Claudia y Kelly salen de caza
Oye Kelly, ¿tengo más gordo el trasero o son sólo figuraciones mías?-, le pregunté a mi amiga inglesa con la que compartía el departamento desde hacía ocho meses.
– Ambas cosas… -, y soltó una carcajada.
Estábamos listas para irnos de fiesta.
Otro sábado más de disco, tragos, baile y posiblemente alguna cogida con algún “amigo”.
Debo reconocer que desde que vivía en Londres, me había vuelto más puta, putísima para ser más clara.
Quizás la libertad de sentirme extranjera, atractiva y sólo por un corto tiempo me había dado el valor de arriesgarme a cometer perradas que en casa no había llegado a hacer.
Esa noche ambas sabíamos que íbamos a «cazar», sí, ¡a cazar! A los 24 años, una comienza a hacer las cosas con un mayor nivel de responsabilidad, pero con el mismo nivel de locura que se tiene a los 18.
Y a cazar se va con las armas en perfecto orden: la ropa, la apariencia, los condones.
Ya muy temprano nos habíamos depilado el pubis.
A mí eso me pone más cachonda, dejarme un minúsculo bigote por encima de la concha lista para ser mamada y partida en dos por una verga dura.
Yo llevaba zapatos de tacón alto, pantaletas tipo tanga color negro, que consistía en una tira de tela que pasaba en medio de la raja de mi culo y apenas tapaba el triangulo de allá abajo; me sentía una verdadera putona hambrienta de verga.
Eso también me hace sentir cómoda a la hora de vestir.
También llevaba un brasier negro y medias del mismo color, vestido de algodón… y lo demás no importa, lista y preparada.
Preparada para lo que siempre esperábamos de tales salidas putescas, pero totalmente ignorante de lo que realmente pasaría unas horas más tarde.
La noche en que me he sentido más puta hasta ahora, aún cuando me sigo considerando una mujer que las da fácilmente.
Una noche que pudo haber sido peligrosa pero que al final resultó extraordinaria.
Fuimos a una disco llamada Manhatan, la verdad que la pasamos bien al principio.
Entre tragos, baile y una que otra conversación estúpida con estúpidos borrachines del lugar que te preguntaban el nombre, bla, bla…
Pero sólo eso: la pasábamos bien, quizás en una forma un poco aburrida y con el alcohol en la cabeza.
A eso de la media noche, yo seguía cambiando de pareja de «baile» y tomando sorbos de un insípido «gin and tonic». A Kelly le estaba metiendo mano un chico de su misma edad, y ella parecía estar muy motivada ya que le respondía con lengüetazos en el cuello.
Allí fue donde me dije a mi misma que había que encontrar presa y «take away» porque el tiempo corría.
Unos minutos más tarde, ya estaba en un rincón de la disco con un tipo que decía tener un carro para mí esperando a la salida.
Mi cachondo ánimo, y que estaba subiendo entre beso y beso, manoseos y tocadera, se vio súbitamente frustrado cuando el muy cabrón me apretó una teta con poca consideración:
– Cabrón hijo de puta; ¿Qué haces?… Vete a la mierda, ¿ok?-
En ese mismo momento interrumpí a Kelly y le dije que me iba, qué estaba harta.
Mi amiga me dijo que ella tenía que quedarse y que seguramente me veía al día siguiente después del medio día.
Ya en la calle, estaba muerta de la rabia y un poco mareada por el alcohol, caminé apresurada en busca de un taxi.
Unos cien metros más allá, al tratar de esquivar un conductor que quería dárselas de gracioso rompí uno de los tacones de mis zapatos. ¡Eso era lo que me faltaba!, ¡a la mierda! Decidí quitarme los zapatos y acelerar el paso.
En ese preciso instante escuché unos silbidos y aplausos.
No me interesaba voltear y saber quién o quiénes eran los estúpidos comediantes.
Seguí caminando y entendí que estos mismos borrachines me seguían y me hablaban de los tacones y que si quería una limusina a mi casa.
