El cariño familiar se transforma en un desborde de pasión con mi comadre
Mi nombre es Aldo, tengo treinta y cinco años y vivo en México D.F. soy un hombre casado, padre de dos hijos pequeños y laboro como ejecutivo de una empresa americana.
La historia que les contaré, me sucedió no más allá de dos años.
Siendo joven conocí a un amigo, con el que compagine a la perfección, haciéndonos compañeros de juerga y cómplice en nuestras aventuras.
Mi amigo y yo nos dejamos de ver por algunos años, hasta que nos reencontramos años más tarde en una reunión ya como hombres casados ambos.
Fue en esta reunión cuando me presentó a su esposa Carmen, quien en ese momento estaba embarazada de su segunda hija.
Al nacer su hija, nos pidió a mi esposa y a mí que fuéramos padrinos de esa niña.
Como es natural, convivimos como compadres en una gran cantidad de ocasiones, hasta que al cumplir la niña tres años y en su fiesta de presentación, por primera vez me percaté de la belleza de mi comadre, vestía una blusa entallada que exhibía la voluptuosa belleza de sus pechos, una falda larga de gran abertura que dejaba ver sus bellas y torneadas piernas, y unas medias con tacón alto, que daban ese exquisito toque de sensualidad a su presencia.
Pues ya en la fiesta, por accidente me ubiqué junto con mi esposa frente a mi comadre, quien al cruzar la pierna dejaba ver el encaje de su ropa interior, lo cual inmediatamente me hizo fantasear en mi cabeza, pensando desde ese momento que algún día esa mujer tendría que ser mía.
En una ocasión , meses después de lo anterior, que circulaba en mi auto rumbo a mi oficina, pase cerca de la casa de mis compadres, y vi a mi comadre y a mi aijada de tres años en espera de algún taxi, y rápidamente me apresuré a alcanzarlas para ofrecerles llevarlas a su destino.
En un principio mi comadre opuso resistencia, pero a final de cuentas accedió a aceptar mi invitación.
Ya en el camino me percaté que la falda que vestía se le subía un poco y dejaba ver ese exquisito par de piernas.
Poco antes de llegar a su destino, la invité a desayunar con el pretexto de que me mostrara algunos de los artículos que vendía para hacerle un regalo mi esposa.
Nos vimos a la semana siguiente (ella iba nuevamente acompañada de la niña) como lo acordamos, le compré un par de joyas, y surgió una nueva invitación para desayunar.
Para no hacer esta historia más larga, después de varias salidas a desayunar, de las cuales solo las primeras cinco ocasiones nos acompaño mi aijada, surgió la primer invitación para ir a comer.
Acudimos a un bar con espectáculo de música mexicana, donde nos tomamos para acompañar la comida cerca de dos botellas de vino tinto; salimos cerca de las seis de la tarde y ya en mi auto me orillé cerca de un parque a petición de ella, debido a que me indicaba que no podía llegar a su casa en las condiciones que presentaba.
Puse un poco de música, y por primera vez me acerque a ella con el pretexto de oler su perfume, y ya cerca de su oreja empecé a besar su cuello,
-No compadre, esto no esta bien- decía mientras la besaba.
-Déjame mostrarte lo que despertaste en mí desde hace mucho tiempo.
Tome su boca con la mía, y ya sin resistencia alguna nuestras lenguas se entrelazaron como dos serpientes en apareo.
Desabroché los botones de su blusa, y ese par de enormes y hermosas tetas quedaron al descubierto; subí su falda para descubrir la exquisitez de su lencería negra, y mientras continuaba besándola, mis dedos recorrían toda su húmeda intimidad.
Ya lejos de ese y ligero momento de resistencia, mi comadre empezó a deslizar su mano izquierda sobre mi bulto, mientras que con la derecha hacía un esfuerzo por deshacerse de los broches de mi pantalón.
Al obtener al fin su objetivo en mano no tuvo más que exclamar:
-Pero mira el tamaño de esto, déjame comerme toda tu verga – mientras me propinaba la mejor de las mamadas que hasta ese momento había recibido. Por más resistencia que puse, no pude más que arrojar todos mis jugos en su boca,
-Dame todo lo que es mío – decía mientras tragaba sin dejar gota alguna todo mi líquido.
Me dispuse a colocarla sobre de mí, para que cabalgara como solo ella podría hacerlo.
Mientras la penetraba completamente a un ritmo cadencioso, le besaba sus pechos, mordiendo ligeramente sus pezones, lo que hacía que arrojara pequeños gemidos en una mezcla de dolor y placer.
-Eso comadre, exprímeme – le decía mientras ella arreciaba el ritmo de su galope,
-Eso compadre, cógeme, hazme tuya, hazme tu puta, que eso seré para ti para siempre.
Después de varios minutos de un galope perfectamente sincronizado, ambos llegamos al mismo tiempo a un clímax inimaginable de placer.
A partir de ese momento nos hemos visto con cierta regularidad, encontrando juntos nuevos horizontes de situaciones placenteras.
Después de esta aventura, entendí que no habría mujer imposible.
Ya en otra ocasión les comentaré lo que sucedió más adelante con una de mis cuñadas y la mamá de un compañero de deportes de mi hijo.