Mi Madrastra

No me sentó nada bien el anuncio de mi padre de contraer matrimonio de nuevo, tras el divorcio de mi madre, que se había escapado con un fontanero cincuentón que vino a arreglar el fregadero, un viernes por la mañana de hace tres años.

Entonces yo tenía veintiún años y no aprobé en absoluto la actitud de mi madre, que se lió la manta a la cabeza y se escapó con aquel hombre, de aspecto varonil y pelo en pecho. Bueno, supongo que las cosas no irían bien entre ellos, pero apoyé a mi padre y me quedé con él.

El hecho no es que reprobara que mi padre, cercano a los cincuenta años quisiera rehacer su vida, sino el hecho de que quisiera hacerlo con una chica de veintiséis años, que podía ser mi hermana, y no precisamente mayor. No lo achaco a que soy hija única y que podría tener un poco de celos de Úrsula, como se llamaba la pretendida de mi padre, sino al hecho de que siendo ésta de veintiséis años de edad, pensaba que buscaba en mi padre sólo buena vida y posición económica.

Para colmo de males, Úrsula, aunque no era de mis íntimas, era de mi círculo de amistad y de hecho, habíamos ido a más de una fiesta . Tengo que reconocer que en mi animadversión influían dos factores: Por un lado los continuos mimos y detalles de todo tipo que mi padre tenía con su novia. Por otro lado cierto miedo a las repercusiones económicas que el matrimonio de mi padre, casado en régimen de gananciales con aquella señorita podría producir sobre el montante de la herencia.

Este segundo extremo lo solucionó mi padre optando por la separación de bienes, pero todavía podía la recién casada ir convenciendo a mi padre para cambiar el régimen matrimonial o que le fuera poniendo algunas «cosillas a su nombre» Quedaba, no obstante mi indignación por el regalo de aquel collar de 750.000 pesetas (Unos 4.300 US$).

No pude ocultar desde el principio, a pesar de mis deseos, la hostilidad que sentía hacia la usurpadora, pero por no «joder» a mi padre y por que pensaba que muy bien podía ser yo la que saliera perjudicada en una lucha frontal, le ponía buena cara e intentaba hacer de tripas corazón.

Estaba bellísima Úrsula el día de la boda. No pararé a aburriros con los detalles del traje carísimo que mi padre le había comprado, como tampoco los detalles del magnífico banquete. Me sentía como una hermanastra de la cenicienta, que, naturalmente era ella. Me acerqué a la feliz pareja para felicitarles y ¡Ay!¡Qué mala pata! Tropecé y el champagne calló sobre su vestido.

¿Queréis creer que la tiparraca me acusó de haberme tropezado a cosa hecha. Bueno. No me acuerdo, creo que algo así se me pasó por la cabeza. Pero imaginaros, en lugar de callarse y sonreír, la que se armó y en el aprieto que puso a papá.

Me fui enfadada de la boda y no volví a ver a mi madrastra hasta dos semanas después que volvían de la luna de miel en un crucero por el Ártico para emprender un crucero de otras dos semanas, al día siguiente por el Mediterráneo.

Quieras que no, aquella escenita que armó en la boda supuso para mí toda una declaración de guerra y ya no disimulaba mi animadversión hacia ella, aunque siempre, de espaldas a papá, al que le guardaba la cara y delante del que siempre lucía una sonrisa limpia y alegre como si de un anuncio de dentífrico se tratara.

El colmo de mi depresión llegó el día que hicieron en casa el amor por primera vez, ya que oí cómo la guarra se follaba a mi padre, pues era ella la que lo calentaba y la que estrujaba de mi padre hasta la última gota de su semen, dejándolo exhausto, casi al borde del ataque al corazón.

Al día siguiente me cambié de habitación, yéndome, desterrándome a una habitación olvidada del tercer piso que apenas usábamos. Era la habitación que habíamos usado para el servicio cuando la empleada dormía en casa, hacía años. Lo bueno era que podía disfrutar así de mayor libertad. Pero aún así, hasta el día de mi victoria, no pude quitarme de la cabeza los jadeos de esa perra calentorra al borde del orgasmo.

Inicié desde ese momento una serie de operaciones que tenían como objetivo sacar de quicio a Úrsula, que era lo que precisamente odiaba mi padre en una mujer. Una de mis actividades favoritas era robarle el agua caliente mientras se duchaba. En efecto, cuando ella se duchaba, abría el grifo del lavabo y la cocina y el agua le salía fría. Luego los cerraba y daba al agua fría y ella, en su ducha se quemaba. La oía quejarse, suplicar que no tocaran el agua. Me la imaginaba tiritando de frío en uno de los extremos de la ducha y luego, la expresión de dolor provocada por la caída del agua muy caliente sobre su piel.

Esto no duró mucho tiempo, porque tras unas cuantas quejas, un día aparecieron unos fontaneros con un paquete enorme que resultó ser un jakuzzi. ¡Y yo, en el tercer piso, con un cuarto de baño que no tenía más que una cutre ducha!.

Una cosa que no le perdonaba a Úrsula es que se pusiera aquel suéter de color verde plátano que le quedaba, para colmo de la infamia, mucho mejor que a mí. Bueno, imagínate que la recriminé por ponerse mi ropa y me dice que bueno, que la tratará bien, pero que al fin y al cabo, la ropa me la había comprado papá, así que era de la familia. Me cabreé mucho, pero la solución de mi padre me cabreó más. Bueno, dijo que lo lógico era que yo también me pusiera la ropa de Úrsula. ¡Qué bien!