Mi paciencia se agotó cuando uno de los tipos de ese grupo, dijo a todo grito que yo movía las nalgas como candela.
– ¡Fuck yo u!-, les dije, notando que se trataba de un grupo de tres hombres negros.
– Tranquila, no te ofendas-, seguían gritando los muy cabrones.
Debo reconocer que no me sentí atemorizada en ningún momento ante tal situación, quizás la rabia de una noche aburrida y fracasada, quizás el alcohol…
Al caminar un poco más de 50 metros, los mismos hombres seguían unos metros detrás de mí por el lado opuesto de la calle.
Les advertí que si continuaban molestándome, gritaría y llamaría a la policía. Creo que quería llorar pero de la rabia.
– ¡Fuck y out-
En ese momento uno de ellos, un hombre en sus 40, se me acercó con ánimos de calmarme y pedir disculpas, mientras los otros se quedaron callados y mirando a la distancia.
– Quisiera que disculpara a mis amigos-, me dijo con voz baja y mirándome a los ojos.
– Ustedes son unos abusadores, crees que porque soy una mujer sola pueden abusar de esa manera… –
– En ningún momento fue nuestra intención molestar a una dama hermosa como usted-, me respondió y bla, bla, bla…
Creo que mis ánimos se calmaron un poco más, en parte por una curiosidad alcohólica que se despertaba en mí.
La cortesía de estos jóvenes de origen africano hizo que poco a poco la atmósfera se relajara, al punto que hasta varias carcajadas me sacaron.
Me preguntaron que dónde era la fiesta a la que me dirigía.
– No hay más fiesta para mí esta noche, me voy a casa a dormir-
Qué cómo es posible… Qué si esto, que aquello, que vamos a un bar cercano, que querían compensar el mal rato que me habían hecho pasar.
– No. Lo siento debo irme a casa, no hay más bares y discos esta noche para mí-
– Qué te acompañamos a tu casa para que no vayas sola por ahí-
– No gracias, me iré en taxi-
– Es que no es fácil conseguir taxi a esta hora y además hay mucho loco por ahí-
Al final, la paciencia se me estaba acabando de nuevo y les dije que aunque era su última noche en Londres, no podía seguir de fiesta con ellos.
– Pero ¿es que tienes miedo de nosotros?-
– No, que va, ¿miedo yo?, ¿por qué debería tener miedo de ustedes? Ustedes deberían tener miedo de encontrarse una mujer peligrosa como yo-, y soltaron una carcajada.
Maldito alcohol me estaba jodiendo la cabeza y creo que ellos ya lo sabían.
– Como sabemos que no nos tenemos miedo, yo propongo que compremos una botella de champagne y la bebamos en tu casa y antes de las 2:00 AM estamos saliendo de la misma-
Entre el cansancio de mis palabras, el calor del alcohol en mi cabeza y la perra curiosidad, me hicieron aceptar la propuesta no sin antes decirles que yo no bebía más y que en una hora debían irse porque mi amiga Kelly estaría por llegar y además yo estaba cansada.
Así fue como aceptaron, compraron su botella y conseguimos un taxi.
Estos tipos eran tres, el mayor de ellos dijo tener 45 años, los otros dos parecían estar en sus 20s. Más tarde el menor de ellos me dijo que tenía 19.
« ¿Qué si soy una perra?, bueno, en realidad ya lo había sido por varios años» Acepté esa propuesta quizás por esa misma razón y porque sabía que posiblemente Kelly llegaría más tarde y porque bueno, si de repente me salía una puteada con eso y olvidado quedaría.
Al llegar a casa, el bla, bla, se extendió por unos 15 minutos, bebieron su champagne, me convencieron de tomar una copa, dos, sólo dos.
Propusieron que mejor pusiéramos algo de música y allí creo que comenzó mi locura. Me pedían que bailara, les dije que sí pero que ellos también debían bailar.
Así lo hicimos sin ninguna novedad.
Al rato los tipos se sentaron y me dejaron bailando, yo también quise sentarme pero al final me convencieron que siguiera, la cabeza me daba vueltas.
