Sucedió en Bombinhas
Esas vacaciones fuimos al sur de Brasil, más precisamente a Bombinhas con Graciela y Juan y nos alojamos los cuatro en un departamento frente al mar.
El lugar es bellísimo e invita a hacer el amor en forma constante.
Era tan así que a la hora de la siesta nos recluíamos cada uno de los matrimonios en sus respectivos dormitorios y no para dormir precisamente.
Los ambientes tropicales tienen ese no se que que invita a tener sexo a toda hora.
Desde hace tiempo que en nuestras charlas y sobre todo cuando estamos los cuatro de vacaciones tocamos el tema sexual y el intercambio de parejas pero nunca pasamos de ahí. Hace un par de años en México estuvimos a punto de hacer algo pero luego se frustró ya ni me acuerdo el por qué.
Tanto Juan como yo mencionábamos el tema bastante seguido y las chicas nos siguen la conversación pero nadie propone directamente hacerlo.
Somos muy buenos amigos y las mujeres se conocen desde chicas cuando iban al colegio juntas. Los varones nos integramos más tarde, cuando nos pusimos de novio con ellas y desde ese momento llevamos una linda amistad.
Nunca pasó nada más entre nosotros que algunas palabras con doble sentido, siempre aludiendo al tema sexual pero la idea de tener relaciones cruzadas ronda nuestras cabezas.
Juan y mi mujer tienen muy buen «feeling» o «química» como decimos nosotros y además de congeniar en casi todo siempre tienen alguna miradita cómplice o una sonrisa especial que daría la impresión de que les gustaría ir más allá de una simple amistad.
Como a mí me atrae Graciela no veo mal que podamos cruzarnos.
Tiene un físico normal y cuenta con un buen par de tetas y un culo paradito y tentador.
Ella, en cambio, es muy atenta conmigo y nos llevamos bastante bien, aunque por lo que deja entrever me quiere mucho más como amigo que como amante.
La amistad que nos une a los cuatro da lugar a que, cuando veraneamos juntos y ésta no es la primera vez, tanto Josefina como Graciela se paseen por el departamento o casa que en la ocasión hemos alquilado con apenas un camisolín que dejar ver, así como al descuido, por sus transparencias buena parte de sus intimidades.
Mi mujer es más atrevida al respecto y sus prendas son un poco más provocativas que las de su amiga.
Tanto Juan como yo nos paseamos en pijama corto o directamente en calzoncillo.
A él le gustan más los sep chiquitos y a mí los tipo bóxer.
En definitiva es como si estuviéramos en malla en la playa, él con la «zunga» tan usada por los brasileros como yo con los pantaloncitos de baño al estilo argentino.
Un día, casi sin quererlo (o sí, vaya uno a saberlo) ocurrió todo.
Graciela y yo salimos de compras al supermercado y tardaríamos un buen rato porque después trataríamos de comunicarnos con nuestros hijos a través del teléfono o de Internet.
Cuando habíamos hecho un par de cuadras Graciela me preguntó si llevaba yo el dinero y me sorprendió porque pensaba que ella lo había tomado (hacíamos un pozo común semanalmente y lo guardábamos dentro de una jarra), así que tuvimos que retornar el departamento para ello.
Cuando ingresamos en él sorprendimos a Juan recostado sobre uno de los sillones que teníamos en el living comedor y a mi mujer a sus pies mamándole la verga. Los pescamos «in fraganti» y no atinaron a nada.
¿Qué hacen, se volvieron locos ustedes? preguntó Graciela a un atónito Juan y a Fina que no sabía cómo hacer lo más rápido posible para sacarse el de encima el pene de su amigo.
Yo miré la escena sin decir nada y lo que es peor (o no) se me endureció el miembro de inmediato.
Como siempre había fantaseado con un intercambio de parejas reaccioné de inmediato y les dije a los tres por qué no nos dejábamos de joder y hacíamos el cambio, dado que aparentemente todos estábamos de acuerdo.
Les dije que estábamos los cuatro solos y que nadie más que nosotros sabría de ello y que probáramos a ver qué pasaba. Si después no resultaba o no nos gustaba seguíamos tan amigos como antes y listo.
Graciela fue la que respondió diciéndonos que le resultaba incómoda la situación y que no estaba preparada para ello.
Que realmente le había molestado ver a Fina chupándosela a Juan pero que si todos estábamos de acuerdo, aún no muy convencida de ello, lo haría.
Mi mujer no dijo nada pero parecía estar entusiasmada con la idea. Juan aprobó mi propuesta y la única condición que puso fue que cambiáramos de pareja pero que cada una hiciera el amor en una habitación, no los cuatro en la misma.
Le dije que no había problemas y propuse un brindis con cerveza, bebida habitual que consumíamos y en que en ese lugar es muy rica.
Además, lo hice con doble intención porque sabía que Graciela, que generalmente no toma alcohol, con un par de tragos se pone fuera de sí y ello me beneficiaría, sobre todo porque era la más indecisa.
Hicimos el brindis nomás y nos fuimos rumbo a las habitaciones.