Pero entonces se me ocurrió que la podía fastidiar usando las prendas que más quería, así que comencé a ponerme el abrigo de pieles que mi padre le había regalado, y como eso no le fastidiaba bastante, me ponía su ropa interior. Además, comencé a pasearme en bragas por la casa, cuando estaba sola con ella, por si le cabía alguna sospecha. Se cabreaba pero no me decía nada.

No sé por qué me excitaba ponerme las bragas de Úrsula, sentía una sensación de hacer algo que no debía hacer pero que me gustaba. Aquello duró algún tiempo, hasta que un día noté los cajones de la ropa de mi cuarto removidas y sospeché que iba a responderme de la misma forma. Efectivamente, bajé al piso de abajo y allí me la encontré, preparándose un zumo de naranja con unas de mis bragas más sexys puestas. A decir verdad. El cuerpo de Úrsula le hacía honor a mis bragas, pues tenía un culo gordito y bien hecho.

Me encontré mis bragas usadas por la tarde, en la puerta de mi cuarto. Me puse roja de ira, las cogí y no sé por qué tuve la tentación y el deseo de olerlas. Aquello debería haberme parecido una cochinada, pero al recibir su perfume marítimo, que se mezclaba con el olor de esencias de baño, me alegré de haberlo hecho. Me obsesioné con ese olor a sexo femenino. Me preguntaba si olería el mío de la misma manera, y sí. Era igual, pero al mismo tiempo diferente. El olor de Úrsula tenía algo de delicada esencia almizclada. Nuestros celos mutuos eran tantos, porque creo que ella también me tenía celos, que llegó incluso en lo deportivo. Las dos hacemos deporte. Tal vez ese sea el secreto de nuestro tipo excelente. Era cuando únicamente realizábamos junta alguna actividad, ya que salíamos las dos a correr, pero siempre disputábamos por llegar una antes que otra e incluso nos dábamos hombrazos y codazos.

Una vez le entró ganas de hacer pipí y me dijo que la esperara. Bueno, pasaban unos chicos por allí y se me ocurrió la travesura de decirles que por favor le dijeran a mi amiga que estaba en el bosquecito de árboles que me tenía que ir. Los chavales fueron un poco incrédulos, pero salían corriendo y riéndose a carcajada limpia. Salía Úrsula de muy mala leche y se puso a correr sin decirme nada, pero ambas sabíamos lo que había sucedido.

Mi padre le instaló a Úrsula, aunque él decía que era para las dos, un pequeño gimnasio con una sauna. Yo me propuse no utilizar la sauna, pero me entraba una envidia tremenda verla disfrutar a ella, enrollada en la toalla, al principio, pero conforme avanzaban los días, iba desnudándose y mostrándome impúdica su cuerpo maravillosamente esculpido cuando me asomaba para contemplarla. En una actuación más de rivalidad, le alteraba la temperatura de la sauna, provocándole una irritación más profunda que cuando le alteraba la temperatura del agua de la ducha.

Un día, Úrsula estaba tan cabreada que me estaba comiendo un yogur en la cocina, después de haber puesto la temperatura de la sauna a un nivel parecido al del infierno. Venía colorada como un salmonete y comenzó a encararse conmigo, yo me hice la sorda y le dije que me dejara comer tranquila. Ella abrió la nevera y cogió un bote de leche y me lo echó por encima, diciéndome – ¡Toma un poco de «esto» a ver si se te mejora la mala leche, mamona!.-

Me quedé blanca, por lo blanco de la leche, porque no me lo esperaba, porque estaba muy fría, pero reaccioné a continuación y cogí la jarra de agua fría. Así que la perseguí y cuando estaba en el jardín, con la toalla alrededor del cuerpo, me coloqué detrás y le grité -¿Has pasado calor?- Se dio la vuelta sorprendida.- ¡Pues toma!- y le tiré toda el agua encima.

Salí corriendo a mi cuarto y ella me persiguió, pero le di con la puerta en las narices. Úrsula se chivó a mi padre y éste me castigó sin salir. ¡Qué coraje me dio verlos salir cogidos del brazo, con la expresión de arpía de mi madrastra aquel sábado!

Pero no me salió mal del todo la noche, pues descubrí que en el canal de pago ponían todos los sábados unas películas eróticas de lo más divertidas. Me llamó la atención las escenas heterosexuales y de tríos, pero descubrí que lo que más me gustaba eran las escenas de lesbianas. Tenían una sensualidad especial que me excitaban poderosamente. Antes de que me diera cuenta me había metido la mano en las bragas de Úrsula, porque en venganza a mi castigo me las había puesto, y comencé a masturbarme al ver cómo una morena era follada por una rubia estupenda y luego ella le hacía otro tanto. Me llamó en especial la atención aquellas bragas de las que pendía un miembro ortopédico que la morena se empeñaba en introducir dentro de la rubia y viceversa.

Una de las escenas era especialmente divertida, ya que, ambas mujeres portaban su miembro artificial, pero una de ellas le daba a la otra por detrás y pensé inmediatamente que podrían ser un par de travestidos. El miembro de goma de la chica ensartada se movía balanceado por los envites de la otra chica.