Entre aplausos y comentarios «de caballeros» decidí cambiar el estilo de mi baile por uno más agresivo.
Al poco tiempo uno de ellos dijo que para bailar de ese modo debería ponerme más «cómoda».
– ¿Qué?, están locos…
– Come on!-, replicaron.
– ¿Y ustedes qué?…
– Ya veremos… -, dijeron mientras cruzaban miradas.
Ellos tomaron la delantera y se quitaron las camisas. Me dije a mí misma, «arriésgate y demuéstrale a estos cabrones que tu no eres ninguna niña temerosa».
Me quité el vestido en el acto, tirándolo a un rincón mientras volteaba y les presentaba mi blanco trasero de una manera bien caliente y provocativa.
Hubo un silencio que fue roto por una estampida de aplausos. Me dije a mí misma: «Claudia, a estos tipos los tienes nerviosos, pero mejor dejamos así las cosas».
– Ya es suficiente-, les dije, y empezaron a protestar, que cuál era el problema, que querían ver más. -¿Ver más?, ya hasta me vieron el culo ¿y todavía más?, ¿y ustedes qué?-. En ese momento los tres negros se levantaron de sus asientos y empezaron a quitarse los pantalones. -Hey, un momento, ¡un momento!-, les dije con una sonrisa algo entrecortada.
– Pero ¿Cuál es el problema?-, me preguntó el mayor.
– Vístanse que esto ya no me parece…
– No te parece ¿qué?-, me dijo al darse cuenta que yo trataba de evitar mirarle el animalote genital que se le formaba.
Tragué grueso y ellos se dieron cuenta. Hubo silencio y les dije que no me parecía justo que yo sólo me desnudara para ellos (maldito alcohol).
El mayor de ellos procedió a quitarse el pantalón.
Me quedé por unos segundos boquiabierta, y con los ojos desorbitados.
¡Joder! ¡Qué órgano animal tenía ese tipo! ¡Ese era todo un caballo! Siempre supe que los negros tenían fama de tener vergas grandes y hasta había visto uno que otro video en el canal para adultos, pero esa era la primera vez que tenía una pinga tan anormal, tan llamativa y morbosa ante mis propios ojos.
La verga no estaba dura, no más se quitó el calzoncillo el bulto enorme que se veía saltó y quedó colgando frente a mí. Podía calcular unos 15cm de carne flácida y negra, con una cabeza desproporcionadamente grande para el diámetro del resto del animal.
Ya allí estaba que me quemaba. En otras palabras estaba soberanamente cachonda. Algunos de mis novios y amantes alcanzaban a tener esa longitud, sólo cuando estaban listos para insertarla en mi cosita.
Las bolas de este hombre colgaban como sacos de pelos. El hombre soltó una risa algo satírica y dijo que ya estábamos iguales.
Los otros tenían miembros más reducidos pero igualmente bien proporcionados.
El menor de ellos ya estaba empalmado, su pinga era robusta, algo más gorda que la de su amigo mayor y con bolas significativamente más pequeñas.
Puede entender que la cosa se ponía más caliente para todos.
El otro negro tenía la verga más pequeña de los tres, pero la tenía ligeramente más gruesa y se veía súper durísima.
Allí me entró un cosquilleo en mi vientre y traté de disimular mi asombro. Volví a fijar mi mirada en la verga descomunal del viejo, mientras que con voz delicada pude pronunciar:
– ¡Ah!, es la más grande… -, y de nuevo todos soltaron largas carcajadas.
– No has visto nada todavía-
– You must be joking-. le dije con asombro y una sonrisa.
– Espera que se ponga dura, ¿quieres ver?-, me preguntó.
Me quedé callada y le dije:
– O sea, ¿todavía no está dura?-, qué pregunta alcohólica más estúpida.
– No, tócala para que veas-
– ¿Puedo?… -, le pregunté, y creo que mi comportamiento fingidamente ingenuo los excitaba más.
