Capítulo 3

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Aida y Sandra III: La violación

Antes de empezar, quiero decir que este relato y los anteriores sólo tienen en común a sus protagonistas, que son los mismos. Para no tener que recurrir a la descripción de personajes en cada relato, al principio de cada uno incluyo el comienzo del primer relato.

Cuando me ocurrió esto, yo tenía 15 años. Nunca había tenido novia, y eso que me gustaban mucho las chicas. Sobre todo Sandra y Aida. Eran de mi edad, y me excitaban muchísimo.

Sandra era la típica tía buena de clase. En verdad que era guapa. Guapísima. Mediría uno sesenta y poco, o menos, que era lo normal.

Tenía el pelo largo, de un color castaño muy bonito. Además, su cara era muy bonita, era delgada, tenía un cuerpo casi perfecto, un culo que quitaba la respiración y una buena delantera, aunque no excesiva. No lo necesitaba, pues estaba cachondísima.

Y Aida era mi preferida. Creo que estaba enamorado de ella. Tenía el pelo oscuro, un buen culo y unas tetas que quitaban el hipo. Menuda delantera.

Me estaba volviendo loco. Ese mes, por lo menos, me había hecho treinta pajas. Cada día tenía que descargar, pues tenía en el cerebro la imagen de Sandra y Aida. Repito: ¡me estaba volviendo loco!

Pero aún iba a ser peor: un día estaba cascándomela en el servicio. Soñaba que Aida me la estaba chupando, y al rato me corrí. Hasta ahí todo normal.

Pero, aún después de correrme… ¡seguía estando cachondo pensando en ellas! Esto no podía continuar así, necesitaba hacer algo. Y ese mismo día comencé a trazar mi plan: tenía que violarlas.

Era lunes, y fijé mi plan para el jueves, pues mis padres no estarían en casa. No iba a resultar nada fácil: primero, que tenía nula confianza con ellas. ¿Cómo podía invitarlas a mi casa en esas circunstancias? Pero el jueves me llegó la solución.

Sandra se me acercó y me dijo:

— Eh, Dani. ¿Tienes hechos resúmenes para el examen de Sociales?

— Eh… ¡Sí, claro que sí! Si te parece bien, puedes venir a mi casa hoy por la tarde, y te los doy.

Se lo pensó unos instantes, y yo aproveché para poner toda la cara de niño bueno que podía. Finalmente, me dijo que sí y me solucionó mi gran problema.

Llegué a casa todo excitado, comí y mis padres se fueron. Me quedaban aproximadamente dos horas para trazar mi plan. Me bajé los pantalones, me empecé a masajear los huevos y me puse a pensar.

Quedaba media hora y seguía igual. Estaba tan excitado que si llego a seguir tocándome los huevos, acabo corriéndome.

Por casualidad, la vi por la ventana y mi nerviosismo se multiplicó hasta límites insospechados.

Cogí un cuchillo muy puntiagudo, me lo metí en un bolsillo y contesté abajo. Instantes después, le abrí la puerta.

Ella se quedaba allí, pero yo la invité a pasar. Le dije cortésmente que fuera delante.

Atravesamos el pasillo hasta llegar a mi habitación y cerré rápidamente la puerta. Saqué el cuchillo de mi bolsillo y se puso pálida.

— Bien, Sandrita, voy a dejar las cosas claras desde el principio – me sorprendía a mí mismo por aquella situación – Al menor movimiento brusco, te mato. Y si no haces lo que te digo, también te mato, ¿ok?

Al verme tan serio y por mis amenazantes palabras, se le pusieron los ojos llorosos y empezó a lloriquear. Para causar aún más efecto, dije una frase definitiva:

— ¿Qué? ¿Vas hacer lo que te diga o, por el contrario, te mato ya mismo?

Esta vez se le puso una cara de pavor que asustaba, y empezó a gimotear:

— Da… Da… Dani. Tranquilízate. ¿Qué… qué quieres que haga?

