Una historia que debe ser contada II

Narración de los hechos que ocurrieron con posterioridad a la cruda escena de la que fue testigo el que esto escribe.

Damas y caballeros, termino la historia que empecé a compartir hace unos días y que fue publicada para deleite de algunos, desconcierto de otros y para consumar mi expiación.

Esto último porque considero que no debí dejar que todo esto ocurriera, así no tendría nada que contar pero tampoco una herida en el corazón, que aunque ha sanado ha dejado cicatriz.

Luego de la fantástica perversión de que fui testigo, y con una mezcla de confusión y excitación, no diré toqué, exigí que me abrieran la puerta de la cabaña.

Y ella en un momento que a mí me pareció eterno, abrió.

Ella estaba descompuesta.

Parecía que estaba más confundida que yo y lo peor, destilaba un olor mezcla de sudor y semen.

Vestida con un suéter y jeans, descalza, se me antojaba como la víctima de una violación. Le dije que los invitaba a tomar unos hervidos, bebida típica Colombiana consistente en jugo de frutas, frecuentemente de moras, con aguardiente.

Se sirve bien caliente y su dulce sabor y aroma es traicionero… como la fémina que tenía ante mí, y quien me miraba fijamente, casi con rabia.

¿Que no tenía suficiente?. Así como ese licor, era la hasta ahora elegante y discreta mujer: capaz de embriagar los sentidos casi sin darnos cuenta.

Detrás de esos ojos claros podía ver el cielo y el infierno al tiempo.

Podía sentir sin duda cómo su corazón aún latía con rapidez, como consecuencia natural de la intensa actividad sexual que había tenido minutos antes.

Divorcio. Primera palabra que vino a mi mente.

Sin embargo, con pleno conocimiento de causa sabía lo difíciles que se ponen los casos de divorcios contenciosos.

Son una verdadera carnicería. Los otrora amorosos cónyuges se convierten en enemigos jurados.

Y mi consorte podía alegar que yo había facilitado o consentido el encuentro.

Vino a mi memoria el insólito caso de aquel hombre que interceptó la correspondencia de su mujer con su amigo más querido…

¡Ya quisiera tener yo la capacidad narrativa de la esposa de ese hombre!.

Sus apasionadas epístolas describían con toda precisión las delicias que sentía cuando era poseída por su amante, y lo mucho que agradecía haberlo conocido.

De no ser por las demoledoras comparaciones que hacía con respecto al pobre desempeño del marido, eran la pieza procesal perfecta para ponerla en evidencia y lograr un acuerdo económico altamente favorable para el demandante.

Así que lo mejor fue hacer todo por mutuo acuerdo.

En casos como ese, y en el mío propio, no se sabía realmente qué era peor, si la pública humillación o buscar otra venganza.

La venganza es un plato que sabe mejor frío.

Y debo confesar ante ustedes que un pensamiento maligno se apoderó momentáneamente de mi ser. Pero mi ira, mi intenso dolor eran parte del manojo de sentimientos que tenía en ese momento.

Porque, hay que admitirlo, era lo más excitante que había visto.

El sueño voyeur más intenso y vívido.

Lástima que por lo menos los cuernos del alce son bonitos y que la víctima de ese espectáculo era el suscrito.

El acto sexual duró digamos 10 minutos, el promedio de penetración del pene en la vagina es de 30 veces por minuto, en ese acto sexual se produjeron unas 300 penetraciones.

Un pene en erección tiene un promedio de 15 cm, significa que ella recibió 4.500 cm, 45 metros de pene en esa relación sexual.

Y no había sido suficiente. Mientras nos dirigíamos al bar del hotel, ella se veía algo cansada pero evidentemente molesta por la forma como había terminado esa sesión.

Me lo confirmó luego de tomar un par de bebidas, en privado.

Ella había tenido un orgasmo pero no había sido suficiente.

Amables lectores y lectoras, estaba frente a una mujer que había experimentado el sabor de la infidelidad, y probaba por vez primera un amante distinto a su marido.

La novedad la tenía alucinada y no damas y caballeros, no estaba dispuesta a conformarse con lo que relaté en la primera parte de estas memorias.

