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Una noche de carnaval donde todos dejan rienda suelta a su imaginación

Una noche de carnaval donde todos dejan rienda suelta a su imaginación

Por fin había llegado el día, esa noche todos los vecinos del bloque de viviendas en la que habitaba con mi mujer, nos vestiríamos de máscara y tendríamos una gran fiesta de carnaval en el jardín.

Se había preparado con todo lujo de detalle, solo seria para los vecinos y por lo tanto esperábamos que no hubiese ningún problema.

Las mujeres se habían afanado en preparar los trajes, los adornos, la comida y también la bebida.

Me llamo Juan y mi mujer Juana, tenemos 30 y 29 años respectivamente, yo estaba contento por que mi mujer a pesar de ser joven, no se relacionaba bien con la gente de su edad y siempre estaba metida con cosas benéficas, a mí me gustaba en cambio una fiesta más que un pirulí.

La única condición que regia, es que todos fuésemos siempre con la cara tapada a fin de no cortarnos y que había libertad para hacer todo lo que uno quisiera (dentro de un orden, lógicamente).

Mi traje era de torero y mi mujer iba de romana, con una túnica blanca que dejaba al descubierto su hombro, como no se había puesto sujetador (para que tuviese mejor caída), se le marcaban los pezones, llevábamos ambos unos antifaces que nos tapaban la cara.

El jardín estaba precioso, con una luz tenue y a pesar que estábamos a últimos de febrero, la temperatura era muy agradable.

A las doce de la noche, se retiraron los niños y bien comidos y mejor bebidos, comenzó la verdadera fiesta.

Mi mujer bailaba con un bandolero, cerca de un apretado seto y la mano del mismo, descansaba en su cachete derecho, me imagine que pronto vendría en mi busca, para decirme que nos subiésemos al piso, la siguiente vez que mire, no los encontré y me despreocupe de ellos.

Yo bailaba con una patinadora de hielo, rubia con unas enormes tetas y unos muslos prietos que se pegaba como una lapa, cuando termino la canción, la cogí de la mano y entre risas, le lleve detrás de la caseta de la depuradora, me saque la polla que estaba como un raíl de tranvía y se la puse en la mano.

Te haré una paja solamente-dijo.

La patinadora, tenía experiencia y meneaba la mano con gran Maestría, yo mientras tanto, le había metido la mano por debajo del vestido y por encima de las bragas, le estaba masajeando el chocho, ella lanzaba jadeos y dejándome la tranca, se bajó las bragas y apoyándola contra la caseta, procedí a metérsela, entró con una gran facilidad, debido a lo lubricado que tenía el chocho.

Unas tremendas sacudidas por parte de la rubia, indicaban que había tenido un orgasmo, yo no tarde en seguirla y lanzando un taco, le puse los muslos llenos de esperma.

Se limpio con una bolsa de plástico que había tirada en una papelera y componiéndose la ropa, nos acercamos para la parte luminosa, cruzándonos con varias parejas que estaban ubicadas en todos los rincones un poco apartados del jardín.

La bailarina rubia, se alejó con prisas en busca de un grupo que estaba al final del jardín, mientras yo me puse a buscar a mi Juana, no la encontré a primera vista y me imagine que se habría ido al piso.

Mire hacia las ventanas y con sorpresa, observé que no había luz, como una ráfaga, pasó por mi mente la visión de una de las parejas que habíamos visto al pasar, tendidas en un banco de piedra y con lo que parecía una túnica, subida hasta la cintura.

Me acerque con el corazón latiendo con fuerza y colocándome detrás de un seto, pude ver como a un metro de distancia y cuando las pupilas se acostumbraron a la oscuridad, a mi Juana con la túnica enrollada al cuello y con las bragas en el suelo, abierta de piernas y tumbada de espaldas en el banco, el bandolero, había dejado el trabuco en el suelo y se había bajado los pantalones, la picha que estaba totalmente tiesa, tendría 18 centímetros y una anchura de salchichón, estaba a punto de metérsela en el chocho y yo pensaba que la reventaría.

Estaba a punto de salir, cuando sentí decir a mi mujer.

Quiero tu polla, dentro de mí, bandolero–.

Me quedé de una pieza, mientras sentía los gritos de placer de mi mujer, el bandolero la metía la tranca con gran facilidad, mientras le chupaba las tetas y le pellizcaba el hermoso culo a mi Juana.

Procurando no hacer ruido, y con la cabeza llena de confusión, me aleje del lugar, me acerque a la barra del bar y pedí una copa de coñac, que vacíe de un trago.

Juana, mientras tanto, había tenido un tremendo orgasmo y se estaba limpiando con un pañuelo que le había dado el bandolero los muslos, luego, mientras él se recuperaba sentado en el banco. Juana, se marchó con dirección a la fiesta.

Al pasar por debajo de un sauce llorón, sintió como unas manos suaves, la agarraron por la cintura y la metieron hacia el interior del mismo, el susto que sintió, se disipó cuando vio a dos mujeres jóvenes, vestidas de chulapas madrileñas, se habían pintado un bigote y unas patillas y por las risas que soltaban, se notaba que estaban un poco mareadas-

Te vamos a follar, romana, que estas muy hermosa-decían.

Juana, se dejaba hacer, pensando que era una broma, pero cuando la tendieron en el suelo y le levantaron la túnica, se asusto un poco, intentó levantarse sin conseguirlo, mientras tanto, una se había apoderado de sus pechos, que besaba y mordía con pasión, mientras la otra, bajándole las bragas, le había metido la boca en su chocho y le daba lametones en su clítoris, lo que hizo que Juana se tranquilizara y sin darse cuenta, abriendo las piernas le diera más espacio a la misma.

La que le comía el coño, le tocaba los muslos y el culo, parándose de vez en cuando y dándole unos pellizcos que le hacían daño.

Los pezones que los tenía doloridos desde la aventura con el bandolero, echaban chispas, con el magreo que le estaba dando la otra.

Juana, sentía un gran placer y jadeaba, cuando de pronto envarándose, tuvo un orgasmo que le hizo lanzar un grito.

Las dos mujeres, se asustaron, y salieron corriendo, sin dejar de reír.

Se levantó y sacudiéndose las ropas de hojarascas, se dirigió en busca de su marido.

Juan estaba sentado en una mesa con las manos puestas en la cabeza, tenía cuatro copas de coñac encima de la mesa. Juana se acercó a su marido y depositando un cariñoso beso en sus labios, le ayudó a levantarse, mientras le miraba a los vidriosos ojos.

Nada más entrar el piso, Juana se quitó la túnica, quedándose con las braguitas solamente, el pepino de Juan, comenzó a levantarse y quitándose la ropa, se quedó en pelotas.

Juana agarrándole el cipote, le dijo.

A partir de ahora, tendremos nosotros solos una auténtica y diaria noche de carnaval.

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