Mira por donde comencé a aficionarme al sexo lésbico, pero no me atrevía a salir del armario. Me comencé a masturbar pensando en alguna amiga, pero inmediatamente, la estrella favorita de mis películas fue mi madrastra, a la que ensartaba con un miembro de goma gigantesco una y otra vez mientras ella me pedía que no lo hiciera, al tiempo que me miraba con expresión de «no quiero pero quiero».

Después de mi castigo y mi descubrimiento, las relaciones con mi madrastra cambiaron. Decidí no ser tan arisca y me interesaba acercarme a ella para empaparme totalmente de cada gesto que luego intentaba reproducir en mis sueños.

Comencé a cambiar mi relación con mi madrastra, pero entonces mi madrastra comenzó a tratarme como si tuviera veinte años más que yo, con una prepotencia y un paternalismo que me molestaba bastante, pero recibía la compensación del contacto con su cuerpo sudado cuando realizábamos los ejercicios en el pequeño gimnasio que nos habíamos montado en la cochera, o el tacto de su piel suave cuando le extendía la crema por su espalda, cuando tomábamos el sol en la piscina.

A pesar de todo, la convivencia no era fácil. Un día se quitó la parte de arriba del sostén para hacer top less, me animaba pero a mí me daba vergüenza, ya que mi pecho era bastante más pequeño que el suyo. En efecto, sus pechos eran de una exhuberancia tropical. Sus pezones eran grandes y bien definidos, con una punta que desafiaba a todo mirón.

Un día nos bañábamos en la piscina, y jugábamos a ver quién cogía a quién. Úrsula me perseguía me estiró del bañador, bajándomelo hasta la rodilla, me cabreó bastante, pero bueno, lo dejé pasar. Yo cuando la cogía a ella, le tocaba el culo, o los muslos. A la siguiente vez, Úrsula me tiró de la cinta del sostén y me hizo mucho daño. Me volví y le di una torta. Ella me respondió de la misma manera. Comenzamos a pelear.

Yo le di una ahogadilla y ella me cogió de abajo para tirar de mí hacia el fondo. Luego me arrancó la parte de arriba del bikini. Me lié a ella para que se hundiera conmigo hasta el fondo, mientras le ponía el brazo contra la cara. Sentía llena de rabia y de sensual excitación su cuerpo enrollado alrededor del mío, sus pechos a la deriva rozarse con los míos, sus muslos hincarse en mi sexo desinteresadamente, lo mismo que los míos en los suyos.

Salimos a la superficie casi ahogadas -¡Guarra! – ¡Puta! – ¡Vete a la mierda! -¡Y tú a tomar por culo!- Úrsula me había mandado a tomar por culo. Aquello se me quedó grabado y me dolió casi más profundamente que la pelea que habíamos tenido.

Me dediqué a joder de nuevo a mi madrastra. Un día tenía que presentarme a una entrevista de trabajo a las diez, mi padre entraba a trabajar a las 8 y media. Lo ideal era que mi madrastra me llevara, si no, que me dejara el coche. No me lo quiso dejar, señalando que había quedado con Kity, una amiga suya cuarentona a la que mi padre y yo odiábamos. Me fui con mi padre a las ocho, pero le quité las llaves del coche.

Tuve muy mala leche, ya que sabía que Úrsula se había negado a llevarme para fastidiarme, sabía que Kity estaría en su casa, así que me dediqué a ponerle la cabeza a mi padre como un bombo. Mi padre llamó a Kity , quien le dijo que habían quedado, pero a las once, y que no se había presentado pues no encontraba las llaves del coche, lo cual era lógico, pues Kity vivía a cuarenta kilómetros.

A mi padre le entraron unos ataques de cuernos. Llamó a Úrsula a casa, y suponiendo que estaba con otro hombre, se presentó allí. Cuando llegué a casa, lo primero que hice es dejar las llaves del coche en su bolso. La verdad es que el distanciamiento entre mi padre y mi madrastra duró hasta la noche, pues la muy puta, con sus artes de bruja, utilizó el sexo para aplacar toda la furia de mi padre.

Otro día hice lo mismo, pero con las llaves de la casa Le quité las llaves del bolso y cuando volvió a las once de la mañana, se tuvo que quedar en la puerta, ya que la asistenta había llamado diciendo que en lugar de ese día vendría el siguiente. Cuando llegué de la facultad a las tres de la tarde estaba negra. Para colmo, abrí con su llave, y al verla y preguntarme cómo tenía sus llaves, no supe darle una explicación. -Un error humano, supongo – le dije.

Un día se preparaba el jakuzzi para bañarse. Salió un momento del cuarto y aproveché para meter en el jakuzzi a una tortuga que tengo desde que era niña del tamaño de una mano. Mi madrastra gritó espantada, la muy tonta, al ver la tortuga. Me llamó desesperada e histérica. Yo me reía al ver la «ocurrencia» de mi tortuga y ella me gritaba diciéndome que había sido cosa mía. Yo le aseguré que no que era cosa de la tortuga.

Cogió la tortuga del jakuzzi y la tiró contra la pared. Se me saltaron las lágrimas. Menos mal que no le pasó nada a «Marisol», como llamaba a mi tortuguita. Pero de primeras pensé que la había matado. Úrsula se preparaba para bañarse por lo que sólo llevaba puesto alrededor una toalla y yo acababa de levantarme, así que estaba en ropa interior con un sostén y unas bragas, por supuesto, de Úrsula.

