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Maravillas en el país de la delicia II

Maravillas en el país de la delicia II

Capítulo II. Ameno intermezzo, algo extraño y con cierta reminiscencia cinematográfica

En el camino de búsqueda de su prima por la casa, por las manos de maravillas fueron pasando gran cantidad y variedad de vasos y bebidas.

Ya que estaba en una fiesta donde todas parecían pasárselo bien, al menos debía beber todo lo que le pidiera el cuerpo.

Aunque sólo fuera eso.

Ya había tenido bastante ración de emociones con Pony Girl y su paseo.

Sin embargo no podía engañarse a sí misma.

El encuentro la había dejado muy excitada. Ahora todo su cuerpo estaba a una temperatura superior a la que tenía cuando había llegado.

Había dado placer, había satisfecho la fantasía de una chica, muy hermosa, por cierto, pero ella no había sido satisfecha.

¿Qué pasaba con ella? ¿Debía seguir así toda la vida, siendo tan educada, manteniéndose en esa impecable actitud de princesa tímida y llena de secretos, mirando cómo los demás disfrutaban abiertamente del sexo simple y sincero?

En esos pensamientos estaba cuando se bebió de un sólo trago un cubata que alguien le ofreció al pasar por un corredor lleno de chicas bailando.

Ni siquiera vio la cara de quién la invitaba.

De pronto decidió que un cubata de un sólo trago y sin miramientos era algo alarmante, y que debía calmarse un poco. Su cerebro mareado decía lo mismo. También decía “¡Que paren el barco, que me bajo!”.

Debía buscar a su prima.

No quería estar sola allí. Todo era muy agradable, una casa llena de mujeres dispuestas a cualquier cosa, desde una charla sobre pintura hasta una sesión de besos tras una palmera en el jardín.

Gente parecida a ella, sólo que sin complejos. Pero nunca le había gustado estar sola. Debía encontrar a Conchi, entonces se sentiría más cómoda.

Llegó a una cocina, una enorme. Todas las habitaciones de aquella casa, fuera quien fuera el propietario, parecían enormes.

Sorprendentemente, estaba casi deshabitada. Sentada en una silla, una chica dormitaba con la cara entre los brazos y apoyada en una mesa de madera envejecida. Tenía el pelo revuelto y -aun sin verle la cara- aspecto de haberse divertido más de lo que su cuerpo pudo aguantar.

Y eso que la noche acababa de empezar.

De espaldas a Maravillas, otra chica con minifalda de cuadros escoceses buscaba en la nevera una botella de leche para tomar un vaso.

– Perdona… -dijo Maravillas- Estoy buscando a alguien. A lo mejor tú puedes ayudarme.

La chica se dio la vuelta. Tenía un gracioso bigote blanco de leche, y no parecía saberlo.

– ¡Ah, hola! Perdón… -tragó y se relamió. El bigote blanco seguía estando allí- Perdona, estaba bebiendo. -la chica era deliciosamente risueña- Dime… Oh, pero, ¿quieres un poco? -dijo, ofreciéndole la botella blanca.

– No, muchas gracias. Estoy buscando a mi prima Conchi. Me ha invitado a esta fiesta, pero no sé dónde está ella.

– ¿Conchi? Mmmmh… -meditó, bebiendo.

– Sí, creo… Creo que es amiga de la dueña de esta casa. Se conocieron por un amigo común, un arquitecto, un tal Ventura. Un tío insoportable, dice ella -Maravillas rió al recordarlo- pero buena persona. Bueno, no sé si tú…

La chica del bigote meditó.

– Mmmh. Sí, puede que conozca a la hermana de ese arquitecto. Se llama Alba. ¿La conoces?

– No. Creo que no.

– Pues quizá ella sepa dónde está tu prima. Suele saber dónde está todo el mundo. Es, ya sabes, una controladora. Y además es muy amiga también de la dueña. Casi se puede decir que han organizado la fiesta entre ellas.

– Gracias. Si me dijeras dónde está…

– Claro, mujer. Mira, ¿siguiendo este pasillo? Pues tuerces a la izquierda. Por esa zona encontrarás un cuarto de baño. Por ahí la dejaron hace un rato, creo.

– ¿Le pasa algo?

– No bueno, está un poco pedo, ya me entiendes. Hay gente que no sabe lo que bebe.

– Por el pasillo a la izquierda, vale, muchas gracias. Por cierto -dijo, cuando ya estaba a punto de dejar la cocina- ¿Quién es la dueña de esta casa?

La chica tomó otro trago de leche.

– La verdad… no tengo ni idea.

