de placer, sobre todo de Lucía que cada vez que sentía una polla llegar hasta el fondo de su vagina no podía evitar gritar.
Lucía, masturbaba con su mano la polla de Gonzalo subiendo y bajando la piel de su capullo al tiempo que pasaba su lengua por ella.
Era excitante el sonido de su boca dando lametazos a la polla, unido al ruido de sus nalgas golpeando sobre Carlos a cada embestida. Gonzalo estaba ya al límite y Lucía lo sabía, por eso cambió su boca por sus pechos.
Los colocó sobre la polla rodeándola y empezó a moverlos apretándolos contra ella con fuerza.
Durante este lapso entre el cambio de la boca por los pechos Carlos cedió el sitio a Alberto que estaba deseando follar a Lucía por el culo.
No le costó trabajo, apoyó la punta de su pene sobre el ano y empujó hasta que empezó a entrar. Lucía estaba tan acostumbrada a ser enculada que apenas protestó por aquella intromisión.
Gonzalo estaba ya en el punto de no retorno, trataba de aguantar pero era imposible, los pechos de Lucía eran como una máquina de masturbar, un potente chorro de esperma salió disparado de su polla golpeando sobre el cuello de Lucía.
Los siguientes disparos cayeron sobre sus pechos empapándolos de esperma.
Cuando Gonzalo acabó, Lucía se dedicó a pasar la lengua por sus pechos tratando de recoger el esperma con dificultad, pues apenas llegaba a rozarlos.
Mientras, Alberto seguía enculándola con rabia sujetándola por las caderas al tiempo que Carlos y Tomás seguían masturbándose.
Quizás por casualidad o quizás adrede Alberto, empezó a gemir y a gritar al mismo tiempo que el resto de sus compañeros.
- ¡ aahh!…me corro. Me corro.
- ¡Hazlo sobre la mesa!, ¡Sobre la mesa!…¡correros en la mesa! – gritaba Lucía.
Alberto, sacó su polla del culo disparando ya los primeros chorros de esperma y se acercó a la mesa soltando toda su carga sobre ella.
Al unísono, Carlos y Tomás corrieron hacia la mesa y sin dejar de menear sus pollas empezaron a lanzar copiosas descargas de leche. Al final, toda la mesa estaba cubierta por una espesa capa blanca de salpicaduras de semen.
Lucía, se subió a la mesa y con su lengua fue recorriéndola toda recogiendo hasta la última gota.
Cuando levantó su cara sudorosa, estaba llena de esperma que goteaba de sus labios. Con su lengua, los recorrió recogiendo todos los restos que quedaban ante la atenta mirada de sus alumnos.
Agotados, todos estaban sentados sobre la alfombra, excepto Lucía que estaba sentada sobre la mesa con sus nalgas apoyadas sobre un charco de saliva y esperma.
– Bien, no ha estado mal. Sois buenos alumnos. Si seguís así y hacéis los deberes, tal vez aprobéis este año mi asignatura.
-¿deberes?- preguntó Tomás.
– Por supuesto, – respondió Lucía – todos los días a esta hora tendremos una clase práctica como la de hoy, y espero que vayáis mejorando con el tiempo y seáis más aplicados…
Los cuatro se miraron con cara de alegría sabiendo el año que les esperaba, tal vez el mejor de sus vidas, y quizás no aprenderían mucha Biología, pero si que conocerían perfectamente la anatomía femenina.