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Aida y Sandra II: En el gimnasio

Aida y Sandra II: En el gimnasio

Antes de empezar, quiero decir que este relato y el anterior sólo tienen en común a sus protagonistas, que son los mismos.

Para no tener que recurrir a la descripción de personajes en cada relato, al principio de cada uno incluyo el comienzo del primer relato.

Cuando me ocurrió esto, yo tenía 15 años.

Nunca había tenido novia, y eso que me gustaban mucho las chicas. Sobre todo Sandra y Aida. Eran de mi edad, y me excitaban muchísimo.

Sandra era la típica tía buena de clase. En verdad que era guapa. Guapísima.

Mediría uno sesenta y poco, o menos, que era lo normal. Tenía el pelo largo, de un color castaño muy bonito.

Además, su cara era muy bonita, era delgada, tenía un cuerpo casi perfecto, un culo que quitaba la respiración y una buena delantera, aunque no excesiva. No lo necesitaba, pues estaba cachondísima.

Y Aida era mi preferida. Creo que estaba enamorada de ella. Tenía el pelo oscuro, un buen culo y unas tetas que quitaban el hipo. Menuda delantera.

Era martes, y estábamos todos muy aburridos. El profe siempre tardaba mucho en pasar lista, y era un coñazo.

Cuando por fin acabó, nos mandó salir a la pista. Me disponía a salir cuando vi por enésima vez como Sandra y Aida le ponían una excusa al profe para no hacer gimnasia.

Cómo no, asintió a sus plegarias y les mandó que se sentaran en el banco e hicieran ejercicios de clase, mientras los demás nos matábamos a flexiones. Me olvidé del asunto y salí a las pistas.

Como estaba de buen humor, el profe nos dejó jugar al fútbol toda la hora. Pero tuve mala suerte y me lesioné por una fuerte entrada. El profe me mandó que regresara al gimnasio y descansara.

Cojeando, estaba a punto de apartar el portón de entrada al gimnasio cuando, de repente, me vino a la mente que Aida y Sandra estaban allí, así que me puse un poco nervioso, pues me gustaban mucho.

El portón no estaba completamente cerrado, así que aproveché para echar una miradita al interior del gimnasio. Lo que vi me dejó helado.

Las dos chicas se estaban besando, y no timidamente, sino apasionadamente. Miles de pensamientos asaltaron a mi mente.

Me costaba creer que fueran lesbianas, pues tenían novio y las había visto un par de veces en plan cariñoso con ellos. Pero, de todas formas, tenía que entrar. Y así lo hice.

Abrí el portón causando aposta más ruido de lo normal, para no sorprenderlas o algo así. Se dejaron de besar sobresaltadamente cuando oyeron el ruido y me vieron entrar. Yo me sonrojé un poco, pero creo que ellas lo hicieron más.

Cojeando, las saludé y me senté. Me respondieron casi al unísono con un tímido hola (no tenía mucha confianza con ellas).

Pero, al poco rato de intercambiarse susurros al oído, Sandra se levantó y cerró el portón, lo cual me pareció muy extraño, pues nunca se cerraba por completo por miedo a un atasco.

Al acabar de cerrarlo, Sandra se puso al lado de Aida, que estaba enfrente de mí, de pie.

– ¿Has visto lo que estábamos haciendo? – dijo Aida con una voz que a mí me pareció muy dulce – Por favor, Dani, sé sincero.

Asentí con la cabeza, y Aida volvió a hablar.

– Sé que una ocasión así no la desaprovecharías. Seguro que al acabar la clase, ya lo saben todos tus amigos. Lo que queremos, por favor, es que no se lo digas a nadie.

Negué timidamente con la cabeza, pues tenía razón: no dudaría en contárselo a mis amigos. Pero lo que dijo después, me dejó pálido.

– Si no se lo cuentas a nadie… una de nosotras te deleitará con un… strep-tease.

Al ver mi cara de tonto, Aida volvió a hablar.

– En serio. Tu silencio por un strep-tease.

Al final, dije lo que tenía que decir.

