A mis treinta y seis años tenía dos amantes además de mi esposa, Liz. Me quería comer el mundo y pasaba todo el tiempo pensando en follarme a mis tres mujeres.
En esa época Liz ya era una mujer madura de treinta y siete años, la rutina había roído nuestro matrimonio, pero seguíamos teniendo sexo regularmente. Liz es una mujer blanca, rubia, de huesos anchos, que tiene una hermosa figura, es más bien bajita, pero más alta que mis dos amantes de aquel entonces, lo más hermoso que tiene son sus piernas y muslos gruesos y su coño depilado que asoma como abultado bajo su vientre blanquísimo; sus labios menores y su sexo abierto tienen un color rosado claro brillante y despide un delicioso olor a hembra, tiene una vagina bastante lubricada y elástica que se acomoda muy bien a mi pene, el frotamiento de nuestros pubis resulta muy excitante; durante el orgasmo la piel de su cara y sus tetas se pone muy roja y sus pezones y aureolas se contraen haciéndose más delimitadas pues en reposo tiene unas aureolas rosadas y expandidas muy grandes.
Greta, mi amante más joven, tenía veinticuatro años, doce menos que yo y mi esposa, era muy bajita con un cuerpo delgado donde resaltaba un gran culo redondo y parado; tenía unos encantadores ojos azules, pero lo que más me gustaba era su prodigiosa elasticidad. Acostada en la cama boca arriba era capaz de levantar sus piernas hasta los hombros de manera que mostraba su coño regordete con unos labios mayores muy abultados, así podía penetrarla muy profundo con mi polla y al ser tan joven sus contracciones pelvicas me la exprimían y masajeaba haciéndome expulsar ríos de semen que le llenaban toda la vagina…ahora recuerdo que le encantaba mamarme el pene y colarlo completo en su boca al tiempo que me masturbaba frenéticamente, casi siempre me corría en su boca y me peleaba mucho por eso, pero al día siguiente volvía a chupármela. Nunca logré romperle el culo, decía que eso debía llegar virgen al matrimonio; muchos años después, ya casada y con una hija pequeña, le pregunté si ya no tenía el culo virgen, se hecho a reír y me contestó – desgraciadamente no fuiste tú quien me lo rompió.
De Jude, mi otra amante, ya les he contado en al menos dos relatos anteriores. Esa relación aún continúa, entonces era una joven soltera de veintinueve años, hoy tiene cuarenta y uno y está casada. Lo que más me gusta de Jude es lo bien que nos acoplamos en la cama, tenemos una dinámica espectacular, además es capaz de tener múltiples orgasmos y me doy cuenta que son reales porque lubrica muchísimo y luego queda desmadejada y lánguida.
A Jude le gusta sentarse sobre mi polla y moverse lentamente, se mete un dedo en su boca y luego lo pasa a la mía, es un gesto extraño pero a mí me resulta muy estimulante. Cuando me acuesto sobre ella durante el coito me encanta alarle los pelos rubios y rizados que tiene, ella a su vez se prende a los míos muy frenética, es como un sustituto de los mordiscos que me pedía durante el orgasmo cuando no estaba casada.
En ese tiempo, a mis treinta y seis años, cuando hacía turnos de 24 horas solía follarme a Liz antes de salir de casa, en las tardes follaba con Jude que vivía muy cerca de mi trabajo y las noches las pasaba despierto follando frenéticamente con la joven Greta…¡Menos mal que ya existía la Viagra!