El ascensor
Me llamo Mónica, tengo algo más de treinta años, y la verdad es que nunca había hecho demasiado caso a los maliciosos cotilleos que circulaban por el bloque en el que vivo con mis padres, respecto a que mi amiga y vecina Paqui, de mi misma edad, era una lesbiana.
He de reconocer que algunas veces me había dado la sensación de que me miraba con un cierto deseo e interés.
Pero como ella nunca me había hecho ni la más mínima insinuación achaque esta impresión a haber oído alguno de esos rumores, y no le di ninguna importancia.
Ese día iba a salir de compras con mi amiga, y estaba muy contenta porque, gracias al buen tiempo, podía volver a ponerme un vestido de primavera que me gustaba mucho, pero que me costaba horrores de abrochar, ya que tenía un montón de odiosas trabillas en la espalda que eran muy difíciles de ajustar.
Dio la casualidad de que también estrenaba un coqueto sujetador calado con cierre por delante, realmente precioso, que me ayudaba a realzar todavía más mis ya de por sí grandes y firmes pechos; que siempre he pensado que eran la parte más atractiva de mi anatomía, dado que es en la que más se fijan todos los hombres que conozco.
Mi vecina iba con una corta minifalda, que le permitía lucir sus largas piernas; y un fino suéter, que lucía como de costumbre sin sujetador.
Pues, en verdad, sus pequeños senos apenas necesitan nada que los mantenga firmes.
Aun así en más de una ocasión le había aconsejado su uso, aunque solo fuera para disimular los traviesos y puntiagudos dardos de carne que se marcaban claramente en la ceñida blusa, como queriendo atravesarla.
Les cuento todos estos detalles para que se hagan una idea de lo mal que lo pase cuando nada más arrancar el ascensor, en el que por suerte bajábamos las dos solas, note que se me soltaba el cierre del sujetador.
Así se lo dije a Paqui, y esta paro el ascensor de inmediato. Le comente que tendríamos que subir hasta mi casa a que me lo pusiera bien, pero ella me dijo que lo más seguro es que no hiciera falta llegar a esos extremos.
Después, soltándome el lazo del vestido con desenvoltura, se metió hábilmente debajo del mismo, para intentar arreglar la incómoda situación allí mismo.
Yo me sentí muy violenta, sobre todo cuando note la insinuante presión de su rodilla en mi intimidad, bien instalada entre mis piernas separadas, pues mis braguitas eran muy finas y me hacían notar todos sus roces con demasiada intensidad.
Pronto sentí su cálido aliento entre mis senos; y, aunque no vi ningún motivo para ello, note como apretaba suavemente mis pechos al tiempo que conseguía cerrar de nuevo el sujetador.
Mientras Paqui salía de debajo de mi vestido pude notar claramente como se apoyaba, brevemente, en mi sensible entrepierna.
La verdad es que no me enfade lo más mínimo ante su osadía; al contrario, me sentí bastante excitada con la insólita experiencia.
Por eso me puse roja como un tomate y no me atreví a mirarla de nuevo a los ojos.
Ni siquiera cuando, a los pocos instantes de arrancar, note que se me volvía a soltar el sujetador.
Al oírme maldecir se imaginó lo que sucedía, volvió a parar el ascensor y, dedicándome una sonrisa de lo más turbadora, se introdujo de nuevo bajo mi vestido.
Esta vez Paqui palpo de manera rápida, pero claramente posesiva, toda mi intimidad por encima de las bragas, antes de llegar a mis pechos, que ya temblaban de excitación.
Y, durante todo el tiempo que estuvo bajo el vestido, el continuo roce de su inquieta rodilla se hizo tan insidioso que termine por empapar las braguitas con mis dulces flujos.
Luego, al llegar a la altura de mis senos, abrió totalmente el sostén aunque no tenía porque.
Dedico todo el tiempo que quiso a contemplarlos con detenimiento, mientras yo sentía su cálido aliento a escasos centímetros de mi piel más sensible.