– Trato hecho – Aida me dedicó una pícara sonrisa que hizo aumentar mi ya potente erección – Pero… ¿quién de vosotras…?

Sonrieron, y Aida dijo:

– Tú eliges, Dani.

Me comí el coco con esta decisión. Tenía que decirlo ya, pues quedaban menos de veinte minutos de clase.

Pero es que no podía elegir. No podía, me era imposible. De pronto, Sandra se me acercó y me hizo una caricia en la barbilla.

– ¿Quieres que lo haga yo, cariño?

Respondí con un sí balbuceante. La polla me estallaba en mi pantalón, que al ser un chándal, no podía disimular mi erección.

Sandra se alejó un poco, moviendo las caderas muy eroticamente.

Y cuál fue mi sorpresa cuando Aida se me sentó al lado, como queriendo contemplar el espectáculo.

Al ver que me ponía nervioso, posó su mano casi rozándome la polla y me dijo que disfrutara del momento.

Empezó a moverse lentamente, con sus manos recorriendo todo su cuerpo. Se quitó la parte de arriba del chándal y, al echarse un poco para atrás, pude comprobar con entusiasmo que le habían crecido las tetas respecto al año pasado.

Empezó a masajeárselas por encima de la camiseta y cerrando los ojos. No podía creer que fuera la primera vez que hiciese un strep-tease, parecía tener experiencia.

Mi polla ya no me cabía en el pantalón y, cuando dejé de prestar atención un momento a Sandra, miré altamente asombrado a Aida… ¡estaba toda abierta y tocándose el chocho por encima del pantalón de chándal! Parecía no advertir mi mirada, sólo tenía ojos para Sandra. Pronto me di cuenta de que estaba tan excitada como yo.

Ya hasta me dolía la polla, tenía una erección inconmensurable. Sandra seguía deleitándome con sus éroticos movimientos, y Aida también seguía acariciándose por encima del pantalón.

Se quitó los zapatos con delicadeza y se quedó descalza. Se dio la vuelta y empezó a subir y bajar el pantalón.

En una de estas, se lo bajó completamente y se agachó. Y en ese momento vi su esplendoroso culo.

Un culo inimaginable, que sus braguitas tapaba escasamente. Empecé a pensar hasta dónde podría llegar con el strep-tease.

Aún de espaldas y agachada, se deshizo del pantalón tirándolo a varios metros, lo que me pareció arriesgado, teniendo en cuenta dónde estábamos.

Para mi deleite, se empezó a masajear el culo por encima y por debajo de las bragas. Por fin, se dio la vuelta y empezó a bailar muy sensualmente.

Y cuál fue mi asombro cuando miré para Aida y la vi acariciándose… ¡por debajo del pantalón!. Tenía los ojos entreabiertos y suspiraba lentamente.

A los pocos segundos de observación, me di cuenta que acompañaba sus caricias con movimientos rítmicos de cadera.

No cabía duda: fuera por encima o por debajo de las bragas, lo cierto es que se estaba masturbando contemplando a Sandra. Y fue en ese momento cuando, entre leves suspiros, me habló:

– Vamos, Dani, sé que lo estás deseando. Venga, hazte una paja.

Me dejó altamente sorprendido, no me lo podía creer. Aunque si analizaba la situación (una tía cachondísima haciéndome un strep-tease y mi amada masturbándose delante de mí) no era tan sorprendente.

Como estaba tan caliente, accedí y empecé a tocármela por encima del calzoncillo, lo que le pareció muy bien a Aida, que sonrió.

Sandra seguía bailando, aunque más lentamente. Lo mismo que había hecho con el pantalón lo estaba haciendo con la camisa, y al final se la quitó. Tuve espasmos en la polla al verla en ropa interior.

Desde luego, estaba buenísima: buenas tetas muy bien formadas, culo perfecto, cara bonita, pelo sensual, cuerpo esplendoroso y… buena lencería. Y siguió bailando como antes, haciendo a veces como si follara.

