Capítulo 9
El día había sido intenso, Macarena con sus palabras… no había logrado precisamente que yo me adoctrinara por el buen camino, con aquel empeño en que le ayudara, ávida de sexo conmigo… y para colmo María, insinuante, se había vestido tan sexy en exclusiva para mí. ¿No había más hombres en esa ciudad a los que tentar y provocar?
Me desnudé y me metí en la cama con mis pensamientos en todas esas diablesas, aunque el tortuoso día, la cena y las dos copas de brandy, me dejaron K.O. enseguida.
Me levanté sobre las ocho y me duché, me preparé un copioso desayuno, estaba hambriento y necesitaba reponer fuerzas.
María llamó a la puerta a las ocho y media en punto. Por un momento había olvidado lo de su visita, pero al escuchar su voz por el interfono, noté que todo mi cuerpo se ponía tenso. Ella subió a toda prisa y le abrí la puerta, descubriendo que había venido con una faldita corta… como le había pedido. Sin decir nada, le puse un antifaz.
- Pero padre, ¿Por qué me tapa los ojos?
- Tranquila hija, confía en mí.
Ver a esa mujer en medio de la sala, con sus ojos tapados, sus piernas largas meneándose, visiblemente nerviosa y expectante, respirando agitada, con su busto oscilante bajo una ajustada blusa, era la viva imagen del pecado. Rodeé su cuerpo y ella notaba que yo estaba cerca, parecía buscarme, ciega con aquel antifaz, mientras mi mano se colaba bajo su falda y acariciaba la suave piel de su culo para descubrir que no llevaba nada debajo.
- ¡María! -suspiré junto a su oído.
La guíe hasta el salón y procedí a desabotonar su blusa, lo hacía despacio mientras con el reverso de mis manos acariciaba sus ya duros pezones. María gemía y se contoneaba sin decir nada, simplemente se dejaba hacer. Puse sus manos por encima de su cabeza y las até a una de las argollas. Sus senos se alzaron en esa pose y desabroché su falda, la dejé caer hasta el suelo y ella misma la sacó por sus pies. Al no llevar nada debajo, quedó allí desnuda. Até cada uno de sus pies a una de las argollas y tensé la cuerda para dejar sus piernas bien abiertas. Del plumero que tenía para limpiar el polvo, desprendí una de las plumas. Con ella acaricié todo el cuerpo de María. Pasé la pluma por sus mejillas y descendí hasta sus pechos, los rodeé recreándome en sus pezones. Notaba como su piel se iba erizando y cómo de su boca escapaban pequeños gemidos, haciendo que se retorciera sobre las cuerdas. Mi otra mano estaba en su culito, acariciándolo, intentando entrar, ser absorbido por ese agujero tentador.
Bajé mi boca a esos tiesos pezones y los lamí, los sorbí, los estiré… La pluma, caminaba lenta entre los labios vaginales de María, impregnándose con sus jugos. Su culito ya había absorbido la primera falange de mi dedo y seguía engulléndolo.
- Siga padre, no pare, no pare. Deme su boca.
Ver a María entregada, me tenía a tope y escuchar sus ruegos, hacía que se espantaran todos mis fantasmas y miedos.
Acerqué mi boca a la de María y ella se dejó llevar propinándome un largo beso, sintiendo en su lengua la vibración de sus jadeos y todo el temblor de su cuerpo.
- Fólleme, padre, fólleme. – exclamaba mientras se corría…
- Sí hija, sí. – contestaba yo sonriendo.
Me puse pegado a la pared, sujeté las caderas de María y entré en ella con toda la suavidad que me fue posible. Esa mujer era un lago. Mi polla entraba sin ninguna dificultad y el ruido de nuestros sexos era más que evidente, armonioso, como una máquina bien engrasada que acompasaba un ritmo marcado por el martilleo de mi pelvis. Mi ritmo era suave pero constante y veía como su culo parecía estar absorbiendo mi polla, entrando en ese chochito jugoso.
