Al fin, tres

«Mi gran fantasía, es cogerte a vos y a otro tipo. Es una obsesión».

Después de 14 años de matrimonio, esta confesión, mientras cogíamos, me sacudió, es mas me excitó tremendamente.

Pero permítanme presentarnos.

Ella, Betty, 40 años, 1,60 de altura, una figura que corta el aliento, cara muy bonita, representa menos años de los que tiene. Yo, Eugenio, 43 años, 1,90 metros de altura. Vivimos en Villa Devoto, un tranquilo barrio de Buenos Aires, Argentina.

Pero volvamos al punto, en medio de la calentura mutua de ese momento, ese comentario quedó; cogimos como nunca, pensando, seguramente, en esa presencia soñada, pero al menos, hasta ese momento, ausente.

Después de ese ciclón que pasó por nuestros cuerpos, ese día y mientras fumábamos el típico cigarrillo post-polvazo, le dije que me precisara esa fantasía, y sí, me la confirmó, no como producto de un momento de calentura, sino como una real fantasía de esas que asaltan sin pedir permiso, en cualquier momento, en cualquier día o en cualquier lugar.

Pero, en medio de una gran resignación, me expresó que no era de su gusto hacer participar a alguien conocido (malditos prejuicios), haciéndose el cumplimiento de su sueño de muy difícil concreción.

Yo le contesté, que tenía la forma de cumplir con su fantasía (cuando en realidad, sabía que a partir de ese momento esa era nuestra fantasía, no sólo de ella).

Viernes, Febrero de 2002. Le digo a Betty que se prepare, que vamos a salir a cenar, a pesar de la hora, (23:30 horas).

Le pido que se vista de lo más provocativa, pollera negra a medio muslo, una camisa muy bonita que resalta sus tremendas tetas, sin bombacha y sin corpiño.

Llegamos al restaurante y nos ubicamos en un sector alejado de la vista de los demás comensales.

Cuando llega el mozo a tomarnos el pedido, debido a la falta de corpiño de Betty, no hizo otra cosa, desde su estratégica posición que mirar las tetas de mi mujer.

Me puso a mil, ver la cara desencajada del mozo, observando descaradamente esos preciosos pechos a través de los tres botones negligentemente desabrochados con toda premeditación.

Cuando se hubo retirado, le comenté a Betty si se había sentido observada, a lo que responde tomándome mi mano y llevándola a su concha.

No estaba húmeda, estaba empapada, chorreante de ese néctar, que fluye de su cueva cuando esta a punto caramelo para un polvazo de antología.

«Sigamos el juego, la noche viene bien», le dije, a lo que me preguntó acerca de que idea tenía en la cabeza. «Sigue así, por ahora, y sigamos jugando este juego».

La cena se desarrolló, en medio del fuego que nos consumía y a su vez, nos impulsaba con la locura que nos habíamos propuesto llevar a cabo.

Cada vez que nos visitaba el mozo (ya lo hacía con cualquier pretexto y sin disimular una tremenda erección apenas oculta por sus ropas), Betty me decía que sus ojos ya no la miraban, sentía que acariciaban sus tetas cuyos pezones pugnaban por romper esa camisa.

Llegado el momento de pedir el postre, (ya el restaurante estaba cerrando), le digo a Betty que abra sus piernas. Obedece. Se acerca el mozo, para tomar el pedido.

Entonces, dejo caer un cuchillo (¡qué torpe!) debajo de la mesa.

Atento y solícito el mozo se agacha para recogerlo (por el tiempo que transcurrió, parecería que hubiera dejado caer un juego de cubiertos de 72 piezas), y cuando salió con el cuchillo en sus manos ya miraba a mi señora queriéndosela coger ahí mismo.

Yo disfrutaba esa escena, con mi pija erecta compitiendo con la que no se esforzaba por disimular el mozo.

Pedimos la cuenta, le dimos la tarjeta de crédito al mozo, que la llevó al mostrador para verificarla y confeccionar el cupón.

Cuando la trajo de vuelta, y mientras Betty se incorporaba de su silla y se dirigía a la puerta, le dije «la propina te espera en la playa de estacionamiento».

Dicho esto seguí a mi mujer, una vez que la hube alcanzado le dije que deberíamos simplemente esperar.

Nos detuvimos, ya en la playa, a los pocos metros de la puerta que la separaba del salón comedor y no tuvimos que esperar demasiado para ver desde la semioscuridad en la que estábamos la figura del mozo, recortada contra la luz que salía del salón.

Vino, a la velocidad de la luz, al advertir en donde estábamos y en cuanto se acercó, nos dijo «vengo por lo prometido».

Se puso atrás de mi mujer apoyándole su pija erecta en el culo, y mete su mano en el escote de mi mujer y empieza a masajearle las tetas como si le fuera la vida en ello.

Yo miraba excitadísimo esta situación: las tetas y el culo de mi mujer, hasta ese momento solamente míos, conociendo a otras manos.