Le pegué a Úrsula un empujón y ella me lo devolvió. Le agarré de la toalla y se la tiré al suelo. Se quedó desnuda. Ella entonces, en lugar de taparse, me arrancó el sostén y pegó un tirón a las bragas que las desgarró, causándole unos daños irreversibles. Le pegué con toda la mano lacia en las tetas. Inmediatamente ella me respondió de la misma manera. Sentí un dolor intenso que me puso más furiosa, así que de un empujón la eché al jakuzzi y me fui tras ella y le eché mano al cuello y le di una ahogadilla, mientras ella terminaba de arrancarme las bragas del todo.

La tenía cogida del cuello con una mano y la veía, con su pelo rubio mojado en su cabecita redonda. Fue un gesto mecánico que no sé cómo me atreví a hacerlo. Le eché manos al coño mientras la sujetaba del cuello. Quería hacerle daño, así que no dudaba en agarrarla del coño con toda la malicia que podía. Su coño mojado se endurecía entre mis manos. Ürsula no se amilanó y pronto sentí su mano sobre mi sexo, intentando hacerme el mismo daño que yo le hacía a ella.

Al cabo del rato de sufrir mutuamente los ataques, noté que Úrsula estaba relajada. La muy puta había tomado una actitud de disfrute, y todo para soportar mejor mis ataques y salir triunfante. Inmediatamente tomé la misma actitud y entonces la pelea cambió de reglas, pues las dos sentíamos el placer en nuestro sexo, y ahora la pelea consistía en prodigar a la enemiga el máximo placer posible y no correrse antes que la otra.

Sentí que Úrsula introducía su dedo en mi sexo. Yo no me quedé atrás y le metí, no uno, sino tres dedos. Mi clítoris sentía todo el calor del agua del jakuzzi. Úrsula, para aumentar el efecto de sus tres dedos, que ella ya había introducido también, me clavó el muslo entre las piernas, con lo que no me podía escapar de su mano. Me estaba haciendo efecto su ataque. Sentía un calor subírseme a la cabeza, especialmente, cuando ella, por estar debajo de mí comenzó a morderme las tetas.

Me comencé a correr y ya sólo me preocupé de sentir mi orgasmo y abandonarme al placer de mujer conquistada. Junté la cabeza de Úrsula, que no paró de masturbarme hasta que no había terminado de consumar mi orgasmo.

Había perdido una batalla, pero no la guerra. Úrsula se preocupó pro el estado de mi tortuga mientras se ponía la bata, después de salir del jakuzzi como una ninfa de piel brillante. Me decepcionó que Úrsula no siguiera metida en el jakuzzi y se aprovechara de su victoria.

No volvimos a hablar del tema, pero sabía que aquella situación estaba anidada en su cabeza, con cierto recuerdo de satisfacción y culpabilidad. Para convencerse de que no era lesbiana, tuvo una semana de pleno sexo con mi padre, que se levantaba agotado por las mañanas, una hora más tarde que lo que debía.

No conseguía, a pesar de mis intentos disimulados, arrastrar a mi madrastra hacia otra situación como la del jakuzzi. En una ocasión, puse delante de mi madrastra una cinta porno de las que a mí me gustaban. No creáis que le hizo ascos, al revés, se divirtió mucho al ver las escenas heterosexuales y de tríos, pero al llegar a las escenas de lesbianas que a mí me gustaban, se le puso la cara de mil colores, y tras un largo rato, se levantó y se fue, no sin antes mirarme con expresión dura que fue respondida por mi parte con una mirada todo lo lasciva que podía.

Como era absurdo seguir fastidiando a Úrsula y tampoco podía, por el momento, seducirla, me dediqué a tomar una postura intermedia. La acosaba descaradamente cuando mi padre no estaba y disimuladamente cuando mi padre estaba. Así, cuando comíamos los tres juntos, yo me sentaba en frente de ella, y tras descalzarme, extendía mi pierna en busca del calor de su entrepierna. No paraba en mi camino hasta no llegar al tope, si ella antes no cerraba las piernas, antes de que mi pié estuviera en medio, pues si no, mi pié seguía avanzando entre sus muslos estrechados.

Mi padre sentía cierta complicidad entre ambas y ello le hacía feliz, pues pensaba que las diferencias entre las dos habían o estaban empezando a desaparecer. Había, no obstante, algo que no se me olvidaba, y era el día que me mandó a tomar por culo.

Un día llegó hasta mis manos, tal vez como consecuencia de una revista o de un folleto de compra por correspondencia un anuncio de esos que te venden cincuenta tipos de consoladores y vibradores distintos. Me enamoré de uno que se ataba con unas correas al torso y que era parecido al de aquella escena porno de dos chicas que parecían dos travestidos.

Me daba vergüenza pedirlos, así que los pedí a nombre de Úrsula, usando su cuenta corriente, cuyo número aparecía en todos los papeles donde guardaba la asignación que le daba mi padre, mucho mayor que la mía, a pesar de que estaba tirando continuamente de la tarjeta. El paquete llegó por correo urgente. Estuve pendiente quince días para recogerlo yo misma. Me subí a mi habitación con el paquete y lo abrí para verlo. Era una maravilla. Lo traté con más cariño que a mi tortuga «Marisol».

Era rosa, de tacto suave pero fuerte, se doblaba un poco, sí, tenía cierta flexibilidad. En seguida lo escondí, pero quería saber el efecto que tal instrumento proporcionaría sobre mi víctima, por ejemplo: Úrsula, mi madrastra. Así que esa misma noche me acosté y me quité las bragas mientras colocaba el consolador suavemente entre mis piernas y luego, comencé a penetrarme con el aparato.

