Fue con Mónica con quien visité por primera vez un club de masturbación. Fue mucho el placer que nos dimos en aquel espacioso lugar. Al menos habíamos diecinueve mujeres ahí, frotándonos, cada una en lo suyo, mientras nos acompañábamos. Era delicioso compartir miradas y ver cómo íbamos llegando a la satisfacción. Existía una gran picardía en el aire, como si todas estuviésemos cometiendo un enorme pecado.

Recuerdo que, frente a mí, sentada en una poltrona elegante se encontraba una mujer rubia. Bueno, no estaba sentada del todo. Sus nalgas se encontraban al borde de la poltrona y sus piernas descansaban sobre los reposabrazos. Nos mirábamos de manera cómplice, ocupándonos cada una en lo suyo. Compartíamos sonrisas, evadiendo así esa pena extraña que siempre está asociada al sexo.

Es curioso que esto ocurra por muy abierta que tengas la mente en el tema del sexo. Todas las mujeres que conformábamos ese club de masturbación sabíamos a qué estábamos jugando. Pero la sensación lujuriosa y obscena de estar haciendo algo “ilegal” otorgaba mayor placer. No sé muy bien cómo explicarlo, a pesar de mi talento como escritora para discernir emociones e ideas.

—¿Es la primera vez que vienes?—me preguntó la mujer rubia—. Nunca antes te había visto. ¡Bienvenida!

—Gracias. Sí, es mi primera vez. No me lo esperaba. Pensaba que esto era solo un bar.

—Espero no sea ésta tú única vez. Es muy emocionante. Y eso que apenas estamos comenzando.

Creo que esa sensación “ilegal” o “pecaminosa” que se sentía en aquella sala se derivaba de la naturaleza de esa discoteca, que sería la palabra más apropiada para describir ese escenario. La sala de aquel club de masturbación se encontraba en la parte trasera de un bar. Igual que en las películas de mafiosos italianos, las mujeres ingresábamos tras cruzar por la cocina. Solo había mujeres, precisamente porque aquel era un bar de mujeres lesbianas.

—Te voy a llevar a vivir una noche que no olvidarás—me dijo Mónica unas horas antes—. Ahora que ya aceptas tu condición lésbica, te ayudaré a dar un gran paso.

—¿A qué te refieres, cariño?

—A que sigas viviendo tu sexualidad mientras abres más tu mente.

Salimos como dos amigas en un plan de sana diversión. Fuimos a un restaurante en el que acompañamos la carne con una copa de vino. Solo después de eso, nos fuimos de visita al bar La media naranja. Como ya lo dije, en este bar solo admiten mujeres. En la puerta hay una mujer muy hermosa que se hace cargo de cumplir esa norma.

Algo que incluso yo considero innecesario. Porque solo necesitas saber que tras esa puerta existe un bar solo habitado por mujeres. Cualquier persona que pase frente a esa puerta, considera que se trata de una casa común y corriente. Pero una vez dentro, se siente el ambiente perfumado de deseo e instinto lésbico. Para nada sospechaba yo aún sobre lo del club de masturbación.

Mónica y yo elegimos una mesa. Nos divertimos un rato viendo a las mujeres jóvenes y otras no tan jóvenes. En una de las mesas vimos a una mujer de unos veinte años acompañada por una señora que bien podía ser su madre. Fue algo muy emocionante para mí estar ahí. El amor flotaba en el aire.

—¿Cómo te parece?—me preguntó Mónica—. Estoy segura de que no habías venido a un lugar así en toda tu vida.

—Pues tienes razón. Es un ambiente muy delicioso. Creo que, si mandó un coctel a una de estas chicas, me integraría con facilidad a su mesa.

—Sí, pero ahora más tarde te develaré el gran secreto de este bar.

Soy una mujer inteligente. Sé muy bien porque Mónica no me dijo nada sobre el club de masturbación. Primero se tomó el tiempo para excitarme y provocarme. Y qué mejor manera de hacerlo que hablándome de su profesión. Yo conocía su gran secreto laboral desde hacía dos semanas. Pero, aun así, todavía me excitaba escucharla hablar sobre su trabajo.

Mónica se ganaba la vida desde su casa, como modelo webcam. En otro momento de su vida había ejercido como abogada profesional. Pero ella, por vocación, decidió ingresar a ese mundo. Ahora pasaba algunas horas de su tarde masturbándose frente a una cámara web. Sus clientes se deleitaban mientras ella acariciaba su cuerpo y tenía sexo consigo misma.

