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Disfrutamos los dos

Disfrutamos los dos

Hace de esto un par de años ya, con mi marido fuimos de vacaciones a la montaña.

A él le encanta ese tipo de paisaje y disfruta mucho de sus caminatas, trepar por las rocas y escalar.

Yo prefiero el mar pero esa vez había accedido porque hacía mucho que él quería pasar unas vacaciones en la montaña.

El hotel que había elegido estaba de maravillas y el tiempo que estaríamos allí sería corto.

Si después nos sobraba algo de dinero me había prometido llevarme al mar.

Nos pusimos de acuerdo en que él podría irse a escalar cuanto quisiera y yo me quedaría tomando el sol en la piscina.

Se iba alrededor de las 10 de la mañana, luego que habíamos desayunado y regresaba a la tardecita, cerca de las 18 horas.

Antes de cenar salíamos de paseo por la ciudad y yo aprovechaba para hacer alguna que otra compra. A las mujeres eso es algo que nos atrae sobremanera.

Luego regresábamos al hotel donde cenábamos y después de tomarnos un par de copas en la terraza, desde donde se podía observar una maravillosa vista, nos retirábamos a nuestra habitación.

El primer día hicimos el amor muy acaloradamente como siempre pero el segundo ya les costó un poco y el tercero me pidió perdón pero prefirió dormirse.

Estaba muy cansado por tanto trajín en la montaña. Como eran pocos días los que nos quedábamos no me hice mayores problemas.

Al día siguiente cuando se fue a escalar bajé a la piscina y, ubicada en una reposera, comencé a leer una novela que no era gran cosa pero tenía una fuerte dosis de erotismo y empecé a excitarme.

En un momento que dejé de leer dirigí mi vista hacia la piscina y vi a un muchacho haciendo gimnasia.

Era un chico joven que tendría alrededor de 23 ó 24 años.

Era alto, mocho y estaba muy tostado. Tenía un buen cuerpo y lucía un pequeño slip que delataba un bien proporcionado miembro entre las piernas.

Mirándolo me ruboricé.

Pensé que era una señora de 48 años, seria y formal, un poco entrada en carnes y estaba evaluando y mirando con ojos libidinosos a un jovencito que podría ser perfectamente mi hijo.

Lo observaba como si fuera todo un semental. Le eché la culpa a la novela que estaba leyendo que me había hecho caminar los ratones.

Quise concentrarme nuevamente en la lectura pero no podía. Lo observaba por encima de los lentes cada vez con menos disimulo.

Por suerte no había tanta gente alrededor.

Me avergoncé de mi misma pero no podía evitarlo. El chico me estaba acelerando las hormonas.

Cansado de hacer gimnasia se zambulló en la piscina y nadó como los dioses.

Luego salió y se tumbó boca arriba sobre una toalla a pocos metros de mí.

Mis ojos se iban inevitablemente al bulto en el slip, que era digno de admiración y eso que recién salía del agua fría.

Ya no sabía qué hacer.

Sin pensarlo me quité el corpiño de la bikini y me comencé a ponerme crema bronceadora sobre los pechos como una tonta.

De repente el muchacho se incorporó y me acercándose a mí me preguntó si no quería me que pusiera él la crema.

Pensé que iba a desfallecer.

No podía creer que ese adonis se estuviera fijando en mí por más que había hecho lo imposible para que lo hiciera.

En un ataque de indignidad pensé en mandarlo a pasear al joven.

Mi marido, al cual se había sido fiel hasta ese momento, es un abogado que dirige un prestigioso estudio que trabaja con las mejores empresas de nuestro país y estamos rodeados de gente importante y el muchacho sin conocerme me estaba tuteando.

Pero…sin decirle palabra y con mi mejor aire de superioridad le extendí el envase del bronceador.

El lo tomó, derramó algo de crema en sus manos, se puso detrás de mí y empezó a darme un masaje en la espalda.

Me decepcionó.

Pensé que iba a poner sus manos sobre mis tetas como un desesperado y hasta mis pezones se habían erguido esperando el contacto y él estaba concentrado en mi espalda.

