El Tanga III

Aquí vuelven las historias de Juan, Vanesa, Alberto y yo. En esta ocasión os voy a relatar un episodio que tuvo lugar en unos grandes almacenes a donde nos dirigimos los cuatro a hacer unas compras.

Era verano y habíamos planeado hacer un viaje a la playa los cuatro, así que fuimos a comprarnos unos bañadores. Vanesa fue la primera que empezó a probarse. Eligió cuatro bikinis y nos fuimos todos al probador para ver cómo le quedaban. La verdad es que estaba estupenda con todos pero elegimos uno que tenía la braguita tanga y que pensamos que la dejaría broncearse mejor. También se compró unos shorts y unas camisetas blancas todo bastante ajustado. Nuestra amiga Vanesa era una salida en todos los sentidos y nunca vestía nada que no fuera ajustado e insinuara (o dejara ver descaradamente) su ropa interior.

Después de sus compras fuimos a por nuestros bañadores. Vanesa fue la que los eligió. Eran tres slip de color fucsia que rápidamente fuimos a probarnos. Cuando los tuvimos puestos nos dimos cuenta que debían ser por lo menos dos tallas menos de las que necesitábamos. Se los enseñamos a Vanesa y ella dijo que nos quedaban fenomenal. Nosotros nos miramos y nuestras trancas se levantaron sólo de pensar el cantazo que íbamos a dar en la playa con aquellos bañadores. Empezamos a quitárnoslos pero Vanesa abrió la puerta y dijo que esperáramos un poco. Nos dimos la vuelta y vimos que había venido con una dependienta la muy guarra. Nos quedamos de piedra con aquellas pequeñas prendas que no podían retener dentro la enorme erección que llevábamos. En un principio la dependienta se quedó parada sin dejar de mirar nuestros paquetes. Vanesa cogió su mano y la acercó hasta mí y le dijo que tenía un problema y era que mi polla era demasiado grande para aquel slip y que tendría que ayudarme a meterla dentro. La chica después de vacilar cogió mi rabo y lo apretó dentro del bañador mientras me miraba sonriendo. Alcé la vista y vi cómo Vanesa estaba bajándole la cremallera de la faldita. Visto que no había resistencia me aventuré a hacer lo mismo con su chaqueta y su blusa. Su lencería era exquisita, llevaba un conjunto de sujetador y braguita de satén y un liguero a juego que sujetaba un par de medias blancas brillantes. Le quité el sujetador y la braguita y le hice arrodillar quedando su boca a la altura de mi pene. Me aparté el bañador a un lado y le metí el rabo en su boca empezando un vaivén que hacía que mi glande chocara con su garganta. Mis amigos se acercaron y la rodearon con sus pollas. La dependienta empezó a alternar las mamadas mientras Vanesa se masturbaba en una esquina del probador.

Cuando ya estábamos calientes pusimos a la chica a cuatro patas y uno tras otro la fuimos penetrando. Nos pidió que no nos corriéramos dentro de ella a lo que nosotros respondimos que entonces tendría que tragar nuestro semen. Accedió y así después de follarla durante unos veinte minutos, uno a uno fuimos descargando sobre su cara. Ella trató de mantener nuestras pollas en su boca pero a nosotros no nos gustan las corridas en las que no nos pringamos de semen así que eyaculamos sobre su cara y pelo. Cuando acabamos estaba de lefa hasta las orejas. Se puso muy nerviosa. Decía que a ver cómo salía ella ahora así. Permanecía sentada cuando vimos a Vanesa que se acercaba y se colocaba encima de la chica. La agarró de la cabeza y comenzó a mear. La chica se revolvió mientras nosotros reíamos lo cual hizo que toda la meada se repartiera sobre su cuerpo. Agarró un cabreo monumental. La verdad es que estaba pringada de pis y semen. Intentamos tranquilizarla y cuando se calmó un poco se dio cuenta que estaba terriblemente excitada. La tarde iba de sorpresa en sorpresa, pero la que nos dio ella se llevó la palma. Estando allí sentada en una esquina nos dijo que ya que habíamos empezado que termináramos la faena. Sin esperar ni un momento nos acercamos, dirigimos nuestras pollas a su boca y comenzamos a largarle chorros de meada por todo el cuerpo. Alberto se cebó con su pelo y Juan y yo con el resto del cuerpo. La dejamos hecha un cisco, calada hasta arriba y fue entonces cuando recordamos dónde estábamos. Era un gran marrón porque habíamos dejado el probador hecho un asco. Había pis por todos los lados.

La chica dijo que podíamos salir por la puerta de servicio aprovechando que era la hora de comer y había pocos dependientes. Se puso su ropa encima la cual tardó poco en empaparse. La blusa transparentaba su sujetador. Nosotros también nos vestimos y los cinco salimos por detrás llegando hasta el aparcamiento donde teníamos el coche. Por el camino sólo nos cruzamos con un hombre que se quedó parado al ver a la dependienta. Pusimos un plástico en el asiento y nos fuimos a casa.