Aida seguía suspirando cada vez más profundamente y, como me había dicho antes, nunca en la vida tenía más ganas de hacerme una paja. Así que no me contuve más y la saqué.

A Aida se le puso una sonrisa de oreja a oreja y Sandra se quedó un tanto sorprendida, aunque sonrió. Tal vez estaba yo más sorprendido, pues nunca me la había visto tan erecta.

Me la empecé a masajear lentamente, para luego acelerar hasta un buen ritmo. Aida, con la calentura del streptease de Sandra y mi paja, pasó de suspirar a gemir y mover más rápido sus caderas.

De repente, una idea asaltó a mi mente: si todos habíamos sido capaces de llegar a estos extremos, ¿por qué no intentar tirármelas allí mismo?

Tuve que dejar de masturbarme, pues no me quería correr sin hacer lo que había planeado.

Me bajé los pantalones, tras la mayúscula sorpresa de las chicas, y me los quité, dejando completamente a la vista mi erecta polla. Y fui aún más lejos, pues me quité todo hasta quedar en bolas. Sandra paró de bailar y Aida de masturbarse, con gran sorprendimiento. Me hinqué de rodillas y dije:

– Aida, Sandra… Me gustáis mucho. Tú, Sandra, no te puedes imaginar lo caliente que me pones, estás buenísima. Ocupaste la mayoría de mis fantasías eróticas. Y tú, Aida, sólo decirte que… te quiero. Estoy enamorado de ti. Y ahora, si vosotras queréis, me gustaría en estos quince minutos hacer el amor con las dos para satisfacción de todos.

Quedé impresionado con mi discurso, y creo que ellas también. Primero habló Sandra, y después Aida:

– Tú también me pones muy caliente, Dani. Estamos desde hace tiempo coladitas por tus huesos, y quiero que nos hagas el amor ahora mismo.

– Yo también te quiero, Dani. Anda, vamos hacer una orgía que recordaremos el resto de nuestra vida. Sobre todo porque las dos tuvimos la regla hace algunos días. Ya sabes lo que eso significa…

Sandra se me acercó con su femenino paso, se agachó y me cogió la polla.

Nos miramos a los ojos y me empezó a masturbar lentamente.

Me dirigió una pícara mirada y le empezó a dar besos, que luego pasaron a lengüetazos.

En una de éstas, se metió mi polla completamente en la boca, y me la empezó a chupar, siempre mirándonos a los ojos.

Yo empecé a gemir, estaba en la gloria. Notaba sus húmedos labios una y otra vez, cuando Aida se acercó y me besó en la boca. Estuvimos un rato largo besándonos, juntando nuestras lenguas.

Yo ya estaba a punto de correrme, y se lo dije a las dos. Entonces Aida le hizo un gesto a Sandra para que se apartara un poco, no sin antes darme una última chupada.

Al abrir la boca Sandra, me di cuenta de lo que iban hacer. Aida me masturbó unos instantes y, acto seguido, me corrí en la cara de Sandrita.

Se tragó las dos primeras salidas, y las restantes chocaron contra su cara, derramando semen sobre su cuerpo y mojando su sostén.

Se relamió y me la volvió a chupar, limpiándome la polla de esperma.

En ese momento era el hombre más feliz de la tierra, había tenido el mejor orgasmo de toda mi vida, y mira que había tenido buenas pajas.

Aunque había eyaculado seguía estando muy caliente, y me abalancé sobre Aida. La acosté sobre el frío suelo y le quité, con gran destreza, la parte de arriba del chándal y la camiseta.

Le empecé a masajear las tetas y a besarla. En una de éstas, le arranqué el sostén y quedaron a mi vista sus preciosos senos. Siempre había soñado sobre cómo serían, y la verdad no me imaginé que fueran tan bonitos.

Voluminosos, bien formados y con pezones rosados, le cogí uno y se lo empecé a chupar. Cuando le dejé todo el pezón ensalivado, fui a por el otro. Ella acompañaba mis lamidas con suspiros.

