Aquel fin de semana habíamos sido invitados a pasarlo en el chalet de nuestros amigos, Nuria y Alfredo, a los que habíamos conocido tiempo atrás, con los que congeniábamos muy bien, alternando con ellos en alguna ocasión, ya que eran sumamente simpáticos y muy agradables, tanto de aspecto como de conversación.
Llegamos sobre las nueve de la tarde del sábado; nos recibieron muy amablemente y nos pasaron al salón, que ocupaba toda la planta baja y en el que en un rincón ya estaba el comedor preparado.
Después de tomar unas copas de aperitivo, cenamos estupendamente, charlando de todo con amigable camaradería.
Terminamos la cena y con unas copas de un cup de frutas, que estaba ya preparado en una fuente, pasamos a la parte que era propiamente salón.
Estaba iluminado con luces indirectas, que se podían atenuar, lo cual hizo Nuria. A continuación puso música lente en el tocadiscos, que invitaba a bailar y así lo hicimos.
Conforme iban avanzando los boleros y todos bailando, yo notaba como, poco a poco, iba excitándome progresivamente.
El pene iba creciendo y endureciéndose y también notaba como mi mujer cada vez se apretaba más contra mi cuerpo y que mis caricias la estaban poniendo muy cachonda.
Yo no encontraba motivos para una excitación tan grande, pero la verdad es que ambos la sentíamos.
Miré hacia la otra pareja y también observé como Alfredo acariciaba el cuerpo de su mujer.
Al concluir el disco y cesar la música, se acercaron a nosotros y Nuria dijo:
-«Me gustaría haceros a los tres un pregunta y, si me la contestáis con sinceridad, os confesaré un secreto.
La pregunta es ésta: ¿ Estáis cachondos, muy… muy cachondos ¿.»-
Los tres contestamos afirmativamente y entonces ella se confesó: -«He preparado el cup de frutas, que hemos estado bebiendo, con un potente afrodisíaco que conozco, que creía que os pondría excitados y que por lo que veo y me contáis así ha sido.
«Ahora os digo mi secreto: A pesar de que yo he bebido más que ninguno, no me hace ningún efecto: hace tiempo ya que para excitarme necesito ver que Alfredo intenta coquetear con otra mujer.
Así que, para poder ponerme yo también a cien, como estáis vosotros yo os pediría que, por favor, y si no os parece mal, bailásemos intercambiando la pareja.-»
Asentimos. Puso un nuevo disco de boleros y Alfredo se enlazó con mi mujer y yo abracé el cuerpo de Nuria. Era una mujer muy atractiva, no excesivamente ampulosa de formas pero sí muy apetitosas; unos pechos turgentes y no muy grandes y un culo respingón que era toda una tentación.
Conforme la música iba avanzando y nosotros bailando, recuerdo que al llegar los compases de «Summer time» miramos Nuria y yo a la otra pareja y vimos como lo hacían completamente pegados sus cuerpos uno contra el otro; las manos de ella rodeando el cuello de él, mientras éste le acariciaba la espalda y subía sus manos suavemente por los desnudos brazos de mi mujer.
Cada vez parecían más excitados y entregados y, al pasar junto a nosotros, ví como M. Carmen se estremecía.
Nuria también observaba a la otra pareja y yo con mis manos iba explorado su cuerpo muy dulcemente, a través de su vestido de seda.
Ella iba gradualmente poniéndose cachondísima , apretando con fuerza su bajo vientre sobre mi polla que, a estas alturas estaba ya durísima.
Así seguimos, acariciándonos todos, cada vez más abiertamente y con mayor descaros hasta que acabó el disco y cesó la música.
Entonces Nuria, que estaba sofocadísima, me pidió que le preparase un Cuba libre, bien frío, Para refrescarse y calmar algo su excitación.
Fui a la cocina, donde estaba el hielo; preparé la bebida como pude, buscando los ingredientes, lo que me costó algún tiempo y volví al salón.
Al entrar, cuando mis ojos se adaptaron a la luz mucho más atenuada, quedé asombrado viendo a Alfredo y a mi mujer tumbados sobre la gruesa alfombra, ambos desnudos de cintura para abajo; el bajándole las bragas y luciendo un «pijo» completamente erecto y de unas dimensiones más que considerables.
Sobre ellos, sentada en la rinconera, con una pierna apoyada en el suelo, cerca de la cabeza de los otros.
La otra pierna subida sobre el asiento, completamente abierta, sin bragas, con toda su entrepierna a la vista, acariciándose el coño y diciéndole en voz baja y bronca a su marido: -«Métesela, mi amor, métesela y fóllatela».-
Fui a sentarme junto a ella y mi mujer, que estaba tumbada justo pegando allí mismo, me cogió una mano y me susurró:
-«Por favor, déjame un ratito que estoy gozando muchísimo»-.
La miré a los ojos, apreté su mano y haciéndole un gesto de asentimiento me senté junto a Nuria.
La abracé besándola y acariciando sus pechos me pidió: -«Tócame el «coñito» y verás lo cachondísimo y lo mojado que lo tengo». Lo hice y, efectivamente, al meterle los dedos en aquella deliciosa gruta toda húmeda noté que estaba excitadísima.
