Hola, soy Valeria de nuevo, en la primera parte de mi historia les conté como Ricardo, el joven hijo de un matrimonio amigo, me atrapó en un juego erótico del cual no puedo salir.
Ahora les contaré como ha ido complicándose cada vez más (para mí).
Resulta que un par de días después de nuestro último encuentro, aquel en el sillón de su sala, me llama por teléfono y me pide que vaya esa tarde sin falta.
Bastante nerviosa por lo que podría pasar llegué como a las 4, (dijo que a esa hora estaría de vuelta de practicar deporte como todos los jueves).
Entré con la llave que me dejaron preguntando desde la entrada por alguien en casa, me respondió él desde arriba, diciendo que se estaba duchando, que subiera y lo esperara un momento.
Cuando estuve junto a la puerta del baño pregunté en voz alta por su hermana, me dijo que anda media loca con unos trabajos del instituto y no llegara hasta tarde, que no me preocupe y que lo espere en el dormitorio de sus padres.
Cuando iba cruzando la puerta me grita desde el baño
— tía…espérame desnudita.
Sentí un súbito calor en la cara al oír aquello, entré en la alcoba, estaba con las cortinas cerradas, en semipenumbras, un disco de Enya sonaba suavemente desde algún lugar de la habitación.
Comencé a desnudarme, de nuevo aquella extraña sensación de estar indefensa, de no tener el control de lo que ocurra, esa especie de liberación de conciencia, esa voz interior que me dice…no es tu culpa, tu actúas obligada, resígnate.
Cuando terminé de desvestirme allí de pie frente al gran espejo, casi involuntariamente llevé la mano a mi entrepiernas, mi concha estaba mojada.
En ese momento entró el, venía cubierto con una toalla atada alrededor de su cintura, su cuerpo joven y con pocos vellos, su cabello mojado y desordenado, la cara de deseo que puso al verme desnuda, todo ello me tenía tiritando como una chiquilla.
De verdad era algo muy especial (y nada de desagradable confesaré).
Se acercó a mí, me dio un suave beso en los labios y me dijo casi susurrando a mi oído…
–he pensado mucho en ti, quiero que ahora me enseñes a hacer el amor, quiero que tú me lo enseñes, dijo poniendo énfasis en la palabra TÚ.
Respondí besándolo apasionadamente, mi lengua se abrió paso entre sus labios gruesos refregándose con fuerza contra la suya, me senté en la cama quedando frente a su toalla, «algo» debajo de ella estaba haciendo un gran bulto, puse mis manos en el nudo que afirmaba su única prenda, se asustó e intentó detenerme pero suavemente retiré sus manos y continué.
Solté el nudo y la dejé caer, frente a mi quedó cimbrándose su pico, largo y tieso como un palo, su forrito retraído por la erección, y una cabeza rosada y brillante con una gotita de líquido asomando por su punta.
Pensar en que ese juguetito no había sido disfrutado por nadie antes terminó con el poco recato que me quedaba, me acerqué y le dí un tierno beso en la punta, luego me retiré para mirar su cara, un hilito de líquido se estiró entre mis labios y su cabeza. El me miraba con una mirada mezcla de calentura y timidez.
Pasé la lengua por mis labios, el sabor de su liquido era delicioso, hasta diría que casi dulce, mientras lo saboreaba, con mi mano derecha tomé su tronco y comencé a pajearlo lentamente llevando hasta atrás su forro, lo que ponía más grande y brillante su cabeza, abrí mi boca y la introduje en ella, mi lengua recorría aquella cabeza por todo su contorno, el respiraba agitadamente.
Después de un rato lo saqué y lo dirigí hacia arriba afirmándolo con mi mano, empecé a lamerle las bolas, desde allí mi lengua subía por su miembro hasta llegar a la punta, mamaba un ratito su cabeza y volvía a bajar recorriendo el mismo camino.
Reconozco que estaba disfrutando como loca, quería comerme todo su pico, lo lamía con desesperación, su cabeza estaba hinchada al máximo, de pronto, mientras subía, comenzó a soltar chorros de semen que cayeron en mi pelo, mi frente, mi mejilla y finalmente en mis labios.
Como llevada por una fuerza incontenible lo metí en mi boca alcanzando a recibir el ultimo disparo de leche en mi lengua, me avergüenza decirlo pero lo saboreé como un manjar tragándolo con gusto, y pensar que al pobre de Marcos, mi marido, nunca le he aceptado.
Esto es una locura, lo sé, pero la situación daba para ello y más, la música, la penumbra, nuestros cuerpos desnudos, aquel pico virgen, en fin, todo. Yo ya no tenía freno, había sobrepasado todos mis propios límites empujada por este chiquillo que encontró en mí su juguete sexual.
Esto no se detuvo aquí, yo estaba como loca y él todavía lo tenía parado (serán así todos los jóvenes?), lo acosté en la cama, su pico apuntaba al cielo, no imaginan lo lindo que se veía. Volví a chupárselo como si estuviera embrujada, no podía parar, finalmente no pude aguantar más y subiendo a gatas por la cama me senté sobre él metiéndomelo hasta el fondo.
Mi concha lo apretaba con fuerza al sentirse llena, sentía sus bolas calientitas en mi culo en cada profunda embestida que dábamos. Yo posaba mis tetas en su cara, refregaba mis pezones alternadamente en sus labios. Tuve no sé cuántos orgasmos montada en ese pico incansable, él se iba cortado y casi sin ablandarse continuaba dándome duro a los pocos minutos. Por Dios… qué manera, Marcos nunca me había culeado tanto; empecé a decirle todo tipo de cosas…
–dame toda tu lechecita, quiero secar tus bolas;
–así mi dueño, soy tuya, culeame mucho…pichuleame toda, mira en el espejo como me tienes ensartada en tu pico, soy toda tuya, tuya, nadie me ha hecho gozar como tú, me fascina ese pico tuyo…después me arrepentiría de decirle todo eso, pero me tenía tan caliente…
En fin, estuvimos como hasta las 8:30, le enseñé a montarme pero le gustó más que yo lo montara , creo que le gustaba mirar en el espejo como se veía su tía desde atrás subiendo y bajando, a ratos me pedía que me quedara quieta y con la cola bien parada, entonces con sus manos me abría el culo y miraba al espejo , yo me avergonzaba de imaginar lo que veía…mi culo abierto al máximo y su pico metido hasta las bolas en mi concha también abierta, mis agujeritos íntimos allí expuestos por completo, rendidos y disponibles para su juego, era una mezcla de humillación con una calentura tremenda.
Pese a estar muy cansados, me costó detenerlo, le dije que tenía que irme, que me dejara, que ya me había hecho lo que todo lo que quiso. Me vestí en silencio, ordené algo la cama, me arreglé un poco y salí dándole un tímido beso. Afuera ya era casi de noche.