La ninfómana
El año pasado fui con mi mujer y mis hijos a nuestro chalet en la montaña.
Un día estaba paseando solo por el bosque y vi a una chica completamente desnuda sentada sobre una piedra que estaba todo el rato acariciándose el clítoris.
Había oído hablar en el pueblo de esto pero yo no me lo creía.
Decían que era una ninfómana, que se pasea sola por el monte y que casi siempre va sin ropa y haciendo obscenidades.
Y tal era el caso que yo estaba viendo.
Esa primera vez me dio vergüenza y me marché.
Al día siguiente la volví a ver. Me fije más en ella.
No estaba mal. Era jovencita. Para un hombre ya de mi edad cualquier chica de veintitantos o por ahí está estupenda.
Se le veía desaliñada, como sucia; era como un poco rara.
Bastante delgada, de piel blanquecina a pesar de que el sol le quemaba la piel. Pero sus pechos eran robustos y su cuerpo juvenil y algo atlético.
Esa noche me costó dormirme.
Tenía tentaciones. Iría al día siguiente y me aprovecharía de ella.
Supongo que nadie puede dejar escapar una posibilidad así.
Por la mañana me había olvidado pero por la tarde a la hora de la siesta me entró lujuria.
Me fui a ese lugar apartado y allí estaba ella, en la sombra, desnuda sobre una roca, con un dedo dentro de su bajo vientre.
Podía oír sus jadeos.
Me pareció oír que decía : «incesto, incesto», pero creo que me lo imaginé puesto que luego ya no le oí decir nada.
Me volvió a dar reparó y anduve unos pasos hacia mi casa pero me detuve.
Volví. Me quité la camisa. «Yo no le gustaría».
Mi cuerpo es velludo.
Tengo barriga. Bueno como cualquier hombre de mi edad. Tampoco demasiada pero se que eso les gusta a las jovencitas aunque no se atrevan a confesarlo.
Me fui hacia ella . Me miró y no dijo nada. Seguía masturbándose. Yo entonces me baje pantalones y calzones y le mostré mi espléndida polla.
Me fijé como la miraba. Es grande.
Aunque no se me ponía dura.
Entonces me la empecé a menear diciéndole: “tu, espera, espera, espera…”. Cuando se me puso un poco firme le dije que me la chupará. Pareció como si sonriese, se levantó, se agachó y se la metió en la boca.
“Así , así, así”, le decía yo.
Como se oían los chupetones. Me hacía algo de daño con los dientes.
Me asustó que a lo mejor le diese un pronto y no se, a lo mejor se le ocurriese morderla. Me dio más confianza cuando me cogió mis pezoncillos con sus dedos.
Parecían encantarle. Entonces me senté yo en la roca y me relajé. Ella me trajinaba con su boca.
Ya digo que sentía gusto con cierta presión desagradable.
Me levanté y miré a mi alrededor sobre todo por encima de unas matas para ver si venía alguien.
Entonces me volvía sentar en la roca y la cogí con mis fuertes brazos y la senté sobre mí hacia delante, follándomela.
Mi picha ya estaba bastante recta. La apretaba contra mí.
Estaba empapada. Pero me encontraba incómodo.
La levanté, se la saqué y volví a mirar hacia todos lados.
Me la lleve hasta la base de un árbol. Me la volví a poner encima y pretendía sujetarla con los brazos y así subirla y bajarla pero no aguantaba el peso. La chica me echaba su oloroso aliento.
Otra vez me levanté, miré por si acaso., y vi como una cuesta de hierba.
Me la senté encima pero dije: “no”. La llevé hasta una explanada, también de hierba que hacía caer un poco hacia abajo. La tumbe y me puse encima.
“Así sí”. Mi cuerpo sobre el suyo.
Estoy seguro que en aquel momento yo era el más sexy de los dos. Apreté mi culo con mi cosa dentro de ella. Por fin cómodo.
Apreté mas y que gustirrinin me daba. Hasta que me corrí.
Cuando me di cuenta le dije: “bueno no me ha dado tiempo ni a contar hasta cien…es que es este calor”.
Me levanté. Me vestí y me bajé a una charca para lavarme.