Esa noche me estuvo hablando de sus últimas escenas frente a la cámara. Me habló de lo apasionante que había sido sentir las vibraciones de su consolador sexual. También me describió cómo se había vestido de mujer policía para excitar a sus seguidores. Yo me imaginaba a ella actuando y mis sonrisas delataban lo que estaba sintiendo.

—Bueno, es hora de que conozcas el secreto de este lugar—dijo al rato—. ¿Sabes lo que es un club de masturbación?

—Pues que te digo, Mónica. Claro que sí. Soy una mujer con buen mundo. Soy escritora, he vivido en varias ciudades de los Estados Unidos y Europa.

—Bueno, discúlpame cariño. Es que tu rostro inocente y tierno, sin malicia, te hacen pasar como ingenua. Tienes un rostro de santa.

—No digas eso. De hecho, estoy empezando a escribir un libro de relatos eróticos.

Mónica me tomó entonces de la mano y nos aproximamos a la barra. La mesera que estaba atendiendo nos saludó amablemente. Mi amiga me presentó ante ella, quien estrechó mi mano y me dijo “Bienvenida”. Entonces Mónica dijo: “Queremos tomarnos un coctel Islas Margarita”. Esa era la clave secreta para que nos dejarán pasar por la cocina.

—De acuerdo. Pueden dejar sus bolsos en este casillero—nos indicó la camarera—. ¡Qué lo disfruten!

Después de dejar nuestros bolsos en el casillero asignado, yo me dejé llevar por Mónica. Me arrastró tomándome de la mano como si yo fuese una niñita. Después de pasar por la cocina existía otra puerta. Y una vez cruzada dicha puerta, el ambiente era igual al de una discoteca. El aroma a sexo, a vagina, predominaba en el aire.

Solo me tomó un segundo reconocer a todas las mujeres que allí se encontraban. Algunas estaban vestidas, masturbándose con sus faldas puestas. Otras, que eran la mayoría, se encontraban del todo desnudas. El salón del club de masturbación debía tener extensión de unos cincuenta metros cuadrados. Abundaban los muebles para sentarse a darse placer.

La oscuridad era atenuada con las resplandecientes luces de colores. El sonido de la música era delicioso, lo suficientemente fuerte para tener sensaciones candentes. Ese mismo sonido intenso animó a Mónica a sentarse en uno de los sofás, donde comenzó a desabotonarse su camisa.

Me sentía tranquila y emocionada. Ver a todas esas mujeres masturbándose me excitó muchísimo. Por un instante sentí que podía desnudarme y darme el gusto besarlas. En mi imaginación de escritora, tuve pequeñas fantasías rápidas. En una de ellas: pasaba frente a cada mujer, dándoles un beso a su vagina. Fue algo que me hizo sonreír, como si aquello fuese una cata de vaginas.

Era evidente que estaba en medio de una gran orgia de lesbianas. Las leyes propias del club de masturbación imperaban, eso era cierto. Pero en el ambiente, todas las mujeres estábamos gozando al mismo nivel. De hecho, era muy normal ver a parejas de mujeres besándose. Incluso había tríos de mujeres compartiendo besos.

—Desnúdate totalmente, si quieres—me dijo Mónica—. Entrégate al goce, a la felicidad. Te aseguro que no tienes por qué preocuparte por tus prendas. Aquí todas respetamos lo que es de cada una.

—Me parece muy buena tu idea. Además, está haciendo un poquito de calor.

Sin dudarlo, me quité mi camisa y mis pantalones de tela. También me quité mi panty y mi sostén. Al verme tan decidida a entrar en acción, un grupo de mujeres aplaudieron. Cuando miré hacia ellas, descubrí que las tres también estaban desnudas. La mujer que se ubicaba en medio de ellas, masturbaba a sus amigas. Y cada una de ellas, a su vez, tenía su mano en la vagina de ella.

Las tres estaban recostadas en un mueble de color rosa. Durante unos segundos me atreví a mirarlas, para entender a lo que estaban jugando. Ese periodo fue suficiente para que la mujer de la mitad me saludara. Y casi al instante, movió su mano para decirme que me aproximará. Yo miré a Mónica con una sonrisa.

—Ve, Tatiana, disfrútalo. Más experiencias para tu libro de relatos eróticos.

—Nos vemos en un rato, entonces.