- Me corro padre, no pare, no pare. – clamaba ella y yo seguía mi ritmo, notando los músculos de su vagina atrapándome.
María se corría sobre mi polla en un continuo orgasmo, sus piernas le temblaban, su coño tenía espasmos y su cabeza era un torbellino.
- Pare padre, pare que me mata, pare, no me sostienen las piernas.
Me hubiera gustado seguir ese martilleo y taladrarla sin descanso, pero ella apenas podía sostenerse en esa postura.
Solté a María de sus ataduras y la dejé tumbada sobre el sofá, la abracé y estuve con ella hasta que se recuperó.
- ¿He de ir a la iglesia, estarás bien? – le dije.
- Si padre, no se preocupe…. pero no se ha corrido… – me decía preocupada.
- Tranquila, ya tendremos más momentos. Ahora regresa con tu esposo, yo tengo una misa pendiente.
- Pero no puedo dejarle así…
- No pasa nada, ya tendremos tiempo.
- Uf, padre, si quiere esta noche con cualquier excusa, tras la cena, le digo a Luis que tengo que salir y vengo a sacarle toda la leche. – añadió ella estirando la mano apretando mi polla todavía dura.
- Bien, hija… luego lo hablamos.
Por el camino recibí una llamada de Eva, diciendo que su amiga Macarena estaba ilusionadísima con que hubiera aceptado realizar yo mismo sus ejercicios prematrimoniales y casarla…
- Padre, esta tarde estoy libre y quiero agradecerle lo que está haciendo por mi amiga.
- ¿Agradecerme? Si todavía no he hecho nada.
- Se que lo hará, sé que conseguirá sacarle todos los miedos, como hizo conmigo… y, por cierto, hoy quiero que me ayude porque necesito su polla.
- Calla, mujer…
- Vamos padre… se la chuparé hasta dejarle seco, le entregaré mi culito, lo que me pida. Por favor, por favor… Lo que ha hecho conmigo y con mi amiga es increíble. Es usted un santo. Se lo ruego, necesito que calme mi tormento.
Yo caminaba por la calle intentando que no se notara bajo mi sotana la erección y acabé diciendo:
- Sí, sí… pero tendrá que ser sobre las ocho.
No me lo podía creer, yo quería huir de los demonios y tenía, cita a las cinco con Macarena, cita con Eva a las ocho y cita con María tras la cena…
Al llegar a la iglesia, organicé todo para preparar la siguiente misa y recibí una llamada de Don Manuel, que me llamaba desde Roma.
- Hola don Manuel. ¿Qué tal le va por allá?
- Muy bien, Ángel… estoy disfrutando aquí y deberías venirte. Verás que hay mucha gente que viene a esta ciudad buscando la paz, encuentros con gente como nosotros… mucha gente joven, cómo tú. Te puedo mandar un billete de avión en unos días.
- Ya, padre, pero yo…
No dejaba de pensar en esa gente joven, entre la que habría hermosas mujeres, que sin duda y no sé de qué manera sucumbirían a sus propios pecados entregándose a la carne y a mi cuerpo…
- No, padre, no creo que sea buena idea.
- No se hable más, en una semana o poco más recibirás el billete. A primeros de esa primera semana del mes, estarás en Roma. Ya verás como te vendrá bien, aquí se respira paz y alegría… además eres un ejemplo para otros sacerdotes jóvenes cómo tú.
El padre Manuel no sabía nada de cómo era mi otra vida y aunque él creía que salvaba almas y tenía muy buenas referencias de muchas feligresas y de muchos de sus maridos, no era precisamente por ser un buen sacerdote…
La insistencia del padre Manuel, me obligó a confirmar que buscaría la manera de encontrarme con él en Roma, mientras que por otro lado tenía varias citas pendientes. ¿Qué me estaba pasando? Por más que yo quería huir, más tentaciones me rodeaban, ¿Qué podía hacer? ¿Me estaba volviendo loco?