Por el pasillo y luego a la izquierda se iba siguiendo el reguero de una música débil, como salida de una radio. Un tango, o quizá otra cosa. Maravillas no era muy buena catalogando aquel tipo de música.

La música salía de detrás de la puerta de madera del cuarto de baño. Un letrero decía “Señoras”. Se cansó de llamar con los nudillos sin que le respondieran, así que entró.

Dos chicas, sentada una sobre otra en el retrete, se exploraban mutuamente.

Le dedicaron una mirada desconfiada a Maravillas al entrar, como de perras guardianes, pero parece que la aceptaron como una molestia inofensiva.

Volvieron a los besos y las caricias bajo la tela.

Para ellas parecía que aquella era la última noche del mundo.

En la bañera, había otra chica en plan zombie, agarrada a una botella.

Una zombie muy linda, pero una zombie beoda en toda regla. Tenía los ojos entornados, parecía pensar en algo muy trascendente para la humanidad, o quizá sólo en sí valdría la pena el gran esfuerzo de llevarse la botella a los labios para dar otro trago.

No había nadie más allí.

– Ejem… -titubeó Maravillas- ¿Está por aquí una tal Alba?

La chica de la bañera no reconoció su nombre hasta que lo pronunciaron por tercera vez.

– ¡Yo! -exclamó de pronto, levantando la mano- ¡Yo! ¡Yo me llamo Alba!

– Estoy buscando a…

– ¡¿Qué?!

– Todavía no he dicho nada… joder… -borracha o no, Maravillas no se atrevió a decir esto último sino por lo bajo. Ella era así.- Digo que estoy buscando a alguien. Se llama Conchi. Es mi prima. Me han dicho que tú la conocías…

– Bueno, sí, oye… ayúdame primero a levantarme, ¿quieres, guapísima?

Dejó la botella en la bañera y le tendió la mano. Maravillas la ayudó a incorporarse fuera de la bañera, pero no fue tarea fácil. Aquella chica se resbalaba e inclinaba todo el tiempo como si lo hiciera aposta.

Una vez de pie se abalanzó a abrazarse a Maravillas, buscando un apoyo. Parecía que estaba muy a gusto de aquella manera, incluso Maravillas estuvo a punto de preguntarle si se había dormido.

La zombie la miró a los ojos. Verdaderamente era una mujer hermosa. Ridícula en su borrachera, pero hermosa. Sus ojos rasgados rebosaban amabilidad y deseo. Su nariz también. pequeña, muy fina.

La cogió de la mano y la cintura.

– ¿Quieres que bailemos…? -le preguntó. Las eses silbaban entre su dentadura y sus labios cuando las pronunciaba, sonaba como una serpiente.

– Yo, la verdad es que no venía aquí a eso.

– Vale, vamos a bailar.

Comenzó a moverse lentamente, llevando a Maravillas al ritmo de la vieja música de la radio, quizá un bolero.

La abrazaba fuerte contra ella. Maravillas descubrió unos pechos muy pequeños aplastados contra los suyos, bastante más voluminosos. Aquella era el tipo de mujer hermosa pero delgadísima con apenas un pecho de niño, ni siquiera de niña. Era el prototipo de bailarina.

Y la verdad es que bailando perdía toda su ridiculez y torpeza etílica. Se sentía bastante a gusto entre sus brazos, incluso caliente y acogida, sin necesidad de tener que aprender a bailar, cosa que en realidad no hacía muy bien.

– Mmmmh… ¿qué me querías preguntar?

– Estaba buscando a Conchi.

– Mmmmh, sí… Habrase visto par de guarras. Míralas, ahí, dándose lengua y metiéndose mano hasta en el carné del paro. Sí, vaya par de… Así no hay quien pueda meditar tranquila… Bailas muy bien, ¿sabes?

– Pues qué gracia, porque en realidad no sé bailar muy bien.

– Chorradas. Bailas de miedo.

Siguieron bailando.

La chica le echó una mano al culo. No era la mano que el chico llevaba disimuladamente, milímetro a milímetro, al trasero de su chica en el baile del instituto. Le cogió descaradamente un cachete y se lo apretó.

– ¡Oye! -rió Maravillas, por no llorar- ¿Qué confianzas son esas?

– Mmmmh… -gimió ella- ¿El qué? ¿Qué pasa?

Bajó la otra mano y le cogió el segundo cachete. Rió como una sinvergüenza.

– ¿Es que hago algo malo?

– Te pasas un poco, ¿no crees?

La puerta del baño se abrió. Entró una chica con mucha prisa, abriendo su bolso. Cerró tras de sí.