Al acabar con sus tetas, me propuse un juego: chuparla de arriba a abajo. Empecé besándola, y mi lengua recorrió su cuello y su canalillo hasta llegar al vientre y el ombligo.

Le bajé los pantalones y se los quité, y comprobé que tenía las bragas mojadas. La empecé a masajear por encima de las bragas, y del gusto arqueó las piernas.

Como había hecho antes con el sostén, le arranqué sus braguitas, dejando ver su coñito perfectamente depilado.

Le abrí los labios vaginales tiernamente con los dedos, y le empecé a chupar su chochito.

Aida empezó a mover sus caderas rítmicamente, y me puso la mano en la cabeza y apretó.

Nunca había visto gemir así a alguien, se estaba muriendo de gusto. Me llenaba de orgullo el saber que le estaba provocando todo ese gusto, sobre todo cuando se empezó a agitar como una descosida y me salpicó la cara con sus jugos vaginales.

Ese gran orgasmo (supongo que el mejor de su vida) le duró un largo minuto, tiempo que yo aproveché para hacerle un dedo, lo que le dio, si cabe, aún más placer.

Cuando, supongo, acabó su orgasmo, su cuerpo se relajó y se quedó inmóvil con los ojos cerrados, suspirando.

Al disminuir la presión de su mano sobre mi cabeza, aproveché para levantarme y contemplarla tal como vino al mundo. A los pocos segundos de observación, recuperé mi potente erección. Como curiosidad, decir que creo que Aida se quedó dormida.

En ese instante pensé: “¡Hostia, me olvidaba de Sandra!” Miré hacia atrás y la vi sentada en un banco con los ojos cerrados y tocándose por debajo de las bragas, completamente mojadas.

Tanto que hasta transparentaban, permitiéndome observar su también depilado chochito. Con esa imagen en la retina, me empecé a masturbar y acerté a decir:

– ¡Joder, Sandrita, me cago en la puta, qué cachonda estás! ¡Joder, pero cómo se puede estar tan cachonda!

Abrió los ojos y me dijo:

– ¡Dani! ¿Qué haces, joder? ¡No te pajees! – se relajó y me sonrió – Yo todavía no me he corrido…

Me quedé quieto y dejé de meneármela. Me esperaba la desvirgación a cargo de Sandrita.

Me hizo un aceno de sentarme en sus rodillas, y me encaminé a ello. Pero pensé que sería mejor al revés, y aceptó.

Y allí estaba yo, todo empalmado y con Sandra entre mis piernas. Me empezó a besar suavemente en la boca y en el cuello, y le dejé hacer. Tan solo le acariciaba el pelo.

– ¿Eres virgen, Dani?

– Sí…

– Oh, eso me excita mucho.

– ¿Vosotras sois vírgenes?

– No, nuestros novios ya nos han follado. Exactamente, a mí 7 veces y a Aida 5 veces.

Sandra ya había pasado a besarme el pecho.

– Así que inexperto. Pues la comida de coño que le has hecho a Aida ha sido realmente espectacular, ha tenido un orgasmo increíble.

Sonreí.

– Yo sólo quiero dar placer. Especialmente a vosotras…

Sonrió y me dio un gran beso en la boca.

– Ya entiendo porqué Aida te quiere tanto. Yo también me estoy empezando a enamorar de ti…. Bueno, ¿quieres que te inicie, en esto del sexo?

Asentí con la cabeza.

– Muy bien, pero respóndeme a esto. Es que… ¡cómo se puede estar tan buena, joder! ¡Dios, no sé cómo no te han violado!

– Lo han hecho.

– ¿Qué?

– Mi novio. Al mes de salir, más o menos, me invitó a tomar algo en su casa y me violó. No dejaba de decirle que no estaba preparada y todo eso, pero lo cierto es que me penetró por el coño, por el culo y por la boca. Y todo a lo bestia. Yo sufrí mucho, pero él se lo pasó de puta madre.

– ¿Y por qué sigues con él?

– Porque me encanta ser su esclava y que me folle cuando le apetezca.

– Te gusta mucho el sexo, ¿eh?