Quería exprimir hasta la última gota de semen del joven amante.

Quería sudar hasta la última gota, y amar hasta que el músculo del amor sufra calambres.

Eso me dijo.

Y que ya había accedido a que las cosas llegaran hasta ese punto, debía dejar que todo ocurriera hasta que la fantasía de ella se cumpla cabalmente.

Para mí ya había sido suficiente.

No permití que pasara nada más hasta que regresamos a la ciudad cuando el fin de semana terminó. No me alejaba de ella y creo que todos estábamos incómodos.

Nuestra relación durante la semana siguiente fue tensa.

Casi no conversábamos.

Pero había que enfrentar el problema así que una noche lo discutimos.

Ella me dijo que la verdad no había tenido una relación sexual completa.

Que se excitaron mucho pero que él no había alcanzado el orgasmo.

Usaron preservativo y por eso pudo notar que no hubo eyaculación, y ella quedó con la necesidad latente.

Así que me reprochaba que los interrumpiera cuando apenas estaban disfrutando del encuentro.

Eso era el colmo. Sobrepasaba los límites de mi tolerancia, y de saber lo que ocurriría luego, debía alejarme de la cabaña para dejarlos hacer lo que les plazca toda la noche, para que esta joven satisficiera sus ansias.

La perdición del hombre es la mujer. Ser voluble y caprichoso, supera con creces nuestra capacidad de amar.

Mientras un señor necesita varios minutos para recuperarse y tener un segundo clímax, la mujer virtualmente puede alcanzar en una sola noche, claro, siempre que su pareja lo resista, cinco, seis o más orgasmos.

He aquí, que la dulce esposa era de aquellas que cuando se entregaba a los placeres de la diosa venus, necesitaba escanciar el néctar hasta alcanzar la saturación… la frecuencia de nuestros encuentros amorosos eran una vez a la semana o menos, pero eran sumamente intensos.

Si se suma el hecho que nuestro amigo era el segundo en penetrar en sus entrañas, mi esposa estaba aún con la emoción de la novedad vigente.

Y apenas explorando una fase de su sexualidad: la de vampiresa.

En la variedad está el gusto. Y la forma particular de amar de cada persona, puede llegar a confundir las cosas.

¿Cuántas veces no le ha pasado a usted, que adora la voz, la mirada, la dulce sonrisa de una persona prohibida, al tiempo que disfruta la compañía de su pareja, a quien no puede dejar de querer?.

Puristas dirán que cuando se ama, no hay necesidad de buscar a nadie más. Infortunadamente no siempre es así, y aunque con mayor frecuencia es el hombre el desleal, la mujer comparte también las mismas debilidades.

El contexto hace la diferencia. Mientras que el latino es machista, y aún en muchos lugares es muy mal visto que una mujer tome la iniciativa de una relación, en otras partes las mujeres han conquistado su derecho propio a ser felices.

Con quien les venga en gana, y cuando así les parezca.

Baste esta simple reflexión: si un hombre es afortunado en el amor, y tiene al tiempo novia, amante y una que otra andanza con una mujer un fin de semana, es la admiración de sus amigos.

Y lo tratan de portento. Si es mujer, con el perdón de las damas, la tratan de puta.

Mi dilema ético era observar los toros desde la platea, o asumir la actitud heroica del marido típico, que en un rapto de furia golpeaba a la mujer, salía triunfante y echaba por tierra la relación. ¿Han notado ustedes el cariño que se llega a tener por una persona con la que se han compartido muchas cosas buenas y malas por un largo tiempo.?.

Bien difícil. Pero en casos como éste, hay dos caminos. Llega usted a tomar el primero: reprende a su compañera y si decide seguir con ella, ha sembrado mala semilla porque la represión, tal y como pasa en la democracia, desata nuevos brotes de rebeldía, y será un marido engañado mil veces sin darse cuenta.

A no ser que la deje para siempre, seguirá siendo cachón pero conservará cierto aire patriótico al decirle a sus amigos que la mando a freír espárragos, por hacerle a usted lo que usted mismo le haría a ella sin dudarlo dos veces frente en una belleza endiablada.

