El viejo albañil. Jacinto

CHARLINES

Esa niña me había calentado y mucho. Cuando se presentó a buscarme con esa minifalda que apenas tapaba su culo y desafiando la gravedad, con sus turgentes pechos, ya me calentó a mí y a todos mis compañeros.

Me fijé en los más jóvenes que rápidamente izaron su bandera, para postrarse a los pies de esa reina, que los tenía encandilados con su sola presencia. Ella ufana me reclamó para terminar lo empezado la semana pasada y yo emocionado accedí a ir tras ella como un corderito tras su madre.

Compramos el material y yo preparé la cocina para proceder a pintarla manchando lo menos posible. La diosa flotaba sobre las estancias, como una diosa a lomos de sus angelitos. Mientras yo preparaba la cocina, ella preparó su horno, horno en el cual quería quemarme y por supuesto yo estaba dispuesto a ser cocinado.

Mi edad para estas cosas tiene sus inconvenientes y sus ventajas. El soldadito ya no obedece como en su tierna juventud, pero si se le sabe guiar es el más fiel en la batalla. La niña apareció con un ajustado top que marcaba sus erectos pezones y su pequeña areola, aquí el soldadito hizo el primer amago de ponerse firmes, pero logré controlarlo. La muy ladina me miró de reojo y se mordió el labio.

  • Echemos una carrera a ver quién es más mañoso.

Ella estaba segura de no perder esa pequeña apuesta y me miraba sonriente. Poco a poco nos fuimos acercando hasta estar prácticamente pegados. Tocando mi hombro con el suyo me dijo

  • Le voy ganando – y estalló en una carcajada.

Tras esto deslizó su rodillo por mi hombro no parando de reír. Y ahí se desató la guerra, guerra que en un principio me pilló fuera de juego, pero que luego tras ella llenar mi entrepierna de pintura, desató mi cólera. Y aquí empezó la guerra de verdad, ella más joven y más rápida tomó la delantera manchando prácticamente todo mi cuerpo con la pintura. Pero yo en un ataque de lucidez conseguí pintar su precioso culo de un blanco inmaculado.

Los dos reíamos y marcábamos con el rodillo el cuerpo del otro, que lentamente se iba cubriendo de blanco. De repente me quedé parado, hipnotizado, el agua de la pintura había hecho transparente el top que mi diosa llevaba puesto y ante mí apareció su turgente pecho, perfectamente definido bajo la mojada tela del fino top. Me quedé parado y en silencio lo que hizo que la diosa se parara y mirase lo que yo, miraba fijamente. Se cubrió por instinto con sus brazos, pero al poco tiempo, bajó estos y me ofreció ese bonito y turgente pecho. Con una cierta rapidez, moví el rodillo cubriendo esta vez ambos pechos con la pintura y ahora sí, ahora ante mi aparecieron ambos pechos desafiantes y suplicantes.

El muchacho que habitaba entre mis piernas empezó a engordar y crecer, hasta tal punto que pedía salir a la luz. Sin despegar los ojos de la diosa, saqué al muchacho a la luz del sol y lo blandí ante la diosa con suma paciencia. Cada vez me excitaba más y aunque sabía que podía aguantar un buen rato, quería acariciar esos pechos, ese culo y ese sexo que se me antojaba rosadito y fresquito. Soñaba con recorrerlo con mi lengua mientras daba de beber a la diosa.

  • Creo que deberíamos ducharnos- dije una vez que entre en razón.
  • Si, creo que será lo mejor- contestó ella. Pero el calentador es pequeño y no dará para dos duchas. ¿quiere ducharse conmigo?

Aquí la diosa me desarboló, me dejó sin aire y sin ideas y con mi polla en la mano le contesté que encantado. Nos acercamos a la ducha mientras observaba como se bamboleaba ese culo, como las caderas lo hacían bailar como un paso en la semana santa. La diosa llegó a la ducha, me miró ladina y me preguntó.

  • Me ayuda a sacarme la ropa, tan mojada, me costara mucho.
  • Por supuesto niña, ahora te ayudo.

