Capítulo 2
- Mi suegrita me daba muy bien de comer I: Aún tímida
- Mi suegrita me daba muy bien de comer II: La venda me ayudó
Yo trabajaba remoto ese día, así que me levanté temprano e hice un café mientras prendía la compu.
Aquella noche mi suegrita me la había mamado deliciosamente mientas yo fingía dormir. Así que no sabía bien qué esperar de esa mañana. Así que relajé y esperé a ver qué pasaba.
Ella apareció también temprano, después de una ducha, de short, camiseta oscura y toalla en la cabeza. Me miraba seria.
-Buenos días doña Sonia, le apetece un café…?
-Sí -me dijo muy seria.
Tomamos café en silencio. Un profundo silencio. Yo insistí un poco en continuar fingiendo y pregunté si precisaba de algún otro trámite.
-Hoy trabajo en casa, pero si necesita, la alcanzo a algún lugar.
-Tengo que ir al correo, pero no, te agradezco, ya sé dónde es.
-Sí, es aquí cerca en la avenida -afirmé. Me miraba aún seria, casi acusándome tácitamente de algo (y yo no había hecho nada, era ella que había hecho todo!).
Claro que yo sabía cuál era la acusación, pero iba a continuar fingiendo hasta el infierno, o hasta que ella abriese el juego. Pero no dijo nada más y me puse a trabajar. Se fue al correo y volvió pronto. Algo de media hora después la veo aparecer en el estudio, apoyada en la puerta, juzgándome.
Levanté mi mirada, y ella dijo:
-Ayer estabas despierto.
-No señor, estaba durmiendo… pero alguien me despertó -dije sonriente.
Ella se tapó el rostro de verguenza.
-Pero no, -continué yo para tranquilizarla- yo la entiendo. Usted tiene mi apoyo, si tiene sus necesidades.
-Ay pero es que ayer estaba muy… muy…
Cachonda. Devasa. Putita.
Pero dijo:
-Ay, mi Alberto, cuánta falta me hace a veces…
Para eso mi trabajo ya se había ido al carajo así que me dediqué a teclear y conversar para arrancarle de a poco sus sentimientos como quien descorcha una botella añeja de un tierno vino dulce.
-Pero cómo era Alberto?
Ella lo describía y yo la estimulaba a saber cómo era sexualmente, y ella de a poco fue confesando que le daba placer casi todas las noches, era insaciable incluso después de nacida la niña, a veces más de una vez, y hasta despertándola para tener sexo matinal.
-Él era muy…
-Fogoso.
-Eso.
-Yo también lo soy.
Me miró seria, soltando una sonrisa despacio.
-Sí, ya lo veo. Y muy cachondo también.
Me reí, y así seguimos. Ella confesando la falta que el finadito le hacía, yo dejando claro que podía ayudarla cuando quisiera.
Así que me animé, y levantándome, fui hasta la puerta asegurando que sí la ayudaría siempre, cómo era imporatnte para mí, etcétera y etcétera, y me planté a su lado. Sus ojos no cedieron, eran firmes, ella me devoraba con su mirada, y yo le pasé el brazo por la pierna, sintiendo que entrecerraba sus ojos.
Me agaché despacio y atrevido le besé la barriga, después el ombligo y abajo del ombligo, bajando, después pasando la lengua, y cuando fingió querer salir, la sujeté firme.
Besé y lamí la entrepierna ya mojadita por encima de la bombachita escuchando que suspiraba, ya entregándose. Le saqué el short y la bombachita, y la senté en la mesa.
-Ay, no, no -me decía, pero no me impedía.
Pasé mi lengua por los labios de la concha abierta que me llamaba, algo peludita, y mis dedos también, separando los labios y devorando su conĩto, chupándola de comienzo al fin, yendo y viniendo primero despacio, después rápido, metiendo mis dedos en la conchita cada vez más abierta.
-No, no, no puedo -me decía…
-La voy a ayudar -le dije. Viendo que la culpa le impedía el gozo, tomé una corbata del pequeño armario, y le tapé los ojos. Fue lo que la soltó, talvez imaginando al marido, talvez olvidando que era el marido de su hija que la chupaba y le pasaba dos dedos por su concha caliente y querendona, vendo y viniendo y escuchándola jadear como loca.
No paré hasta escucharla gozar con mis dedos y venirse jadeando en muchos ‘ay, sí’, y ‘ay, me muero’, y quedó así, suspirando y calmándose, encima de mi mesa.
Así que le puse boca abajo, aún vendada, medio de cuatro en mi mesa, y la presenté a mi verga mojada y dura, que chupó febril y ruidosa, no silenciosa como en la última vez por fuerza del fingimiento, sino suelta y gozosa de explorar la cabezorra y hasta lamiendo mis bolas extasiada. La visión era deliciosa, la potranca madura chupando mi pija, ella vendada vendada y atreviéndose de metérsela toda en su boca y dejando que le penetre hasta la garganta, así me hacía que el mastro esté duro como roca.
Luego la senté en la silla y la penetré en su concha que me llamaba, agarrando los pezones con fuerza mientras me estimulaba ‘eso, esoo ay, ay, asíiiii’ y se venía de nuevo. Yo chupaba sus pezones mientras me la cogía y ella se soltaba en gemidos pulsantes, era un animal salvaje nuevamente suelto luego de años de confinamiento. Yo aceleré mientras saboreaba sus pezones a mordiscones, y me corrí llenándola de mi lechecita pulsante. Me levanté luego sonriendo, y senté en un pequeño sillón al lado aún recuperándome y disfrutando de la vista, esa mujer de ancas grandes toda descordenada en mi silla, sus pechos colorados, el cuello también de mis chupones, recuperándose de la metida, entrando lentamente en un ritmo normal de respiración…
Y de súbito levantó y salió de la sala vistiéndose desprolija, arrancando la corbata de sus ojos sin ni siquiera mirarme.
Más a la noche cuando cenamos me repitió que eso no iba a ocurrir más, mientras yo le aseguraba que siempre, siempre que quisiese, estaría de su lado.
Escondí mi sonrisa diabólica y chupé una mandarina jugosa con gusto mientras ella escuchaba y seguro que recordaba como esos labios la habían hecho de feliz nuevamente.