– ¡Nada, nada, seguid con lo vuestro, como si no estuviera! Es que la puta lentilla se me ha vuelto del revés, y necesito… Aaaaaah…

Fue ante el espejo y comenzó a hurgarse en el ojo enrojecido y lacrimoso. No parecía dar con el artilugio.

Siguieron bailando. Maravillas sintió su respiración en el cuello. Los vellos se le pusieron de punta, un estremecimiento recorrió su cuerpo. Luego sintió unos labios que sólo parecían querer regalarle besos suaves, nada más.

En aquel preciso momento, Maravillas comenzó a pensar que nunca encontraría a su prima.

La puerta se abrió. Entraron dos chicas jovencísimas, Maravillas les echaba no más de diecisiete. Sus ropas de mujer provocativa y abiertamente sexual no la engañaban. Reían y decían tonterías sin parar.

– ¡Eh, qué buena idea! -dijo una de ellas – Vamos a bailar, ¿te parece?

– Venga. Pero una tiene que hacer de hombre, ¿no?

– Tú me llevas que eres más alta.

Y las dos chiquillas se unieron al salón de baile, agarradas la una a la otra, muy acarameladas.

– ¿Te imaginas? Dentro de un tiempo oiremos esta canción y diremos: “¿Oyes? Está sonando nuestra canción…”.

– Sí…

Mientras tanto, la chica de la lentilla tenía el ojo aun más rojo y la paciencia aun más alterada; las chicas del retrete no se daban ni un respiro. Los sonidos de sus succiones y lametones se oían mezclados con la música.

Otras tres mujeres se asomaron al baño y decidieron entrar. Rondaban la treintena. Iban en busca desesperada de bebida, y encontraron la botella en la bañera. Ni siquiera pensaron que alguien podía haberla estado chupeteando y babeando. Comenzaron a llenar sus copas y a brindar, entrelazando sus brazos.

El cuarto estaba abarrotado. No era precisamente un lugar amplio.

Maravillas y su nueva amiga -que le amasaba el culo ya como si hiciera pan- bailaban entre la bañera y una mesilla con estanterías y toallas, rozándose con la chica de la lentilla. Cuando alguien más entró en el baño, todas se tuvieron que apretar. Maravillas y la bailarina sintieron sus cuerpos más juntos que nunca.

Se miraron a los ojos.

La chica recién llegada levantó exclamaciones y silbidos. Por todo atuendo llevaba una mini-cazadora de cuero negro que seguramente le habría robado a su hermana de diez años, una rocker precoz.

En su cabeza, una gorra negra de motorista, también de cuero. Unas botas negras altísimas, con tacón metálico, unas medias y un tanga. Un ejemplar increíble.

Traía un pequeño radiocasette.

– ¡Mariola! -comenzó a llamar- ¿Alguna de vosotras es Mariola?

– ¿Qué? ¡Yo! -exclamó la chica de la lentilla. Al volverse mostró un ojo rojo que lloraba como el de una Magdalena- ¿Qué pasa?

La chica nueva se abrió paso como pudo hasta llegar a ella.

– Hola cariño. Soy tu streaper. Esto es un regalo de cierta persona que te quiere mucho. Lo ha pagado todo, así que tú solo mira y disfruta… Y si eres buena, puede que incluso te deje tocar un poco.

– Ooooh, mierda, precisamente ahora tengo el ojo así. Me voy a perder el cincuenta por ciento… ¿De verdad te han pagado para que bailes para mí?

– Eso es, cariño. Sólo para ti.

La motorista puso en marcha el radiocassette. Amablemente, alguien había apagado previamente la radio.

La nueva música era muy sensual y potente, un soul lo suficientemente lento como para que algunas pudieran seguir bailando, mientras otras dejaban sus brindis para gritar cosas como “¡Eso es, mueve el culo!”, “¡Vaya cuerpazo! ¡A ver si lo manejas igual de bien fuera del trabajo!” o “Bombonazo, eso es carne y no lo que me dan en la charcutería!”. Todo ello bastante facilitado por el estado de embriaguez que allí cundía.

El cuerpo de la chica en movimiento era un espectáculo para los ojos y las hormonas. Era toda una profesional. Bailaba, se retorcía, acariciaba su cuerpo de curvas perfectas, se inclinaba hacia adelante, y cuando la chica del ojo rojo hacía además de tocarla, se retiraba y la castigaba con la mirada.

Se contoneaba ante ella al ritmo negro del soul. Sus enormes pechos temblaban insoportablemente a cada paso. Su preciosa cara destilaba malicia y saber hacer.

Maravillas sintió una mano entres sus muslos, tanteando sus bragas. Miró hacia atrás: la chica sentada en el retrete la acariciaba, sin dejar por ello de besar a su novia. Le guiñó un ojo.