Después utilizo las dos manos para, con mucho tacto, y unas caricias tan suaves como enervantes, volver a introducir uno de los senos dentro de su copa.
Como vio que yo no decía nada (aunque mi corazón latía a toda maquina y mi respiración era cada vez más agitada), al introducir mi otro seno en su copa correspondiente, me masajeo a fondo todo el pecho; amasándolo, y estrujándolo, de una forma realmente cariñosa y sensual.
En vista de mi pasividad aprovechó la estupenda ocasión que se le brindaba para acariciar y jugar, dulcemente, con mi grueso pezón rosado; hasta que este, agradecido, se endureció como una pequeña piedra entre las amorosas manos que lo cobijaban.
Una vez que Paqui hubo abrochado mi sujetador, no puso el menor disimulo en apoyar toda la palma de su mano en mi excitada entrepierna; llegando al extremo de deslizar uno de sus dedos a lo largo de mi húmeda rajita, antes de salir del vestido, con una sonrisa de oreja a oreja.
Pues mientras salía sus dedos se deslizaban por encima de mis bragas, de un modo turbador, empapándose en el abundante fluido que encharcaba la prenda.
Después, ya con el ascensor en marcha, me miro fijamente a los ojos, y empezó a oler su mano como si se hubiera probado el mejor de los perfumes.
Yo estaba tan cortada que no hacerte a reaccionar, ni siquiera cuando se me volvió a soltar el cierre del sujetador; pero se me debió de notar en la cara, pues ella, sin necesidad de consultarme, volvió a detener el ascensor.
Esta vez, sin decirme ni una sola palabra, se fue directa al asunto.
Paqui solo se detuvo unos breves instantes en juguetear con mis húmedas braguitas, haciendo que sus hábiles dedos con solo unos movimientos separaran mis labios menores hasta provocar un indecente bostezo, antes de llegar de nuevo ante mis pechos.
En cuanto abrió el sujetador del todo, perdió solo unos momentos en recrearse la vista con el abrupto paisaje, antes de empezar a masajear uno de mis senos con sus largos y hábiles dedos.
Su boca, y su lengua, se encargaron de que el otro se convirtiera en un auténtico volcán; y pensé, al sentir sus maravillosos mordisquitos en mi pezón, que me iba a correr en cualquier momento.
Pero fue su otra mano, la que introdujo dentro de mis bragas, para explorar mi todavía virginal cueva, la principal culpable de que me corriera como nunca antes lo había hecho, mientras mordía mis manos para amortiguar los escandalosos jadeos que emitía.
Mi viciosa vecina no se conformó solo con eso y, desentendiéndose de mis agradecidos pechos, bajo su cabeza hasta llegar a la altura de mi entrepierna.
Allí, después de bajar mis lindas braguitas hasta sacármelas por los tobillos, se dedicó a contemplar a su gusto mi encharcada intimidad, generosamente expuesta ahora que por fin podía separar mis piernas mucho más, como ella deseaba.
Pronto se entregó a una larga serie de succiones y lameteos que me hicieron alcanzar una increíble serie de orgasmos que, aún hoy, los recuerdo y me tiemblan las piernas.
Sobre todo él ultimo que alcance dentro de aquel ascensor, en el que Paqui además de pellizcarme el abultado clítoris con una mano mientras saboreaba golosamente mi cueva, se las ingenio para introducir uno de los expertos dedos de su otra mano en mi estrecho orificio posterior; incrustándolo casi por completo en su interior antes de empezar a maniobrar hábilmente, consiguiendo arrancarme un auténtico aullido de placer.
Quede tan floja después de este violento orgasmo que me tuve que apoyar en mi amiga, debido a que mis débiles rodillas amenazaban con doblarse de un momento a otro.
Desde luego ese día no fuimos de compras, subimos a su casa y me enseñó todo lo que una mujer puede enseñar a otra respecto a los secretos del amor.
Desde entonces vivimos juntas, y no hay día que no riamos al recordar la cara que pusieron los ancianos vecinos que abrieron, aquella mañana, la puerta del ascensor, y vieron el aspecto que teníamos.