Amada Sonia
Aquel viernes no se presentaba demasiado bien. Juanjo y yo habíamos discutido el fin de semana anterior por culpa, curiosamente, de una mujer. Nuestra relación había empezado el año anterior, durante las vacaciones. Fue concretamente en su piscina en donde me inició como bisexual. La semana que pasé en su casa fue increíble, sobretodo cuando se convertía en Sheila, la ninfómana travestí que me llegó a convertir en Alicia. El año que pasamos después fue de órdago, amigos, amigas, orgías… Poco a poco, nos acostumbramos más el uno al otro, hasta el punto de compartir piso en Barcelona. Los primeros meses fueron geniales. Él estudia y yo trabajo, pero compaginamos nuestras vidas para seguir gozando de nuestras fiestas. El problema es que, aunque los dos somos bisexuales, a Juanjo no le tiran demasiado las chicas. Llegó a confesarme que lo hacía más por mi que por él. Los dos follábamos cuanto podíamos y con quien podíamos, a veces juntos, a veces por nuestra cuenta. Pero el caso es que siempre terminábamos juntos en nuestro piso.
De pronto, mi amante y compañero de piso, comenzó a desarrollar una peligrosa obsesión. Cada vez le molestaba más el sexo con más personas, incluso en medio de una jodienda con Pilar, su cuarentona madre, se puso a chillar como un loco porque le hacía, según él, poco caso. Cada vez le costaba más travestirse aunque sólo fuese para mi, y me reprochaba constantemente que hubiese dejado de lado mi vida como Alicia. La cuestión es que, para apagar un poco sus celos, pensé en comprarle un conjunto nuevo de lencería que, sabía que le chiflaba. Al salir del trabajo me dirigí a la tienda sin perder tiempo. -¡Hola Marco!-, saludó la simpática dependienta. Respondí a su saludo y me acompañó a la sección que buscaba. Entonces la vi.
Curioseando entre los bodys había una chica, de mi altura (170 cm.), no especialmente llamativa pero muy guapa. Sus prominentes tetas se marcaban bajo la fina lycra del top que llevaba, y unos hechizantes ojos verdes me miraban bajo su corto pelo claro. La dependienta me la presentó como Sonia. Es suramericana y estaba de turismo en España aunque, según ella, había decidido instalarse por un tiempo aquí para cursar un postgrado. Todo fue muy deprisa, charlamos un poco mientras escogíamos ropas hasta que preguntó si mi novia o esposa era capaz de ponerse aquello, señalando al atrevidísimo conjunto que sostenía. -Bueno, de hecho es para mi novio-, respondí. Sonia se quedó de piedra por unos segundos. Yo la miraba divertido y me ofrecí a contárselo en un bar, si le apetecía. -Claro, me encantaría. Además quiero conocer a gente de aquí, y me has dejado intrigada-. Terminamos nuestra selección y nos fuimos hacia los probadores, ya que Juanjo y yo usamos la misma talla. Entramos en cabinas separadas pero, al cabo de poco, llamaron a la portezuela. -Oye, Marco, ya se que es un poco atrevido, pero…¿Me dejas echar un vistazo?-. Ni siquiera respondí, abrí la puerta y la invité a pasar. Me echó una mirada de arriba abajo y dio su aprobación total. El body azul turquesa sostenía unas medias de encaje negras brillantes y, la verdad es que me sentaba estupendo. No me costó mucho excitarme pensando en como le quedaría a Juanjo, mi polla empezó a crecer bajo el slip, pugnando por salir. -Perdona Sonia, pero es que…-. No me dio tiempo a terminar, me estampó dos sonoros besos en la mejilla y salió a su cabina. Ya vestido, me esperé delante de su puerta, hasta que me invitó a entrar. Me metí y el espectáculo fue alucinante. Sonia poseía una belleza rotunda que exhibía sin más cobertura que la lencería que llevaba. El conjunto le realzaba sus grandes tetas, descubriendo ligeramente los pezones. Su hermosa cintura estaba apenas cubierta por el vuelo del body y un culo grande y respingón asomaba por entre el hilillo del tanga. -¡Uhau, estás imponente Sonia!-. -Gracias-, dijo coquetamente. Me fijé en que, ni un solo pelo asomaba por el pequeño triángulo de tela que cubría el coño, y también en que sus pezones estaban ahora más marcados que cuando entré. Salí de allí a esperarla y noté que seguía excitadísimo, pero ahora no era sólo por Juanjo/Sheila, sino por la hermosísima mujer de al lado.