— Coge esa silla y siéntate. ¡Y deja de temblar, joder! – hizo lo que le dije – Bien, ahora, al más leve movimiento, te clavo el cuchillo en cualquier parte, ¿entendido?

Cogí las cuerdas que ya tenía preparadas y, con gran maestría, la até a la silla. Al verse inmovilizada, empezó a chillar, así que le pasé la hoja del cuchillo levemente por el cuello y le dije:

— Sandrita, si gritas me voy a enfadar mucho, ¿sabes?

Como imaginaba, paró de gritar. Cogí el teléfono y le dije:

— Bien, Sandrita, escúchame atentamente: ahora vas a llamar a Aida y decirle que venga aquí, que le tienes preparada una sorpresa.

Dijo lo que le había dicho, y a la media hora estaba abriéndole la puerta a Aida.

Hice lo mismo que con Sandra: le dije que fuera delante y, al llegar a la habitación, volví a cerrar la puerta. Saqué el cuchillo, le solté el discurso y le dije que se quedara quieta sentada en la cama.

— Bien, Aida. Quítale la blusa a Sandra.

Se la quitó lentamente, pues estaba temblando. Cuando ya se la había quitado, se iba a sentar, así que le dije que le quitase también la camiseta.

Lo hizo, y me dispuse a contemplar el sujetador de Sandra. Tuve una erección de caballo y, cómo no, le dije que le quitara el sostén.

Al hacerlo, me quedé embobado de sus pechos: nunca había visto unos, y me parecieron muy bonitos. Le dije a Aida que me tirase el sujetador, y lo dejé a un lado.

— Bien, Aida, ahora quiero verte sobándole las tetas a tu amiga – se me quedó mirando — ¡Venga, vamos!

Se miraron a los ojos, y Aida parecía decirle que no le quedaba más remedio. Se las empezó a masajear, y no lo hacía mal, no.

— Pellízcale los pezones – le enseñé el cuchillo – si no están rojos y duros antes de un minuto, te lo clavo en la yugular.

Atisbé un par de lágrimas en los ojos de cada una, lo que hizo que me excitase aún más. Aida se los empezó a pellizcar, y al rato ya los tenía muy rojos.

— Bien, ahora lámele todo el pecho. Quiero verle las tetas recubiertas de saliva, ¿ok?

La polla se me salía del pantalón, y más que me excitaría. Aida empezó a chupar y mordisquear sus pezones.

Esto último me llamó la atención, pues no se lo había pedido. Y cuando vi la cara llorosa pero de placer de Sandra, empecé a darme cuenta de lo que sucedía.

Pero sería un poco más tarde cuando me daría cuenta de que mis pensamientos eran ciertos: al acabar de lamer sus tetas, Aida levantó la cabeza y le dio un apasionado beso a su amiga. Acabaron y se volvieron a besar.

Yo estaba flipado, casi se me cae el cuchillo. Cuando regresé a la realidad, me abalancé sobre Aida, la cogí con fuerza del pelo e hice que se arrodillara.

— Sois unas zorras de mierda… – la golpeé y calló al suelo – ¡Guarras! – la volví a coger del pelo, llorando abundantemente, y la hice arrodillarse otra vez – Bien, ya que te gusta tanto sobarle las tetas a Sandra, ahora me vas a chupar la polla. ¡Y deja de llorar, zorra! – le volví a pegar –

Esta vez no hizo falta que la volviese a coger del pelo, pues ella misma, aunque estaba llorando, se levantó y volvió a arrodillarse. Al ver mis ojos furiosos y mi amenazante cuchillo, se secó las lágrimas.

No sé porqué reaccioné de esa manera. Además, si en el fondo me gustaba. Siempre me dio mucho morbo imaginármelas a las dos follando.

Pero la cuestión es que Aida me estaba abriendo la bragueta y bajándome los pantalones. Hizo lo mismo con el calzoncillo y admiró mi erecta polla.

Me empezó a masturbar lentamente y se la metió en la boca. Realmente tenía que resistir mucho para no gritar de puro placer. Era indescriptible. Indescriptible.

