Mi compañera de trabajo

Me llamo Jorge. Tengo 35 años, estoy casado hace 8 años y tengo dos hijos. Trabajo dirigiendo una sucursal de una gran empresa en la zona nordeste de Madrid.

En el plano personal, mi vida sexual hasta ahora ha sido monótona y muy previsible. Mi especialidad es el sexo oral. Pero últimamente casi lo tenía olvidado.

Todo empezó la semana pasada.

Trabajo y he trabajado siempre con mujeres.

Tengo grandes amigas y nunca ha habido equívocos o al menos a mí me lo pareció.

Al contrario, dicen que sé escuchar y siempre he sido un gran confidente al que contar sus problemas y en el que buscar un consejo.

Pero la semana pasada todo cambió con la cena de trabajo de mi empresa.

Me gusta participar en estos eventos y no me suelo perder ninguna.

Trabajamos todos en una red de sucursales y no nos vemos todos juntos excepto en estas celebraciones.

Los habituales compañeros de trabajo muy profesionales en sus labores cambian con una comida abundante, bien regada con buenos vinos y barra libre de copas. Los colores y los calores iban subiendo en la sala.

La multitud me agobia y prefería algo más tranquilo pero el grupo decidió continuar la juerga en un pub de la zona y allí que nos fuimos todos.

En mi trabajo las mujeres son mayoría y la verdad es que la media de edad anda por los 25-30 años.

Aquella noche todas estaban guapísimas.

Empezamos a pedir las copas y se sienta junto a mí mi compañera Raquel, la de mi oficina, la que es mi mano derecha, a la que veo todos los días.

Es mi tipo, preciosa, un poco baja de altura pero que le voy a hacer, las chicas bajas son mi debilidad, con unas buenas caderas y un pecho bien puesto.

En un primer momento me contrarió porque había muchas mujeres a las que sólo veo en estas ocasiones.

Pero empezamos a charlar y no sé como nos dirigimos hacia el tema del sexo. Ella me conoce muy bien.

Está todos los días a mi lado y sabe que mi vida sexual conyugal deja mucho que desear. Se empezó a meter conmigo con frases del estilo de «te veo muy tenso» «por aquí hay algunos que llevan mucho tiempo a pan y agua» «cuánto hace que no te comes un roscón».

Me comprenderéis, uno no es de piedra, ante esta situación tiene que saltar y salta.

La saqué a bailar.

No es por nada pero bailar se me da muy bien y, sobre todo, si se trata de ritmos latinos que a mí por lo menos me lo parecían. La empecé a rozar, a rodear de la cintura, a … .

Estaba preciosa. Siempre la ha gustado vestir un poco provocativa y usar sujetadores de esos que te las dejan asomadas al balcón. Si en ese momento no me paro me pierdo.

Preferí calmarme y decirla que me tenia que ir aunque me ofrecí a acercarla a su coche que dejamos junto a nuestra sucursal.

Ella aceptó. Nos fuimos sin levantar sospechas entre los compañeros.

En cuanto subimos a mi coche me comentó si la podía acercar directamente a casa ya que el coche lo recogería al día siguiente. Sé que está casada y creí que no pasaríamos de ahí. Al llegar a su casa me invitó a subir. Su marido no llegaría hasta muy tarde. Ni me lo pensé. Subí.

En cuanto entre en su casa perdí la cabeza. La recogí por la cintura y nos besamos como si se nos acabara el tiempo.

Según entrábamos en su casa nos fuimos quitando la ropa. Ella quedó entre mis brazos todavía con el sujetador. Sus pechos hinchados luchaban por salir. Y yo, en mi estado, por comérselos. Chupé, lameteé y sorbí con ansia.

Ya más tranquilos la retiré los pantalones y se quedó con un tanga de color negro que prácticamente no tapaba nada. Su sexo depilado e hinchado pedía a gritos salir y ser comido. Raquel, relájate y distrutarás, le decía a su oído.

Me quité el resto de ropa que quedaba y nos acomodamos en el sofá del salón. Os recuerdo que mide 160 de estatura, tiene una larga cabellera que caía sobre sus pechos y sólo quedaba el tanga por quitar.

La cogí entre mis brazos y seguí comiéndole los pezones mientras mis manos llegaban a su sexo.

Aquello era un río de líquidos y requería tratamiento urgente. Me amorré a sus depilados labios y empecé a lamer como si me fuera la vida en ello.

Mientras mis manos seguían sobando sus pechos y algún dedo mío lo metí en su boca.

Siempre he pensado que lo más bonito de este mundo es ver gozar a una mujer.

Llevarla lentamente a ese punto de no retorno a partir del cual se entrega en tus brazos, se le colorean los pómulos y sus ojos adquieren ese brillo tan especial.

Así lo hice. No deje de lamer, a la vez que sólo quería que se concentrara en sentir placer.

Su orgasmo no tardó en llegar. El sofá quedó chorreando al igual que yo mismo.

Tras el orgasmo no deje de besarla suavemente mientras reconocía que tras años de trabajo hombro con hombro sentía algo muy especial por ella.

Ella quiso empezar a mamar mi polla y no paró hasta hacerme correr. Mi calentón era de órdago. La propuse ducharnos para relajar la tensión.

Abrir el agua caliente y bajar la cabeza para empezar a chupármela fue todo uno. Me encantó. Ronroneaba como una gata en celo.

Nunca jamás había sentido tanto placer. Mi estado de excitación no me permitió esperar demasiado y mi leche no tardó en salir. Lo tragó todo.

No había dicho que uno de mis sueños es que tras una mamada mi amada recoja el semen con su boca. Ella lo hizo sin decirla nada.

Ante esto no pude más que cogerla entre mis brazos y besarla sin prisas pero sin pausa mientras la giraba para volver a chuparla su clítoris y su trasero. No sé cuanto tiempo estuvimos allí, de pie, en la ducha, amándonos y besándonos.

Tras la ducha nos secamos mutuamente. En silencio. Sin nada que decir nos vestimos. Personalmente no quería llegar a más y así lo hicimos. Nos despedimos con un beso. Sé que todo llegará cuando sea oportuno.

No me enrollo más. Al día siguiente me costó ir a trabajar y verla allí de nuevo. Ya os contaré como sigue mi aventura.