Salímos de allí y fuimos a tomar algo. Allá nos contamos todo lo que quisimos saber el uno del otro y se nos hizo más que tarde. Yo ya tenía que ir a casa con Juanjo, así que quedamos en vernos el Sábado a mediodía para tomar el vermuth. Al legar a casa, encontré a mi amigo estudiando, me acerqué lentamente y le di un beso en la mejilla, mientras le ofrecía la caja con su regalo. Lo abrió y musitó un «gracias» más bien apagado. No era exactamente aquello lo que yo esperaba, y menos después del agradable rato que acababa de pasar con mi nueva amiga. Se lo comenté y encontró la excusa perfecta. -Así que es eso, ya no te gusto tanto, ¿Verdad?. Pues dáselo a ella y te la follas-, dijo tirando la caja al suelo. La dejé allí y, más triste que enfadado, me fui al comedor. Me puse la tele mientras pensaba en aquello, me hice algo para cenar dejándole un poco a Juanjo y, poco antes de las doce me fui a dormir. Mi amante no había salido del cuarto de estudio en todo el rato.
Sin embargo, sobre la una de la madrugada, encendió la luz del cuarto y me despertó. Llevaba el conjunto y se había maquillado con sus pinturas de guerra preferidas. Estaba radiante, tanto que, olvidando mi pasajero enfado, lo besé tiernamente. Aquella noche hicimos el amor como al principio, incluso cuando me daba él por el culo lo hacía con mucho más cuidado que días antes. Notaba claramente el cariño que sentía por mí a través de su espada hurgando en mi anito, sus manos acariciando mi espalda y, finalmente, su leche esparcida por mis nalgas, caliente y sedosa. Luego me obsequió con una mamada genial, de las que hacen época, que reafirmó mis sentimientos por él.-Lo siento Marco, he sido un tonto todo este tiempo-, dijo una vez acostado a mi lado. Aquello volvía a marchar, al menos era un principio de reconciliación.
A la mañana siguiente, me dirigí al bar en el que había quedado con Sonia. Por supuesto se lo comenté a mi amante y, más resignado que otra cosa, dio su aprobación. La hermosa Sonia ya estaba en la mesa, con su bebida. Dos besos y volvimos a retomar la conversación dónde la dejásemos el día anterior. En un momento dado, me lo hice venir bien para preguntarle si le gustaría conocer a Juanjo. Accedió encantada, sobretodo después de contarle, a instancias suyas, nuestras aficiones más secretas. Llamé a Juanjo y, al estar avisado de antemano, llegó enseguida. La presentación no pudo ir mejor, por lo menos a primera vista se cayeron bastante bien. Charlaron animadamente, como si se conociesen de tiempo pero, inevitablemente, terminaron hablando de sexo. Sonia le hacía preguntas cada vez más cachondas, llegando a sonrojarme alguna vez. Decidimos ir a comer a un restaurante cercano al paseo marítimo y, después de un suculento almuerzo, Juanjo soltó: -¡Apuesto a que te gustaría vernos en acción!-. Me quedé más que sorprendido, más aún cuando Sonia aceptó. Pensé en protestar, pero la idea me empezaba a gustar, por desgracia, Juanjo se refería a alguno de los varios videos nuestros que guardamos.
Sin darme tiempo siquiera de terminar mi café, nos fuimos disparados hacia casa. Serví unos combinados mientras Juanjo y Sonia escogían la cinta. Tomaron una bastante convencional, mi amigo caracterizado como Sheila y yo jodiendo como locos. Sonia se quedó muda durante un rato, con la vista fijada en el televisor. Sólo al cabo de un rato se atrevió a comentar alguna de las imágenes que visionaba. Alucinaba especialmente con los planos cercanos de sexo anal y con las corridas en la cara. Aquello empezaba a degenerar, porque mi compañero de piso iba cambiando las cintas por otras cada vez más duras. La cosa empezó a desmadrarse cuando Juanjo tomó la cinta más guarra que teníamos. La de un día que nos dio por montar numeritos bizarre con la madre de Juanjo y una gordísima amiga suya llamada Amparo. Lo pasamos muy bien, pero sin duda a Sonia le parecería una asquerosidad, contenía incluso escenas de coprofilia. -¿Quieres ver algo realmente duro? Aunque tal vez no te guste demasiado lo que vas a ver.-, preguntó Juanjo con una sonrisa pícara. Sonia recibió la idea encantada. Yo ya pensaba irme de allí cuando, entre los dos, me sentaron en el sofá.
