Capítulo 1

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  • Adorando a Mariela

Adorando a Mariela

CHARLINES

Mariela es una mujer arrebatadora, sexi y extremadamente morbosa. Le gusta escribir relatos y le gusta que la sueñen. A sus cuarenta, decidió por fin darle una vuelta a su vida.

Un día, sin yo podérmelo creer, encontré un correo suyo en mi buzón. La verdad que sorprendido, lo leí rápidamente. Me decía que llegaría a Madrid y que le gustaría que fuera a recibirla. Yo ya tengo sesenta años y no me podía creer que esa mujer hubiese venido a verme.

Evidentemente, ni me lo pensé y me presenté en el aeropuerto, en el día y la hora que ella me había dicho. Ahí que llegó, con su gran maleta, su sonrisa y su presencia. Llegaba radiante, con su pantalón vaquero, su camiseta azul turquesa apretada a su cuerpo y sus botines con un ligero tacón. Evidentemente no nos conocíamos, por lo que yo portaba un cartel con su nombre. Cuando lo vio, la sonrisa apareció en su rostro haciéndolo aún más bello si eso era posible.

  • Buenos días, don Pablo, es un placer conocerle.
  • Buenos días, Mariela, el placer es todo mío.
  • ¿Qué tiene pensado para mí?
  • Pues creo que iremos a mi casa y te enseñaré los diferentes rincones de una ciudad misteriosa que, adentrando en su historia, se puede convertir en algo realmente alucinante.
  • Por mí, encantada, usted manda jajajajaj.

Partimos hacia mi ciudad, yo no vivo en ella, si no en un pueblo cercano, donde la paz y la tranquilidad son su signo de identidad. Una vez dentro del vehículo teníamos poco más de dos horas hasta llegar. Paramos por el camino para tomar un café. La verdad es que en el interior del vehículo ninguno de los dos había parado de hablar. Tomamos un café al sol de la tarde noche y evidentemente, seguimos nuestra conversación.

La verdad es que, con esa luz, Mariela estaba preciosa, su negra melena al viento y esa sonrisa que se llevaba pedacitos de mi cada vez que aparecía. Ella me contó su vida prácticamente entera y yo hice lo mismo con ella. Departíamos muy amigablemente y las risas se sucedían dentro de la conversación.

Volvimos al automóvil y nos dirigimos a una cercana localidad para cenar. Entramos en esa localidad y fuimos a cenar a uno de los típicos restaurantes que hay en ella. Evidentemente pedimos un cuarto de cordero, con su ensalada y un buen, ribera del Duero para regar esa cena. En esta no faltaron las risas y las anécdotas. Aquí también entró el terreno sexual.

  • ¿Qué te gusta en el sexo? Me preguntó Mariela una vez metidos ya en el asunto
  • ¿Qué me gusta? Me gusta todo, el morbo, la pasión, el cariño, algo de violencia. No sé, todo, sexo duro, sexo vainilla, sexo normal, acelerado,tranquilo.
  • ¿Y a ti?
  • Mariela quedó pensativa y por fin respondió. A mí, como a ti, me gusta todo, creo que el momento y el lugar son los que marcan el camino de esas acciones.

Yo le comenté que tenía razón, no hay que llevar una idea preconcebida, ya que está puede cambiar en cualquier momento. Por lo que hay que estar receptivo a tornar la situación las veces que haga falta.

Mariela me contestó que efectivamente, una buena sesión de sexo ha de ser una especie de montaña rusa, en la que ambas personas se involucren dando lo mejor de ellos mismos.

Volvimos al auto y en poco más de media hora, ya estábamos en mi casa. La noche invitaba a tomar algo a la luz de las estrellas y así lo hicimos. Entré a por unos hielos y una botella de whisky, sabía que a ella le gustaba un buen malta. Le dejé la cubitera, una botella de agua y la botella de whisky. Ella me miró, se levantó de la silla donde estaba sentada y se hizo la mezcla.

  • Uhhmm qué rico

Se sentó en la silla y volvimos a nuestra conversación. Hablábamos animadamente y las horas iban pasando sin darnos cuenta y la botella de whisky bajaba de igual forma. Sobre las tres de la mañana la llevé al cuarto que había preparado para ella y la dejé dormir tranquilamente.