Aida me la seguía comiendo, y la verdad es que lo hacía estupendamente. Por inercia, apoyé mi mano sobre su cabeza y noté que aumentaba el ritmo.

Y lo mejor estaba por venir: casi sin esperármelo, noté que me iba a venir, y descargué abundantemente en su boca, sin notar el más leve gesto de asco por su parte.

Al contrario: un tercio de mi semen se lo había tragado, otro tercio lo tenía esparcido por su cara y el otro se había mezclado con su bello cabello. Tenía una imagen tan, tan erótica que se me levantó otra vez, lo que le sorprendió mucho. Se relamió el semen de sus labios e hizo algo que marcaría el curso de la historia…

Al meterse una mano dentro del pantalón, yo, irremediablemente, miré hacia abajo.

Me quedé tan embobado que aprovechó para sacarme el cuchillo de la mano, ponerse de pie y amenazarme con él. Seguro que me quedé pálido, aunque debía de dar una imagen muy divertida (estaba con los pantalones bajados)

Con gesto autoritario, Aida me mandó subir los pantalones y desatar a Sandra. Al hacerlo, ésta se colocó rápidamente al lado de su amiga y cruzó los brazos ocultando sus senos.

— Sandrita… Ya he visto todo lo que tenía que ver, ¿no crees?

Frunció el ceño e hizo un gesto muy mimoso, lo que me pareció realmente inadecuado para aquella situación.

— Supongo que estarás arrepentido… Pero no somos rencorosas – se encaminaron hacia la puerta – No lo vuelvas hacer. Para nosotras, esto no ha ocurrido nunca.

Pero sus palabras no me impresionaron, estaba demasiado caliente. Con rapidez, empujé a Aida y le cogí el cuchillo. Como supondréis, la situación volvía estar bajo mi control.

— ¡Pues yo sí que soy rencoroso, zorras! – señalé a Sandra – Átala a la silla.

Con Aida ya inmovilizada, empujé rápidamente a Sandra y la até a otra silla, de manera que su desnudo vientre quedaba apoyado en la metálica estructura.

Al ver que le colgaban las tetas sin ninguna oposición, no dejé de repetirme lo cachonda que estaba.

Me miraron fijamente, supongo que con un gran odio. Pero lo que iba a ocurrir a continuación iba ser bastante sorprendente.

Me llevé la mano a la boca y silbé. Al rato, se abrió la puerta. Tres machos irrumpían en la escena.

— Aida, Sandra… No hace falta que os presente a estos chicos tan apuestos, ¿verdad? – las chicas me miraron con una inusual cara de pavor… ¡estaban cagadas! – Preparaos para disfrutar con Alex, Diego y Miguel… – levanté la mano – ¡Qué empiece la violación!

La cara de miedo de las chicas aumentó, al igual que el tamaño de mi polla. Los tres chicos, como si ya lo hubieran ensayado, se quitaron la ropa quedándose completamente en bolas casi al mismo tiempo. Al ver las chicas los tres erectos instrumentos, volvió a aumentar su preocupación.

Alex y Diego se acercaron a Sandra. El primero empezó a sobarle sus hermosos pechos, y Diego le bajó los pantalones, a lo que Sandra respondió echándose a llorar. Le dirigí unas cuantas verbas amenazantes, cuchillo en mano, y dejó de lagrimear.

— ¡Ei, Dani! – dijo Diego contemplando las estupendas nalgas de Sandra –¡A ésta ya le han dado por culo! ¡Lo tiene todo abierto!

— Ya sabía yo que era una zorra. ¡Venga, Diego, desgárrale el culo!

Sonrió y empezó a preparar su instrumento. Le dio un par de abajo-arriba y se puso en posición.

Entrado ya el capullo, Sandra soltó un gemido. Pero Diego se lo metió todo de una estocada e impuso un ritmo frenético, lo que hizo gritar a Sandra en una mezcla de placer y dolor.

Diego seguía con su ritmo, y se le veía disfrutar. Tanto que empezó a decir que se corría.