– Claro que puedes-
Me acerqué y estando de pie tomé esa serpiente por la cabeza y exclamé que me parecía muy suave y tersa.
Estaba como paralizada con la verga en mi mano derecha; por unos segundos le sujeté el chorizo por la mitad mientras el hombre comenzaba a acelerar la respiración.
Le levanté la verga y se la sujeté con una mano para visualizar y palpar las bolas que ya se le estaban endureciendo.
– Son grandes-, pude balbucear.
No pude entender muy bien lo que me respondió pero fue algo como: «eso se gana después de años de experiencia». En ese momento me di cuenta que estaba súper mojada.
– ¿Puedo probar?-, pregunté.
– Prueba todo lo que quieras-
Me puse de rodillas, de espaldas a los demás muchachos que seguían pajeándose lentamente.
Pasé mi lengua por la cabeza de la verga mientras la sujetaba por su base con mi mano izquierda.
Al principio el olor de la verga del negro me desagradó, pero poco a poco me acostumbré a esa cosa que se ponía más rígida. Una conversación en su propio lenguaje comenzó entre ellos.
Decidí masajearle los cojones y la verga se le endurecía más. Le pregunté que si le gustaba, y pronunció algo en su propio idioma que pareció ser una respuesta más que afirmativa por el ritmo de su respiración.
Entre lengüetazos y masajes en el tubo del negro pude darme cuenta que el portador del monstruo le hacia señas a sus amigos para que se mantuvieran en sus sitios.
Más cosquilleos subían desde mis profundidades a través de mi vientre, la mente se me nublaba de vez en cuando. La pinga que tenía en las manos seguía adquiriendo mayor consistencia y mayor tamaño para mi asombro.
Con una mano le bajé la caperuza de piel que todavía tenia cubriendo la cabeza de la verga, apareciendo una cabezota tipo hongo cuando se la pelé por completo y empecé a digerirla dentro de mi boca.
Los hombres comenzaron a hablar en voz más alta y podía escuchar sus prolongadas respiraciones. Traté de meterme la mayor cantidad de verga en la boca mientras la seguía pajeando en su base.
– Traga más-, me decía el muy bastardo, pero ya no podía en medio de mi excitación.
– Nos gustaría complacer con nuestras vergas a una rubia caliente como tú-
En ese momento los otros dos tipos se acercaron y empezaron a tocarme las nalgas y las tetas; a lamerme la espalda, los hombros, en voz baja me decían que tenía un culo rico, que era súper atractivo mi cabello recortado y que querían comerme la conchita.
El tipo que yo tenía en mi boca me agarró de los cabellos y trataba de guiar la mamada.
En un momento dado mi temperatura subió y mi mente se nubló de nuevo, y allí fue cuando comprendí que iba a recibir la follada del siglo por tres negros duros.
– No me hagan daño-, les supliqué. – No me hagan daño por favor-, repetía mientras sostenía con una mano la verga larga que ya estaba dura.
– No te vamos a hacer daño, tranquila, lo vas a pasar bien-
A lo que realmente me refería no era sólo a la posibilidad de que me cogieran malamente con esas tres vergota, sino al hecho de que no quería que me perforaran sin protección.
– Protéjanse por favor, si no tienen condones yo les puedo dar, pero no me jodan sin condón-, les dije casi suplicando y nos dirigimos a mi dormitorio.
Creo que mi caminar, y el rebote de mis nalgas y tetas los puso más calientes.
Ellos comenzaron a ponerse sus condones y yo les ofrecí algunos más que tiré sobre la cama.
Yo seguía pendiente del gigante nocturno que ya estaba listo para metérmela, pero lo curioso es que colgaba graciosamente debido a su peso o tamaño.
– ¿Se han cogido a una rubia antes?-, les pregunté.
Uno dijo que se había cogido a una gorda escocesa hace una semana pero todos estuvieron de acuerdo que ésta era la primera vez que se comerían a una rubia y genuinamente hispana. Estaba súper cachonda viéndolos ponerse sus condones con algo de torpeza.