En la primera de las tomas, ya estaban Amparo y Pilar dándonos por el culo con dos pollas de plástico cinchadas a sus cinturas. Juanjo y yo, en cuatro y cara a cara, juntábamos nuestras lenguas como putas en celo pidiendo más polla. -¡Uahu, debeis tener los culos destrozados!-, soltó Sonia. -No creas, además es riquísimo.¿nunca te lo han hecho?-, le preguntó mi amigo. -No, pero me encantaría probarlo-, contestó la chica dándole un golpecito a mi paquete mientras se reía. Volvimos a mirar a la pantalla y ya las maduras habían cesado con su sodomización. Ahora venía aquello de mearse sobre nuestras espaldas. Peor aún lo pasé cuando apareció un primer plano de mi culo, tumbado boca abajo en el suelo del baño y con las piernas abiertas. Me puse rojo de vergüenza, a sabiendas de lo que iba a venir, escuchando las risas de mi amiguito al lado.
Aparecieron las manos de Amparo sosteniendo un embudo de cocina bastante grande. Entre ella y Pilar, me abrieron los cachetes de mi trasero y, lubricándolo previamente, me lo encasquetaron en el ojete. Pilar acercó su coño al embudo y comenzó a mearse. Su pipí se vertía directamente en mi recto. El caso es que recuerdo la sensación como muy placentera, con el caliente líquido invadiendo mis intestinos. En el video se escuchaban perfectamente mis gemidos a cada chorro mientras los otros tres se dedicaban a decirme toda clase de guarradas. Luego pasó Amparo y repitió la operación, pero el embudo empezó a rebosar pronto mojándome del todo. Estaba lleno de meados y me estaba gustando. Luego, entre gritos de ánimo de las dos gordas y de Juanjo, que oficiaba de cámara, comencé a apretar. Al principio unas burbujas sacudieron el pipí del embudo, pero de pronto, un potente chorro de meados se levantó como un surtidor. Con el sonido de los aplausos de fondo, saltó el embudo, y ahora los chorritos cada vez más cortos de meos salían directamente de mi agujero. Vi que Sonia miraba absorta la pantalla incrédula. Aún más cuando mis nalgas parecieron abrirse para mostrar mi ojete a las claras. Mi amante aproximó el objetivo de la cámara y se vio mi ano abriéndose. Por un momento se vio la abertura de mi culo, mostrando el interior. En seguida apareció un oscuro churro de mierda asomando por entre mis nalgas. Por supuesto, terminó rompiéndose, cayendo al suelo con un sonoro «plop». Yo gemía como una gata cuando un segundo churro apareció. Con este, estuve un ratito entrándolo y sacándolo, follándome con él al tiempo que los presentes me felicitaban. Finalmente, sacándolo demasiado, cayó quedando pegado a una de mis nalgas para resbalar hasta el suelo. Inmediatamente, con un movimiento un tanto brusco, la cámara cambió de manos y fue mi amigo el encargado de limpiarme la caca de mi trasero con sus orines. El problema fue que no podía mear con el empalme que llevaba así que, poniéndome de rodillas, metió su picha en mi negro agujero. Me follaba del modo más salvaje, con su polla haciendo rebosar los restos de mi cagada. Realmente era lo más guarro que jamás hicimos, pero estábamos los dos salidísimos. Yo me pajeaba sintiendo el querido nabo de Juanjo esparciendo la mierda por todas partes, hasta que se corrió sin avisar. Paró su vertiginosa enculada y, de pronto, dio tres o cuatro apretones profundísimos que me hicieron ver las estrellas mientras soltaba su esperma. Quedamos un momento quietos los dos y, para mi sorpresa, noté un líquido caliente que volvía a llenarme. Juanjo se meaba dentro de mi culo con la ahora semierecta polla haciendo de tapón. El placer fue tan grande que no recuerdo otra enculada parecida. De golpe y porrazo, mi amante se retiró algo más de un palmo, entonces acarició mi verga desde atrás y sucedió lo inesperado. Sólo con sentir el roce de la amada mano, mi leche se precipitó al suelo, lentamente. Pero al hacer el apretón para soltar el siguiente cuajarón, mi ano se abrió con una violencia inesperada. Un tremendo chorro de mierda, semen y meados se estrelló contra el pubis de mi querido Juanjo dejándolo hecho una pena. La escena terminaba con las risas de las dos gordas mientras paraban la cámara.