– Me pone a mil. Ya verás como a ti también te gusta. – notó que yo la miraba con cara de ido – ¿ Qué te pasa?

– Es que no me puedo creer lo cachonda que estás. Cuando te veo por ahí con esos pantalones ceñidos, me empalmo al instante. Tienes unas piernas, unas caderas, un culo… todo perfecto.

– Muchas gracias. Pero creo que te olvidas de algo, ¿no?

Sin darme tiempo a contestar, se llevó las manos a la espalda. Con maestría, se quitó el mojado sostén y lo tiró.

– ¿Qué? ¿Qué te parecen? Sabes, me crecieron bastante este año. Los de clase siempre admiraban las de la zorra de Aida, y a mí sólo me miraban el culo.

– Muy bonitas. Están… están realmente bien.

– Vamos, ¿no me las vas a tocar?

Abrí la mano lentamente y la posé sobre su seno. Lo mismo hice con la otra mano, y empecé a masajeárselos.

– Te propongo un juego, Dani. ¿A qué no eres capaz de hacerme correr sólo lamiéndome las tetas? A Aida le pasó una vez, pero a mí no.

– Lo intentaré.

Y empecé. Como había hecho con Aida, le ensalivé los pezones y empecé a masajeárselos. Para hacer más fácil mi trabajo, Sandra cerró los ojos.

Al minuto de suaves y cariñosas caricias, los suspiros entraron en escena. Aunque bien es cierto que éstos aumentaban constantemente, sabía que para hacerla llegar al orgasmo tendrían que convertirse en gemidos.

Aproximadamente otro minuto después, Sandra tenía los pezones tan rojos y duros que supe que no iba a avanzar mucho más. Así que pensé en una estrategia: como sabía que, de todas formas, debería estar al borde del orgasmo, deslicé mi mano paulatinamente hasta sus braguitas. Metí dos dedos por debajo de éstas y, como había previsto, Sandrita alcanzó el orgasmo de forma súbita.

Empezó a agitarse y a gemir con una loca, y le duró, como antes a Aida, un largo minuto. Se apoyó en mí para descansar y, jadeando, me dijo:

– Tramposo…

Dicho esto, me empezó a besar con más ganas que nunca.

Tras un rato besándonos, estaba muy caliente:

– A ver, Sandrita, que te quiero follar. ¡Te la quiero meter hasta el fondo!

– Calma, calma. La primera vez es muy importante. A ver, ¿qué posición quieres?

Se me puso cara de duda y entonces la tuvo que elegir ella.

– Bueno, la del misionero es la más corriente. ¿Qué te parece?

– Perfecto.

– ¿Sabes qué? Tengo otra idea mejor. Mira, déjame hacer.

No sabía lo que iba a hacer. Se levantó, se sacó las bragas y… se sentó encima de mi polla. Entró toda, sabía lo que hacía. Al sentarse gemimos al unísono.

Empezó a moverse arriba y abajo, arriba y abajo… Gemíamos a toda hostia, sobre todo ella. Y lo mejor estaba por llegar: unió las subidas y bajadas a contoneos de su cuerpo y, por tanto, de su coño. Me abracé a ella y empezó a contonearme también.

– A… a… avísame… cuanto te… vayas a correr

Estaba tan excitada que no podía ni hablar.

Al minuto, le dije que me iba a venir. Y entonces Sandrita se manoseó el clítoris y consiguió su objetivo: tuvimos a la vez nuestros orgasmos. Yo llené de semen su gruta del placer y ella me lubricó la polla con sus jugos vaginales. Estuvimos un rato abrazados, jadeando, aún con mi polla en su coño.

– ¡Dios! ¡Joder, qué corrida tan espectacular! ¡Aún siento tu esperma en mi chocho!

Todavía abrazados, Sandra me empezó a hablar:

– ¿Te ha gustado?

– Ha sido impresionante – Sandra me miró descaradamente a la polla – ¿Qué… qué pasa?

– Estoy enfadada contigo – adoptó una cara de niña mimosa que me encantó – Estoy desnuda y no estás empalmado.