Desabroché mi pantalón dejándolo caer al suelo y lo saqué pasándolo por encima. Me acerqué a la diosa y desde la curva de sus caderas fui subiendo muy lentamente hasta llegar al borde del top. Metí suavemente mis dedos por los extremos de la curvatura que hacía su cuerpo y fui tirando de él, muy lentamente hacia arriba. Ante mí aparecieron poderosos sus dos pechos, con los pezones totalmente duros y pidiendo ser adorados.

No pude más que ser consecuente con esa súplica y abriendo mi boca, succioné ese duro pezón más cercano. Que delicia, saborear tan tierno manjar, que, aunque con sabor a pintura hizo que mi soldado diese con su cabeza sobre la piel de mi diosa. Ella gimió al sentir la humedad y el calor de mi boca y de mi lengua. Saboreaba ese pezón como el más tierno infante en sus primeros días de lactancia y notaba como lentamente las manos de la diosa intentaban rodear a mi soldadito.

Desabroché los botones de su escueto pantalón, la miré a los ojos sin soltar su pezón y junto con su pequeña tanga lo fui bajando a la vez, que yo descendía hacia la cueva dorada. Por fin mis manos tocaron el suelo y mi vista ese deseado coñito que apareció lampiño ante mí y como mi imaginación me había dicho, húmedo y rosado.

Llevé mis manos a su turgente culo que acaricié con cierta adoración, mientras acercaba mi lengua al manjar que la diosa me ofrecía entre sus piernas. Levanté una de sus piernas, la coloqué en mi cuello y acerqué mi boca para recoger en ella el líquido que ahora veía brillar entre ellas. Me acerqué, saqué mi lengua y con su punta recorrí esos labios vaginales desde su pequeño ano, hasta su escondido clítoris y recogí todos los jugos que flotaban entre esos labios, que llamaban una y otra vez a la oración.

Lentamente y como los pétalos de una flor, los labios se iban abriendo, dejando sentir al final el abultado botón del placer. Apreté el culo de mi diosa hasta tener bien albergado en mi boca su clítoris y ahí lo adoré, lo adoré, hasta que las piernas de la diosa cedieron y se apretaron contra mi cara, llenando esta, de toda su esencia y sabor.

La diosa gemía y balbuceaba palabras inconexas mientras temblaba ligeramente sobre mi boca. Lentamente y mientras se recuperaba fui lavando todo su cuerpo, recreándome en sus pechos y en su sexo. Esos pechos duros y desafiantes que me ofrecían sus pezones duros para poder pellizcarlos con cierta dureza y sentir como iban creciendo entre mis dedos. Sentía como su sexo se abría al paso de mis dedos, como se encharcaba con ellos dentro, como los apretaba y mojaba mientras sus piernas se movían ligeramente y por fin.

Como gimió cuando una pequeña porción de mi dedo anular traspasó su culo. Se abrazó a mi cuello, besó mi boca y se movió lento para sentir con mayor intensidad la caricia. Aquí noté como su mano descendía hasta mi polla, la apretaba con fuerza y me gemía en la boca.

Ya no pude más y poniéndole cara a la pared, la penetré con delicadeza y lentitud, entrando en ella sintiendo y haciéndola sentir el roce de mi polla dentro de su sexo. La diosa gemía mientras mi polla incansable entraba y salía de ella con una lentitud exasperante. Ella sujeta a la pared movía su culo buscando una penetración más profunda e intensa. Tras varios minutos así, moviendo nuestro cuerpo en busca de un lento placer, la diosa gemía y volvía su cara para buscar unos besos largos y profundos que le hacían estremecerse.

  • Dame fuerte, no me tengas piedad, rómpeme el coño, rómpeme

Yo sujeto a sus caderas aceleré el ritmo y le di fuerte, muy fuerte.

  • Así quieres putita, así, ¿te gusta que te rompa?
  • Si, dame fuerte, muy fuerte, si, si

Mi aceleración me llevaba irremisiblemente a un rápido final. Por lo que clavé mi polla lo más hondo que pude y ahí, sujetando fuerte sus caderas, le di hasta vaciarme en ella y llenarle el coño con mi espuma blanca que esta vez la pintó por dentro.

  • Joder Jacinto, joder, casi me matas, joder.

Gritaba la diosa mientras sus piernas cedían y caía de rodillas sobre el piso de la ducha.

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