Entonces supe que no soportaría el vértigo cotidiano de la fidelidad, las rutinas lentas de la esposa histórica, los placeres detenidos en la institución opresiva del matrimonio.

No, lo supe porque miré la expresión extraviada de Carmen en medio de los dos hombres que la adoraban en un rito orgiástico, en un culto donde ella era la diosa, sin muerte, sin sacrificio, sólo placer penetrando sus sentidos, sudorosa, con movimientos de frágil cristal, con los ojos cerrados y con la angustia de terminar el encuentro y al mismo tiempo el deseo de eternizar las embestidas de los dos hombres que la compartían.

Les miré durante cinco minutos por el resquicio de la puerta, cuasi-escondidos en el estudio de su esposo, a un lado del escritorio abigarrado y sin orden, los tres hincados y en una posición estimulante, la penetraban al mismo tiempo con una desesperación evidente, las manos de ellos apretaban sus senos al mismo tiempo, las cuatro manos escondían sus senos redondos y apretaban sus pezones oscuros, sus bocas se encontraban al mismo tiempo en un impulso húmedo, las lenguas chocaban indiferentemente.

Carmen movía sus caderas en una cadencia irresistible, en círculos profundos que arrastraban los penes de sus dos hombres hacia su intimidad, se detuvo conteniendo un orgasmo y tumbó a los dos la alfombra, su vestido se deslizó hasta sus tobillos de nuevo, miró hacia la puerta con cierta preocupación y luego los miró con una mirada ardiente y decidida, subió su vestido lentamente hasta su cintura, quitó su pantaleta negra de encaje y la aventó en la cara de ellos, el hombre más maduro la tomó y la respiró profundamente, dio dos pasos hacia ellos y quedó mostrando su sexo abierto en esa caída visual, los hombres miraban su vagina depilada y la humedad sobre sus muslos, era una vista delirante.

Carmen abrió sus piernas totalmente y con sus dedos separó sus labios vaginales mientras se movía y miraba hacia la puerta ocasionalmente, sus piernas sostenían un prodigio de cuerpo, su trasero era perfecto, redondo, grande, sus senos eran enormes y firmes, tenía el aspecto cierto de una mujer madura y la elegancia excitante de una mujer casada.

Había cumplido 40 años el pasado marzo y esa noche cuando la miré en ese sexo arrebatador, con su esposo a dos cuartos de descubrirla, con sus tres hijos escudando la moral y hablando maravillas de su madre, me pareció que había descubierto la miseria de mi vida y de tantas otras mujeres suspendidas en el abismo de lo rutinario y de lo casual.

Realmente era lo más cercano a la felicidad, Carmen se hincó ante uno de ellos y metió el pene en el oscuro espacio que se abría entre sus senos, apretó éstos friccionando la carne, sentía como el pene raspaba sus senos y alcanzaba con su lengua un poco de contacto, el otro hombre se levantó y se acercó a ella por la espalda, Carmen abrió sus piernas y levantó su culo ofreciéndolo totalmente, el hombre lo mojó con su saliva y de una larga embestida metió su pene ante un gemido estridente que se ahogó en el cuarto, el silencio en el que permanecían se extinguió después del gemido -“¡Así culéame mi amor, entiérrame toda tu verga hasta adentro, destrózame el culo, así, así, no te detengas!

El hombre que mantenía su pene entre los senos de ella perdió el equilibrio emocional y empezó a hablarle más como un marido masoquista que como un amante agradecido -“¡Así deja que te la meta toda, así perra, era una jodida puta buenísima, déjanos cogerte! Tu marido es un imbécil, vamos a dejarte toda abierta para él, vamos a comernos todo tu cuerpo ricura! -“sí, cójanme toda, soy suya, disfrútenme como quieran, olvídense de mi marido, no me importa, es un imbécil, no se compara con ustedes, ábrame toda, acábenme por favor, cójanme, no se detengan”- .