Al principio no me atrevía a meterlo mucho, pero conforme me fui lubricando, el aparato se me metía con más facilidad, lo que facilitaba mi excitación y provocaba una mayor lubricación El aparato colmaba todas las expectativas. Me llenaba totalmente y al agitarlo me causaba una fuerte excitación que no tardó en llevarme hasta el orgasmo. Una de esas mañanas que las dos estábamos solas, Úrsula dio muestras de estupor y de sobresalto al descubrir a su hijastra paseando con aquel miembro colgando por los pasillos del piso donde estaba su dormitorio. La miré lascivamente y me quedé cruzada en el pasillo, pero ella me rechazó como tantas veces. No cabe duda de que empezaba a desesperarme, pero me surgió pronto la oportunidad de conseguir mi deseo.

Mi padre y Úrsula habían planeado viajar hasta Madrid, para pasar un par de días de negocios, mientras mi madre hacía compañía a papá o se iba de compras. Misteriosamente, mi padre cambió de opinión y decidió ir solo, ya que de esta forma, le cundiría más el viaje. Así que Úrsula se quedaría a mi merced un par de días.

Mi padre se marchó y a Úrsula se le ocurrió la idea de ir de compras. Fuimos al cajero automático a sacar un poco de dinero en efectivo para hacer pequeños pagos. Nos metimos en el cajero y nos cerramos por dentro. Úrsula comenzó a teclear la clave y yo a meter la mano por debajo de su falda. -¡Chica!.- Me dijo la primera vez para apercibirme -¡Chica! Cuando le subía la falda y asomaban unas bragas negras escotadas que permitían que la cámara de seguridad recogiera el esplendor de su trasero. -¡Chica!.- Cuando las bragas se le metieron entre las nalgas y apareció todo su culo delicioso.

-¡Joder!- dijo al fin, colocándose bien la falda, a lo que yo respondí con una sonrisa maliciosa y entonces me coloqué a su lado y comencé a darle besitos en el cuello y en el hombro y en el lóbulo de la oreja y la mejilla. -¡Hala! ¡Ya está!.- Me dijo recogiendo el dinero pero olvidando la tarjeta, que yo recogí advirtiéndoselo.- ¡Eh!, la tarjeta, que se te olvida la tarjeta!.- Pero me la guardé en el bolsillo.

Fuimos a comprar algunos trapitos, pero no encontramos nada que nos gustara. Para descansar del trabajo extenuante que es ir de compras, nos metimos en una cafetería y tomamos un café. Al acabar, me dijo que iba al servicio. Yo pagué la cuenta y la seguí. – Úrsula, abre, por favor.- Está abierto. Úrsula se acicalaba un poco en el lavabo. Entré y cerré la puerta tras de mí y me puse a pintarme los labios.

Úrsula entró en el apartado donde estaba el inodoro y se puso a mear con la puerta abierta, yo la vi, agachada pero haciendo esfuerzos porque su piel no rozara la tapa del inodoro. Me metí con ella cuando acabada de orinar, hacía un movimiento convulsivo para sacudirse todo el pipí. Me acerqué y le puse suavemente la mano en la boca y mi otra mano sobre su coño en el que aún podía sentir alguna humedad.

Ella estaba de pié, con las bragas a la altura de los tobillos y la falda a la altura de la cintura y le pilló de improvisto. Mis dedos comenzaron a hacerse paso en su sexo peludo, y mi boca sustituyó a mi otra mano y le di un beso largo que le costó aceptar al principio, y luego rechazarlo. De repente se separó de mí y poniendo una expresión de «No seas mala, niña» me alejó y se subió las bragas y se bajó la falda.

Salimos de la cafetería corriendo y fuimos a comprar como desesperadas, transformando nuestra excitación sexual en desenfreno consumista. Había un conjuntito que nos gustaba mucho. Me metí para probarme el traje. Me desnudé y me coloqué el traje. Me estaba un poco ancho. Le hice una seña a Úrsula para que se metiera y se lo probara. Se metió y le dije que se desnudara y que se lo probara pues a mí me estaba ancho. Volví a sentirme excitada al estar tan cerca de ella, desnuda, mientras ella a su vez se desnudaba. Luego me vestí mientras ella se probaba el traje. Se miraba en el espejo – ¿Me queda bien?.- Sí, pero… no lo puedes comprar.- ¿Por qué?.- Porque yo tengo la tarjeta y no te la voy a dejar… a menos que me beses. –

Úrsula se quitó el vestido rápidamente y susurró.- A tomar por culo el traje.- Pero al sacarse al traje por arriba la agarré de la cintura y le endosé un fuerte beso, que ella rechazó en cuanto pudo. Volví a besarla, esta vez en la cara mientras se abrochaba la camisa -¡Chica!.- De nuevo.

Fuimos a casa y después de cenar y ver un poco de tele, nos acostamos, pero yo no estaba dispuesta a dejar perder la oportunidad, así que a poco de empezar la noche, me quité el camisón y me presenté así, en bragas sólo en el dormitorio de Úrsula, que abrió la luz de la lamparilla al oírme llegar.

-¿Qué haces?.- Pues, ya ves…- Le dije, asomándome desnuda a su puerta y sintiendo su mirada clavarse en mis senos desnudos y en mi sexo cubierto por las bragas. Me metí en su cuarto y me metí en la cama. Descubrí que Úrsula también dormía en bragas.

