– En este momento sólo quiero tomarme un trago-, pensé, así que decidí salir del estrés común en la barra de algún bar. No imaginé que estaría tan indecisa al leer la carta de licores. Cuando llegué a los vinos sentí su mirada, estaba al otro extremo de la barra viendo alternadamente mis manos tomando la carta y mis ojos perdidos saltando entre un vino y otro, el ambiente entonces se tornó de ensueño y se acercó:
Toma de mi vino tinto, caliente y reposado, deja que respire entre tus manos, huélelo y disfruta de su esencia antes de que fluya en tu garganta, siente luego su cuerpo líquido derretido dentro de ti y embriágate a mi ritmo compartiendo la misma copa.
No permito normalmente que ningún desconocido se me acerque a proponerme nada, pero la arrogancia y la buena imaginación son virtudes que nunca desmerito en un hombre así que lo rechacé tomando en cuenta la calidad mental de mi seductor:
Prefiero más bien, señor, tomar de mi propia copa y embriagarme a mi ritmo, no me gusta el vino reposado y caliente y no tengo paciencia para dejarlo respirar, elijo mejor sentir cómo se calienta el vino blanco dentro de mí mientras lo tomo, que hacerle culto a cualquier vino tinto antes de tomármelo para poder sentir plenamente su sabor.
El culto no se lo harás a mi vino, antes al contrario, mi vino le rinde culto a tus labios que se me antojan, a tu pecho que se asoma tímido en tu vestido, a tus piernas que pronto me gustaría deshacer de su nudo, a tus ojos que aunque se nieguen me miran con deseo, con deseo de beberme, lo único que lamento es no poder complacerte y convertirme en un vino blanco frío que calientes porque el brillo de tu piel ya ha hecho hervir las uvas de mi cosecha.
No pude menos que brindarle una sonrisa, era definitivamente un hombre deseable en todos los sentidos, su mirada era clara, casi transparente, alto, delgado, con la piel blanca y las manos grandes, tan grandes como el deseo que me estaba provocando, le tendí la mano y le dije mi nombre a lo que él respondió estrechándomela y acariciando casi imperceptiblemente mi palma con su dedo medio y levantaba su copa ofreciéndome un brindis:
Por esta copa donde posarás tus labios.
Se me erizó la piel con su contacto, no podía creer lo que estaba sucediendo pero ya no podía negarme a su arte de seducción así que bebí de la copa que me ofrecía y la recorrí luego con mi lengua deshaciendo el rastro de la gota que se había escapado de mi sorbo mientras lo miraba a los ojos fijamente, pidiendo el beso anticipado. Con decisión bebió él del mismo lado donde yo había bebido y sin tragar completamente me ofreció ahora el vino de sus propios labios que al entrar en mí fue acompañando el ardor de la excitación descontrolada que ahora me embargaba sintiendo ese trago como el elixir más exquisito, bendecida como si realmente estuviera bebiendo la sangre de Cristo.
Ya no aguantamos más y empezamos a besarnos mordiendo nuestro deseo, sus grandes manos se apoderaban de mi cuerpo que sin reparos se ofrecía descarado mientras las mías desabrochaban su pantalón con premura, pronto los besos se fueron calmando y ya catando nuestras pieles, absorbimos nuestro aroma y tomamos con pequeños y espaciados sorbos cada rastro de ellas, como se hace con un buen vino. Sus dedos maestros me dibujaron la silueta, santificándome y profundizando el estigma de deseo que se abría en mi entrepierna, yo aunque estaba abandonada, también me deleitaba buceando sumergidas mis manos en su pantalón acercándolo a mí, atrayéndolo a mi centro que lo esperaba ya no húmedo sino bañado, cálido e impaciente.
Apretado a mí me besó el cuello bajando lentamente hacia mi pecho ya libre y besó cada uno de mis senos emborrachándose de mi sudor mientras jugaba con su miembro entre mis labios mayores, acariciándolos de arriba hacia abajo a veces y otras rodeando mi clítoris con movimientos circulares, logrando así que mi placer fuera In Crescendo al igual que mi deseo de tenerlo por fin dentro de mí, posesa lo apreté fuertemente y sentí cómo su miembro entraba sin dificultades a causa de mi excitación y resbalaba primero lenta y luego rápidamente dentro y fuera de mí hasta que sentí efectivamente su «vino tinto, caliente y reposado» derramándose a mares en mis adentros provocándome una explosión volcánica que subía desde mi vientre y pugnaba por salir en todos mis extremos…
El barman volvió a preguntarme, visiblemente molesto, si ya había elegido, nunca le perdonaré haberme despertado de mi ensueño para que pudiera ver a otra mujer que besaba a mi vino tinto, aún sentado en el otro extremo de la barra, y se marchaba con él; me sentí tonta al darme cuenta de que había sido seducida por un hombre que ni siquiera había pensado tocarme. Miré a mi inquisidor con desprecio y ya muy decidida ordené:
Una copa del mejor vino tinto que tenga por favor.-