Carmen se acostó en el piso y recibió el semen de los dos hombres en su cara y en todo su pecho, ellos se pararon y salieron del estudio con mucha precaución, yo caminé de nuevo a la sala y en el pasillo me encontré a Enrique, el esposo de Carmen, lo entretuve inventando cualquier cosa y él parecía indiferente con la mirada recorriendo los lugares visibles buscando a su esposa.

Carmen salió del estudio y nos encontró en el pasillo, cuando llegó pareció ser sacudida por un sin fin de reproches por parte de Enrique, cómo era posible que desapareciera por media hora la anfitriona, pues dónde andas mujer, he estado buscándote, te necesito en la sala con los invitados.

Carmen aun invadida por la experiencia excitante se limitaba a aceptar con la cabeza los reproches pero su mirada continuaba lasciva y encendida, por un extraño impulso intercedí ante ella y le dije al esposo que habíamos estado platicando largo rato, habría que investigar porque razón las mujeres poseemos un extra sentido oral cuando platicamos ¿No crees Enrique?.

En serio que son imposibles, fue lo último que dijo y regresó a sus aberrantes protocolos presenciales, de paso le dices a mi esposo que no tardo.

Carmen me miró sorprendida y me agradeció, debería de agradecerte yo después del espectáculo pensé. En ese momento los dos hombres regresaban del baño y se detuvieron un instante, uno de ellos me miró descaradamente mientras el otro hablaba y le entregaba un sobre a Carmen.

Me llamo Cristina, también hablo, le dije y él sonrió, me dijo su nombre y luego me presentó a su amigo, luego voltearon hacia Carmen y le preguntaron ¿Ella no es del grupo? Carmen negó con la cabeza y se despidieron diciendo lástima.

Pregunté a Carmen de que grupo hablaba y ella sólo evadió la pregunta no creo que lo entiendas querida, sólo olvídalo.

Regresamos a la sala y nos adentramos al infierno de los negocios disfrazados de cenas formales, miré a Carmen toda la velada, la recordaba en misa de siete, con su riguroso traje vespertino de señora decente, recordaba su forma de conducir, lenta, precavida, recordaba sus platicas morales y su seriedad y pude mirarla llevando a sus hijos a la escuela, cocinando, hermosa ama de casa, acabé por envidiar todo de ella, lo escondido, lo evidente.

Como hasta el infierno tiene sus límites la reunión se terminó en la boca de la madrugada ¡demonios amor deberías contratar a alguien para que te acompañe a tus asuntos de negocios! Enrique y Carmen permanecían en la puerta despidiendo a los invitados, como en una fila de la homilía, cuando nos acercamos Carmen me dio un abrazo y antes de que me soltara le dije al oído miré todo en el estudio de Enrique, me soltó algo preocupada y me miró detenidamente, iba a decirme algo cuando mi esposo se despidió y me jaló hacia él.

Esa noche fue interminable, mi marido al sólo impulso de la noche quedó profundamente dormido, yo reconstruía la escena en mi memoria y la sostenía con cierta urgencia pero mi cansancio no alcanzaba a formular algo erótico y quede exhausta de imaginación.

A la mañana siguiente Carmen habló por teléfono, se le notaba la voz intranquila y pensé en excusarme y asegurarle mi silencio pero ella se adelantó a todo y me dio una dirección diles que yo te he recomendado.

No entendí que es lo que pretendía y ni siquiera puse atención a la dirección que me dio.

Pensé que estaba confundida y desee hablar con ella, me reproché mi indiscreción y después de bañarme salí a su casa para aclarar las cosas. Insistí un rato pero no estaba, era temprano así que decidí entrar en la burocrática vida de la ciudad.

Independencia pensé. La dirección me vino varias veces a la cabeza hasta que decidí buscarla maldito tormento de la incertidumbre, además qué podría ser que no soporte.

Cuando llegué a la dirección me detuve un rato tratando de hacer una conjetura además de por un miedo dulce que sentía en mi vientre.

Toque casi en secreto pero contrario a lo que espera la puerta se abrió inmediatamente, una mujer vestida de blanco y con unos ojos grises hermosos me abrió y me pasó a una oficina casi mística.

