Cornudo por jugador

Toda la oficina sabía que Peláez, era adicto al juego pero con muy mala suerte, aunque como dicen afortunado en el juego desafortunado en el amor y viceversa.

Yo casi no intimaba con los empleados, ya que tenía una jerarquía superior en la empresa, pero este caso me llamó la atención ya que este jugador empedernido tenía una esposa muy apetecible.

Ella debía tener algo de 32 años, tiene cabello lacio abundante y una piel canela muy hermosa.

La conocí en una de las fiestas que hace la empresa a fin de año y pude en un par de oportunidades bailar con ella, pudiendo apreciar su voluptuoso cuerpo mientras estuve pegado a ella.

Es una mujer de generoso busto y no menos apreciable culo, sostenido por un buen par de torneadas piernas, y yo me preguntaba cómo era posible que el adefesio de Peláez podía haber conseguido una mujer así.

Un día que nos quedamos trabajando hasta tarde, haciéndome el tonto le pregunté a Peláez que si conocía un lugar que sea discreto para jugar al póquer, ya que mi intención era lograr su amistad para llegar a su mujer.

El muy tonto creyó que yo era un novato en las artes del juego y creyendo ésta una oportunidad para salir de su mala racha, me dijo que en su casa podríamos jugar tranquilos.

Mi plan no podía estar marchando mejor, así que como a eso de las 9 de la noche fuimos en mi coche hasta su casa pero antes llamó a su mujer para decirle que iba con su jefe a cenar.

Cuando llegamos, ella nos abrió enfundada en un vestido corto de material sintético que hacía que se le note la costura de sus bragas y delante un par de grandes pezones.

Cenamos, charlando y riendo, yo pensaba cómo podría hacer a esa mujer mía, hasta que a Peláez se le ocurrió decir que pasaramos a su sala donde tenía una mesa de póquer con terciopelo y todo.

Carmen, que así se llamaba la mujer, le increpó que como era posible que me hubiese invitado para jugar.

Yo le dije que no se preocupara, que a mí también me gustaba jugar de vez en cuando.

Ella sonrió como aceptando mi respuesta.

Mientras jugábamos ella traía vasos de cerveza y aceitunas mientras que yo no perdía detalle de cómo contoneaba su cuerpo cuando iba o venía.

De rato en rato se quedaba parada detrás de su marido observando la partida.

Como lo había pensado Peláez en verdad tenía mala suerte y ya le había ganado el sueldo, estaba con la cara roja totalmente concentrado en que le toque una buena mano.

Al no tener más que jugar le dije que ya era hora de retirarme, pero él me dijo que tenía que darle otra oportunidad.

Como ya estábamos también algo mareados los tres por las cervezas, Peláez me dijo que él podía poner de garantía lo que fuera con tal de seguir jugando y su esposa le increpó que ya no podía poner nada, ya que casi todo estaba empeñado.

Como quien no quiere la cosa, le dije que si quería podía poner a Carmen como garantía.

Los dos se me quedaron mirando y por un momento pensé que me iban a echar por semejante proposición, pero ya conocen a los jugadores.

Si, está bien, dijo Peláez ante el silencio de su mujer.

Jugamos una vez más y perdió.

Peláez se quedó mudo sabiendo que las deudas de juego son sagradas y que debía entregar a ese monumento de mujer para que la goce otro hombre.

La esposa de Peláez le dijo, tu ya no tienes remedio, para que aprendas te vas a quedar viendo como me culean y no vas a decir ni una palabra.

Eso sí que me sorprendió, ya que yo había pensado llevármela de ahí para dar rienda suelta a mis bajos instintos, pero por otro lado me gustaba la idea lujuriosa de tirarme a la esposa de Peláez delante de él.

Ella puso música y la tome de la mano mientras que bailaba con ella haciendo de cuenta que estábamos los dos solos.

La empecé a apretar contra mí haciéndole sentir mi bulto y pasando mis manos por su culo amasándolo y levantándole el vestido.

La besaba en la boca lamiéndole sus labios.

Debajo del vestido tenia unas braguitas negras diminutas y en sus piernas tenía unas medias de encaje del mismo color.

Le pasé mi mano por su chocho, palpándola y sintiendo su concha húmeda, entonces jale su calzoncito un poco metiendole mi dedo índice.

Peláez al ver esta escena de cómo magreaban a su mujer en sus narices, se empezó a tocar la pieza mirándonos cada cosa que hacíamos.

Le saqué el vestido y el sujetador dejándola en braguitas y medias, pudiendo amasar el par de tetas que tenía, unos aureolas marrones de gran diámetro y unos pezones en punta por la excitación.

Me baje el pantalón y la hice arrodillarse.

Ella saco mi pichula de su encierro y se la metió toda a la boca, limpiando el líquido seminal que salía de la punta debido a mi excitación.

Luego la puse de pie y le saque las braguitas, poniéndola seguidamente en el sillón para lamer toda su concha por un buen rato. Gemía y me decía, cómeme todo.

Peláez ya se había sacado su pene y estaba masturbándose, mientras yo ponía las piernas de su mujer en mis hombros y enfilaba mi tranca hacia su hoyo.

Metela ya en mi chucha papacito, me dijo ella, que esto lo estoy deseando desde que te vi entrar.

Por lo que me dijo supuse que esta no era la primera vez que lo hacían cornudo a Peláez, aunque esta si era la primera vez que el estaba presente.

Luego me senté en el sillón y ella se sentó encima de mí a horcajadas bajando y subiendo mientras que yo magreaba sus fabulosas tetas.

Así sudorosos, viendo que ya me venía saque mi pinga de donde se encontraba e hice que me masturbara para venirme de una vez sobre sus tetas.

Peláez ya había terminado también lo suyo.

Me vestí y me disponía a irme cuando ella me dijo que estaba invitado para otra partida con el cornudo de su marido.