Cuando estuve frente a la mujer anfitriona, me coloqué de rodillas frente a su vagina. Los dedos de la mano de cada mujer se retiraron cuando comencé a besarla. Mi boca se hundió con gusto en esa vagina de piel blanca. Sentí con orgullo la textura placentera de su clítoris.

Los gemidos de la mujer no tardaron en manifestarse. Yo sentía un orgullo tremendo de estar haciendo lo que estaba haciendo. Estaba teniendo sexo oral con una mujer que no había visto en toda mi vida. Una mujer de la que no conocía su nombre. Y seguramente las dos mujeres que la acompañaban tampoco.

Era fascinante vivir el sexo a ese nivel de libertinaje. En esa orgia de mujeres todo estaba permitido. Todas estábamos allí para encontrar lo mismo. La ley que sustentaba todas las emociones era el trasgredir, el ir más allá y disfrutar del momento. Todas buscábamos lo mismo, conquistar un orgasmo o un multiorgasmo.

—Que besos más ricos, querida—dijo mi anfitriona—. Jálame esos labios con tu boca. Me excita muchísimo.

—Sí, es lo que más la excita—respondió una de las acompañantes—. Hace un rato me lo hizo a mí. Y sé en carne propia lo fascinante que es.

Mientras le besaba la vagina a esa mujer, yo, permaneciendo de rodillas, me masturbaba. Con mis dedos acariciaba mis labios vaginales y mi clítoris. La sensación de estar en esa discoteca secreta, me emocionaba. Seguía teniendo la sensación de estar viviendo algo ilegal, cometiendo un pecado al margen de la ley.

Pero estaba tranquila, confiando en la atmosfera deliciosa de sexo puro. El sexo oral que le estaba brindando a aquella mujer se potenció cuando una de sus acompañantes se colocó a mi lado. Se ubicó de rodillas, igual que yo, y comenzó a lamer esa vagina. Así que nuestras lenguas realizaron contacto, a la hora de acariciar su clítoris.

Al cabo de unos segundos, suspendimos el sexo oral y nos dimos un beso. Nos besamos apasionadamente, mientras ella manoseaba mis tetas. Ese beso se prolongó al menos medio minuto. Yo también comencé a darle caricias a sus tetas, apretando caprichosamente sus pezones. La mujer que antes recibía el sexo oral, volvió a aplaudir junto a su compañera.

—Fascinante chicas—dijo—. Ahora nosotras nos uniremos a la fiesta.

—Así es—agregó la otra mujer—, ya decidimos qué placer darles.

Lo que ocurrió fue que cada una de ellas se ubicó debajo de nuestros culos. Es decir, se acostaron en el suelo y aproximaron su cabeza a nuestras vaginas. Así, comenzaron a darnos sexo oral, aprovechando que las dos estábamos de rodillas. Empecé a disfrutarlo de inmediato. De hecho, me acomodé un poco para facilitar las lamidas. Descargué suavemente mi peso en la boca de la mujer que estaba bajo mis nalgas.

La mujer con la que me estaba besando, suspendió el contacto con los labios de mi boca al cabo de unos segundos. Al ver su sonrisa entendí su reacción. El sexo oral que estaba recibiendo ya desataba sensaciones fuertes en ella. De pronto, sin previo aviso, se sintió muy estimulada y se sobresaltó, ampliando sus ojos con sorpresa.

Ella y yo nos miramos unos segundos a los ojos. En la mente de ambas brilló el mismo pensamiento. Estábamos gozando como diosas, en medio de aquella orgia de mujeres. Pero creo que más allá de eso: del modo en que la imaginación volaba para darnos placer. Estoy segura que para ella también era la primera vez que tenía a una mujer tendida en el suelo, practicándole sexo oral bajo sus nalgas.

—Está súper bueno, ¿no?—me dijo—. ¿Seguimos besándonos?

—Claro que sí. Sígueme manoseándome con esa misma pasión de hace un momento.

—Con gusto. Eres una mujer muy hermosa.

—Lo mismo digo de ti.

Nuestros labios volvieron a estar juntos. Nos seguimos tocando, estimulándonos la una a la otra. Los besos también acariciaban nuestros cuellos. Las luces de colores en medio de la oscuridad y la música a gran volumen me emocionaban. Yo sabía que la mujer bajo mis nalgas también estaba gozando del sexo oral.

Llegó un momento en que inevitablemente conquisté un orgasmo. E igual que había ocurrido con la mujer que tenía enfrente, suspendí el beso apasionado. Ella me miró a los ojos con gran fascinación. Ahora era ella quien era consciente del gran placer que acababa de alcanzar. Entonces me dio una dulce y suave cachetada en mi mejilla.