Carmen me dijo que podía venir alcancé a decirle sin saber nada en realidad. La mujer me miró un largo rato eres hermosa, definitivamente puedes hacerlo ¿Te ha explicado Carmen todo? – En realidad nada le contesté, ella se sonrió y empezó a detallarme con una precisión desnuda y sin ninguna omisión: era un club de prostitución ad hoc, es decir un club muy selecto donde las esposas podían saciar sus instintos reprimidos pero tenían que hacerlo en situaciones comprometedoras como en su casa o arriesgándose a que las vieran los maridos, los clientes eran hombres que se excitaban con las mujeres casadas.

Entendí la situación de Carmen y después de disculparme me dispuse a salir de la casa, toma una tarjeta, si te animas sólo marca el teléfono, quizá sea mejor que verlo, tomé la tarjeta y me fui a la casa.

Estaba excitada, miraba la tarjeta y un frío lento me recorría todo el cuerpo, ni el agua de la bañera me apagó el ardor que sentía, estaba desnuda envuelta en la espuma, mi vibrador estaba hasta adentro de mi vagina ahogándome los gemidos, pensaba en mi cuerpo en medio de varios hombres, sacudido, manoseado, mordido, ultrajado, violado, mi vagina abierta, mi culo apretando la verga de todos, mis senos devorados por unas bocas desconocidas, y al último pensé que hacia todo esto mientras mi marido pensaba que estaba en casa esperándolo fielmente y me vine de forma brutal.

Al otro día cansada del dolor de la imaginación tomé la tarjeta y marqué el teléfono, la misma voz dulce de la mujer que me había recibido el día anterior me contestó como si hubiera estado esperando mi llamada, no me dejó hablar sólo me dio algunas indicaciones de forma imprecisa: esta noche, salón x, tres o cuatro hombres.

Fue todo lo que dijo y yo quedé suspendida en la incertidumbre, pensé que con tan poca información era imposible que llegara a tener un orgasmo. Sin embargo esperé pacientemente hasta las ocho de la noche cuando de nuevo me atacó un miedo extraño. Le había avisado a mi esposo que acepto a su pesar acompañarme.

Me vestí muy discreta en parte porque no tenía idea de que tipo de lugar sería y en parte porque pensé que los hombres desearían ver a una mujer recatada, sin pretensiones, fiel, vestí un vestido largo muy casual pero debajo de él puse un liguero y medias blancas, un corsé entallado y una pantaleta transparente y diminuta.

Llegamos casi a las nueve al salón mencionado, invitados inéditos, desconocidos, parecíamos dos exploradores extraviados y la escena empezaba a fastidiarme hasta que un hombre maduro llegó y fingió sorprenderse por mi presencia ¡Cristina! Qué gusto que hayas venido, tanto tiempo sin verte, él debe ser tu esposo ¿cierto? Lorena está en el comedor, anda ve, yo platicaré con tu marido mientras la saludas.

No me dejó decir palabra, solo se llevó a mi esposo y yo empecé a caminar en el vacío del corredor hasta que sentí un brazo que me sujetaba por la espalda y me metía a un cuarto adornado con cuadros de Dalí y de Botero en una armonía extraña de sueños y hambre, fue todo lo que vi porque enseguida me cubrieron los ojos con una venda y me dejaron parada en medio de la habitación.

Estaba temerosa, casi temblando, había un silencio muy pronunciado que se desvaneció ante la voz grave de un hombre que me ordenó que me quitara el vestido, dude un momento y luego empecé a desabrochar uno por uno los diez y siete botones dorados frontales de mi vestido hasta que este quedó suelto descubriendo mis senos, mis piernas, mi pantaleta húmeda.

El mismo hombre se acercó a mí y sin tocarme empezó a hablarme cerca del oído Así puta, estás jodidamente buena mi amor, vamos a comerte toda, vamos a culearte por todos lados muñeca, no vamos a desaprovechar nada de este cuerpo, vamos a comerte y vamos a dejarte toda abierta.

