Finalmente, tras haber derrotado a Estrella Oscura, la compañía se disolvió.

El último de los dioses supervivientes volvió a su mundo portando las cinco armas de Estrella Oscura, entre las cuales se encontraba la Gorgonova, o Espada de Luz de Gaudi.

El joven guerrero aceptó la pérdida de su espada convencido de la justicia de tal hecho.

A fin de cuentas, la Espada pertenecía antes a las gentes de aquel mundo lejano que a su familia, que la había custodiado por generaciones, y a lo largo de sus últimas correrías, había conseguido otra espada en la perdida Aldea de la Justicia, que si bien no era tan espléndida y poderosa como la Espada de Luz, no cabía duda de que era un arma muy poderosa.

Theros, por su parte, se evaporó en el aire inmediatamente después de la marcha del dios con una traviesa sonrisa de despedida en su rostro, como era su costumbre.

Fibia, por su parte, partió en su forma de dragón de inmediato hacía su hogar, o lo que quedaba de él después del paso de Estrella Oscura, llevando consigo a Gillias y el renacido Vargas.

Prefirió así separarse de sus compañeros para poder durante el viaje pensar con tranquilidad en todo lo que había ocurrido en aquellos trágicos días. Amelia, por su parte, decidió volver cuanto antes a su país para informar a su padre de todo lo ocurrido, como era su deber de princesa y emisaria de su padre.

Así, solo quedaron juntos Reena, Gaudi y Zellgadys, pero no tardaron en separar nuevamente sus caminos: mientras Reena y Gaudi desean viajar y conocer más a fondo el nuevo mundo que había tras la desaparecida Gran Barrera Mágica, Zellgadys decidió reiniciar en este la búsqueda de ejemplares de la Biblia Claire, en busca del remedio de su apariencia.

Así pues, cuando llegaron a una bifurcación en su camino, Zellgadys se encaminó a una ciudad dotada de una famosa y reputada biblioteca, mientras Reena y Gaudi se encaminaron a una región famosa por su cocina.

Finalmente, tras un viaje sin altercados relevantes (dos o tres bandadas de hombres lagarto salteadores) llegaron a la ciudad al atardecer del tercer día tras su separación de Zellgadys.

– ¡Ouuuaaaa! -exclamó Reena-. ¡Al fin en Retalión! Estoy deseando probar su cocina y las exquisiteces de las que tanto nos hablaron.

– No eres la única, Reena -dijo Gaudi-. Lacón asado con salsa Tárbara y cocido de repollo… ¡Tiene que estar delicioso!

Ambos decidieron alojarse en una de las posadas de la ciudad que tenían mejor fama culinaria. Tras registrarse y dejar sus pertenencias en sus habitaciones, bajaron al comedor de la posada y pidieron su cena a gritos.

– ¡Posadero! -gritó Reena- ¡Traenos inmediatamente los platos más sabrosos de esta ciudad y cuida que nuestra mesa no esté nunca vacía!

El posadero atendió prontamente el pedido de los dos aventureros, que pronto empezaron a dar buena cuenta de los platos que les traían, atrayendo invariablemente la atención, como siempre hacían en cada posada en la que recalaran hambrientos.

– ¡Estaba delicioso! -exclamó Reena mientras terminaba de engullir el último trago de la fuente-. ¡Camarero, traiga para mí el siguiente plato del menú!

– ¡También para mí! -coreo Gaudi.

El espectáculo de aquella pareja devorando la comida a tal ritmo y de tal forma acabó finalmente por rebosar la paciencia de un petulante noble que se hallaba también en el comedor.

– ¡Por mil dragones, señorita! -dijo plantándose al lado de Reena-. ¡Le ordeno que termine con este bochornoso espectáculo!

Reena levantó la mirada hacía el noble.

– ¿Qué pasa, amigo? ¿A qué espectáculo se refiere?

– ¡A usted! ¡A usted y su compañero, que ante quienes son superiores a ustedes se

Comportan de una manera indigna incluso de los cerdos salvajes, rebajando así su dignidad, si es que alguna vez la ha tenido!

– ¡¿Cómo se atreve?! -exclamó Reena-. ¡Retire eso inmediatamente, usted no sabe quién soy yo!

– Lo sé -respondió arrogantemente-. ¡Un animal indigno incluso del abrevadero de una piara!

– ¡BOLA DE FUEGO! -el ataque mágico de Reena alcanzó a quemarropa al incauto noble, que cuando se disipó el fuego y el humo, permanecía completamente chamuscado incapaz de reaccionar, así como el resto de la concurrencia del local-. ¿Quién es ahora el indigno del abrevadero de una piara? Y entérese de esto: ¡Yo soy la poderosa hechicera Reena Inverse, que derrotó a los demonios Sabran´y Gudu, Fibrizzo y Estrella Oscura! ¡La próxima vez apártese de mi camino o probará mi poderoso Matadragones!