– Se apuran o se enfría-, les dije mientras me lanzaba a la cama sobre mi espalda abriendo las piernas ampliamente en una pose obscena para que pudieran ver mi vulvita que era atravesada por el hilo de mi tanga. -Háganlo con cuidado, y no se aceptan besos en la boca-, les dije.
Ahora eran ellos los boquiabiertos: conchita rojita y mojada con los labios abiertos.
En ese mismo momento empezaron a acariciarme y mamarme las tetas con maestría. Uno de ellos me metía la lengua en mi rajita mientras yo seguía pajeando al más grande.
El más joven mientras tanto miraba sorprendido, se masturbaba y me tocaba por todas partes.
Me invitaron a sentarme sobre la orilla de la cama mientras uno intentaba quitarme mi pantaleta y brasier.
El hombre más viejo le ordenó que no lo hiciera porque quería cogerme con el brasier puesto. Yo me quité la tanga y me ubiqué en la orilla de la cama con las piernas abiertas.
Unánimemente el hombre de la pinga enorme se arrodilló entre mis piernas y me chupó el coño por un par de minutos.
Los otros hombres seguían acariciándome las tetas y me acercaban sus vergas para que yo se las tocara. Y al fin el que me chupaba la concha se levantó, me puso una mano en el vientre y empezó a ensartarme lentamente.
Debo reconocer que el hombre se veía todo un experto debido a su paciencia y delicadeza. Me empujó una buena parte de la barra caliente y ya yo gemía de placer. El me decía:
– ¿Te la meto más?, ¿te la meto más?-, y yo pedía que sí, pero que comenzara lento.
Siguió metiendo y ya empezaba a sentir como se llenaba mi vagina.
– Mira como te la he partido-, me dijo el que me cogía.
Levanté mi cabeza y vi como la verga negra y enorme estaba dentro de mí en un 75 por ciento, los labios los tenía como engullendo al monstruo.
– ¡Mira lo que has hecho!-, dije como iniciando un sollozo, en medio de un intenso placer y con tono de resignación. -¡Me vas a partir la cuquita!-
La acción transcurrió como tenía que ser, entre mamadas de los otros tipos, in and out; en mi concha, esporádicas chupadas a las otras pingas, hasta que me vine, acumulando jugos vaginales que facilitaban la rica cogida. Estaba como loca. El hombre se vino como a los 10 minutos.
La sacó de mi fruta abierta mientras pude comprobar que algunos jugos transparentes me salían y una gruesa capa cremosa de fluidos se concentraba a lo largo de mi raja. El condón del negro estaba inflado de leche.
Me pusieron en cuatro patas. El más joven se puso enfrente de mí para que se la mamara, mientras que el otro jugaba en mi conchita con sus dedos.
Allí me la metió. Me tenía fuertemente agarrada de mi pequeña cintura, mientras yo trataba de mamársela al jovencito.
Comenzó a apretarme las nalgas y a aumentar el ritmo. Clap, clan, clap se escuchaba por el contacto violento de sus muslos y mi culo bien proporcionado y rígido.
Era increíble escuchar el clan, clap de la cogida a la que era sometida. Pero era mucho más llamativo y excitante ver en el espejo tanta carne negra y sudorosa azotando piel tan blanca y bien distribuida como la mía.
El hombre de la tubería se acercó y le dijo al que yo tenía detrás que lo dejara hacer algo.
Así fue como empezó a mecerme dos y tres dedos en mi pucha mientras con la otra mano empezó a jugar con la entrada anal. Adiviné que su intención era encularme como una perra.
– Por el culo no por favor-, les dije. -Se los mamo, me dan por el coño, pero por el culo no por favor-
Ya antes algunos de mis novios lo habían intentado con fracasos y éxitos medianos, pero nunca me dejaba satisfecha a pesar de lo caliente que me ponía y del placer sutil que me proporcionaba.
Prefería evitar el dolor e incomodidad del día siguiente, especialmente si se trataba de semejantes verga como esas.
Me hablaban y me seguían acariciando y me decían que serían cuidadosos, pero que tenían que perforar un culito caliente como el mío.