No pude contener un orgasmo indiscreto que provocaron sus palabras obscenas y la forma de tratarme sin ninguna gentileza, eso era lo que ellos querían ellos y quizá lo que esperaba yo.

El hombre me deslizó el vestido y cayo al piso en silencio ¡mi amor, estás buenísima muñeca, ábrete chiquita, vamos ábrete más, así! Abrí mis piernas y él se hincó ante mí y empezó a meter su lengua en mi vagina, estaba chupándome de manera increíble, me mordía el clítoris y sentía sus manos en mi trasero y en mi cadera apretándome con fuerza, de repente sentí unos labios subiendo por mi cuello y detenerse en mi oído, moviendo el arete y chocando con sus dientes ¡Así zorra, ábrete más, déjanos comerte toda, tu esposo está buscando a su mujercita, esto es lo que querías no, disfrútalo perra, estás riquísima y vamos a cogerte por todos lados antes de que llegué tu esposo! Así muévete más..

Me estaba matando de placer, el hombre seguía en mi vagina y yo me movía haciendo círculos imaginarios para que su boca me comiera toda, el otro hombre puso su lengua en mi espalda y fue bajando hasta llegar a mi culo, se detuvo y con violentas embestidas metía su lengua hasta adentro, yo estaba gimiendo sin control, sentí que perdía la noción cuando un tercer hombre se acercó a mí y empezó a chuparme los pezones, los estiraba, los mordía, sentí las seis manos de los hombres adorándome lentamente, sus treinta dedos socavando mi piel, acariciándome, yo sujetaba con mis manos sus cabezas dedicados a mi sexo y acariciaba sus cabellos y los empujaba hacia mi vagina, hacia mi culo, y me movía sin ninguna inhibición para ellos ¡así sigan comiéndome, soy solo suya, así bastardos, así, dénme más, no paren, quiero que me coman toda, aprovéchenme, cójanme por todos lados, cochenme más, soy su puta, solo suya! Era delirante.

Sus lenguas empezaron a recorrerme por todo el cuerpo, las tres lenguas buscaban todos los rincones de mi cuerpo, me besaban sobre las medias, en mi espalda, en mis caderas, en mis pezones duros, en mis dedos, en mis rodillas, el ombligo, me hinqué en el piso alfombrado del cuarto y ellos acercaron sus manos a mi sexo, sentí sus dedos meterse en mi vagina y en mi culo, sentí seis dedos adentro de mí, sabía que eran dos de cada hombre, estaba rodeada por ellos y se acercaron al mismo tiempo a mis labios, pusieron su boca alrededor de la mía y sentí de manera deliciosa que me besaban al mismo tiempo los tres, compartiendo mis labios sin ningún pudor, nos besamos largo rato así, los tres al mismo tiempo, mi boca era un caudal de saliva intercambiada, sentía sus dedos penetrándome con fuerza y sus voces mezclándose en un juego salvaje y obsceno ¡Así jodida puta, así, muévete más, eres una puta deliciosa, estás bellísima, el jodido de tu esposo debe estar perdido por tu culo, por tu cuerpo, ¿qué pensaría si te viera así como estás eh? No imagino que sentiría de ver a su mujer cogiendo con otros, vamos, gime más, así putita, así! Me aparté de ellos y me hinqué en medio de los tres, levanté mi culo para que lo vieran mejor y empecé a chuparlos despacio, metía su pene hasta dentro de mi garganta, los chupaba con dedicación, mientras mamaba al de en medio masturbaba a los otros con mis manos y me movía para ellos eróticamente ¡Así mámanos la verga, cómetela toda corazón, no te detengas¡ El hombre del medio, el de la voz temible, tenía un pene delicioso, tan grande que recorría desde mi ombligo hasta el hueco que se producía en mis senos, estuvo largo rato metiéndolo así entre mis senos y yo los apretaba para que sintiera como raspaba su carne con la mía.