Agarró mi «paquete». Al notar mi erección me comentó que también yo estaba cachondo y que me bajase los pantalones.
Mientras me los quitaba veíamos, en la alfombra, debajo de nosotros, M. Carmen era penetrada, una y otra vez, por la polla de Alfredo que, como he dicho, era de gran tamaño y oíamos como ella gemía de placer al sentir un orgasmo tras otro.
Por nuestra parte seguíamos sobándonos por todas partes, cada vez con más frenesí y deseo.
Mientras me chupaba la polla yo comía su coño, hasta que ya sin poder aguantar la penetré y bombeé con fuerza hasta que eyacule en su chocho y Nuria, que iba llegando al orgasmo, susurraba, cada vez con menos voz, su cantinela de: «Amor mío, fóllatela».
Hasta que con un gran grito llegó a correrse.
Ya corrida me dijo que ese era el momento que esperaba para follar con su ma-rido, pues seguía cachonda y así era la forma en la que gozaba con el.
Nos dirigimos a los dormitorios y aunque Nuria nos dijo de que no había ningún inconveniente en que fuésemos con ellos a su habitación, nosotros preferimos ir a la que nos habían asignado, andando juntos, desnudos, abrazados y en silencio.
Una vez en nuestro dormitorio, mi mujer me dijo, en voz baja y entrecortada, que todavía no me podía contar sus sensaciones por lo ocurrido, pues aunque se había corrido varias veces, aún estaba excitadísima y que «necesitaba que le comiese su coñito para ser completamente dichosa».
Se tumbó boca arriba, arqueando las piernas y, abriéndolas completamente, me ofreció aquella preciosa almeja, todavía encendida, mojada, palpitante e inflamada de deseo, toda abierta y hermosa como una flor.
Conteniendo mi avidez, que me impulsaba a comerme de inmediato aquel chochazo encendido, pasé la punta de la lengua sobre su tembloroso y erecto clítoris en sucesivos y repetidos toques, mientras recorría con mis dedos, muy suavemente y por fuera, los labios de su vulva.
Así estuve un tiempo, hasta que ella retorciéndose y temblando me dijo que le era imposible aguantar más y que le hi-ciese correrse.
Entonces cogí, con los labios y la lengua, todo su clítoris, chupando con intensidad y metiéndole dos dedos en lo profundo de su vagina, presionando en la pared superior, provocándole espasmos y movimientos de todo su vientre, corriéndose, veces y veces, mientras yo seguía chupando aquel sabroso coño, todo mojado de placer. Hasta que quedó extenuada de tanto gozar.
Me abracé a ella, besándola y acariciándola con mucha suavidad y, todo cachondo, le pedí me contase sus impresiones de aquella noche.
Echada junto a mí, su cara junto a la mía, empezó diciéndome, con voz temblorosa, lo feliz que había sido porque, por fin, no solo había cumplido sus sueños y algo que, en el fondo había deseado (acostarse con otro hombre), sino que había vuelto aquellas emociones tan fuertes que le habían provocado la novedad de lo desconocido, el esfuerzo para vencer la timidez y sentirse follada con aquel «gran y hermoso pene»(son palabras suyas) que la llenó por completo.
Acariciando mi pezón izquierdo, siguió relatándome toda aquella borrachera de emociones que había sentido tan intensamente y que le recordaban los temblores de piernas que sentía en la juventud cuando mis manos subían por sus muslos.
Según ella hablaba iba yo excitándome cada vez más llegando un momento en que tenía la polla tan rígida y tiesa que, vuelta hacia arriba, me golpeaba en el bajo vientre.
Seguía hablando y seguía acariciándome el pezón. Su otra mano la dejaba resbalar por mi pecho y vientre hasta llegar al pijo y notar aquella rigidez y dureza inusitadas.
Al sentir su mano allí, no pudiendo resistir mis ansias de follarla, le pedí que se girase dándome la espalda.
Al hacerlo e inclinar su cabeza y espalda hacia delante se ofreció ante mis ávidos ojos el maravilloso espectáculo de la hermosura de su culo, rasgado en el cen-tro por aquella apetitosa y tentadora «raja», chorreante todavía por los placeres vividos.
Acerqué mi polla a aquella excitante vulva y al notar su calor sentí como una descarga que entró por la punta y me recorrió el cuerpo.
Creció tanto mi ansia por aquel coñazo que ya no pude resistir la tentación de clavársela hasta el fondo.
Al meterla su vagina me la abrazó toda como un hierro candente, haciéndome sentir un placer tan fortísimo e intenso que a la tercera vez de meterla y sacarla de aquel «nido» maravilloso, no pude resistir y tuve el orgasmo más largo y potente que recuerdo.
Pasado todo y ya completamente derrengados todavía M. Carmen intentó una pequeña justificación a todo lo que había ocurrido, echando la culpa a la bebida que Nuria nos había dado, que la había puesto tan cachonda y loca de excitación.
Le contesté que no se preocupase, que en el fondo ella también lo deseaba y que lo importante es que había gozado y había sido feliz.