La secadora de ropa se dañó, y llamé al técnico que en otras ocasiones había ido; pero me dijo que le quedaba imposible ir, pero que si quería él me daba las indicaciones para revisar y que conforme a lo que encontrara él iría al día siguiente.
Me explicó que dentro del tambor debía soltar unos tornillos para acceder a un accesorio que hacía girar el tambor, y que iba a necesitar unos destornilladores de pala y estría y un alicate.
Grabé en una nota de audio sus indicaciones y colocándome el cinturón de herramientas de mi marido, me introduje en el tambor de la secadora, quedando con mis piernas hacia afuera como en cuatro patas. Adentro hice todo lo que me dijeron, solté el accesorio, pero al momento de salir no pude.
El cinturón de herramientas no me permitía salir, y por estar apoyada con mi vientre sobre el marco de la puerta, me era imposible soltar el cinturón. Estaba atrapada. Pensé en llamar a mi esposo, pero él solo pensar que le iba a dar motivo de burlarse de mí mucho tiempo, descarté la idea. Se me ocurrió llamar a don Ramón, uno de los vigilantes de la cuadra, cuyo número tenía grabado en el celular. Lo llamé, pidiéndole el favor que viniera a ayudarme, que la puerta estaba sin seguro y me dijo que demoraba unos minutos.
Pronto escuché que abrieron la puerta y me llamaban: Doña Pamela!! En el patio!!, grité. Don Ramon, asombrado por la escena, trató de ayudarme después de explicarle; pero tampoco me pudo zafar. Que quizá lo único era tratar de zafar el marco de la puerta de la secadora, y si quería podía llamar al otro vigilante, Sergio, que era también un técnico industrial. Pronto los dos vigilantes estaban en mi patio tratando de ayudarme. La idea de zafar el marco no se podía hacer, pues los tornillos para ello están al interior.
Sergio intentó zafar el cinturón, introduciendo su mano debajo mío, e intentando empujarlo, terminó tocándome un seno, ante mi silencio, me lo tocó de nuevo, pero ya acariciándolo premeditadamente, a lo que solté un largo suspiro. Sacando su mano la coloco sobre mi culo, sobándolo por encima de la falda.
Sergio envalentonado con mi silencio, subió mi falda y pudo observar cómo mis calzones estaban completamente emparamados con mis fluidos. Por encima de la tela, palpó mi coño, comprobando el tamaño de mi gruta y cuán mojada estaba. Alcancé a escuchar que se desabrochaba el pantalón y que caía a sus pies, cuando sentí como su pene me atravesaba sin delicadeza ni compasión. Me penetraba violentamente que sus guevas me golpeaban y mis tetas brincaban.
Sujetado de mi cadera, me la metía una y otra vez, hasta cuando con un bufido, descargo un chorro de semen en mi interior. Sentí como me llenaba y sentí como su miembro inmediatamente perdía su esplendor disminuyendo su tamaño. Se retiró sacando su verga, mientras de mi vagina se derramaba su semen sobre el piso. Sentí una poderosa nalgada que me dolió y me hizo brincar.
Fue don Ramón, que, acomodado detrás de mí, esta vez con cuidado me penetró con su verga que era mucho más grande y gruesa. Lo mojada que estaba le facilitó el ingreso, y podía sentir como entraba cada centímetro de semejante polla hasta tenerla completamente adentro. Se quedó quieto mientras mi vagina se acomodaba a la tranca que me llenaba.
Recostada sobre el fondo del tambor, y con el culo levantado, su polla aún parecía crecer dentro mío, cuando sentí como me metió el dedo gordo en mi ano, hasta que no le ingreso más. Con su polla quieta, empezó a mover su dedo en mi culo, que aunque ligeramente incómodo me gustaba.
Pronto, seco su dedo para reemplazarlo por otros dos que debidamente ensalivados entraban y salían con facilidad. Se animó a meter un tercer dedo con el que se dilataba aún más mi esfínter. De un momento a otro, sacó su verga e insertó su cabeza en mi ano, y empezó a empujar lentamente, ampliando mi culo a su máxima expresión con un dolor lujurioso que solo dejaba ver que quería más. La metió completamente, sintiéndome poseída por esa tranca, y empezó un vaivén salvaje en mi culo que me arrancaba gemidos y gritos.
Mi ano no oponía resistencia a esa verga que me devoraba y que me tenía loca de placer. No parés!!! le grité, animándolo a continuar en su faena, hasta que lo sentí vibrar y un chorro caliente invadió mi intestino, arrancándome un gemido. Don Ramón sacó su polla, me ardía el ano que me palpitaba como si tuviera vida propia.
Ambos estaban sentados en el piso del patio, mientras yo seguía con mi culo indefenso y expuesto chorreando semen de mi vagina y mi coño. Fue cuando Dogo, acercándose a mí, comenzó a lamerme mi coño, dándome profundos lengüetazos que escarbaban hasta limpiar todo vestigio de semen. Con su áspera lengua, limpio mi vulva y continuo con mi ano.
De repente, el perro jadeando se trepó sobre mí, e intentaba penetrarme con su verga. Don Ramón, con su mano la acomodo para que pudiera entrar sin dificultad en mi coño, y el can con pasmosa velocidad me insertaba su miembro sin yo poder hacer nada para evitarlo. Aunque no lo quería evitar, lo deseaba.
Llegó un momento en que teniendo toda su verga adentro, Dogo se quedó quieto, y sentí como en el interior de mi vagina su aparato crecía, como si fuera una bomba de aire que se expandía con presión hacía mis paredes.
El perro se bajó, pero seguimos amarrados a través de su pene dentro mío. Allí estaba yo como una perra en celo, jadeando de placer. Unos minutos más tarde, su pene se desinflamó y salió de mí.
Con el espectáculo canino, los dos vigilantes se habían masturbado y tenían sus vergas nuevamente como dos mástiles listos para la acción. Don Ramón, sin escrúpulos de los fluidos del perro que brotaban de mí, acomodándose de nuevo me la insertó en el coño.
Sergio que ya estaba empalmado de nuevo se acomodó prácticamente sobre mi frente a la secadora, y me la metió en mi ano recién liberado. Así, mis dos amantes vigilantes tenían su verga en mí, y empezaron un mete y saca sincronizado, pareciendo dos pistones con el único propósito de destrozarme con lo duro que me daban.
Cada empujón era más fuerte que el anterior, que me sacaban un resoplido y me metían un poco más dentro de la máquina. Una fuerte arremetida empujó mis muslos contra el frente de la secadora, de forma que el cinturón se desatrancó quedando al interior del tambor, y pude desabrocharlo.
Sin la obligatoriedad de permanecer ya dentro de la máquina, aguanté mientras ellos terminaban de empotrarme. Cuando salieron de mí, me incorporé y me senté fuera de la máquina, ansiosa de recibir las pollas que me habían perforado en mi boca. Me turné mamando una polla y la otra a la vez que los masturbaba.
Casi al mismo tiempo, primero don Ramón y luego Sergio, derramaron su semen en mi boca y en mi rostro. Les pedí que me dejaran sola y se fueran. Se subieron sus pantalones y se fueron. Dogo se acercó nuevamente a darme lambetazos en la cara. Cuando acabó fui para mi cuarto a darme una ducha, pensando que tenía que conseguir un técnico para la secadora.