Nos levantamos tarde, cerca de las doce del mediodía. Después de desayunar, nos arreglamos y salimos a tomar el vermut. Nuestra conversación no tenía un tema definido e iban apareciendo temas, según andábamos por las calles de la parte vieja de la ciudad. Ante nosotros, apareció imponente e impresionante la catedral. Ese día no entramos a verla por dentro, pero si la recorrimos por fuera, admirando la precisión del gótico en sus piedras. Como se alzaba hacia el cielo con una impresionante construcción. Tomamos un vermucito alrededor de la catedral degustando los ricos pinchos, que también conforman parte de la gastronomía de la ciudad.

  • La verdad es que es un sitio precioso. Decía Mariela, perdiéndose en las estrechas calles de esa mal conservada judería.

Ese día comimos algo por esa zona de la ciudad y volvimos a la paz de la casa. El sol calentaba con fuerza a esa hora de la tarde y Mariela subió a vestirse más cómoda. Bajó con un bonito bikini rojo. Estaba deslumbrante, además el bikini no tenía refuerzo y marcaba con toda claridad sus prominentes pezones.

  • Estás espectacular.
  • Ya veo ya jajajajaj

Mi bañador que es de esos como un bóxer, marcaba claramente la dureza de mi polla. Puse mi silla cercana a la de Mariela y con el sol de frente, seguimos tomando el whisky, mientras el sol calentaba nuestros cuerpos. Mariela estaba radiante y las ligeras gotas de sudor que se formaban en su cuerpo, le daban un aire aún más sexi. Mi polla seguía dura como una piedra y más cuando puse una de mis manos sobre la pierna de Mariela y la noté ardiendo. Ascendí muy lentamente, por esa piel de seda hasta tocar la tela del bikini. Mariela no decía nada, se dejaba hacer y gemía de vez en cuando. Mi dedo índice subía y bajaba recorriendo lentamente la totalidad de esa escueta tela.

Mariela gemía, mientras mi dedo seguía en su eterna caricia. Cada vez notaba la tela más húmeda y le dije.

  • Mariela quítate la braguita del bikini.
  • ¡Estás loco!…
  • Vamos, lo estás deseando.

Los ojos abultados y los pezones enhiestos daban cuenta de su excitación. Mariela mirando a todos lados lentamente se bajó la braguita del bikini, dándomela a mí. Yo la recogí y la llevé a mi nariz oliendo con intensidad los jugos de esa hembra. Ella sonrió y volvió a tumbarse en la tumbona del jardín.

Esta vez me fijé que tenía las piernas completamente abiertas. Me incitaba a seguir con mis caricias. Volví al sexo de Mariela recorriéndolo muy lentamente de arriba abajo. El canal de sus labios vaginales rezumaba humedad, humedad que hacía más placentero el tocamiento para ella y para mí.

Eternamente recorrí esos labios que poco a poco se me fueron abriendo y poco a poco se abrían, pidiéndome entrar en su sexo. Seguí mi caricia mientras a mi lado Mariela sujetaba con delicadeza mi mano para seguir su ritmo. Gemía, gemía a mi lado y levantaba ligeramente su sexo pidiendo ser penetrada, pero no, no quería penetrarla aún.

Mi mano se deslizó por su cuerpo, húmeda de sus jugos, subí hasta alcanzar esos duros y erectos pezones que me esperaban desafiantes. Retiré con cuidado una de las copas del bikini, dejando uno de ellos al sol. Lo miré como sobresalía de la areola y como pedía ser chupado. No me lo pensé dos veces y bajé mi boca hasta él. Su tacto era suave y caliente por la acción del sol, pasé mi lengua por él rodeándolo, poniendo mis labios alrededor de él, lo sorbí mientras lo lamía con mi lengua. Mi mano se fue por el otro y lo apreté ligeramente.

  • Más fuerte, más fuerte- dijo Mariela.

Sus deseos eran órdenes y lo apreté con más fuerza, mientras chupaba el otro pezón. Un gemido de Mariela me incitó a apretar más.

  • Ohh si, oh si, joder si, joder

Mariela apretaba mi cabeza que ahora estaba sobre el pezón apretado y apretaba también sus piernas.