Reena dirigió una mirada al resto del comedor, para asegurarse de que todos los presentes habían comprendido sus palabras, o si por el contrario tendría que alzar de nuevo la mano para defenderse de otras intromisiones o ataques.

A su mirada, todos los presentes apartaban asustados la mirada y volvían a sus platos. También ella iba a volver a su plato, cuando su mirada se detuvo en una joven solitaria sentada en una mesa. A diferencia del resto de clientes, no apartó la mirada de Reena. Esta, la observó por un momento detenidamente.

Era una joven bastante mayor que ella, de unos veinticinco o veintiséis años, de largo y sedoso cabello castaño, con unos hermosos ojos azules y unos labios delicados y carnosos. Vestía amplias y holgadas vestiduras de color claro, y miraba a Reena con calma, la cual se sintió evaluada por la extraña.

«Qué raro» pensó, «¿Qué hace esa mujer observándome tan detenidamente? Esas vestiduras semejan ser de una sacerdotisa. ¿Qué querrá de mí?»

Reena permaneció observando a la extraña un momento más, pero entonces oyó el crujir de un hueso a su espalda, que subidamente la devolvió a lo más urgente y prioritario.

– ¡Gaudi, maldito patán traicionero! ¡Deja esa comida para mí, no te comas toda la fuente!

Volviéndose contra Gaudi, ambos se enzarzaron en una feroz disputa por la comida que aún permanecía sobre la mesa.

– ¡Traidor! ¿Comiendo a mis espaldas mientras yo protejo mi honor? ¡Menudo protector mío estás hecho!

– ¡Maldita sea, Reena! ¡Tengo hambre y no puedo ocuparme de todos los embrollos en que te mete tu cabezonería!

– ¡Está comida es mía!

Finalmente fue Reena quien se alzó con la victoria. Todo esto ocurrió bajo la atenta mirada de la misteriosa joven, que sonrió al ver el traicionero golpe que sirvió a Reena para alzarse con la victoria, así como al ver su regocijo.

– Si -se dijo-. No me cabe duda de que cuanto oí de ti es cierto. El azar y mi Señora me han sonreído esta noche.

Ya caída la noche y tras llenar sus estómagos en abundancia, Reena y Gaudi se encaminaron a sus aposentos. Gaudi, con el estómago lleno y cansado del viaje, no tardó en caer dormido como un tronco. Por el contrario, Reena en su habitación, no lograba conciliar el sueño. Al contrario, aunque se sentía algo aletargada, su cuerpo y mente estaban tan alertas y despejados como si estuviese ante una batalla inminente.

– Maldita sea -masculló Reena-. No entiendo cómo tras el largo viaje y las cinco fuentes de comida que cenamos estoy tan desvelada.

De repente, alguien llamó a su puerta. Reena, hastiada, se levantó de la cama y fue hacía ella.

– ¿Quién es? ¿Qué desea a estas horas?

– Bien hallado, mi muchacha. Deseaba tener una audiencia con vos -respondió una melodiosa voz mientras se abría la puerta antes de que Reena pudiese llegar a ella.

Reena reaccionó con sorpresa. Ante ella estaba la misma mujer que había visto en el comedor. Ahora frente a ella, pudo apreciar que era casi una cabeza más alta que ella misma, así como la calidez de su voz.

– Vaya, tu otra vez -dijo Reena con su característica decisión-. ¿Qué se te ofrece para interrumpir mi sueño?

– Os ruego me disculpéis por lo intempestivo de la hora, mi muchacha -respondió la desconocida con una hermosa media sonrisa-, pero no parecéis estar muy afectada por el sueño.

Sin saber porque, Reena se sonrojó y apartó levemente la mirada.

– Si acudo a vuestra habitación, es para saciar mi curiosidad. He oído hablar mucho de vos, y siento curiosidad por conocer a la hechicera más poderosa de la antigua Gran Barrera Mágica, quién logró derruirla al derrotar al demonio Fibrizzo -dijo la desconocida.

Reena observó a la sonriente mujer sin saber qué hacer. Desde el momento en que la atisbó en el comedor, la había observado con desconfianza, que se incrementó al verla entrar en su habitación sin su permiso a horas de la noche tan altas.

Sin embargo, sus exquisitos y educados modales al hablar, así como sus alabanzas, agradaban a Reena. «Bueno, ya que no tengo sueño la atenderé» se dijo la joven hechicera, «Parece cuando menos interesante, y su conversación puede ser útil».