Yo, con la misma provocación, respondí a esa cachetada. El beso quedó suspendido y comenzamos a hablar. Ahora dialogábamos como dos personas que comienzan a conocerse. Ni siquiera tuvo interés en preguntarme mi nombre, igual que yo. Mientras tanto, las dos mujeres bajo nuestras nalgas seguían disfrutando del sexo oral.

—Así que es tu primera vez en esta orgia—dijo—. Las primerizas siempre se ven nerviosas e inquietas. Pero en tu caso no es así. ¿Has estado en orgías con tus amigas en casa?

—Algo así. Tengo dos amigas con las que me acuesto con frecuencia en mi apartamento.

—Espero verte con más frecuencia. Si quieres me das tu número telefónico antes de que te vayas.

—Interesante. Para tener sexo casual, ¿no?

—Así es.

Y sí, yo le daría mi número telefónico más tarde. Fue así cómo me enteré que se llamaba Esperanza. Esa noche de sexo lésbico se prolongaría hasta horas de la madrugada. Mientras seguíamos hablando, una camarera pasó junto a nosotros con una bandeja de cocteles. Yo elegí un mojito y mi nueva amiga un Gin tonic. El licor nos ayudó a relajarnos y hacer más sensibles a la estimulación oral. La mujer bajo mis nalgas me pedía que hundiera un poco más mi vagina.

Así que yo empecé a empujar suavemente mi cuerpo contra su boca. Parecía como si estuviese saltando sobre su cara. Mi compañera, al ver el gesto comenzó a imitarlo. Era un movimiento bastante divertido, pero con seguridad muy excitante para ellas. Unos segundos después aconteció algo fantástico.

Yo tuve que colocar mi mano sobre el hombro de mi amiga para ver bien. Detrás de la espalda de Esperanza, una mujer se aproximó para acostarse en el suelo. Y entonces, ubicó su cabeza en medio de la vagina de la mujer tendida en el suelo que le practicaba sexo oral a Esperanza.

—Ummm, ¡qué emocionante!—dije—. ¿Hasta dónde nos va a llevar esta noche de sexo lésbico?

—¿Por qué lo dices, Tatiana?—me preguntó.

—Mira hacia atrás.

Esperanza giró su cuerpo un poco para visualizar lo que ocurría. Entonces visualizó a la mujer besando la vagina de la mujer que estaba bajo sus nalgas. Luego ella volvió a mirarme, llena de fascinación por lo que acababa de ver. Me dijo que en una orgía como aquella nunca se sabía que podía ocurrir.

—Existen mil y una formas de disfrutar del sexo—dijo—. En este club de masturbación todas venimos a lo mismo. A jugar con nuestra creatividad y tener sensaciones nuevas.

—Eso veo. ¿Cómo descubriste este lugar?

—Por Internet. ¿Y tú?

—Gracias a una amiga.

En ese momento, decidí prestar atención al entorno lujurioso de sexo de aquella discoteca. Mi mirada estaba en búsqueda de Mónica. La reconocí al fondo, en una esquina de aquella espaciosa sala. Se estaba besando con una mujer que se encontraba sentada sobre sus piernas. Entonces le dije a Esperanza que se fijara en ella:

—Fue ella la que me invitó a venir hoy. Fue una sorpresa para mí. Pensé que esto solo era un bar.

—Eso piensan todas las novatas. Está muy linda tu amiga. ¿Quieres que vayamos a acompañarla?

—No, ¡no!—respondí de inmediato, entusiasmada—. Quiero seguir disfrutando de esto. Esto de tener sexo con desconocidas, con mujeres de las que ni sé su nombre.

—Te entiendo.

Seguimos bebiendo los cócteles, contemplando lo que ocurría en todo aquel espacioso lugar. Era deleitante ver a cada mujer disfrutando del sexo. Esperanza y yo seguíamos saltando suavemente sobre los labios de las mujeres bajo nuestras nalgas.

Unos segundos después, ella realizó el mismo gesto que yo había hecho antes. Colocó su mano sobre mi hombro para asomarse y ver qué ocurría detrás de mí. En su rostro había una sonrisa deliciosa. Yo instintivamente giré mi cabeza hacía atrás. Lo que ocurría es que otra mujer había decidido practicarle sexo oral a la mujer bajo mis nalgas.

—Creo que estas mujeres ya se han dado gusto con nuestras vaginas—dijo Esperanza—. Vamos a devolverles el favor.