El otro camino lleno de espinas, es como dicen los políticos de mi tierra, «dejar hacer, dejar pasar». Ya habrán oído, «ojos que no ven corazón que no siente» del célebre filósofo anónimo. Pero ignorar un hecho no lo hace desaparecer.

Le hice prometer que no lo volvería a hacer con don Tiburcio, que así lo hemos llamado para proteger su identidad (y la de todos).

Con desilusión, sin duda, me garantizó que reprimiría sus impulsos y que se abstendría de comer el fruto proscrito, y casi entre lágrimas me ofreció sus más sentidas excusas por el arrebato de que fue presa…

¡Vaya, hijas de Eva, lo bien que nos tienen a los hombres controlados!. Y nosotros pensamos que somos el sexo fuerte, los que mandamos, no falta el imbécil que dice que somos más listos.

Las mujeres viven más que los hombres, prueba que no somos el sexo fuerte.

Son las mejores diplomáticas y aunque casi no se tiene noticia de mujeres genio, mucho me temo que cada vez hay más en el poder.

Y hasta los grandes genios hombres, han tenido como perdición las piernas de una dama: Nietzche, Bolívar, Napoleón, «con la belleza y el encanto, tropieza hasta el más santo».

Me lo creí.

Paso otra semana y aunque la situación no era tan tensa, no me dejaba tocarla. Hasta que un día, un día de semana martes tal vez, la noté más cariñosa. ¡Todo había vuelto a la normalidad!.

Esa noche hicimos el amor con gran pasión, sin el seguro puesto, -¡quiero una niña!- me dijo.

Mientras la penetraba con gran decisión, dude un instante.

No quería tener otro hijo. -¡oooooh, sí, más adentro!- me decía ella.

Pero no había planes para una hija, -¡hazlo más rápido!- me rogaba.

No era buena idea porque los altos costos de la educación superior hacían posible ofrecer lo mejor sólo a un individuo, y temo que no estábamos preparados para cuidar una criatura porque ambos trabajamos y el tiempo es escaso. -mmmm, más, más, no lo saques, ya voy a llegar, no lo saques….- me susurraba al oído.

Sentía cómo el calor de su entrepierna me quemaba, y sus flujos vaginales envolvían al vengador enmascarado.

Pequeños gemidos y un sonido similar al que se produce cuando mastica un sorbo de agua, se escuchaba.

Pero no era la boca de ella ni la mía. Más abajo del pubis, los labios de su sexo recibían la visita de su amigo el cíclope, y mientras entraba y salía la fricción producía un rumor similar al que se oye cuando la lengua golpea el paladar repetidas veces.

Así que, luego de continuar así unos momentos más, sentí que me clavaba las uñas en la espalda, como experimentando un gran dolor, y no pude contenerme.

Llegué instantes después dentro de ella.

Un orgasmo reprimido varios días, mi esperma debió inundarla completamente. Ella no quiso más.

Las paredes de su sexo palpitaban moviéndose convulsionadamente.

El honorable miembro también sufría los espasmos típicos mientras todos nuestros fluidos se mezclaban.

Ambos transpirábamos y respirábamos con vigor, hasta que nuestros cuerpos volvían a relajarse. -Es suficiente-, me dijo. Y lo dejamos así por esa noche. Juro que no noté nada raro. A parte del súbito interés de mi esposa por tener una niña.

Fiestas de año nuevo.

Estábamos en casa disfrutando del placer de no tener que madrugar, y decidimos que no nos levantaríamos de la cama en toda la mañana.

Así que nos quedamos viendo televisión un rato, desayunamos, y continuamos abrazados en el dormitorio abrazados y conversando de todo un poco.

Yo acariciaba su vientre abultado.

Estaba embarazada y de seguro había un gran secreto que aún no había sido revelado.

Esa misma mañana se sabría todo y con gran detalle.

Tal vez debí levantarme temprano y salir aquel día.

Quizás no hubiéramos conversado sobre el tema, y la verdad nunca sería revelada.

La ignorancia es felicidad…