– ¡Me halagan tus palabras, amiga…!

– Calis, Calis del Templo de la Dulce Señora.

– …Amiga Calis del Templo de la Dulce Señora -saludó Reena sin saber a qué Templo o Dulce Señora se refería la sacerdotisa-. Sentaros por favor donde estéis más cómoda -invitó

A Calis mientras se sentaba sobre el lecho, para dejar a la sacerdotisa la única silla de la estancia.

– Gracias -respondió mientras se sentaba en el lecho al lado de Reena. Esta la miró curiosa, pero desechó cualquier pensamiento extraño y empezó a hablar con Calis. La sacerdotisa empezó preguntando a Reena sobre sus orígenes, y siguió con su adiestramiento en la magia y sus enfrentamientos con los demonios que había encontrado a lo largo del mundo.

Conforme respondía a sus preguntas, Reena se sentía cada vez más relajada con la compañía de la sacerdotisa. Esta escuchaba con gran cortesía todo aquello que Reena le relataba. Reena deseaba complacerla en todo cuanto le requería saber. Finalmente, tras dos o tres horas de conversación, Calis cambió de tema:

– Y dime… Ese joven que te acompaña, Gaudi, ¿es tu amante?

– ¿Co…? ¿Cómo dices? -preguntó Reena, creyendo haber oído mal.

– Ese hermosos joven rubio de largos cabellos. ¿Es tú amante?

– ¡No! -respondió Reena sofocada-. ¿Cómo me preguntas eso? ¿Crees acaso que soy una…? -preguntó Reena, mientras el enfado se apoderaba de ella.

– Perdona si mi pregunta te molesta -dijo Calis con calma-. ¿He tocado un tema demasiado íntimo?

– Entérate de esto -dijo Reena encarando a Calis-: Nadie hasta ahora ha sabido conquistar mí… mí… Eh… ¡El eso!

– ¿Tu virginidad? -preguntó sorprendida la sacerdotisa.

– ¡En efecto! ¡Eso es! ¡Nadie!

– Sinceramente, después de todo lo que me has contado sobre ti, me sorprende mucho eso.

– ¿Cómo dices? -preguntó Reena sin entender a qué se refería.

– Hasta ahora me has hablado de toda tu vida como hechicera. En ella me relatas como has atravesado los senderos de la magia en busca de conocimiento, poder y nuevas experiencias que llenen tu alma, así como del poder para doblegar a tus enemigos. Sinceramente me extraña que no hayas reparada hasta qué punto la magia y el sexo son semejantes en esos aspectos.

– Pero… ¡Es diferente! La magia es algo sublime, poderoso, grandioso; y el sexo es…

Algo tan…

– ¿Sucio? ¿Y cómo definirías el invocar a demonios como Sabran´yGudu para realizar tus más poderosos hechizos? ¿Permitir que la Madre de Todos los Demonios, la Diosa de La Pesadilla Eterna utilice tu cuerpo? -dijo Calis refiriéndose a las vivencias de Reena-. ¿No es acaso sublime, poderoso y grandioso el regalo más íntimo que una persona sencilla pueda hacer a aquel que ama, el que permite engendrar a las criaturas por las cuales daríamos nuestras vidas, el que perpetúa nuestra existencia en el Universo?

Reena no supo que responder. En cualquier otro momento, hubiera intentado replicar el razonamiento de Calis, o se hubiera desentendido de ella, pero no en aquel momento. No en aquel momento en que Calis la miraba fijamente a los ojos, con una dulzura en sus propios ojos que desarmaba a Reena.

– Yo… Yo no sé. No sé qué responder a eso -contestó Reena.

– Yo te daré las respuestas, Reena Inverse -dijo Calis.

Calis se deshizo de la capa y mantos que la cubrían, dejando ver a Reena que tras

Aquellas holgadas ropas había un hermoso cuerpo. Calis tenía unas largas y esbeltas piernas bien torneadas en unos ceñidos pantalones cortos.

Tenía una estrecha cintura resaltada por unas curvilíneas caderas.

Al ver sus pechos, Reena a pesar de su estado de estupor, no pudo evitar sentir un ataque de envidia.

Los pechos de Calis eran voluminosos, bien proporcionados y firmes, aún sin él apoyó de la seductora camisa que llevaba Calis a modo de sostén. Antes de que Reena pudiera reaccionar, Calis la atrajo hacia ella y le beso en la boca.

– ¡Calis! -reacciono Reena-. ¿Pero qué haces? ¿Qué…?

– Enseñarte, mi muchacha. Enseñarte.