Apenas pude despejar mi mente en esa misa de medio día y al acabar, no quise ni parar en la taberna, ni en el bar de María y de Luis… porque de fijo, volvería a sentir esa daga del pecado sobre mí. Regresé a casa, comí un bocado y me eché a dormir, intentando concentrarme en otras cosas. La verdad, apenas si pude cerrar los ojos. Las imágenes de esas jóvenes y de María me torturaban y mi polla me dolía.
En ese momento pensé que tenía que redimirme y buscar soluciones a esa especie de tortura placentera que era mi vida… si bien, no podía negar que estaba disfrutando de unas mujeres espectaculares y totalmente entregadas a un hombre hasta el extremo… lo que tantos otros hubieran deseado, pero yo no, yo no podía hacer eso y además ahora, don Manuel quería ponerme como ejemplo en Roma… ¿y sí se descubría algo? Me moriría de vergüenza y seguramente acabaría pidiendo limosna en alguna esquina porque me expulsarían con total seguridad.
Decidí pasarme por el sex-shop, sí, tenía tiempo hasta la visita de Macarena para los ejercicios prematrimoniales y además vendría acompañada por su novio, lo que me daba la oportunidad de no volver a caer en la tentación.
Me encaminé hacia esta tienda de juguetes sexuales, en donde podría encontrar la calma y la forma de llevar mi lujuria al desahogo personal, sin tener que volver a pecar una y otra vez. Seguramente el hombre que atendía el local sabría recomendarme, quizás algún látigo con el que fustigarme, pero también alguna película porno, que me ayudaría a soltar la carga que llevaba encima y posiblemente algún juguete en forma de boca lujuriosa, que, aunque fuera de silicona, me haría ver que puedo apaciguar mi sed, sin tener que llevar a otra pobre descarriada a sus propios pecados. Lo primero que hice fue quitarme mi indumentaria de trabajo y vestir de forma anónima, con una camiseta y unos vaqueros, junto a unas gafas de sol y una gorra que ocultaba en todo lo posible mi verdadero oficio y el que alguien cercano a la parroquia pudiera descubrirme cerca del sex-shop o incluso dentro.
Recorrí las cuatro o cinco manzanas que me separaban la parroquia de otro barrio en el que nadie debia conocerme y me metí en la tienda con la discrección de siempre. El tintineo de la puerta al abrirse haciendo sonar unas pequeñas campanas me sobresaltó, pero más aún, cuando al otro lado de la barra de esa tienda de juguetes eróticos, no estaba el dueño habitual, sino una joven impresionante, con un gran tatuaje en su cuello y varios piercings en la ceja y en ambas orejas. Además, llevaba un sostén de cuero bastante diminuto, cubriendo a duras penas su considerable pecho y una faldita de latex de color rosa que dibujaba las formas más que armoniosas de sus caderas, dejando reflejada la forma de su ombligo y un trasero demoledor.
- Buenas tardes. – me dijo inclinando su cabeza y haciéndome un escaneo por todo el cuerpo, de la misma forma que yo había hecho con ella.
- Buenas tardes… ¿no está?
- ¿Tomás? – dijo ella sin despegar la sonrisa.
- Si.
- No, Tomás es mi tío, pero él atiende normalmente por las mañanas… y a mí me toca por las tardes que hay más movimiento.
No me cabía ninguna duda de que aquella era toda una táctica de marketing, pues Tomás era un tipo poco agraciado, en cambio su sobrina estaba impresionante y sin duda atraería a una buena cantidad de hombres a aquella tienda.
- Yo es que esperaba… – dije dudando pues empezaba a notar que mi cuerpo reaccionaba ante esa impresionante mujer y yo que venía a apagar mi sed de otro modo…
- Tranquilo guapo, que yo te atenderé mucho mejor que mi tío, me conozco bien los productos de la tienda y de seguro que encuentro lo que estás buscando.
- Gracias… creo que voy a echar un vistazo. Quería unas cuantas cosas, si no te importa miro ¿y te digo?
- Perfecto, aquí estoy para atenderte en todo lo que necesites. Me llamo Alba, pero me puedes llamar cómo tú quieras. – añadió mordiéndose el labio.