Sonia no supo que decir cuando le paramos el video. -¡Joder chicos, eso si fue realmente duro y salvaje-. Yo estaba todavía colorado, pero a Juanjo parecía hacerle mucha gracia. Para bajar un poco el tono de aquello, les propuse hacerles la cena, a lo que se avinieron enseguida. Me fui a la cocina mientras Juanjo y Sonia se quedaban en el salón, aunque vi como tomaban otra de nuestras películas mientras me retiraba. Decidí, al ver que tenía tiempo de sobras, hacerles algún plato un poco trabajado, aprovechando mi afición culinaria. Escogí un hermoso pescado de la nevera, reservado para el domingo y decidí que esa ocasión merecía más la pena. Afuera sólo escuchaba risas y chismorreos de los dos salidos, que cesaron durante un cuarto de hora o poco más. Resistí la tentación de salir, en parte porqué imaginé qué tramaban y me pareció una idea estupenda. En efecto, cuando volví a escuchar sus voces salí al comedor y el espectáculo era excepcional. No sólo Juanjo ya era Sheila, vestida como la mayor de las putas, sino que Sonia llevaba el conjunto del otro día en la tienda bajo un batín de seda. Las dos lucían imponentes, irresistibles. Sheila se acercó a mi contorneándose de forma exagerada sobre sus rojos zapatos de talón y juntó su boca a la mía. La lengua de mi amadísima travestí se metió como una víbora buscando la mía, por un momento me pareció que marcaba su territorio. -¡Méteme el dedo, mi amor!-, susurró en mi oreja pero de forma que Sonia la oyese claramente.
Levanté la cortísima falda, que apenas cubría el tanguita y, apartando el hilo trasero busqué su hoyito. La muy puta se ayudó con sus manos para separarse las hermosas y depiladas nalgas, facilitando mi trabajo. Mi dedo índice se encontró con su deseado anito, ya lubricado y se perdió dentro de él. Sheila ronroneaba y maullaba como la gata en celo que era en esos momentos mientras la follaba con el dedo. En un rápido movimiento, abrió mis pantalones y, tras quitarse mi dedo del culo, se arrodilló bajándomelos junto con el slip. Ahora vi a Sonia, en pie tras de mi amante, sobándose las tetas por encima del pequeño sujetador y guiñándome el ojo. Enseguida se puso a nuestro lado para no perderse detalle de cómo mi «novia» Sheila se tragaba mi mástil. Chupaba la tranca lentamente, tragándose la caperuza y volviéndola a sacar, lamiendo la barra de arriba abajo y, de vez en cuando, se tragaba las bolas. No sé como, consiguió sacarme los pantalones del todo, para que pudiese moverme mejor. Sonia animaba discretamente junto a nosotros con una mano perdida bajo el cerrado batín. Sheila acariciaba mi culo cuando, súbitamente, me enterró un dedo en él. Sabía que me volvía loco, y repitió con un segundo sin dejar su trabajo oral. Casi sin darme cuenta, cambió sus dedos por una clavija que me clavó sin compasión, en esos momentos gozaba como un loco. De pronto, en lo mejor de la mamada, Sheila se levantó y volvió a besarme. Sentí como sus manos rompían el hilo de su tanga, que cayó al suelo. Su maravilloso cipote asomaba por debajo de la tenue falda. -¡Cómeme el clítoris, mi amor!-, me dijo fuera de si.
Le quité la inútil minifalda y la senté sobre la mesa. Primero le besé la pequeña parte del púbis que el body no cubría y bajé lentamente hasta topar con la pollita de Sheila. De hecho no era ninguna «pollita», sino una polla con todas las de la ley. Besé el glande y mi amado travestí suspiró al sentir la húmeda lengua. Tragué hasta donde pude y volví a subir, mientras volvía a follarla con el dedo en su negro pozo. Estuvimos así un buen rato, bajo la atenta mirada de la guapa Sonia, hasta que Juanjo/Sheila no aguantó más. Le gustaba correrse en mi boca, pero esta vez, en deferencia a Sonia, me la saqué y la terminé con una paja. Un pequeño géiser de leche saltó del nabo de Sheila, para estrellarse sobre mis manos y su hermoso body recién comprado. La guapísima mujer que nos acompañaba se había quedado inmóvil mirando la escenita cuando, de pronto, le pregunté si querría ayudarme. -¡Encantada!, pero… ¿Cómo?-, respondió la bella Sonia.