Esta vez Calis volvió a besar a Reena al tiempo que una de sus manos se deslizaba por el camisón de dormir que esta llevaba, acariciando la columna vertebral con un dedo tan suavemente, que Reena sintió un leve espasmo de placer que le impidió reaccionar.

Mientras Calis seguía besando la boca de Reena, venciendo rápidamente su resistencia y la pasividad de la propia lengua de Reena, su mano se deslizó por toda su columna vertebral mientras con la otra mano acariciaba el muslo de Reena, acercándose poco a poco a su sexo.

Reena no podía reaccionar. En su mente, un caótico cúmulo de emociones y pensamientos heterogéneos se sucedían. Había caído en una trampa de aquella desconocida, que la estaba seduciendo; ella, ¡una mujer! ¡Ella no era como Calis! ¡No era lesbiana! Pero no podía negar ni ignorar lo que sentía en aquel momento, el placer que le proporcionaba aquella mujer, sus deseos de abrazar a aquella mujer y acariciarla, besarla, amarla…

Pero cuanto más acariciaba Calis su cuerpo, cuanto más besaba su boca, ahora su cuello, cuanto más cerca estaba su mano de su concha, más deseaba abandonarse a ese placer, y menos conciencia tenía de aquello que le repelía.

Finalmente, Calis llego con su mano a la concha de Reena y empezó a acariciarla casi son tocarla, apenas rozándola con la yema de los dedos, al tiempo que su otra mano acariciaba su roja melena y su lengua y labios recorrían su cuello. Reena al fin alzó los brazos y acarició con ellos la espalda de Calis, abandonándose al fin en aquella locura de placer.

Al tiempo que la concha de Reena empezaba a humedecerse, Calis hizo más intensas sus caricias sobre la zona. Sin separarse, ambas se levantaron. Guiando las manos de Reena, Calis hizo que esta la desvistiera por completo. Los ojos de Reena se abrieron cuando al fin vio el cuerpo de Calis desnudo.

Antes ya había podido advertir la magnífica figura de su cuerpo, pero ahora lo veía en toda su esplendorosa belleza. Su suave y hermosa piel, la suavidad de su cuerpo, casi atlético pero pródigamente generoso ahí donde debía de serlo… El esplendor de sus pechos, firmes, osados, desafiantes… Movida por un imán más poderoso que ella, Reena se inclinó sobre los pechos de Calis y empezó a acariciarlos con los labios, a besarlos, chuparlos… Su hermoso culo firme, prieto y hermoso… Sus manos pronto acudieron a él para acariciarlos, darles su amor…

Calis pronto desvistió a Reena de su camisón, y pudo ver su juvenil cuerpo menudo y esbelto pero fuerte, sus pechos pequeños pero firmes y erguidos, cuyos pezones pugnaban por alcanzar a la mujer que deseaban, su concha, pequeña y limpia de pelos, pero anhelante de más placer. Agachándose, Calis sentó a Reena en borde de la cama, abrió sus piernas, y empezó a lamer la concha de Reena.

Esta no articulaba palabra alguna, únicamente gemía de placer. Calis pronto abrió los labios vaginales de Reena y empezó a besar y lamer en su interior, mordiendo levemente y cercando con su lengua el clítoris de Reena, la cual ahora gemía de placer con todo su ser, incapaz ahora de articular palabra, cuando finalmente sintió el orgasmo que atravesó todo su ser como una descarga eléctrica continuada, rompiendo en un apasionado grito:

– ¡¡Aaaaahhahaaaaaaahh!! ¡¡Siiiiiiiiiiii!! ¡¡Siiiiiiiiiiiiiii!! ¡Calis…!

Calis abandonó su puesto entre las piernas de Reena para subir hasta su boca, donde la besó, entregándole de paso sus propios jugos, con los cuales le acarició la comisura de sus labios, su barbilla, su frente…

– ¿Sabes ahora la respuesta, Reena Inverse? ¿La sabes?

Por toda respuesta, Reena siguió a Calis cuando esta se echó sobre la cama. Acariciando sus muslos, le abrió las piernas y vio la maravillosa concha de Calis, pelada y húmeda. Tratando de recordar cuanto Calis le había hecho en su propia concha, Reena empezó a lamer, besar, mordisquear el sexo de Calis, la cual gemía suavemente de placer, al tiempo que acariciaba la hermosa melena roja de Reena.