A pesar de mi decepción inicial la pasé bien porque el muchacho sabía lo que hacía. La mezcla de caricias y masajes no ayudó a calmar mi calentura, la que cada vez se exacerbaba más y más.

Por fin, el muchacho rozó mis pezones al tiempo que me susurraba al oído si no quería acompañarlo a su habitación.

Una cosa es tener fantasías con personajes de novela durante sobrecogedores ocasos y otra es saber qué hacer si algo increíble, como esto, te sucede a vos misma.

A mis cuarenta y ochos años aún me considero en edad de merecer algo pero, aparte de algún guarango por la calle alabando el bamboleo de mis pechos o el contoneo de mi culo, hace tiempo que no tenía que sufrir un avance sexual como éste.

Tengo que confesar que el muchacho me encantaba. Era un tipo educado que hablaba muy bien y se comportaba otro tanto y se me hacía agua la boca el porte que tenía.

Pero, por otro lado, era la esposa de un prestigioso abogado de la ciudad, una mujer madura, de respetable y respetada condición social, así que decidí establecer las diferencias.

Pero de mi boca no salió otra expresión que la de invitarlo a mi habitación.

No podía creerme la desfachatez que tenía. No hacía ningún esfuerzo para controlar la situación.

Era más fuerte que yo la calentura que me embargaba.

Me puse el corpiño de la bikini, metí de apuro las cosas en el bolso y presurosos nos fuimos para la habitación.

Cuando cerré con llave le dije que la única condición que ponía era que se tenía que hacer nada más que lo que yo dispusiera o permitiera.

Aceptó al tiempo que me preguntaba cuánto me quedaría en el hotel porque al día siguiente él quería poner su condición.

Le dije que estaba de acuerdo y le estampé un beso húmedo en su boca casi adolescente.

No podía creer la forma en que yo estaba actuando.

Hace un par de días me hubiera ruborizado viendo unas fotos o un video porno y hoy estaba aceptando que ese muchacho me convirtiera al día siguiente en su esclava sexual para hacerle todo lo que él me pidiera.

Me fui a dar una ducha rápida para sacarme el bronceador al tiempo que él se quedaba tomando algo del bar.

Entré como una loca en el baño, me quité la bikini, me duché en treinta segundos, me sequé en tiempo récord y salí a su encuentro completamente desnuda.

Cuando me vió me dijo dulcemente que le encantaba, sobre todo mis tetas y mi culo.

Me ruboricé un poquito.

Me senté en la cama y abriéndome de piernas le pedí que me acariciara y diera unos besitos. Se ubicó entonces entre mis piernas y con gran suavidad y ternura me comenzó a besar los muslos y la ingle.

Con sus labios acariciaba mi vulva mientras me metía las manos por debajo de mis nalgas y suavemente las levantaba para ver mejor mi sexo.

Con gran paciencia su lengua iba y venía.

Poco a poco empezó a insinuar su lengua entre los labios y yo ya estaba desesperada por la cercanía de mi clítoris.

El siguió pacientemente. Estaba a punto de gritarle que se apurara cuando me abrió la vulva y como un animal sediento empezó a chupármelo.

Alternaba lambetazos y chupadas del clítoris con hondas metidas de lengua en la concha, mientras con sus manos amasaba mis nalgas y ponía un dedo haciendo presión en mi culo.

Estaba como loca. Me frotaba los pechos, me relamía los labios y la cabeza me daba vueltas.

Acababa de tener un orgasmo impresionante en un tiempo récord y eso que cuando tenemos sexo con mi marido soy bastante lenta.

Cuando me recuperé y sin más ceremonia le arranqué slip dejando al descubierto su fenomenal miembro, que comparando con el de mi esposo era más largo y más ancho.

Tomé la verga con ambas manos y con temblorosa admiración lo descapullé.

No pude contenerme y empecé a chupársela como una poseída. Poco a poco me la metí en la boca.