- Gracias, Alba.
- Ya sabes, lo que tú quieras buenorro. – añadió fijando su vista en mi entrepierna que con los vaqueros debía marcarse mucho más de lo normal y en gran parte por su culpa.
Me costó realmente concentrarme en las cosas que venía a buscar y es que, entre estantería y estantería, aparecía la figura curvilínea de Alba, con aquella ropa tan ceñida a su cuerpo que me parecía estar viéndola desnuda. Atendía a un cliente, con esa gran sonrisa y ese desproporcionado busto que parecía salirse en cualquier momento de su pequeño sostén. No era de extrañar que los clientes se dejaran una buena suma, ante esa dependienta tan impresionante… y es que yo mismo no era capaz de atinar a encontrar lo que venía a buscar. De nuevo los demonios acechando… torturándome… confundiéndome.
Me metí al fondo de la tienda, en la zona de películas y aunque había alguna portada muy sugerente, ninguna destacaba tanto como mis chicas, la exuberante María, la preciosa Eva, la inocente Macarena y ahora, la despampanante Alba…
- ¡Madre mía! – suspiré en alto.
- Ya estamos solos… ¿has encontrado algo, guapo? – me dijo Alba a mi lado, mostrándome que era casi tan alta como yo, teniendo en cuenta que llevaba unos botines con un tacón tan alto que no atinaba a saber cómo podía mantener el equilibrio.
- No, Alba… estoy mirando.
- Pero, es algo para ti o para alguna de tus chicas.
- ¿Cómo? – pregunté asustado cuando dijo aquello de “mis chicas”
- Si, hombre, supongo que un tío cómo tú tendrá a un monton de mujeres detrás… yo misma si me metes en tu lista.
Estaba turbado, a pesar de que siempre era capaz de llevar las riendas y conducir a las mujeres al redil, con total control sobre ellas… pero en el caso de Alba, me parecía diferente. Esa mujer no venía a confesarse y por su aspecto y su forma de actuar debía gustarle el pecado más que a mí y además ella no sabía que yo era un cura.
No sé por qué, pero no cogí nada de lo que venía a buscar y el hecho de tener a esa mujer a mi lado, casi rozándome con su cuerpo, impregnándome de su olor a hembra en celo, me acabaron de torturar y cogí un huevo con mando a distancia, una polla con un arnés, un antifaz, unas esposas, un flogger y varios lubricantes.
La muchacha me miró con ojos vidriosos y mordiéndose el labio nuevamente me dijo.
- ¡Joder, quien fuera ella! ¿O ellas? – dijo apoyando su mano en mi hombro.
- Siiii,
- ¿En serio?, ¿hay más de una?
- Todo es posible. – dije.
- ¿Me puedo apuntar?
Tendría que haberle dicho que no, que no podía ser, que en bastantes líos andaba metido y yo había venido a salir de ellos, no a meterme en otros.
- Esta vez no, Alba, he de consensuar esta entrega, pero otro día podría ser.
- ¿De verdad? – me dijo juntando su pecho a mi cuerpo y mis manos se apoyaron en esa cadera oscilante.
- Si, Alba, me encantaría. – dije aspirando el olor que emanaba por todas partes.
- Toma mi número y no dejes de llamarme. – dijo entregándome una tarjeta con el logo del sex-shop y su nombre con el teléfono debajo.
De pronto, se me acercó y me dio un impresionante beso con lengua a la vez que agarraba con fuerza mi polla.
- Jodeeer, ¿Qué es esto? – dijo ella con cara de susto, cuando su lengua se separó de mi boca y su mano seguía apretando mi empalmada brutal.
- Cóbrame anda y ya te llamaré.
Salí de allí con una excitación mayor de la que había traído y para colmo no había comprado nada para apaciguar mi calentura, al contrario, llevaba una bolsa con pollas y juguetes que desde luego no eran para mí. ¿Y entonces para quién? Me dije a mi mismo… parándome en la esquina y pensando si era mejor dar la vuelta, devolverlo y recoger lo que realmente necesitaba, pero no, regresar a esa tienda y encontrarme de nuevo con ese demonio llamado Alba iba a ser lo más contraproducente.