Una vez dentro procedí a sacarme toda la ropa al tiempo que Graciela hacía lo mismo y por los efectos de esos dos traguitos que les dije ya estaba muy alegre y se reía de cualquier cosa.
Suponía que Fina y Juan andarían en lo suyo en la otra habitación.
Viéndola a Graciela totalmente desnuda no me arrepentía de lo que estaba haciendo. A pesar de no ser una jovencita tenía el físico en perfecto estado.
Sus pechos estaban paraditos y los pezones oscuros se veían ya rígidos. Los pezones de mi mujer son claritos, aunque más grandes que los de su amiga, y su piel bien blanca.
Graciela es pelirroja y su tez un poco más oscura de ahí que los pezones fueran de ese color.
Puede asegurar que realmente es pelirroja porque su vello púbico, muy abundante todavía, era de ese color.
La recosté suavemente en la cama y empecé a lamerla desde la punta de los pies.
Ella no paraba de reír y se retorcía porque decía que le hacía cosquillas.
Fui subiendo hasta llegar a la parte interna de sus muslos y próximo a esa cuevita tan deseada.
Ella fue lentamente abriendo sus piernas dejando ver una preciosa vagina dorada que ya no estaba escondida por la pelambre rojiza.
No me aguanté más e introduje mi cabeza entre sus piernas al tiempo que mi lengua se dedicaba a recorrer el interior de esa conchita tan deseada en búsqueda de su clítoris.
Mientras tanto una de mis manos iba de su teta a su boca en forma ininterrumpida.
Trataba de meterle un dedo en la boca para que me lo succionara pero se rehusaba y apenas dejaba que le recorriera sus labios carnosos.
Cuando noté que ya tenía bien lubricada la zona intenté incorporarme para introducirle mi verga porque ya estaba muy excitado.
Fue cuando de repente, no sé que pasó, que irrumpió en llanto (yo pensaba que era por el efecto de la cerveza pero estaba equivocado) y dijo que no podría hacerlo.
Que había accedido más para que Juan le hiciera el amor a mi esposa, porque sabía que él estaba muy caliente con ella (¿intuición femenina?) y que no le importaba porque era un buen marido y ella suponía que no le daba en la cama todo lo que merecía, así que podía suportar una canita al aire de sus esposo porque sabía con quién lo hacía).
Me pidió disculpas por el mal momento y a mí, como es de suponer, se me cayó todo lo que estaba enhiesto y decidimos salir al living comedor a tomar algo y esperar que nuestros respectivos cónyuges acabaran con su pasión.
Yo apenas me puse un pantaloncito corto y ella se puso uno de los tantos camisolines que había traído y estaba realmente muy sensual.
Pero qué podía hacer yo si me había rechazado. Estaba con una calentura de aquéllas pero me las tenía que aguantar o ir corriendo al baño a masturbarme.
Cuando ingresamos al living vimos a Fina y a Juan, ya que habían dejado la puerta de su habitación abierta, practicando un 69 infernal.
Ella le daba unas mamadas a la verga de su amigo que parecía que se la iba a hacer estallar y él estaba tan metido en su vagina que no podía vérsele bien el rostro.
Como estábamos en una semi oscuridad, producto de cerrar las cortinas para que el fuerte sol no diera calor a las habitaciones, los amantes no nos veían y seguían entretenidos en sus lujuriosos juegos.
Después de esa chupada mutua Juan la hizo poner a Fina en cuatro patas y al tiempo que se la introducía en la concha por detrás (posición que a ella le encanta) con sus manos se agarraba de sus bien provistas tetas y el ritmo era infernal.
Yo miraba y no podía aguantarme. Ya estaba con una nueva erección que me volvía loco.
Le susurré al oído a Graciela que mirara un poco para ver si se calentaba y me daba bolilla pero nada, no sucedía nada.
Le dije que aceptaba su decisión pero que realmente me había defraudado un poco ya que mientras nuestras parejas estaban cogiendo a lo loco nosotros tomábamos cerveza y mirábamos de vez en cuando el panorama.
Pareció reflexionar un poco ya que puso una mano sobre mi miembro (a través del pantaloncito) y me pidió perdón una vez más.
Como adentro la fiesta seguía y no podía dejar de mirar mi verga se puso a punto de estallar y no aguantándome más la saqué afuera.
Fue la solución porque Graciela sin mediar palabra se agachó y se la introdujo en la boca y comenzó a succionarla solo como mi mujer lo hace (que es toda una experta en ello) al tiempo que con sus manos me acariciaba los testículos.
Juan y Fina parecían haber acabado o al menos él porque había cesado el movimiento y estaban recostados uno arriba del otro, quedando mi mujer debajo.
No pude aguantarme más y derramé toda mi leche en la boca de Graciela, la que, al contrario de lo que yo pensaba, no me dejó retirarlo y siguió chupando hasta que ya no me quedó una sola gota.
Quedé extenuado pero satisfecho. No la pude coger a mi amiga pero me la había mamado y cómo.
Le agradecí el hecho y me sonrió con una dulzura inenarrable.
Después todos nos vestimos y fuimos juntos a hacer las compras que teníamos pendientes.
Del tema no hablamos y no se qué pasará en otra oportunidad.
Cuando lo averigüe se los cuento.