Reena se dedicaba a su tarea completamente entregada, mientras oía y sentía los suaves gemidos y estremecimientos de Calis. «¿Qué hago?» se preguntó Reena tras un rato, «¿Con esto le pago el placer que ha dado, el estremecimiento que recorrió todo mi cuerpo cuando me vine?» Reena a pesar de su excitación, llegó un momento en el que se quedó bloqueada. Se sintió insegura, era la primera vez que hacía el amor. Parecía haber llegado a un punto muerto en el cual no sabía que más hacer. «¡Y un cuerno!» se dijo. «¡Le daré placer, tanto placer qué morirá del mismo! ¡Tanto placer que la llevaré a las mismas puertas del Edén de su Señora para continuar allí durante siglos y siglos!»

Con ánimos renovados, Reena empezó a realizar nuevas caricias, mordisquear nuevos rincones de la concha de Calis, chupar con más fuerza, con más suavidad. Los gemidos de Calis pronto se hicieron más intensos y no tardó en disfrutar del primer orgasmo de su noche. Un orgasmo intenso como pocos había tenido en su vida.

Pero Reena no se detuvo. Siguió en la concha de Calis hasta conseguir que un segundo orgasmo sacudiera el cuerpo de la Sacerdotisa con tanta intensidad como el primero.

Jadeando sin resuello, Calis se incorporó y atrajo hacía sí a Reena. Sus labios se encontraron y durante largos minutos se besaron apasionadamente. Sujetando a Reena de su estrecha cintura, atrajo su sexo contra el suyo, concha contra concha.

Siguiendo el ejemplo de Calis, Reena pronto comenzó a mover su concha con gran vigor restregándola contra la de Calis, al tiempo que alcanzaban de vez en cuando a besarse en la boca o en los pechos. De este modo no tardaron en tener un brutal orgasmo mutuo, retorciéndose ambas de placer, mientras sus conchas continuaban restregándose entre ellas ya descontroladamente.

Después de esto, deberían haber quedar sin fuerzas para continuar, pero Reena no pensaba en retirarse. Incorporándose, sujetó a Calis por las piernas y la atrajo hacía sí, llevándose la boca a la concha de Calis, de la cual empezó a chupar, mordisquear, lamer, besar todo, saboreando en su boca por tercera vez los jugos de la sacerdotisa. Esta, sorprendida por el vigor de Reena, tardo un momento en reaccionar y chupar y lamer las piernas de Reena, dándole un placer que jamás hubiera sospechado. Finalmente, los fuertes gemidos de Calis inevitablemente se convirtieron en gritos de placer al llegar a su cuarto orgasmo en aquella noche.

Revolviéndose sobre Reena, Calis situó también su boca sobre la concha de Reena, formando ambas un 69 y empezó a chuparla con energía. No tuvo que esperar demasiado a que esta se viniera, pero al igual que antes había hecho Reena, no se detuvo, cambiando a un ritmo de besos, caricias y lamidas exquisito pero también poderosísimo, de modo que Reena apenas pudo hacer nada antes de volver a disfrutar de otro orgasmo.

Enrabietada, mientras Calis aún seguía en su concha, Reena decidió no abandonar la batalla y volvió a la concha de Calis. Así siguieron durante largo rato, rodando sobre la cama, sucediéndose los orgasmos en ambas mujeres. Entonces Reena sintió como Calis, sin dejar su concha, empezaba a juguetear con sus dedos en su culo. El abrasador incendio que era su cuerpo amenazó con convertirse en un infierno con las caricias de los hábiles dedos de la sacerdotisa. Pero antes de que Reena pudiera siquiera acercar sus dedos o su boca al culo de Calis, el fuego se desbordó en el cuerpo de Reena cuando Calis

Primero introdujo un solo dedo. El sobresalto de aquella intromisión apagó el ansía combativa de Reena en un primer momento, pues la mezcla de dolor y placer que invadió su culo era deliciosa. Cuando reaccionó y reiniciaba de nuevo sus acometidas a Calis, esta introdujo otro dedo. La reacción de Reena fue inmediata, y grito, cuando el dolor, pero también el placer se intensificaron. Calis metía y sacaba sus dedos con un ritmo ya más fuerte, que desarmaba a Reena, que se sentía constantemente al borde del orgasmo. Cuando esta volvió a arremeter contra Calis, con la lengua, empezó a lubricar y besar el agujero de Calis, pero no pudo penetrarlo antes de que Calis introdujera su tercer dedo. Llegados a este punto, Reena no pudo continuar, puesto que un orgasmos brutal y avasallador, con la intensidad del mar se apodero de ella. Gritando con todo su ser, Reena se revolvió frenéticamente, pero sin poder romper el firme abrazo de Calis a su cuerpo con brazos y piernas. El grito y el fuego en el cuerpo de Reena se convirtió definitivamente en un maremágnum infernal cuando Calis introdujo un cuarto

(Continuará)