– Bueno, Sandrita, es que me acabo de correr.

– Eso no es excusa. A ver ahora…

Me la cogió y me la empezó a chupar. En un instante, la volvía a tener dura.

– Oye… ohhh… ¿Aida está dormida?

Se sacó mi polla de la boca y me contestó.

– Parece que sí. ¿Qué tal si la despertamos?

– Hecho.

Nos levantamos y nos tumbamos a su lado.

– Mira, Dani, aunque antes le hiciste una chupada de putísima madre, tienes que aprender. Te voy a enseñar.

Se arrastró y le separó las piernas. Agachó la cabeza y me fijé muy bien en lo que hacía.

Empezó a dar lengüetazos desde su ano hasta el chocho, lo que hacía estremecer a Aida. Le abrió los labios vaginales hasta el máximo y chupó, y chupó… Se notaba que era muy diestra, fijo que no era la primera vez.

– Bueno, esto es lo básico que hay que hacer para comer bien un coño. Cuando veas que está muy húmedo, como ahora, le empiezas a chupar dulcemente el clítoris. Oye, tengo una idea…

Hice lo que me dijo: como sabía que al tocarle el clítoris se despertaría debido al orgasmo, me puse encima de manera que no pudiese mover los brazos.

Cuando Sandrita empezó a chupárselo, Aida abrió los ojos y se empezó a agitar y a gemir como una descosida. En medio del orgasmo, le obligué a que me la chupase, y tuvo que hacerlo. Al estar en un orgasmo, me la chupó inmensamente bien.

Y ahí no acabó todo: como Sandra se las sabía todas, le siguió chupando el clítoris y consiguió que Aida tuviese dos orgasmos seguidos.

Con tanto placer, Aida me la empezó a succionar como una loca y, irremediablemente, me corrí. Creí que se lo iba a tragar todo, pero a las dos acometidas de semen se la tuve que sacar porque si no se ahogaba. Como era de esperar, a los pocos segundos tenía la cara empapada de esperma, y también el pelo.

Mientras Sandra lamía el semen de la cara de Aida, yo seguía intentándome creer que esto era verdad. La dulce voz de Aida me sacó de mis pensamientos:

– ¡Dani, por favor! ¡Dame por culo!

Me quedé un poco asombrado.

– Es que a Sandra ya se lo hicieron y le gustó mucho. ¡Anda, por favor!

– Creo que la tengo un poco flácida…

– Eso no es problema… – dijo Sandra –

Aida se sentó y se abrió de piernas. Sandra, muy suavemente, introdujo dos dedos en la boca de su amiga, y dejó que se los chupara un rato. Cuando los sacó, recorrió muy lentamente su cuello… su canalillo… su ombliguillo… y finalmente se detuvo a la entrada de su vagina, donde los alojó suavemente.

Al ver la cara de placer de Aida debido a la masturbación de su amiga, se me puso dura al instante.

– Bien, ya veo que estás preparado. Venga, Aida, colócate en posición.

Aida se apoyó en las espalderas y abrió las piernas. Sandra mojó sus dedos con los jugos vaginales de Aida y le metió dos por el culo. Después, le dio unas cuantas lamidas a mi instrumento.

– Bueno, espero que tu polla entre sin problemas.

Me coloqué en posición y se la metí a la primera. A las cinco acometidas, ya le había provocado un orgasmo, y a las diez otro ayudado por la masturbación de Sandra. Y cuando Sandrita me empezó a chupar los huevos, sorprendentemente me corrí otra vez, a la vez que Aida gemía al sentir mi semen en su interior.

Después de esta espectacular orgía, estuvimos acariciándonos unos minutos y luego nos vestimos. Al estar a punto de sonar el timbre, nos encaminamos hacia la puerta. Y cuál fue nuestra sorpresa cuando comprobamos que… estaba atascada. Las miré y les dije:

– ¿Segundo asalto?

Continúa la serie << Aida y Sandra I Aida y Sandra III: La violación >>

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