Sheila, atenta a lo que pasaba, subió sus pies a la mesa y acercó su culo hasta el borde. Ahora su prieto y hermoso ano hacía algo más que insinuarse. El precioso hoyito se mostraba entre los dos cachetes del culito de mi amante travestí. Aunque me hubiese sido fácil, como otras veces, tanteé alrededor con mi polla, sin tocarla, como si no atinase a meterla en el amado agujero. Con mis dos manos ocupadas, agarrado a las bellas piernas de Sheila enfundadas en las suaves medias, Sonia lo comprendió de pronto. Con cierto recato primero, agarró mi nabo y lo orientó hacia la gruta de Sheila. Apreté aposta hacia un lado y el glande patinó lejos de su objetivo. Esta vez Sonia la tomó más fuerte, sentí su caliente y suave mano abrazando mi pene, que palpitaba tanto por Sheila como por ella. Apoyó la punta en el esfínter de mi amigo y, por sorpresa, con la otra mano empujó mis nalgas. El rabo entró sin aviso previo en el deseado culo de Juanjo/Sheila, que se estremeció al sentir la rápida invasión. Segundos más tarde, su ano se adaptó como un guante a mi polla, que comenzaba a moverse dentro de mi «novia». La embolaba lentamente, alargando sus suspiros de gozo. Sonia, a mi lado, miraba embelesada como la verga se abría paso por el estrecho y lubricado orificio, dilatándolo de forma increíble.
Entonces Sheila, aprovechando la proximidad de la bella dama, le agarró la mano mientras exageraba sus gemidos de forma evidente. Ronroneaba como una leona, retorciéndose cada vez que sentía mi picha entrar a fondo. Nunca le había visto echar tanto teatro a una enculada, pero el caso es que, también a mí, me ponía a mil. La calentura de Sonia ya no podía disimularse, ahora se acariciaba descaradamente su clítoris con la mano libre al tiempo que con la otra apretaba la del enculado travestí. Conociéndome perfectamente, Sheila se dio cuenta al rato que estaba por terminar. Instantes antes, comenzó a simular el más fogoso de los orgasmos, como si el placer que sentía por el culo se multiplicase por diez. La exhibición de grititos y suspiros dejaba en ridículo a la más caliente de nuestras pelis porno. Por supuesto me vacié asimismo entre grandes jadeos agarrando con una mano una de las piernas de Sheila y con la otra el terso culo de Sonia. La chica silbó por lo bajo cuando retiré muy despacio mi nabo de su angosta prisión, chorreando semen y brillante por la vaselina. De inmediato, me arrodillé ante el imperial culo de Juanjo y empecé a lamer su túnel del amor. Le encantaba terminar así y quería demostrarle cuanto le amaba. La lengua golpeaba alrededor del ahora dilatado ojete y, de vez en cuando, se metía unos centímetros. Ahora los gemidos de mi amante eran más reales, pausados y profundos. Pronto, y para sorpresa de Sonia, mi esperma rezumó del trasero de Sheila. Le caía por el canal entre las nalgas, pero pude recoger el suficiente para ofrecérselo de mi boca en un furioso beso. Para cuando nos recuperamos, al cabo de unos minutos, Sonia salía de la cocina con cara de satisfecha, mostrando una enorme mancha húmeda en sus tenues braguitas. -No creo que cenemos pescado hoy-, dijo tranquilamente. Por supuesto, nuestra cena se había quemado, así que no quedaba más que pedirnos unas pizzas.
Durante la larga cena, no hicimos más que charlar los tres de lo que habíamos hecho antes. La guapa invitada, hacía preguntas cada vez más picantes, ayudada por Sheila, que la animaba en todo. -Oye, Marco, ¿Te gustaría follar con Sonia?-, soltó de improviso Juanjo/Sheila como sin darle importancia. Me quedé de piedra. La verdad es que me venía muy en gana, pero aunque parezca mentira, me daba vergüenza insinuarme a ella. A cualquier otra ya le habría tirado los trastos después de lo que habíamos hecho juntos, pero Sonia parecía, y es, especial. No quería estropear lo que se presentaba como una buena amistad por culpa de la precipitación. Aún estaba pensando en eso, cuando escuché la voz de la hermosa muchacha a mi lado. -Sí, Marco, ¿Dirías que te gusto?-, dijo Sonia sonriendo pícaramente mientras mostraba uno de sus hermosos pezones. Aquello me olía más a cachondeo que a otra cosa, pero el caso es que, sin responder, me llevé el pezoncito a la boca. Para mi satisfacción, la mujer no sólo no se retiró, sino que atrajo mi cabeza más hacia ella. Ayudado por ella, dejamos las dos grandes tetas al descubierto a las que amasé mientras las chupaba. Aquello ya era desquiciante, estábamos los tres calentísimos y recuperados de los orgasmos anteriores, y la situación ya no tenía vuelta atrás. Sheila, en pie detrás de Sonia, besó la nuca de la preciosa chica y acarició mi cara con sus suaves manos. Pasó su lengua desde la oreja al cuello de la zorrita, que gemía placenteramente mientras era atendida por nosotros dos. Lentamente la fuimos levantando y, en un periquete, ya estábamos en la habitación de matrimonio, sobre nuestra gran cama.