Úrsula no sólo no me rechazó, sino que me dijo.- Me has puesto muy caliente esta tarde, ¿Sabes?.- Yo le respondí.- Bueno, no pasa nada si ahora te desahogas, ¿con quién mejor que conmigo?

Úrsula entreabrió sus labios al sentir acercarse los míos y abrió sus piernas al sentir mi mano deslizarse por su cintura. Mi lengua se introdujo en su boca y mi mano en sus bragas, buscando su sexo húmedo tal vez aún por el último pipí de la noche. Mis dedos se ensortijaron entre sus labios y su clítoris: Un muslo, el índice, un labio, el corazón, el clítoris, el anular, el otro labio, el meñique, y su otro muslo. Doblé el corazón para introducirlo en la raja de Úrsula, húmeda, dulce.

Metí mi pierna entre sus piernas y ella hizo lo mismo. -¿Qué tal si nos quitamos las bragas?- Me dijo y yo asentí y nos deshicimos de ellas. Pronto nos prodigamos el placer mutuo que aprendimos a prodigarnos en el jakuzzi. Luchábamos las dos por provocarnos antes el orgasmo procurando que la otra no nos arrancara antes el orgasmo. Eso sí, esta vez deseábamos prodigarnos un placer verdadero, y todo ello mientras nos besábamos.

Veía acercarse mi orgasmo y no estaba dispuesta a ser vencida otra vez, así que cambié de tercio, y comencé a comerme el pecho de mi madrasta. Su mano ya no alcanzaba mi sexo, pero su rodilla se me clavaba. Yo lamía sus pezones. Sintiendo endurecerse y sobresalir más aún la punta de sus pezones, que sostenía entre mis labios y lamía con la punta de la lengua y estiraba de ellos, para volverlos a lamer.

Bajé mi cabeza hasta su sexo y comencé a chupetear el clítoris y los labios de su sexo, como antes lo había hecho con los pezones. Su sexo rezumaba humedad y yo sentía el mío muy mojado y un gran calor dentro de mí y un peso en mi sexo que sentía inundado de sangre.

Úrsula hizo un esfuerzo por llegar a mi sexo, y cada vez nos íbamos escorando más. Al final, mi sexo estaba tan cerca de su boca que me pidió.- Dame tu sexo, dame tu sexo, por favor .-

Coloqué mi sexo encima de su cara, que quedaba entre mis piernas y pronto sentí sus manos agarrarme las nalgas y su lengua lamer mi sexo como si de un helado se tratara. Hundí mi cara entre sus piernas y saboreé su sexo golosamente. Comencé a correrme silenciosamente, sintiendo clavarse su barbilla en mi clítoris y su nariz en mi sexo. Me afané en hacerla llegar al orgasmo, se me acababa el orgasmo y sentía la desazón de una segunda derrota hasta que empecé a sentir el vientre de Úrsula agitarse bajo mis senos. Su sexo comenzó a destilar deliciosa miel y ella abandonó su empeño ya conseguido de masturbarme y comenzó a gemir felizmente.

Aquella noche dormimos juntas, pero a primera hora de la mañana, volví a mi cuarto. Había obtenido una victoria. Había introducido a mi madrastra en las relaciones lésbicas, pero de ahí a que se cumpliera mi fantasía de penetrarla había un abismo, pero al día siguiente volví por mis fueros.

La saludé por la mañana, en la cocina, con un beso en la boca. Estábamos vestidas con unos pantaloncitos de hacer deporte y una camiseta, pues antes de desayunar, íbamos a hacer deporte. Corrimos. Hablamos de cualquier cosa, para romper cualquier remordimiento sobre la noche anterior. Me decidí, por primera vez desde que se instaló la sauna, en meterme con ella en la sauna, desnudándonos completamente antes de entrar allí. Ella entró envuelta en una toalla. Yo llevaba la toalla atada a la cintura.

Estábamos sudando de lo lindo y el vapor inundaba la pequeña estancia forrada de madera. Todavía era Úrsula un poco reacia a desnudarse delante de mí. Yo me deslié de la toalla que cubría mi cintura. Úrsula estaba sentada en el banco de madera con los ojos cerrados. Abrió los ojos al sentir que me sentaba encima de ella poniendo mis piernas a ambos lados de sus muslos. Mi pecho le quedaba la altura de la cara.

Arqueé mi cintura para llevarle mis pezones a la altura de la boca, rozando sus labios, que empezaban a sucumbir a la tentación. Poco a poco su boca se abrió para mamar de mi pecho y su mano se extendió entre mis piernas para acariciarme el sexo e introducir tiernamente su dedo dentro de mi vagina.

Dejé hacer a Úrsula para que se creara una deuda conmigo. Úrsula parecía enloquecer con mis pezones entre sus labios y su mano penetrándome fuertemente. Yo disimulaba, haciéndole creer que me causaba más efecto del que en realidad me causaba. De todas formas, mi sexo estaba mojado, en la casa no había nadie y Úrsula me estaba provocando un orgasmo fenomenal. Comencé a chillar y a moverme contra su mano, -Ahhh Ahhh Ahhhhhh.- La verdad es que el calor de la sauna hacía que la sensación de asfixia hiciera que mis convulsiones orgásmicas fueran mucho más intensas.

