En el ginecólogo

Me llamo Natalia tengo 18 años y estudio en una escuela privada en las afueras de Buenos Aires, en Argentina.

Quiero contarles algo asombroso que me ocurrió hace poco.

Todo comenzó cuando empecé a sentir un molesto ardor en mi vagina que me preocupaba, pero no quería alarmar a mis padres así que un día en que ya no lo soportaba más, se lo comenté a mi profesora de Matemáticas que es con la que mejor relación tengo.

Ella me dijo que la escuela tenía un médico ginecólogo para atender a las alumnas incluso en horario escolar, de manera que me envió a verlo de inmediato.

El doctor González, que así se llama, estaba desocupado y me hizo pasar a su consultorio.

El doctor tiene alrededor de 50 años y es muy guapo, alto, muchas canas en el cabello y muy amable en el trato.

Lo primero que hizo fue pedirme que me quitara la bombacha y me hizo sentar en una cama ginecológica.

Es un sillón común pero tiene dos brazos en los cuales las chicas quedamos con las piernas levantadas y muy abiertas para que el médico pueda examinarnos la vagina con comodidad.

El doctor se puso unos guantes, subió mi falda hasta que quedó arrollada en mi cintura y con mucha suavidad me abrió los labios de la vagina.

Mientras me la examinaba me hizo algunas preguntas.

-¿Cuánto hace que te arde de esa manera, Natalia?

-Desde hace tres o cuatro días, doctor.

-¿Cuándo tuviste sexo por última vez?

-Hace cuatro días si no me equivoco.

-¿Fue con tu novio o con algún chico que conociste?

-Con mi novio.

-¿Y fue normal, como siempre, o notaste algo extraño?

-Pues la verdad es que me dolió un poco -respondí- Pero otras veces también me ha pasado. Sucede que la tiene un poco grande, creo que es por eso.

Mientras hablábamos el doctor no dejaba de tocarme la vagina y yo sentí que empezaba a humedecerse.

Estar abierta de esa manera, hablando de esos temas mientras él me tocaba con sus dedos expertos me estaba excitando.

-Creo que sé lo que te pasa pero tengo que estar seguro. Natalia voy a tocarte el clítoris y quiero que me digas lo que sentís.

Sus dedos se apoyaron sobre mi clítoris, lo acariciaron, y no pude evitar lanzar un suspiro.

-¿Esto te excita Natalia?

-Mucho -respondí entre jadeos.

-Bien, muy bien, es buena señal. Decime que sentís ahora.

Dijo eso y me hundió un dedo profundamente en la concha.

Lancé un «ahhhh» prolongado y me aferré a los bordes de la camilla.

-Veo que también te excita -observó el doctor. Me estaba metiendo y sacando el dedo muy lentamente, y la verdad es que me volvía loca.

-Mucho, mucho de verdad -respondí pasándome la lengua por los labios. Miré al doctor y pude darme cuenta claramente que en su pantalón tenía un bulto. El también estaba excitado.

-Bien, dejame ver una cosa más. Quiero mirar tus pechos.

Me abrió la blusa y se encontró con mis tetas. Mis pezones estaban durísimos. El doctor se sorprendió de que no usara corpiño.

-¿Nunca te ponés soutien?

Le expliqué que no.

Mis pechos no son grandes y me gusta tenerlos libres.

El doctor miró muy de cerca mis pezones, los pellizcó un poco aumentando mi excitación y pareció conforme con el examen.

-Bien, bien. Es tal cual lo pensaba. Para sacarme la última duda, ¿practicás sexo anal? ¿Lo hiciste con tu novio la última vez?

Respondí que sí. Entonces el doctor se cambió los guantes y lubricó su dedo mayor con un aceite que tenía sobre una mesita.

-Si esto te duele tenés que decírmelo.

Después de decir eso, me hundió el dedo lubricado en el agujerito del culo.

Lancé un grito mitad dolor mitad placer, mi espalda se arqueó en el sillón y quedé casi en el aire, sólo apoyada por mis manos y mis pies.

El doctor hizo girar su dedo, con la otra mano me abría las nalgas todo lo posible, lo metió y sacó un par de veces y luego lo miró.

-Perfecto, está todo perfecto. Bueno Natalia, necesito una muestra de tu jugo vaginal para hacer unas pruebas de laboratorio. Te pido que te relajes y me ayudes a obtenerla.

Entonces me metió un dedo en la vagina, luego otro, mientras me acariciaba el clítoris.

