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Mi ex mujer

Mi ex mujer

Los últimos meses de nuestro matrimonio los pasamos cogiendo. Era la única manera de no pelear.

Ni bien tomábamos contacto con la realidad, pasado el estado de éxtasis en que nos dejaban las terribles cogidas que teníamos, empezaba la discusión por cualquier tema.

Siempre fue así. Desde que éramos novios. En realidad no nos debíamos haber casado pero éramos jóvenes, estábamos muy calientes e irresponsablemente lo hicimos.

En ese momento recién empezaba a aceptarse socialmente el concubinato y la verdad que no nos dió el cuero para irnos a vivir juntos.

Fueron cinco años de peleas en continuo crescendo. Primero eran por estupideces, luego pasaron a ser cosas más serias y por último llegamos casi a la agresión física.

Una vez discutíamos sobre el color de pintura para las paredes, tema fundamental, si los hay, en el desarrollo de la humanidad.

Yo blanco, ella durazno, yo más blanco, ella más durazno. Así hasta que amagó tirarme una bofetada. De rápidos reflejos le paré la mano al vuelo.

Forcejeó y al ver que no tenía posibilidades de soltarse, con la mano izquierda, sorpresivamente, me agarró los testículos.

Primero apretó como para arrancármelos. Instantáneamente le solté el brazo, cuando sintió la mano libre, la juntó con la otra. Pensé que en ese mismo instante perdía mis atributos masculinos.

Pero no, contrariamente aflojó la presión, me bajó el cierre de la bragueta y sacando la verga afuera, comenzó a chupármela.

Enseguida dejamos el blanco y el durazno de lado y comenzamos a ver todo color de rosas.

Nos echamos dos polvos casi seguidos realmente memorables.

Después de ese altercado empecé a pensar una solución para nuestro problema.

Si la cosa no se cortaba no se en que podíamos terminar. Ya habíamos hecho muchos intentos, encuentros matrimoniales, terapia de pareja, tarotismo, numerología, y no se cuantas cosas más.

Llegué a pensar que quizás nuestro destino fuera ese, el de pelear continuamente para continuamente reconciliarnos, maratones sexuales mediante. Llegamos a estar casi 24 horas cogiendo ininterrumpidamente.

Muchos pensarán que soy un exagerado, pero no, en lo más mínimo.

Lo nuestro era una atracción física casi patológica. Seguramente era una enfermedad pero para ser sinceros, nunca nos preocupamos por curarnos.

En realidad existían motivos que justificaban esa atracción. Era una mujer impactante. No había hombre que pudiera no mirarla. No pasaba desapercibida ni siquiera en la multitud más abigarrada.

Su hermoso rostro, los pechos grandes y erguidos, el culo redondo y levantado, las torneadas piernas o todo eso junto llamaban poderosamente la atención de cualquiera, hombre o mujer, en cualquier momento.

Yo también tenía mi pinta y ella, que era muy celosa, no perdía oportunidad de hacerme una escena que invariablemente terminaba cuando nos cogíamos fervorosamente, en cualquier lugar.

Y cuando digo cualquier lugar, era cualquier lugar.

Nunca me imagine que podía llegar a garchar en muchos de los lados en que lo hicimos. Baños de restaurantes, casas de amigos, dependencias públicas, parques, museos, cines, trenes, etc, etc, etc.

Visto fríamente se podría decir que el nuestro era un matrimonio casi perfecto, ya que la cuestión sexual andaba sobre rieles, pero les aseguro que, realmente, era un infierno.

Como dije antes, comencé a buscar una solución. De ahí en más traté de no enredarme en discusiones inútiles y complacía todos sus caprichos.

Lógicamente las paredes se pintaron color durazno.

Pero la paz duró poco. Pronto mi actitud fué recriminada.

Me acusaba de falta de interés y comenzó una nueva variante de discusión donde yo prácticamente no hablaba, me limitaba a escuchar y asentir, actitud que la enfurecía más, y a la vez la hacía más insaciable a la hora de la reconciliación horizontal.

Tomé la decisión de separarme. El día que me iba a ir llegó justo cuando estaba preparando la valija.

–¿Qué estás haciendo?

–Me voy –le contesté.

–Claro, seguro que te vas con otra. Hijo de puta…. Yo te mato…. –empezó un rosario que, como siempre, terminó en la cama.

Nos matamos en el mejor sentido. Aunque teníamos sexo anal, ella era un poco remisa y no siempre lo hacíamos.

Esa tarde me dió el culo sin ningún tipo de restricción. Se lo hice largamente y hasta me pidió que se lo llenara de leche.

Usó el consolador que le había regalado y que nunca usaba.

Me chupó el culo y me metió los dedos respondiendo a una fantasía mía largamente relegada porque lo consideraba una mariconada. Estoy seguro que si le pedía que se pasara a todos los tipos del edificio, lo hubiera consentido.

Estaba totalmente desinhibida y complaciente.

Casi logra convencerme y hacerme desistir de irme, pero después de acabar largamente por tercera vez, recobré la cordura y en el momento que se durmió, agotada por tantos orgasmos, me fuí.

A los tres días me llamó al trabajo. Me dijo que me extrañaba y que necesitaba hablar conmigo. Después de dudar un rato, accedí y fuimos a almorzar.

Estaba hermosa. Se había preparado para enloquecerme y sinceramente lo consiguió.

Toda dulzura, aceptaba mis explicaciones de buen grado, no respondió a ninguno de mis cuestionamientos como habitualmente lo hubiera hecho. Pensé, y casi seguro lo hizo, que había tomado algo para sedarse.

–Te extraño mucho -me dijo con tono provocativo.

–¿Me extrañas a mi o a mi pija?

–A vos, con la pija dura y la boca llena de mi concha.

Pagué la cuenta y salimos corriendo al hotel más cercano.

Fue una locura, garchamos como nunca, estábamos insaciables y lo extraño era que antes no nos habíamos peleado.

Como se imaginarán, ninguno de los dos volvió al trabajo esa tarde.

El conserje del hotel, luego de terminado el tercer turno, vino a golpearnos la puerta alarmado porque habíamos descolgado el teléfono.

Lo tranquilizamos y seguimos con lo nuestro. En un pequeño descanso, después del cuarto o quinto polvo, charlamos amigablemente.

–Tendríamos que rescatar todo lo bueno que existe entre nosotros –me dijo.

–Si, nos tenemos que encontrar sólo para coger, echarnos unos buenos polvos como siempre nos echamos, y después irnos cada uno a su casa.

–¿Vos decís, ser amantes?.

–Exacto.

–Buena idea, probemos -dijo y poniéndose en 69, refregó su apetecible concha en mi boca mientras se metía casi toda mi pija en la suya.

Desde ese día somos fervorosos amantes, nos vemos dos o tres veces por semana y nos cogemos siempre con la misma intensidad.

Nadie la puede igualar en la cama y también nadie puede ocupar mi lugar. De esto hace quince años.

Ella, luego de un frustrado intento, normalizó su vida. Ahora vive con un tipo macanudo que la contiene y hace dichosa.

Yo, al poco tiempo de separarnos, conocí a mi actual mujer con la que tengo una magnífica relación, sin excesos sexuales, pero también sin excesos verbales.

Con mi ex mujer somos conscientes de nuestra infidelidad.

Pero como nunca hicimos el divorcio, legalmente seguimos casados.

O sea que no sabemos si le somos infieles a nuestras actuales parejas o nos somos infieles mutuamente con nuestras actuales parejas.

Pero es un dilema que no nos preocupa mucho, porque ahora, somos realmente felices.

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