—¿Qué cariñito vamos a darles?

—Solo imita lo que voy a hacer.

En ese instante dejamos de saltar suavemente sobre las mujeres bajo nuestras nalgas. Yo vi que Esperanza se aproximó a la mujer que antes estaba besando su vagina y se acostó a su lado. Comenzó a besarla durante unos segundos, antes de lanzarme una mirada. Esa mirada me indicó que era eso lo que debía hacer con la otra mujer.

Así que también me acosté al lado de la mujer correspondiente a mí. También comencé a darle besos deliciosos en la boca. E igualmente empecé a acariciar sus senos y su piel. A menudo me fijaba en la mujer que le estaba besando la vagina. Estuve dándole placer a dicha mujer durante varios minutos. A medida que pasaba el tiempo, ese ambiente orgiástico se llenaba de emociones más intensas, potenciando las buenas vibras, segundo a segundo.

La desconocida junto a mí gemía y gemía. A veces elevaba sus piernas hacia el cielo, deleitándose con el sexo oral que recibía. Además, aprovechaba sus manos libres para manosearme. Luego me pidió que me arrodillara junto a ella y la besara. Con gusto obedecí, acomodándome con cuidado. No quería que la mujer que le practicaba el sexo oral se detuviera.

Aquella tercera mujer continuó con gusto con su labor. Yo mientras tanto intercambié besos deliciosos con aquella mujer rubia. Era la misma que me había invitado a unirme al grupo de ella, tras aplaudirme. De nuevo volvía a experimentar el gusto de tener sexo conmigo. De darnos cariño entre las dos.

—Estás muy guapa querida—me dijo en un momento de pausa—. Tienes unas tetas hermosas y un rostro muy lindo.

—Muchas gracias. Espero nos veamos en futuras ocasiones.

—Estoy de acuerdo contigo. Siempre es bueno tener sexo con nuevas carnes.

Un momento después, Esperanza se aproximó a mí y me tomó de la mano. Me obligó a levantarme y juntas nos fuimos a unos cómodos muebles. Aunque antes de llegar allí, detuvimos a una camarera acompañada de una bandeja de cocteles. Cogimos al azar nuestras bebidas, sin fijarnos exactamente qué tipo de coctel eran.

Una vez sentadas en los muebles seguimos conversando. Junto a Esperanza había una mujer morena masturbándose. Al lado mío, dos mujeres se estaban besando. Y en la poltrona que se encontraba frente a mí existía otra mujer rubia, masturbándose. Mi nueva amiga y yo seguimos disfrutando del gran espectáculo de esa orgía desenfrenada.

—Siempre hay gente nueva en esto—dijo Esperanza—. Eso es lo más interesante. Aunque algunas también ya reconocemos rostros comunes.

—Para mí todas son nuevas. Ya me acostumbraré—le respondí—. Hasta ahora, todas han notado que soy nueva. La mujer de hace rato me dijo que le encanta tener sexo con nuevas carnes.

—Sí, es un deseo muy común entre nosotras, querida Tatiana.

Esperanza y yo seguimos conversando, sintiéndonos a gusto con la música y las luces multicolores. Esa fiesta, esa orgía se mantenía viva. Tenía la sensación de que aún faltaban horas antes de que llegara a su fin. Yo sentía que la noche sería larga y seguiría disfrutando intensamente.

Unos minutos más tarde, una amiga de Esperanza apareció entre las sombras. Después de presentarnos, ambas comenzaron a besarse frente a mí. En ese instante sentí que no debía involucrarme. Las dos se estaban amando como dos novias que necesitaban su propio tiempo. Así que estiré mis piernas y comencé a masturbarme.

La mujer que se masturbaba en la poltrona comenzó a mirarme con provocación. Pronto entendí que estaba admirándome, usando mi belleza para saciarse. Las dos decidimos compartir miradas de cariño, a la vez que cada una se frotaba. La sensación deliciosa de estar haciendo algo ilegal en esa discoteca secreta se mantenía latente en mí.

Al cabo de unos minutos, ella se atrevió a romper el silencio entre ambas. Fue entonces cuando me preguntó:

—¿Es la primera vez que vienes? Nunca antes te había visto. ¡Bienvenida!

—Gracias. Sí, es mi primera vez. No me lo esperaba. Pensaba que esto era solo un bar.

—Espero no sea esta tú única vez. Es muy emocionante. Y eso que apenas estamos comenzando.