Me corrí como si fuera una loca, permaneciendo así, sentada durante un largo tiempo después. Abrazada a mi madrastra y mezclando mis sudores con los suyos, con los cuellos pegados la una a la otra y las bocas fundidas, a veces.

Cogí a Úrsula de la mano y atravesamos corriendo la casa, en pelotas vivas para tirarnos a la piscina. Lo llaman a eso un «finlandés» o algo así. La sensación es bestial, y especialmente después de haberme corrido yo y en el caso de Úrsula, mantener el pulso acelerado. Jugamos en la piscina a atraparnos.

Una perseguía a la otra y no cambiaban los papeles hasta que no introducía lo levemente que las circunstancias requerían, el dedo en alguno de los agujeros de la otra. Así estuvimos jugando media hora entre ahogadilla y carrera y tenues penetraciones. Sentía introducirse su dedo en mi almeja anestesiada por el agua fría, lo mismo que sentía su carne rugosa en mi mano.

Salimos de la piscina y nos dirigimos al jacuzzi. Mi padre había ordenado instalar una ducha encima justo del jacuzzi. Era una ducha que cubría a quien se bañaba, completamente.

-Tú eras la que me cogía el agua .- Me dijo Úrsula, mientras recibíamos el agua templada en nuestro cuerpo. No le dije nada, pero enfrié el agua bastante. -Ahhh, ¿Qué haces?.- Me abracé a ella y ella se abrazó a mí fundiendo nuestro cuerpo y nuestra boca, buscando nuestro calor mutuo y permanecimos así abrazadas hasta que nos tiramos al jacuzzi que empezaba a llenarse.

Nos revolcamos la una en la otra, tomando la alternativa, sintiendo el agua fría sobre nuestra espalda, una vez una y otra vez otra, mientras volvíamos a acariciarnos nuestro sexo, y volvíamos a voltearnos, y a sentir el agua templada inundar ahora nuestro cuerpo.

M e quedé debajo de ella y ella se incorporó de rodillas, mientras continuaba metiéndome el dedo. Yo me agarraba los senos que me flotaban y miraba su expresión lasciva, mientras yo ponía carita de corderito sumiso. Arqueé la espalda y levanté mi sexo.

El agua fría empezó a caerme sobre mi vientre y mi sexo. Úrsula acercó su boca y comenzó a lamerme el clítoris mientras me seguía follando con el dedo, mientras me asía de la cintura, ayudándome a mantener mi posición.

Sentía un cóctel de sensaciones sobre mi piel: El agua templada en mi espalda y en mis nalgas y la nuca, el agua fría sobre mis senos y mi vientre. Los pelos de Úrsula me rozaban el vientre haciéndome cosquillas. Los labios de mi madrastra sobre los labios de mi sexo, y su lengua sobre mi clítoris, y los dedos largos penetrarme. Me volví a correr.

El resto del día lo pasamos las dos muy enamoradas. Pegadas la una a la otra e intercambiándonos abrazos. Llegaba la noche y tenía que recuperar mi «deuda», ya que yo me había corrido dos veces. Úrsula me preguntó. -¿vas a dormir conmigo?-ya veremos-.

Mi contestación dejó un poco confusa a Úrsula.- Sí, dormiremos juntas pero tienes que consentir.- ¿En qué?-

-Bueno, tu me has hecho correrme dos veces ¿No?.- Sí – Pues ahora tengo que ser yo la que te haga correr.-

-Bueno, yo creía que…- Sí, tú creías que me hacías un favor o que me dabas el gusto ¿No?, bueno, pues ahora te voy a dar el gusto yo.- Le dije por fin.

Úrsula volvió a mirarme confundida cuando al avanzar la noche me besaba para llevarme a la cama y yo no me inmutaba y al final, subía a mi cuarto, mientras ella se dirigía al suyo.

Úrsula me vio aparecer por la puerta de su cuarto con un pantalón vaquero puesto, pero no pareció darse cuenta del bulto de la bragueta. De hecho, llevaba el pantalón vaquero desabrochado.

Me acerqué a ella sin hablar y de un tirón le quité la sábana que la cubría. Úrsula me esperaba desnuda, con unas bragas puestas que me eran familiares. -Mira, me he puesto estas bragas, seguro que la asistenta se ha equivocado.-

Eran unas de mis bragas. -Eres una chica muy mala, mala, mala y te vas a enterar.- Le dije con voz picarona. Me senté sobre la cama y le quité las braguitas, con la mano, y cuando estaban ya fuera de sus muslos, tiré de ella con la boca. Las olí y le dije.- Me las has ensuciado. Me lo tienes que pagar.- Aunque en realidad las bragas me olían a perfume

-Cóbrate de aquí.- Me dijo Úrsula abriendo sus piernas y mostrándome el conejo. Me acerqué a él y comencé a besarlo mientras introducía un dedo en su boca para que lo chupara y con la otra, le acariciaba los pelos de su sexo. Luego sobaba las tetas y me afanaba en lamer su tesoro, el clítoris. Los perfumes comenzaron a mezclarse en su sexo y mi lengua saboreaba el dulce néctar de su flor, que se abría, al separar las piernas y me ofrecía como un par de frutas, la parte baja de sus nalgas, con su piel de melocotón, que se mostraba tan sensible ante mi lengua y las caricias de mis dedos.