  • Cabrón, cabrón ¿qué me haces?, joder

Cuando bajé de nuevo mi mano al sexo de Mariela, pude notar los efectos de su corrida. Esta vez me dediqué a su clítoris. Mariela era un mar que me proporcionaba los jugos necesarios para acariciar con la mayor dulzura posible su clítoris. Lo acariciaba con mucha lentitud y prácticamente rozando sobre él la yema de mi dedo. Mariela gemía, abría sus piernas de par en par y susurraba al aire

  • Así, Mariela, así, mójale los dedos, moja su mano, sí que rico, cabrón, no pares.

Yo no paraba y notaba como Mariela se corría una y otra vez sobre mis dedos, como de su cuerpo manaba una fuente que a ella la tenía en el limbo, experimentando un orgasmo detrás de otro. De repente, me miró, cerró sus piernas sujetó mi mano y ahí se mantuvo unos deliciosos segundos.

Abrió los ojos, abrió las piernas y se lanzó entre las mías, me bajó el bañador, me miró con gula la polla y sacándola al exterior, la lamió primero en toda su largura, para lentamente engullir mi capullo.

  • Me has hecho estar en el cielo y en el infierno, espero poder devolverte el favor.

La verdad es que tenía una boca angelical donde mi polla vivía los más tiernos placeres. Era una verdadera delicia sentir los cuidados de esa boca, de esa lengua y de esa garganta. Con suma lentitud me comía entero, se sacaba la polla de la boca, lamía mi tallo y se deleitaba chupando mis huevos.

  • Espero que me regales una buena ración de tu leche.

Volvió a su labor excelsa, donde mi polla era tratada como el mejor de los manjares. Subió con su lengua serpenteando por mi tallo, llegó a mi capullo, rebañó las gotitas que se habían escapado y me llevó de nuevo a su garganta. Aquí me follo tierna y dulcemente mientras de sus ojos brotaban unas gruesas lágrimas, que hacían honor a su esfuerzo y dedicación. Ya no pude aguantar mucho más, me sacó de su garganta, relamió mi polla con su lengua y entonces yo apreté su cabeza y descargué en su boca toda mi esencia.

  • Sí, que bien, que gusto, así joder, me secaste nena, me secaste.

Mariela lentamente fue retrocediendo por mi polla hasta sacarla, me sonrió, sacó su lengua para lamer el capullo y la sacó entera de su boca.

  • ¿Te gustó?
  • Me encanto cerdita, joder que chupada más cojonuda

Tras estos momentos de pasión extrema, volvimos dentro de la casa, preparamos una cena ligera con algo de ensalada y fruta y ese día sí que dormimos juntos, pero no revueltos.

Los primeros rayos de sol me despertaron abrazado a Mariela y con una importante erección. Mariela la notó y movió su culito, pero la muy “cerda” se lanzó de la cama y se fue a la ducha. Con la polla mirando al frente, bajé a hacer el desayuno, esperé que llegara Mariela y comenzamos a desayunar.

Mariela me miraba con ojos de guasa y una sonrisa en la boca. Sabía que me había dejado con las ganas.

  • ¿Dónde me llevarás hoy?
  • Pues hoy recorreremos los alrededores, aquí hay muchas cosas que ver.

Empezamos por las Huelgas Reales, donde su abadesa llegó a ser la mujer con más poder del mundo. Ya que ella solamente rendía cuentas a dios y al rey, todo fuera de la curia eclesiástica de los obispos. El Monasterio de Las Huelgas fue fundado por los reyes con unos objetivos muy claros. En primer lugar, para acoger a una comunidad femenina de religiosas cistercienses. También para servir de lugar de retiro para infantas de Castilla y mujeres nobles. Y, por último, para servir de lugar de enterramiento para la familia real. Es decir, ser el panteón funerario de los reyes de Castilla.

La visita fue larga, había muchas cosas que ver, entre ellas el pendón de las navas de Tolosa. Tapiz musulmán conservado en el Monasterio de las Huelgas Reales de Burgos. Es llamado «pendón de las Navas de Tolosa», pues fue tomado por el rey Alfonso VIII de Castilla al almohade Muhammad ben Yaqub. Muy ricamente decorado, las bandas superior e inferior llevan escritas frases de significado religioso. A los lados, las escrituras están hechas de tal modo que puedan ser leídas por el revés del tapiz. En el centro, una estrella de ocho puntas evoluciona en formas diversas hasta morir en un círculo, conforme al gusto musulmán por la geometría. Predominan los colores dorados y rojos.

