Iván & Raquel. Una insinuación inesperada (1/3)
Iván estaba estudiando en la biblioteca de su facultad cuando vio aparecer, sobre el icono de WhatsApp del portátil que llevaba, la notificación de un nuevo mensaje. Creyendo que sería algo importante, abrió la aplicación y… vaya si lo era.
Se trataba de una imagen enviada por Raquel, una chica a quien le había presentado un amigo común, y que le había caído más o menos en gracia. Ahora le mandaba una foto de ella misma, disfrazada de Spiderman salvo en la parte de la cabeza, con su cuerpo medio estirado en el sofá y una mirada sugerente y sonriente, guiñándole el ojo izquierdo a la cámara.
Llevado por una idea más instintiva que racional, le escribió:
—Qué bien te queda…
—Gracias, Iván —fue contestado al momento—. Tengo casa libre hasta la noche. ¿Estás ocupado?
El chico sintió cómo algo se revolvía dentro de él. “Tiene que ser una broma”, pensó. “Debo de estar malinterpretándola”. Resolvió salir de dudas con una pregunta de doble sentido:
—¿Y Óscar? —refiriéndose al novio de ella.
—Trabajando hasta tarde.
No había nada más que decir, estaba todo muy claro: Raquel le solicitaba.
Su decisión fue rápida:
—Ahora mismo voy.
Y, mientras recogía sus cosas, la joven reaccionó a ese último mensaje con un corazoncito. A Iván se le aceleró el suyo y se le revolvieron los huevos de gusto.
***
Su llamada por el telefonillo del bloque fue respondida en cuestión de segundos, sin oír ninguna voz. Cogió el ascensor y se plantó en la entrada del piso de estudiantes, que halló entreabierta.
Raquel lo observaba sonriente a unos pocos metros, con la espalda apoyada en la pared y los brazos detrás, realzando sutilmente los pechos. La escena hablaba por sí misma.
Iván y Raquel tenían ciertos parecidos en su físico: ambos eran altos —él la superaba por poco— y se acercaban al 1,80; de complexión esbelta y más o menos en forma; blancos de piel —Iván tendía a la palidez—; morenos de cabello y ojos —él lo llevaba muy cortito, mientras que ella lo tenía largo y liso, con flequillo y reflejos pelirrojos—; narices rectas y respingonas —la de Raquel era algo más grande—; labios finitos y rostros sin pecas —el chico llevaba gafas y estaba bien afeitado, sin un solo pelo.
—Hola, Raquel —la saludó, con una entonación enfatizada.
—¿Cómo estás, Iván? —le devolvió, inclinando ligeramente la cabeza, como a modo reverencial—. Ven conmigo al salón: se está bien. Y hay palomitas.
La siguió a través del pasillo, contemplando su andar tranquilo y el agudo contoneo de sus caderas a través de la tela del disfraz que aún llevaba. Tenía un culo interesante, sin exageraciones, equilibrado y en sintonía con el resto de curvas.
Al ser tempranito, los rayos del sol iban iluminando poco a poco las partes de la estancia, aunque seguía notándose el frío invernal. Sobre el sofá donde Raquel se había fotografiado se amontonaban numerosos cojines y mantas, aún con la forma de haber acogido a un cuerpo humano.
Justo al lado, en el centro de aquel espacio —había otro sofá delante—, sobre una mesita de madera brillaba un bol repleto de palomitas.
—Ponte cómodo. ¿Quieres ver algo? —le preguntó, mientras cogía el mando a distancia e iba recorriendo el menú de aplicaciones de la televisión.
—Cualquier chorradita.
Iván se quitó la chaqueta y algunas prendas que llevaba y las dejó sobre la mesa de cristal que había en una punta del salón, quedando de espaldas a Raquel. Sus latidos iban rápido y no sabía muy bien qué decir.
Tenía al cerebro en estado de alerta, analizando cada detalle: no dejaba de repetirse que todo lo que estaba sucediendo era demasiado bueno para ser real, y que todas aquellas actitudes y gestos que él interpretaba como insinuaciones de la pareja de Óscar no serían otra cosa que simples muestras de la amabilidad de la chica.
—¿De dónde venías, por cierto? —le inquirió de repente.
—Estaba en la universidad… Bueno, en la zona del bar —se apresuró a mentir, porque no quería darle a entender que estaba haciendo algo importante y que lo había dejado todo para ir con ella, como realmente había sido.
—Ah, bien jeje. Hay que encontrar momentitos para relajarse, ¿verdad?
—Pues sí.
“Momentitos para relajarse”… ¡Joder, es que eso sonaba a lo que sonaba!
El chico se giró y observó que Raquel se hallaba en una posición muy similar a la que había decidido inmortalizar un rato antes. Las intenciones de la joven efectivamente no daban mucho pie a error.
Guiado por su naturaleza más primaria, optó por acomodarse al lado del brazo derecho del mueble, lugar en que la chica tenía apoyada la cabeza. Esta se incorporó levemente y se recolocó algo más en diagonal, en el costado izquierdo de él.