Me encaminé a casa y al cruzar la puerta, dispuse todos los juguetes y aparatos sobre la mesa, sin creerme lo que había comprado y entonces decidí darme una ducha helada, intentando de ese modo, castigarme y apagar tanto calor acumulado, notando todavía en mi boca el sabor de la lengua de Alba… Salí de la ducha, me sequé y mirando en el espejo mi cuerpo desnudo me dije:
- ¡Ángel, eres un depravado!
Mi polla parecía tener vida propia y era como si me contestara tensándose ligeramente, como si quisiera desafiarme… y cerré los ojos, intentando borrar mi propia imagen reflejada.
Cuando quise darme cuenta, eran casi las cinco de la tarde.
- ¡Macarena! – dije en alto y volviendo a colocarme la sotana, sin nada más debajo, me dirigí a la iglesia.
Mi excitación no bajaba lo más mínimo, al contrario, y mi cabeza me iba torturando, queriendo mostrarme pechos desnudos, mujeres ardientes dispuestas a todo, cuerpos curvilíneos, bocas insaciables… hasta que por fin llegué a la parroquia y me metí en el confesionario, un lugar tranquilo, discreto y que me servía, además, para meditar.
Un buen rato después, incluso el sueño me había vencido y cuando quise darme cuenta ya eran más de las cinco de la tarde y Macarena no había aparecido por allí … aunque por una parte estaba decepcionado, por otra entendía que era lo mejor, tanto para ella, como para mí. Seguramente la chica tuvo un calentón incontrolado y se lo acabó pensando dos veces antes de cometer la mayor locura de su vida conmigo.
Decidí serenarme y agradecer que por un momento ningún otro demonio se interpusiera en mi camino. Empecé a recoger algo la sacristía, haciendo tiempo por si esa muchacha aparecía algo más tarde.
Me volví para casa, intentado pensar en ese viaje a Roma, que, pensándolo bien, también me serviría para escapar de esos pensamientos turbadores que atrapaban mi mente, que hurgaban mi psique.
Nada más llegar a casa, me tumbé en el sofá y apreté mi polla que seguía algo tensa bajo la sotana.
- ¿Qué vas a hacer con esto, Angelito? – me decía a mí mismo.
Miré a mi alrededor y veía las argollas que sujetaban algunas cadenas, látigos, consoladores y todos esos nuevos juguetes expuestos sobre la mesa y volví a maldecirme por no poner sensatez a tanta barbarie, cuando de pronto sonó el timbre del portal y me dio un susto de muerte.
Miré el reloj y vi que eran poco más de las seis, por lo que no podía ser Eva, ya que había quedado más tarde con ella. Me acerqué al telefonillo y pregunté.
- ¿Quién es?
- Soy, yo, padre… Macarena. – se oyó una dulce vocecita.
Toda mi piel se erizó y debería haberla mandado a paseo, decirle que yo no podía hacer nada por ella, pero no… me limité a pulsar el botón que abría la puerta del portal.
Un minuto más tarde, sonó el timbre de la puerta, yo estaba nervioso y excitado, como un colegial en su primera vez… y eso que podría decirse, muy a mi pesar, que me estaba convirtiendo en todo un experto. Lo cierto es que estaba bloqueado y casi no podía moverme.
Sonó tenuemente un golpe en la puerta y después otro con mayor ímpetu. Abrí la puerta y ahí estaba ella casi como una talla divina.
Macarena llevaba el pelo recogido en una coleta y sus ojazos brillaban escandalosamente. Como escandaloso era su atuendo. Este constaba de una pequeña camiseta muy ceñida que sujetaba a duras penas ese pecho erguido y libre. Abajo un pequeño short, corto, que prácticamente, solamente tapaba su culo dejando incluso fuera los bolsillos. Aquellas piernas robustas eran increíbles.