— ¡Para, Diego! – empecé a decir – ¡Córrete en su coño y deja preñada a esa zorra!

Sonrió otra vez y sacó su polla del abierto culo de Sandra. Sin pausa, metió de una vez todo su miembro en el coño de Sandra, a lo que ésta respondió con un gran gemido.

Me acerqué a Alex y le hablé al oído. Me dijo que de acuerdo, y le mandó a Sandra que se la chupara.

La angelical adolescente le empezó a chupar el húmedo glande, y luego se la metió toda en la boca, con los consiguientes gemidos de Alex.

Y entonces ocurrió lo que predije: Sandra llegó al orgasmo y, por consiguiente, le mamó la polla a Alex de tal manera que se corrió por toda su cara. Éste le hizo limpiar la polla, y al momento ya la tenía reluciente.

Pero Sandra se volvió a contraer de gusto, junto a la corrida de Diego. Sin quererlo, la zorra de Sandra había conseguido el deseado orgasmo múltiple, condicionado a sobremanera por la eyaculación de su violador.

— ¡Joder, Dani! – me gritó Alex – ¡No mates a esta zorra, que hace unas mamadas de puta madre!

— Je… Diego, Alex: descansad. Ahora nos toca a Miguel y a mí.

Se sentaron y empezaron a meterle dedos por el coño y el culo a una desfallecida Sandra, que sólo gemía de vez en cuando. Mientras, me puse en bolas y me acerqué a Aida.

Le hablé a Miguel al oído y éste le quitó los pantalones a la chica.

Ya le iba a quitar la braguitas cuando le dije que me dejase a mí. Aceptó y me arrodillé. Aida empezó a lloriquear, pero esta vez no le dije nada. El momento era demasiado importante.

No vi ninguna sombra, así que me imaginé que estaría depilada. Además, las tenía tan ceñidas que se le veía un poco el chocho.

Cogí el cuchillo y le corté un lateral. Rápidamente, pegué un tirón y empecé a contemplar su depilado coñito. Tenía una ganas enormes de follármela, pero sabía que esa no era mi función.

Me levanté y le dije a Miguel que empezara con lo acordado.

— Bien, Aida, deja que te explique. Ahora Miguel te va a chupar el chocho hasta que te corras. Y cuando llegue el momento, quiero que me mires fijamente a los ojos. Quiero ver cómo te corres. ¿Entendido?

Asintió tímidamente con la cabeza, y Miguel la empezó a masturbar. Aida empezó a gemir y cerrar los ojos, así que le enseñé el cuchillo y me miró fijamente.

Miguel ya le había empezado a lamer su gruta del placer, y fue cuando se centró en su clítoris. Jugó un poco con él, y a Aida le vino el orgasmo irremediablemente.

Empezó a gemir como una loca, y nos mirábamos fijamente. Se estaba corriendo de gusto, y me encantó ver su cara. Cuando se relajó, cerramos los ojos y nos besamos.

Sin pensarlo, y ante el asombro de mis colegas, le corté las cuerdas y la liberé. La tiré en la cama y la desnudé.

Empecé a chuparle los pezones pero, como vi que se estaba masturbando, la puse en posición y comencé a follármela. Impuse un buen ritmo, y ella lo acompañaba con sutiles movimientos de cadera.

Y parece que la suerte nos volvió a sonreír, pues nos corrimos al mismo tiempo, con los consiguientes gritos de placer de ambas partes.

Y ya no pasó mucho más. Mientras me tiraba a Aida, Miguel cabalgó a Sandra y Diego y Alex se corrieron en la boca de la jovencita.

Al acabar la orgía, y como no podíamos hacer otra cosa, les dejamos irse.

Al día siguiente, estábamos todos en la cárcel.

Y, transcurridos ya unos cuantos años, seguimos estando en ella.

Pero no nos cansamos de repetir cada día (y lo cercioramos pajeándonos) que no nos arrepentimos, que fue una experiencia inolvidable y que lo volveríamos a repetir.

También decimos que fue lo mejor que nos ha pasado en la vida.

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