Uno de ellos se paró y se puso detrás de mí, metió toda su verga de una embestida y mi gemido chocó contra la verga del que mamaba, ábrete más, déjame metértela toda sujetó mis piernas y como una carretilla me dejó suspensa en el aire penetrándome y yo comiéndome la verga del hombre que no paraba de hablarme y de tratarme como una puta a su servicio.

En ese momento tocaron a la puerta y el hombre maduro que estaba con mi marido preguntó por mí, el hombre que me penetraba se detuvo y le dijo que estaba en el patio del salón, entonces me quitaron la venda de los ojos y apagaron la luz del cuarto, la luz era débil pero podía verlos a ellos y ver el patio desde una ventana con la cortina entreabierta, miré a mi esposo impaciente fingiendo interesarse por la plática.

Uno de ellos me llevó con él hasta la ventana, se recostó boca arriba mostrándome su pene erecto, largo y delgado y me pidió que en sentara en él, me fui sentando poco a poco sintiendo como entraba en mi vagina, él apretó mis senos y yo empecé a moverme con su verga dentro de mí ¡así muévete perra, así, más, eres un puta riquísimas!

Otro hombre se paró frente a mí y yo tomé su verga con mi boca, lo mamaba sin usar las manos, impulsando mi cabeza hacia adentro, el último hombre, el que más me fascinaba, el de la voz temible, el que sentía que podía ser mi amo y que podía tratarme como él quisiera sin poner yo resistencia se acercó por mi espalda y puso su pene en la entrada de mi culo, yo me abría toda esperando su verga quemándome, pensé que iba a desmayarme con ese falo de ensueño, sin embargo no lo metió, sólo lo dejó apuntando a mi culo que seguía moviéndose con la otra verga metiéndomela por mi vagina, entonces empecé a pedírselo sin ningún reparo Vamos mi amor, métemela por el culo, no me hagas esperar, cógeme ya, soy tuya, ábreme toda, viólame, mátame con tu verga – es lo que voy a hacer ricura, voy a culearte como nunca lo ha hecho tu marido, voy a hacerte sentir mujer como nunca, ¿eso es lo que quieres puta? – sí, quiero que me coches como nunca lo ha hecho mi marido, no se compara contigo mi amor entonces empezó a meter su verga lentamente en mi culo y un gemido que acompañó todo el recorrido de su pene se escuchó en el cuarto, el hombre frente a mí volvió a meter su verga en mi boca y me impedía ver por la ventana a mi esposo, imaginé que seguía buscándome, impaciente, molesto y eso me calentó aún más.

Estaban metiéndome la verga al mismo tiempo, en mi culo, mi vagina y mi boca, los tres gemíamos como desesperados y seguíamos hablando en un juego verbal erótico donde yo era su juguete.

En su rostro se veía el esfuerzo por aguantar más aunque le escena era demasiado erótica para contenerse, entonces me llevaron a una mesa, uno de ellos se acostó boca arriba y yo lo monté rápidamente, estábamos al borde de la mesa y otro de ellos se subió por mi espalda y me penetró por mi culo, pero entonces sentí el pene largo del último hombre tratado de meterse por un resquicio de mi culo ocupado y de forma increíble fue entrando lentamente como removiendo el pene que ya me penetraba.

Estaban penetrándome ahora sí al mismo tiempo, era una postura difícil pero valía la pena, sólo nos movimos algunos minutos, los suficientes para que tener un orgasmo compartido. Me quitaron el corsé y terminaron en mi pecho en un caudal de semen y de respiraciones aceleradas.

Duramos algunos minutos más acariciándonos y besándonos en los labios.

Pero yo me detuve con ese hombre que me tenía embrujada, lo besé con pasión, mientras me vestía y me abrochaba el vestido, lo miraba a los ojos sin vacilar, le pedí volver a verlo, le exigí que no dejara nunca de amarme.

Los dos hombres salieron del cuarto y yo me quedé con él sola y sentí un extraño sentimiento muy cercano a amor. Me peinó con sutileza, acariciándome lentamente.

No me dijo nada. Quedó en un silencio sostenido y solo me sonrió y yo tomé eso como el inicio de algo muy excitante.