Cuando terminamos la visita, fuimos a comer a uno de los muchos restaurantes del centro de la ciudad. Esos días había un sol radiante por lo que aprovechamos para visitar la cartuja de Miraflores. Aquí descansan los padres de Isabel la Católica. El retablo mayor de la cartuja de Miraflores es una obra excelsa que pide ser observada con detenimiento. Fue tallado en madera por el artista Gil de Siloé y policromado y dorado por Diego de la Cruz, con oro que procedía de los primeros envíos desde América tras la llegada allí de los españoles. Realizado entre 1496 y 1499, se trata de una de las obras más importantes de la escultura gótica hispana, por su originalidad compositiva e iconográfica y la excelente calidad de la talla, valorada por la policromía.

La visita fue corta y viendo que teníamos tiempo nos trasladamos hasta el monasterio de San Pedro de Cardeña, no muy distante de este lugar. Este monasterio tiene mucha historia. De aquí partió el Cid hacia su destierro y aquí es donde está enterrado junto con su esposa Jimena. Los musulmanes martirizaron a sus monjes para ser canonizados en 1603. Tristemente pesa en su historia, haber sido un campo de concentración tras el golpe de estado franquista, de 1936.

Tras la visita pasamos por la tienda, donde los monjes venden los productos de su trabajo y compramos algunas cosas. Volvimos ya casi sobre las diez de la noche a casa.

Mariela amablemente se propuso para hacer la cena, ese día y yo amablemente la dejé. Estaba afanosa con su trajín en la cocina, cuando me acerqué por detrás y acaricié sus pechos, libres ya del sostén. Sus largos pezones me tenían subyugado. Acariciaba esos pechos como si de un jarrón chino se trataran, pellizcaba con dulzura sus pezones y clavaba mi polla entre sus nalgas, mientras besaba su cuello.

  • Si no te estás quieto, hoy no cenamos. Además, te va a saltar el aceite

Me retiré de ella para dejarla terminar con la cena. La verdad es que había hecho compra para esos días. Mariela aprovechó para hacer una ensalada y una milanesa. Nos sentamos a cenar mientras comentábamos el día que había sido largo e intenso. Tras la cena, pasamos a ver un poco la televisión, donde aproveché para volver a meterla mano. Le acariciaba los pechos, cual adolescente en el cine. Me volvía y la besaba y poco a poco notaba como su calentura iba en aumento.

  • Vamos a la cama, anda, dijo Mariela.

Nos desnudamos y bajo las sábanas, mis manos tenían mayor libertad. Mariela como una gatita, se dejaba hacer, gemía por las caricias y buscaba mi boca. Mi mano, la que me quedaba más libre, recorría su cuerpo, de sus pechos a su sexo y vuelta a empezar. Uno de mis dedos tras notar la gran inundación que presentaba su sexo, entró en ella. Entró lento y así se movió dentro de ella, mientras Mariela asía con fuerza mi polla. Ella abría su boca buscando mis besos y gemía al movimiento de mi dedo dentro de ella. Me fui deslizando por su cuerpo hasta llegar a su sexo, donde bebi de ella, hasta que quedamente me pidió.

  • Fóllame, por favor, fóllame.

Subí hasta sentir mi polla húmeda de su flujo. Empujé hacia adentro y entré en ella, deslizándome por ese canal inundado que me acogía en su interior, apretándome entre sus paredes. Mariela suspiró al sentirme llegar al fondo. Se agarró con fuerza a mi culo y levantó sus piernas rodeando mi cadera.

  • Así, despacito, no aceleres, despacio.

Así, despacito, se sentía mucho más rico, sentía como me apretaba y como se deleitaba con ello. Mi boca ahora buscaba la suya y le metía la lengua hasta su garganta. Mariela gemía a la vez que sentía mis gemidos en su boca. No sé cuánto tiempo llevábamos así, pero yo ya estaba al límite.

  • Mariela, me voy a correr.
  • Córrete, no te detengas.

Di un fuerte empujón, sujeto a las caderas de Mariela y me dejé ir dentro de ella. Ella asida con fuerza a mi cadera apretó mi polla en su interior mientras me la llenaba con sus jugos.

  • Joder cabrón, joder, joder.
  • Mi niña, me dejaste completamente vacío. Joder que rico.

Icharlines54@gmail.com