Le separé las nalgas para que su agujero se abriera a mi lengua y en plena paranoia hasta acerqué mi pecho a su sexo y comencé a restregar mis pezones por su raja mojada, ayudándome con las manos. Podía ver su clítoris cada vez más desafiante, más chulo, como el chico que cuando le pegan se pone más recto.

Agarré su clítoris con los dedos, y luego con los labios y lo maltraté, mientras veía como Úrsula se agitaba debajo de mí. Había llegado el momento. -No te vayas ahora, coñito mío.- Dijo Úrsula al ver que me incorporaba, y sintió primero una expresión de alivio cuando vio que me deshacía de los vaqueros, y luego de estupor al observar el miembro que llevaba atado a mi cintura.

– Eso… ¿Qué es?.- Ya ves… Lo he comprado con el dinero de tu asignación. Sí, lo he comprado pensando en ti.-

Me tiré sobre Úrsula sin perder tiempo y comenzamos a forcejear, como en los primeros tiempos, pero yo la tenía agarrada por las manos y no se podía escabullir, por lo que decidió cooperar ante mis palabras tranquilizadoras. Separó sus piernas y me cogió de la cintura. Yo coloqué el aparato entre sus piernas y agarrando el aparato con toda la mano, metí primero el prepucio de latex y luego todo el resto del aparato.

Me agité dentro de Úrsula, que desvariaba y decía palabras de amor que no podía creer. Tendió sus brazos hacia atrás, agarrando el cabecero de la cama y ofreciendo su pecho a mi boca, que mamaba de sus senos como si no fuera una madre postiza, sino la auténtica.

La agarré de las nalgas para acelerar y aumentar la intensidad de mi movimiento cuando Úrsula me advirtió de que le llegaba el orgasmo y se puso a gritar exageradamente, y luego se quedó jadeando, mientras retiraba poco a poco mi aparato.

Me quedé a dormir en la cama de Úrsula, y las caricias se prodigaron esa noche, llenando la habitación de un ambiente íntimo.

Desde aquel día, las relaciones madrastra-hijastra mejoraron considerablemente, para alegría de mi padre, que por otra parte, sintió bastante alivio cuando por fin parecieron que los apetitos sexuales de su mujer se calmaban. Pero yo no había olvidado un pequeño detalle y es que Úrsula me había mandado a tomar por culo.

Ahora era Úrsula la que me buscaba, la que metía los pies por debajo de la mesa para acariciarme, la que, en fin, deseaba ser mía. Yo tomé una actitud bastante amable, pero distante, hasta que un día, Úrsula, medio llorando me dijo que cuál era el problema.

-Me mandaste aquel día a tomar por culo.- Claro, Úrsula no se acordaba .- Estoy resentida por eso, y sólo hay una manera de solucionarlo.-¿Cuál?.- Que seas tú a quien den por culo…

Úrsula me miró incrédula y durante unos días me trató un poco fríamente, pero al cabo de unos días, tuvimos la misma conversación. Bueno, no pasaron más que dos o tres días y una mañana, Úrsula se presentó en mi cuarto. Se acababa de bañar y llevaba una de mis bragas. Para nosotros, eso se había convertido en una declaración de intenciones.

Úrsula se me metió en la cama y comenzó a besuquearme todo el cuerpo. -¿Estas dispuesta?- Le dije.-SÍ- Me contestó.

Y después de algunos prolegómenos, me vi con Úrsula a cuatro patas sobre la cama, y yo metiéndole el aparato en el conejo, por detrás, frente a un espejo en el que nos veíamos las dos y nos mirábamos a los ojos.

Cuando el aparto estuvo suficientemente lubricado, y Úrsula suficientemente excitada, saqué el aparato y obligué a Úrsula a tenderse en la cama. Allí estaba aquel culo perfectamente hecho. -Sepárate las nalgas.- Úrsula obedeció.- Mientras, unté la cabeza del miembro con vaselina

Agarré el nabo con la mano y empecé a presionar y vi cómo la cabeza desaparecía dentro del agujero, entre las dos nalgas sabrosas.

Estaba totalmente tumbada encima de ella y hacía fuerzas con las piernas contra la pared para introducir el miembro, mientras sujetaba a Úrsula de los hombros y sentía sobre mi vientre las nalgas frescas de mi madrastra y su dura espalda en mis pezones.

Úrsula recibía mis envites con estoicismo. Ya lo tenía todo dentro. – ¿Sabes por qué quería hacer esto? Porque estaba seguro que no habías dejado que nadie antes te lo hiciera. Al fin y al cabo, quería de alguna forma estar casada contigo. Quería desvirgarte de alguna manera.-

Sentí la mano de Úrsula sobre mi sexo y yo puse mi mano sobre su clítoris. Úrsula se corrió suavemente, moviendo sus muslos y su cadera, como queriendo repeler el cuerpo extraño incrustado por detrás, Yo arqueaba mi espalda en mi afán de penetrarla y al sentir a su mano intentar masturbarme , hasta que finalmente, Úrsula cedió y se abandonó al orgasmo, sintiendo la dureza del miembro por detrás, y el suave tacto de las sábanos acariciarle los pezones.

Úrsula está ahora embarazada. Mi padre me decía orgulloso que el niño parecería hijo mío. Úrsula y yo nos miramos cómplicemente. No se imaginaba mi padre hasta donde era eso cierto. No ya podía ser la madre de mi hermanito, sino también el padre.

Ahora dice mi padre que no quiere mantener relaciones con Úrsula, ya que está embarazada, así que Úrsula viene a buscarme muy a menudo.