Así estuvieron durante un rato: Iván cogió el recipiente de palomitas, lo dejó entre ambos y fueron comiendo, sin decir gran cosa, mientras veían una serie de animación cuyo nombre ni sabía ni tenía el más mínimo interés en aprender, pues no era ahí donde tenía puesta su atención.
Consciente de que iban a lo que iban, al chico no dejaba de alucinarle su forma de actuar: habían coincidido en muy pocas ocasiones, y en estas no había percibido en ella más que un carácter agradable, recto y refinado.
Ahora, no obstante, la tenía ahí, a su lado, pegadita a él en el sofá, con un traje que le quedaba como anillo al dedo, haciendo unos ruiditos al masticar que, lejos de ser desagradables, le hicieron empezar a tener pensamientos alrededor del tacto de sus labios, de la calidez de su boca, de su lengua…
—¿Estás cómodo? —le preguntó la joven, de pronto.
—Sí —contestó rápidamente, recuperando la compostura—, ¿y tú?
—Perfectamente. Estando así juntos mantenemos el calorcito.
Tenía el brazo izquierdo mal colocado, así que lo levantó e hizo amago de pasarlo por la espalda de Raquel.
—¿Te importa…?
—En absoluto: eres mi invitado.
Dicho y hecho, sus cuerpos pasaron a tocarse por el lateral de las costillas —derecha de ella e izquierda de él—, e Iván sintió, algo más arriba de esa parte, la dureza de sus senos… y sus pezones.
Resolvió tirar por ahí:
—Oye, ¿a qué se debe tu disfraz?
Echando la cabeza un poco hacia atrás, recortando así la distancia entre sus rostros, contestó sonriendo, con aires de infundada inocencia:
—Nada, es que quería comprobar si todavía me iba bien, para ponérmelo en Carnaval y eso, y como te vi hablando con Aitor —un amigo del grupo— el otro día sobre las películas de Spiderman, pues he pensado que te gustaría vérmelo puesto… ¿Tú cómo me lo ves? —quiso saber, pronunciando ese “Tú” con una gesticulación algo exagerada, poniéndole morritos—. ¿Crees que me sienta bien, Iván?
—Te sienta realmente bien —opinó sinceramente, mirándola a los ojos—. Serás la mejor Mujer Araña de la ciudad jeje.
—¿Sí? ¿Seguro? ¿No me lo encuentras muy apretado? Es que he tenido un pequeño problemita con la talla, que no me entraba del todo, y… si salgo a la calle, tal vez pase frío.
—¿Por qué motivo? —inquirió el joven, oliéndose algo.
—Bueno, he crecido respecto al año pasado, y la única manera que he encontrado para llevarlo con comodidad ha sido desnudarme por completo. No llevo ni ropa interior.
Iván tragó saliva. Aquello ya era una insinuación demasiado explícita.
—Por eso también me interesa quedarme tranquila y comprobar que no se me transparente nada —continuaba jugando Raquel, que se irguió y se sentó, con cada vez mayor desparpajo y atrevimiento, en las piernas del chico, quedando de espaldas al sol—. ¿Y bien? Tú dirás, nene. Me fío de ti.
El nene se quedó mudo.
Aquello era impresionante.
Absolutamente impresionante.
Como no podía ser de otra forma, la luz de la mañana lo transparentaba todo: un vientre plano, sin pecas; unas tetas bien puestas, erguidas, que no necesitaban ser grandes en exceso para causar impresión y deseo; unas caderas anchas; unos brazos delgaditos pero fibrados, debidamente entrenados… Y por supuesto, su hermoso rostro: la tez aún más clara, con una piel limpia y cuidada; la cabellera castaña, con un tono rojizo oscuro en el contorno; su nariz, en una posición sombreada que remarcaba su forma puntiaguda y elegante; sus ojos, de un tono castaño ahora ligeramente verdoso; y por último, como guinda sobre el pastel, una sonrisa abierta y amplia de labios finos y dientes cuidados y casi resplandecientes.
Su lado más animal le estaba pidiendo a gritos abalanzarse de una vez por todas sobre la presa que tenía delante, pero su parte más caballeresca le indicó que todavía podía mejorar aquello.
—Ummm… Raquel, ¿me permites? —le inquirió, alzando las manos.
—Por supuesto.
—Bien, es que… —empezó a decir, palpando su vientre con suavidad—… te queda genial, pero… se puede mejorar. —Fue recorriendo su cuerpo con los dedos y las palmas, deleitándose con sus formas, subiendo hasta la zona de sus delanteras—. Deja que te recoloque esto.
Y aterrizó al fin en el contorno de sus pechos, cubiertos solo por la fina tela, que en esa parte era roja oscura. Los encontró bien duros y prominentes. Y le encantó la sensación.
La chica cerró los ojos entonces, exhaló un suspiro por la nariz y la boca, y levantó la cabeza, como haciendo amago de echarla hacia atrás.
—¿Qué…? Mmmmmm… ¿Qué querías recolocarme, Iván? No… No te entiendo…
“A tomar por culo”.
—Calla y disfruta, preciosa —sentenció él, agarrándola por la nuca y comiéndole los morros.