La veía a Betty apoyarse contra la pija del tipo que nos estaba haciendo disfrutar ese momento glorioso, que parecía durar años.

Pero es sabido, lo bueno dura poco, o al menos no todo lo que uno quiere.

Vemos que la puerta del salón se abre nuevamente trasluciendo otra figura que hizo que el mozo sacara sus manos del hermoso lugar donde estaba y emprendiera un veloz regreso al salón, no sin antes decirnos que esa persona era su jefe y que estaba buscándolo, que debía retornar si quería conservar su trabajo.

Nos quedamos en llamas, sin alcanzar nuestro objetivo. Betty me mira, y me pregunta » ¿y ahora qué?» . «Ahora pondremos en marcha el Plan «B»», le contesté. Pero será parte de la segunda y última parte de esta historia.

Contesté con suficiencia la pregunta de Betty, pero en realidad todavía no sabía que hacer, había apostado todo a esta posibilidad que acababa de naufragar.

Pero, ganaba tiempo… tiempo para pensar una alternativa ya que estábamos totalmente seguros de seguir adelante con esto.

Y esta «muestra» que habíamos tenido, nos había dejado en llamas a los dos, la habíamos disfrutado plenamente y en nada había defraudado a nuestras expectativas

Ya en el coche, mientras nos metíamos mano palpando nuestras respectivas excitaciones y alimentándolas hasta el extremo, en mi cabeza, comenzaba a desarrollar el dichoso plan «B».

Eran aproximadamente, las 2 de la mañana y decidimos ir a casa, para terminar cogiendo salvajemente, como nunca.

Era extraño, acariciaba y besaba esas tetas por donde sabía que habían estado deleitándose otras manos con una excitación comparable a la del primer contacto.

Era una especie de «reconquista» de esas tetas y ese cuerpo, era volver a estampar mis huellas en ese cuerpo exuberante, que quita el aliento.

Terminamos abatidos, extenuados, empapados en sudor y en un estado de relax que nos hacía temblar de pies a cabeza por cada caricia, por cada palabra, por cada mirada o por cada recuerdo de lo vivido esa noche.

Pocas horas después, sábado a las 22 horas, aproximadamente.

Le digo a Betty, que se vista como ella sabe, que vamos a salir. «¿Adónde?», me pregunta con ansiedad. «A ejecutar el plan B», le contesto enigmático, y nuestras miradas se cruzan, cómplices.

Después de la consabida demora femenina para «producirse», Betty sale del cuarto. Me pregunta acerca de cómo se ve.

Con una camisa, tal vez más audaz que la usada la noche anterior ( esta vez era mas ceñida a sus formas), y una pollera corta.

Me acerco, miro, toco sus tetas y su culo.

Está sin corpiño y sin bombacha, nuevamente. Sabe que esto es mas fuerte que yo.

Pienso, por un momento en mandar todo al diablo y quedarnos en casa, pero no.

Salimos de casa, nos metimos en el coche y partimos.

Fuimos a una confitería de Villa del Parque (otro tranquilo barrio de Buenos Aires que queda cerca de Villa Devoto, nuestro barrio), enfrente de la cual, se encuentra la esquina donde se suelen encontrar las parejas antes de salir.

Ni bien entramos, sentí que las miradas se dirigían a mi compañera, lo que pareció un augurio de cómo se iba a desarrollar esa noche tan especial.

Nos divertimos ( y nos excitamos) viendo como todo el mundo quería ver algo mas de la piel de Betty.

El mozo, al igual que el de la noche anterior, sólo tenía ojos para sus tetas.

Pero, mi objetivo no estaba allí.

Nos sentamos en una mesa desde la cual podía ver la esquina donde se citan las parejas. Y desde allí observamos, a un hombre que esperaba.

Tomamos nuestros tragos, mirábamos, excitados, el mundo pasar desde esa ventana.

Mientras, le iba relatando a mi mujer en que consistía el plan.

Y el hombre, mirando incansablemente su reloj y fumando un cigarrillo tras otro, seguía esperando a quien ya no iba a venir.

Después de que yo le señalé a ese hombre a mi mujer, me pregunta, «¿Es él?», a lo que respondo «Sólo falta tu aprobación». «OK», me dijo, resuelta. «Espérame aquí», y crucé.

Me costó poco entablar conversación.

Me dijo que se llamaba Jorge, 32 años, y que estaba esperando a una chica que había conocido por el chat, pero que ya llevaba 45 minutos de demora.

Y con la tranquilidad de hablar con un desconocido, le conté, que me había levantado una chica, y que estaba dispuesta a ir a un hotel conmigo, pero me había puesto como condición el hecho de que quería disfrutar de una sesión con dos hombres.

Puso sus reparos (por razones obvias de desconfianza), pero le dije que cruzáramos al bar donde estaba con Betty, y de paso que la conocía, podía seguir viendo si su chica finalmente llegaba.

Cuando llegamos a la mesa, y vio a Betty, se derritieron sus objeciones y trabó confianza de inmediato.