Cedí finalmente y por supuesto que el chico de mediana edad produjo algunos dolores a la entrada de mi ano.
Por un momento hubo confusión y el tipo de la verga grande dijo que él lo haría.
– ¡No! are you crazy!-, le dije. -Con esa verga no me dejo joder el culo-. Siguió el otro y al fin la metió. La metió bien adentro porque ya el dolor lo decía.
En medio del dolor y el placer empecé a moverme lentamente mientras llamé al más grande para mamársela.
Quizás lo hice para estar segura que ese no se atrevería a metérmela por el culo.
Al rato estaba agotada, pensé que no iba a resistir las embestidas desde atrás, me faltaba el aire también. Nunca paré de producir gemidos de dolor, pero también de placer, todo eso me ponía más caliente y lujuriosa.
Mi culo estaba que reventaba de dolor pero también de placer y perversión.
El chico se vino dentro de mí y lo pude anticipar por las contracciones de su verga y porque sentí como el condón se inflaba dentro de mí, al momento de recoger la leche del negro.
Tomé un descanso de unos tres minutes, me quité las medias y brasier, y me dejé montar por el más joven de ellos que también tenía una pinga enorme en comparación con mis experiencias anteriores. Ese acabo más rápido que los demás.
– Necesito un trago-, les dije.
Fui a la cocina y me preparé un buen vaso de gin and tonic.
Traje conmigo un pote de vaselina y los chicos se alborotaron. La orgía continuó, yo estaba súper agotada pero más caliente que nunca.
Mi estado era de total descontrol, mi maquillaje corría por las mejillas y el sudor de los negros se confundía con el mío.
Al final hasta me deje encular por el más grande. Eso fue un largo pero erótico proceso que contó con la ayuda de sus amigos.
El más joven no logró meterse en mi agujero trasero pero esa noche creo recordar que se corrió cuatro veces, una en mi boca por cierto. Realmente me sorprendía la capacidad del más viejo.
Era el que duraba más de todos y en su tercera explosión, todavía su pinga vomitaba leche por montones.
En total la bestia se corrió en mi culo una vez, tres veces en mi cuca y luego una paja/mamada que se la hice antes de quedarme rendida de agotamiento.
El otro en resumen me perforó el culo una vez, y se vino en mi cuca dos veces. ¡La follada más grande que he tenido en una noche!
No supe cuando nos dormimos del cansancio pero desperté por los rayos de luz que entraban por la ventana. Desperté algo atemorizada al no saber qué hacer con esta gente, luego de lo que había pasado anteriormente.
Tenía algunos dolores en mi ano y mi coño estaba algo irritado.
Temía que Kelly llegara. Eran las 10:45am recuerdo y los hombres seguían durmiendo con sus trancas colgando. No salía de mi asombro con la verga del más grande. Me fui a la ducha del piso de abajo.
Creo que necesitaba una buena ducha después de tanta acción.
Fue tranquila y placentera. Salí, me sequé, me eché cremita en mis orificios de placer y me vestí «decentemente». Llego el más viejo de todos y comenzamos a conversar con mucha naturalidad.
Él sólo llevaba una franela. Le dije que debían irse lo más pronto posible y que olvidaran todo sobre mi casa.
El respondió que no me preocupara.
Mi curiosidad me llevo a preguntarle que cuánto le media la verga. Me dijo que no estaba muy seguro que si quería se la podía medir en su presencia para no exagerar nada.
Con la cinta métrica que estaba en la cocina le medí 14cm en reposo.
Él mismo se la estimulo, con algo de ayuda que le ofrecí, y así fue como pude comprobar que allí hubo casi 20cm de carne dura partiendo coño y culo la noche anterior.
Se fueron, comencé a limpiar y a ordenar la casa.
Kelly llegó muy sonriente. La muy puta me dijo:
– No sé como te fue anoche, pero yo tuve una noche inolvidable con el chico que me encontré-
Pobre putica, pobre putica, no sabe nada sobre noches inolvidables.