El doctor me hizo una paja maravillosa mientras me alentaba «dámelo chiquita, dámelo, lo quiero todo, dámelo». Tuve un orgasmo increíble.

-Muy bien, muy bien Natalia, te agradezco por colaborar. Me diste mucho jugo -dijo él mientras juntaba mi orgasmo en un frasco.

Mientras yo ordenaba mi ropa, el doctor González me explicó:

-El ardor que sientes te lo provoca tu ropa interior. Algún producto que utiliza tu madre para lavarla, supongo. Las pruebas de laboratorio me lo van a confirmar. Por eso te arde la vagina pero no los pechos. Por eso te pido que durante una semana no uses bombacha ni corpiño. No creo que sea mucho problema para vos, ¿verdad?

Le dije que estaría bien.

-Tampoco tengas sexo durante una semana, y vení a verme a mi consultorio para un segundo examen.

Estuve de acuerdo. El que se puso muy loco cuando le conté fue mi novio Fernando.

«No voy a aguantar una semana sin coger», me dijo. Pero encontramos una solución: el médico no había dicho nada sobre el sexo oral, así que cuando nos veíamos le hacía una mamada.

Mi novio estaba encantado de que le chupara la pija hasta hacerlo acabar en mi boca, pero yo estaba cada vez más caliente porque no podía ni tocarme.

Además el hecho de andar todo el día sin ropa interior aumentaba mi excitación.

Los chicos de la escuela ya se habían enterado de mi problema, y me espiaban bajo la falda todo el tiempo cuando me sentaba o cuando subía las escaleras.

Pasó la semana, volví al consultorio del doctor González y lo encontré reunido con otro médico de su misma edad e igual de guapo.

-Pasá Naty, él es el doctor García. Estuvimos hablando de tu caso. Bien, está todo confirmado, tu madre deberá lavarte la ropa interior con otro producto.

Me quedé muy tranquila al saber eso. La verdad el ardor había desaparecido por completo.

El doctor González hizo que me sentara otra vez en la camilla ginecológica y junto con su colega me examinaron la vagina.

-Está perfecta -dijo González después de mirarla, e invitó a García a que me examinara.

Apenas García me metió un dedo empecé a gemir.

Una semana sin coger, y ahora dos hombres maduros mirándome semi desnuda y tocándome la vagina fueron demasiado para mí.

No hizo falta que nadie dijera nada.

El doctor González se puso de pie entre mis piernas abiertas, sacó su verga y me la metió en la concha de un solo golpe.

Dí un grito de placer y de inmediato el doctor García me metió su pija en la boca.

Yo me sentía en el paraíso.

González me metía y sacaba la pija con fuerza mientras yo mamaba al doctor García, que tenía un tronco más grueso que el de mi novio. Era la verga más grande que jamás había visto.

Me bajaron de la camilla y quedé de pie entre los dos hombres.

«Sos una chica maravillosa», me dijo el doctor González y me metió la lengua en la oreja.

Levantó mi pierna izquierda, la sostuvo con su mano debajo de la flexión de mi rodilla y me metió la verga en la concha otra vez. Mientras me chupaba las tetas, mordía mis pezones, los estiraba con los dientes.

García estaba detrás de mí. Yo podía sentir que guiaba su verga buscando la entrada de mi culito, cuando la encontró me hundió la cabeza enorme y lancé un grito.

-Qué chica hermosa -dijo García entre jadeos- Mirá cómo se come dos pijas enormes a la vez.

Me tenían de pie, en medio de los dos, bombeándome verga sin parar por mis dos agujeros. Nunca me habían cogido mejor. Yo gemía, gritaba y tenía un orgasmo detrás del otro.

-Sos una nena hermosa -decían- Una putita de primera. Es una maravilla la manera que se te abre el culo.

Me pusieron en cuatro, de rodillas sobre una silla.

Por turno, los médicos me metían y sacaban la verga del culo y se excitaban más cuando veían mi agujero completamente dilatado.

Escupían dentro de él y me la volvían a meter.

Después me arrodillé entre los dos y les chupé la verga hasta sacarles toda la leche.

Me la tiraron en la boca, la cara, el pelo y las tetas.

Fue la experiencia más maravillosa que he tenido.

Luego nos volvimos a ver en la casa del doctor González, me hicieron sandwich entre ellos dos, se mearon adentro de mi culo y hasta probé sus orines.

Pero esa es otra historia.