De más está decir que sus ojos, disfrutaron con el cuerpo generosamente expuesto de Betty, pero sabiendo todos cuales eran los planes, realmente no teníamos ganas de seguir hablando mucho, así que nos levantamos a los pocos minutos y nos dirigimos al coche para tomar rumbo al hotel.

Decidimos no dejar sólo a nuestro invitado y Betty fue al asiento de atrás con Jorge.

Apenas puse el coche en marcha, ya estaban besándose.

Y yo con mi terrible erección a cuestas haciendo de chofer sin poder intervenir, sólo miraba.

Miraba esas manos, desabrochando desesperadamente los botones de la camisa de mi mujer, y rozando, palpando y exprimiendo esas hermosas tetas, cuyos pezones parecían a punto de estallar.

Y vi a mi mujer sacando la pija del tipo de su prisión y llevándosela a la boca con desesperación, y metiéndosela hasta la garganta con la maestría que tanto conozco y disfruto.

Jorge empezó a dar suspiros de placer y con sus manos aseguraba la cabeza de Betty, cuando no quería sacar su instrumento del refugio húmedo que mi mujer le proponía.

Cuando llegamos al hotel, mi mujer estaba con su camisa desabrochada totalmente, su ceñida pollera estaba totalmente subida, con una mano que paseaba desde su concha chorreante hasta su culo, con otra mano que masajeaba sus tetas, y con una pija en su boca.

Una vez adecentados, entramos al hotel y al llegar a la habitación asignada, me puse, en primera instancia, de observador de lo que, por obvias razones, no había podido mirar mientras conducía.

Y veía como Jorge, ni bien cerrada la puerta, literalmente, arrancó la camisa de Betty, haciendo volar dos botones de ella, y se sumergió en las tetas de Betty, mientras bajaba la pollera y un dedo se ponía a chapotear en la concha de mi mujer.

Ella, se apoya en la pared, tira la cabeza hacia atrás, dejando hacer a esa desconocida boca y me sonríe cómplice y agradecida.

Mientras yo, ya desnudo me acerco, la aparto de la pared y la abrazo por detrás, apoyando mi pija en su culo, Jorge aprovecha para desnudarse.

Una vez hecho esto, se aproxima a nosotros y abraza a mi mujer por delante. Betty, ya cumpliendo «nuestro» sueño de tener dos pijas a su disposición, entra en un estado de excitación constante que la hacía temblar como una hoja de pies a cabeza y que la convirtió en una posesa sedienta de sexo.

Nos aparta a los dos y poniéndonos uno al lado del otro contra la pared con nuestras estacas apuntando al techo, se acerca para darnos una generosísima chupada. Jorge, que ya venía caliente de la mamada que le había hecho en el coche, aparta la cabeza de mi mujer y le ordena que abra la boca.

Betty, obedece y entra a pajear a nuestro invitado, que dispara su primer chorro, con una puntería envidiable a la boca abierta de Betty, quien no aguantó esperar el segundo disparo, metiéndose toda la pija en la boca, para recoger la generosa descarga de Jorge, sin desperdicio alguno.

Yo ya estaba sumergido en una excitación profunda, en mi doble condición de protagonista y espectador.

Y no quería renunciar a ninguno de esos dos roles que me deparaba la noche, quería hacer y quería ver.

Y en ese momento veía, como mi mujer desnuda, se retorcía de placer, besando a un extraño, también desnudo, mientras las manos de ambos sacaban chispas sobre sus cuerpos.

Y fuimos a la cama. Y ahí, Betty, fue la «puta» que siempre deseo.

Ofreciendo todos sus orificios a esos dos hombres en llamas en que nos había convertido, ahora estaba mamando a Jorge, mientras que yo la cogía en la postura del misionero, luego montándose arriba mío, me la seguí cogiendo, mientras con mis manos abría su culo, para que nuestro invitado la penetrara a discreción.

Cuando sintió esa doble penetración, cuando entró en un orgasmo sostenido, que hizo que se moviera con mas vértigo, mas calentura y pasión, provocándonos sendas eyaculaciones que fueron adentro de su cuerpo.

Mientras Jorge y yo, nos tomábamos un respiro, Betty utilizando sabiamente su lengua se dedicó a ponernos a punto nuevamente, cosa que sin mucho esfuerzo, logró con creces.

Mientras el hasta hace poco desconocido, cogía sus tetas en una cubana memorable, yo la cogía en la postura tradicional, alcanzando los tres un orgasmo simultáneo digna de una película porno, como gran final de la noche.

La aventura terminó con mi mujer haciendo extrañas maniobras para cubrirse cuando salíamos del hotel, debido a los dos «estratégicos» botones menos de su camisa y un rato más tarde, ya solos en nuestra casa y en nuestra cama, abrazados y temblando de placer, prometiéndome mi mujer, otro trío, ahora con una mujer, pero, bueno, será tarea de ella conseguirla.