La chica del bikini

Les voy a contar lo que me sucedió siendo un chaval.

Estaba en la playa con mis padres y recuerdo que pasaba bastante vergüenza porque teniendo la edad que tenía mi pene estaba siempre duro y por si fuera poco, de 20 centímetros. ¡Una burrada!.

Siempre se sentaba una pareja a nuestro lado.

A ella la llamaba la chica del bikini. Una rubia de veintitantos , quizá de 26 o 27 que para mi era una señora.

Siempre llevaba unas gafas negras. Y cuando estaba ella yo siempre estaba empalmado.

En alguna ocasión coincidíamos quedándonos solos porque mis padres estaban en el agua y su marido o lo que fuese tampoco estaba.

No se porque aprovechaba para ponerme boca arriba con la tela de mi bañador marcando el dibujo de mi polla.

Yo pensaba que ni me miraba aunque se ocultase detrás de esas gafas misteriosas.

Luego en el apartamento me masturbaba 4 0 5 veces pensando en ella.

Lo que pasó fue el penúltimo día antes de volvernos a la ciudad. En la playa hay unas duchas. Un barracón. Aquel día hacia algo de viento y un poco nublado y era bastante tarde por lo que no quedaba casi gente. Mis padre ya se habían ido. Estábamos la chica del bikini, el marido y yo.

Me fui al barracón a ducharme. Entre en una ducha. Cada una tiene una de esas puertas con pestillo, con la que se te ven los pies y los hombros y la cabeza.

No cerré por si se atranca y porque los de fuera ya saben que estas ahí.

Vi pasar a la rubia o mejor dicho se detuvo y se quedo mirándome. Abrió la puerta y con el dedo índice sobre el labio me señaló silencio.

Cogió y se quitó la parte de arriba del bikini, enseñándome unos pechos increíbles.

Yo instintiva y silenciosamente le metí el pulgar en su boca. Recuerdo que llegaba a tocar su campañilla. Luego me beso, me metió la lengua. Yo sobé sus tetas apretándolas. Si mi pene medía 20 ahora medía 21.

Oímos un ruido. Era su marido o lo que fuese. Ella se agachó. Vi pasar al tío. Salió y se puso a llamarla. Ella hizo un gesto de desaprobación.

Así agachada y mirándome me bajó el bañador y cogió mi polla. ¡Como la miraba!. «Mi amor», me decía. Se puso a meneármela.

«Te quiero», lo decía con una voz dulcísima. Parece ser que yo no paraba de hacer gestos cuando me la subía y bajaba. Entonces ella me imitaba.

Veía su bello rostro adoptando los mismo gestos que hacía yo.

Mis jadeos tenían tanta ternura que parecía como si yo llorara.

Cerraba los ojos, arrugaba la nariz, adoptaba una expresión de fuerza apretando los dientes, de contención mal disimulada.

Eso hacíamos ella y yo.

Me fijé que ya tenia su mano por debajo de su slip y con algún dedo metido en su raja. No dejaba de imitarme.

El marido le llamaba. Ella respondió susurrando: «imbécil».

– Dime. Mas rápido, más lento – me dijo.

Le hice caso.

Y le pedía eso mismo.

Hasta que me corrí.

Di un gritito apagado.

Una vez que me había corrido ella seguía meneándomela muy despacito mientras se masturbaba metiéndose el dedo.

Esto lo hacía muy rápido.

Creo que cuando cerraba los ojos y apretaba sus dientes contra su labio inferior es que se había corrido.

«Mi amor», me decía sofocándose.

Mi pene no se arrugaba.

Estuvo así por lo menos más de tres cuartos de hora. Yo no volví a correrme, aunque luego en el apartamento me masturbé y volvía a dar el gritito.

Fue la mejor experiencia de mi vida.