Después de succionársela por un rato se puso de pie, me agarró por las axilas y me levantó como una pluma.

Colocó mis piernas alrededor de su cintura y sin comentarios ni prolegómenos me ensartó con su enorme pija.

Como todavía estaba lubricada por el orgasmo anterior no tuve dificultades para recibirla que sino no se cómo hubiera hecho.

Me quedé sin aliento pero antes de que pudiera recobrar la respiración él ya estaba diestramente moviendo mis nalgas con sus brazos, ensartándome y desensartándome de su divino instrumento.

Yo notaba sus testículos golpeándome el culo, mis pechos aplastados contra sus pectorales, mis manos agarradas a su cuello y mi boca fundida en la suya y estaba como en el paraíso.

El aceleraba y aceleraba hasta que noté como si algo estallara adentro y se extendiera por todo mi cuerpo.

En ese momento me metió un dedo en el culo y le agradecí a viva voz el haberme el hecho de hacerme gozar así y tener dos orgasmos seguidos tan intensos.

Fue entonces, cuando por primera vez desde que estábamos en la habitación, salieron palabras de su boca para pedirme coger por el culo.

Le dije que no, que nunca lo había hecho y no estaba preparada pero que podía hacérmelo por la concha pero por atrás, así que me puse en cuatro patas en el suelo (es la posición que normalmente hacemos con mi marido) y él me ensartó de un solo envión.

Empezó otra vez con su mete y saca. Se inclinó sobre mi espalda y mientras me besuqueaba el cuello y las orejas, con sus manos acariciaba mis tetas y me las estrujaba con fuerza.

Sus movimientos iban in crescendo y yo creía que me iba a desfondar la concha. Bajó una mano y me empezó a frotar el clítoris.

Un tercera y aún más poderosa explosión recorrió mi cuerpo al mismo tiempo que él estalló dentro de mí, llenándome con su leche caliente.

Como pude, me subí a la cama completamente exhausta y él se puso a mi lado sobándome las nalgas y alabándome el culo, al tiempo que insistía en hacérmelo.

Me volví a negar y él por lo bajo dijo…mañana.

Sin decir nada más, se puso su minúsculo slip, me dio un beso en la frente y luego de despedirse hasta mañana se fue.

Exhausta, saciada, feliz, completamente relajada, me quedé dormida.

Cuando desperté llamé a la recepción para que hicieran nuevamente la habitación y me fui a duchar luego de que la mucama arribara.

Mientras ella hacía la habitación me arreglé y maquillé y después bajé a la terraza a tomar un aperitivo mientras esperaba la llegada de mi esposo.

Mientras lo aguardaba seguía sin poder explicarme qué es lo que había pasado por mi cabeza, cómo podía haber hecho una cosa así.

Al mismo tiempo, sentía una sensación de plenitud y satisfacción que me vacunaba contra excesos analíticos.

Cuando llegó pedimos una cerveza y una picada mientras me contaba con todo lujo de detalles y mucho entusiasmo sobre las cornisas, cascadas, grutas y otros descubrimientos.

Yo no le prestaba mucha atención.

Hacía esfuerzos pero…pensaba en lo que había pasado en la habitación y me distraía.

Trataba de que él no se diera cuenta.

De repente me recordé de las últimas palabras del muchacho: mañana.

Y pensé que le había prometido que mañana haría todo lo que él quisiera. Sin darme cuenta y pensando en esa vigorosa pija entrando por mi culo virginal se me escapó un grito.

Mi marido se sorprendió e interrumpió su relato pero pude zafar bien diciéndole que había tenido un pinchazo.

Cuando terminamos la picada subimos a la habitación y la frase de “te quiero culear” expresada por el joven no se apartaba de mi mente.

Cuando estábamos en la cama y mi marido me pidió perdón nuevamente por no hacerme el amor debido a su cansancio le dije que no se preocupara, que en casa tendríamos tiempo y que era mejor que descansara bien para que mañana esté mucho tiempo en la montaña y así disfrutáramos los dos.

¿Qué te ha parecido el relato?


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