- Hija, ¿qué haces aquí? ¿Cómo has dado conmigo? – pregunté todavía aturdido y sin poder quitar la vista de aquella joven diosa.
- No me ha sido difícil, Eva me lo dijo. – contestó tímidamente con sus manos en la espalda, lo que le daba un aspecto aún más inocente de lo que era toda ella.
- Pero hija, esta es mi casa, no puedes estar aquí.
Ella guardó silencio, miró las argollas, las cadenas que colgaban y luego dirigió su vista a los distintos consoladores, dildos, arneses y juguetes que había expuestos sobre la mesa, como todo un catálogo de productos eróticos.
- Necesitaba verle, padre, ya se lo dije…
- Pero habíamos quedado que vendrías a la parroquia con tu chico y hablaríamos.
- Él no necesita ayuda y yo sí.
- ¿Tú?
- Estoy perdida, padre, sin rumbo, me voy a casar y yo no sé nada…
- Pero es normal, hija, eso lo tienes que aprender con tu novio o con tu marido cuando te cases.
- No, padre… no puede ser.
Miré a aquella joven que parecía realmente un cordero descarriado… a punto de ser degollado.
- ¿Qué deseas hija mía? ¿Qué puedo hacer yo por ti?
- A usted padre, lo quiero a usted, quiero su polla y quiero que me haga su puta, quiero ser suya en cuerpo y alma. – soltó aquello con decisión y luego bajó su cabeza avergonzada.
Volví a observarla obnubilado y con mi polla tensándose bajo mi sotana por momentos.
- Pero… hija, eso que dices es sumisión. – dije ahuyentando a esa tentación viviente.
- Sí padre, quiero someterme a usted, ser suya, que haga conmigo lo que quiera.
Yo negaba con la cabeza, luego cerraba los ojos y miraba fijamente al techo, buscando una llamada de ayuda que viniera de cualquier parte.
- Ayúdeme, padre, se lo ruego… hágame suya. – insistió queriendo acercarse, pero detuve su movimiento.
- Muy bien Macarena, desnúdate. – dije al fin, rendido ante lo evidente. Si esa chiquilla quería guerra, le daría guerra y una buena lección
Su sonrisa resplandeció, mientras yo me sentaba en mi sillón favorito, me dispuse a ver el espectáculo. Macarena se fue desprendiendo lentamente de su camiseta, sacándola por encima de su cabeza. Ahora ya podían apreciarse a la perfección las curvas de su perfecto busto. Su nívea piel casi cegaba. Se desprendió de su de la camiseta. Ante mí aparecieron dos pechos de un tamaño regular sobre la noventa y cinco. Unos pechos preciosos coronados por una tenue aureola rosadita y unos pezones un poquito más oscuros. El azul de sus venas se apreciaba bajo esa blanquísima y fina piel. Sería un auténtico placer tornar esa piel de un lindo color carmesí.
Yo me relamí y ella seguía decidida en su intención de quedarse desnuda ante mí. Prosiguió desabrochando su pequeño pantalón y bajándolo con cuidado hasta sacarlo por sus pies. Una tanga negra cubría escasamente su bien rasurado sexo. Me miró, se mordió el labio y se bajó la tanga, apareciendo ante mí un coñito completamente depilado que decía casi a gritos «cómeme, cómeme».
- ¡Cielo santo! – suspiré.
- ¿Le gusta padre? – preguntó ella erguida, con sus manos en la espalda y ofreciéndome su cuerpo como ese pastelillo al que nadie se puede resistir.
- Me encanta hija, me encanta.
- Entonces ¿Va a hacerme suya?
- Todo a su tiempo, ahora comamos algo… – dije sin levantarme y acariciando mi polla por encima de la tela de la sotana.
Ella miró a su alrededor y yo le indiqué:
- Ve a la cocina y calienta esa cazuela.
No me importaba lo que esa chica me preparase, incluso no era precisamente la hora de la comida, pero yo estaba hambriento… y lo que ella me ofreciese, estaría delicioso, sin duda no importaba lo que hiciese