Las bragas de las dos zorritas, cayeron de inmediato al suelo, junto a mi ropa, echándose la mujer de espaldas a la cama. El coño de Sonia lucía precioso, depilado, rojo y brillante de sus jugos. Ni siquiera lo pensé y me arrojé sobre su pubis en busca de sus suculentos caldos. Sheila, por su parte, retomó la faena dónde yo la dejase momentos antes, mamaba los pechos de la joven con pasión y entrega. Mientras, mi lengua hurgaba por entre los cálidos pliegues de carne que rodeaban la caliente vagina. Di unos cuantos fugaces lametones al interior de los muslos de la jaca que le arrancaron unas risitas provenientes de las cosquillas para volver de pronto a mi objetivo. En medio de sus labios, se erguía un clítoris rojo y duro que parecía llamarme. Humedecí mis labios y lo llevé a mi boca, lamiendo y chupando el mágico apéndice de la chica. -¡Ohh, Sí, chupa cabrón…!-, chillaba Sonia. De pronto dejó de hablar, comenzando a emitir una serie de sonidos ininteligibles, a los que siguió el sonido de un chupeteo. Alzando la vista vi que Juanjo/Sheila había aprovechado muy bien la abierta boca de la mujer. Sonia tenía la polla de mi amigo metida casi del todo en su boca. Chupaba el nabo de Sheila tan golosamente que me calentó más de lo que estaba. Abandonando provisionalmente mi trabajo, dejando que los dedos de la zorrita se ocupasen de su coño, me arrodillé junto a ella, besé a Juanjo y acerqué la punta de mi polla a sus llenos labios. Sonia me miró con los ojos más lascivos que recuerdo y, sacando la verga de mi compañero de piso de su boca, comenzó a tragarse la mía sin dejar de mirarme. Me propinó unas cuantas mamaditas y volvió al nabo de Juanjo, repitiendo la operación varias veces. Al final, abrió su boca de forma exagerada y se metió los dos glandes dentro. La viciosa lengua saltaba de una caperuza a otra con una rapidez increíble, y el roce de las dos pollas se me antojaba divino. Sheila y yo estábamos en la gloria besándonos furiosamente cuando la muchacha exigió su parte. Sin rechistar intenté volver a mi trabajo vaginal, pero Sheila se me había avanzado.
El hermoso travestí se echó sobre Sonia, quedando ambos en un lujurioso 69 chupeteando sus húmedos sexos. Sutilmente les di la vuelta, quedando la mujer en cuatro encima de mi amigo. Lentamente, pero sin parar, fui ensartando el ofrecido coño de Sonia. Ésta comenzó a gemir, inhabilitada para el habla a causa del nabo que su boca chupaba. El cálido chocho abrazaba con fuerza mi polla, tanta que parecía más un apetitoso culo que una chorreante vagina. De vez en cuando notaba la viperina lengua de Sheila/Juanjo lamiendo la barra que perforada el femenino túnel. Estuvimos un ratito jodiendo de esa guisa cuando, en una de las largas emboladas, mi polla salió por completo de su prisión. Al acercarla de nuevo, agarrado a las nalgas de Sonia, patinó hacia arriba yéndose a clavar en su ano. Distraídamente pero aposta, empujé levemente. Ni siquiera el glande llegó a entrar, mas la dilatación que la acometida produjo en el prieto esfínter originó un desgarrador grito de la chica. Podría decir que me asusté más yo que ella, ya que de inmediato procedí a penetrar la conocida vagina, con gran regocijo por parte de su propietaria. En ese momento, escuché al joven travestí correrse bajo la dama. Sin poder evitarlo, y acompañando al orgasmo de mi amante masculino, regué el chocho de Sonia con mi leche. Tranquilamente, mientras se aflojaba mi nabo, nos dejamos caer sobre el colchón justo cuando Sheila se hubo apartado. Yacimos los tres jadeantes, abrazados, hasta que nos dormimos profundamente pese a la temprana hora.