– ¡Será posible! ¡Nunca he visto cosa igual…!

Una rubia salida de la nada, se les acercó.

– ¿Os importa que baile con vosotras…?

Con una mirada de la bailarina, como si ella fuera su propietaria, la compartieron. Ahora Maravillas era la pareja de baile de ambas. Aquella mano seguía bajo sus muslos, y no podía alejarse de ella. Apenas tenía espacio para bailar…

La recién llegada no dejaba de mirarla. Habría visto algo especial en ella. Maravillas se sentía halagada, pero no se atrevió a devolverle la mirada. Se sonrojó, en parte también por el calor que hacía en aquel cuartucho.

Una mano sobre su pecho. Su nueva pareja la acariciaba. La miraba como esperando una reacción. No podía estar en todo: intentaba evitar aquella mano que le bajaba las bragas para acariciarla por debajo, incluso la reprendió, pero en aquel bullicio nadie le hizo caso.

Sus compañeras de baile estaban prendadas cada una de uno de sus pechos. ¿Qué tendría ella que atraía a tantas chicas? ¿Le habían colgado en la espalda algún cartel de “Estoy cachonda, lo hago gratis”?.

La streaper cogió la cara de la chica de la lentilla y la insertó entre sus enormes pechos, restregándola contra ellos, dejándola que disfrutara unos segundos de algo que no iba a probar más que en sueños, horas más tarde, quizá.

“Me encanta mi trabajo”, decían sus ojos.

En plan exhibicionista, entró una mujer muy elegante con un dogo enorme sujeto de una correa. Todas estallaron en monerías, caricias y mimos para el enorme animal.

El cuarto estaba a reventar.

Ahora eran las dos chicas del retrete las que intentaba alcanzar su vagina, mientras sus compañeras de baile le propinaban mordiscos en las tetas por encima de la ropa. Maravillas estaba algo angustiada: tener tantos cuerpos humanos pendientes de ti, sobándote, comprimiéndote, manejándote.

Aquellas manos habían alcanzado su vagina, ya húmeda. Estaba muy agobiada, incluso asustada, y aun así húmeda. Increíble. Una buscaba su clítoris en vano, mientras la otra jugueteaba con sus labios.

Intentó quejarse, por algún motivo, pero no lo hizo.

Entraron tres mujeres más, armando jaleo. Una de ella, entre gritos, agitó una botella de cava. El tapón salió volando y cayó sobre todas ellas una lluvia de espuma blanca. Unas aplaudieron y otras se cagaron en su madre por mancharle el traje.

Mientras la chica de la lentilla lamía la línea del culo de la streaper, mientras alguien le acariciaba los labios vaginales, mientras un par de jovencitas al fondo bailaban y se besaban enamoradas, mientras una boca le besaba el pecho izquierdo y otra le mordía el derecho, mientras un montón de manos acariciaban el pelaje corto del dogo, mientras la streaper le dedicaba una mirada disimulada de vampiresa, mientras un dedo torpe rondaba su clítoris sin encontrarlo nunca, mientras le era acariciado el culo, y la espalda, y besado el cuello y los hombros por un montón de bocas y manos que ya no sabía de dónde habían salido, mientras sonaba la música soul…

Mientras todo eso ocurría, Maravillas creyó tener el primer orgasmo compartido de su vida. Ni siquiera la habían penetrado, pero con todo aquello lo sintió.

Al menos eso creía. Fue una sacudida que le subió de la cintura hasta el cuero cabelludo, un calor que venía en ráfagas y más ráfagas, que iba y volvía, que se apagó como el último rescoldo de la chimenea en invierno.

Esperaba que hubiera habido algo penetrándola, o al menos lamiendo, esperaba un chorro enorme de algún líquido saliendo de su vagina, quizá por algún concepto erróneo sacado de alguna película o alguna ilustración de cómic japonés.

Nada de eso sucedió. Y no podía comparar con ningún otro orgasmo provocado por otra persona (por todo un tropel de personas), pero estaba casi segura de que lo fue.

Estuvo a punto de caer al suelo, pero un montón de manos lo impidieron.

Asustada, desorientada, se libró a la fuerza de aquellas manos y bocas. Le costó un gran esfuerzo, pero se libró, y se abrió paso hasta salir por la puerta del cuarto de baño.

Al volver su vista atrás, no vio un vacío donde ella había estado. Vio chicas besándose y queriéndose, vio cava y fiesta. Incluso vio algo extraño: un perro que si se pusiera de pie sería más alto que una persona. ¿Qué hacía allí?

Maravillas se marchó.

Sentía que aquel era un momento para estar sola.

Continuará…

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