Capítulo 1

Y ahí, frente a mí, los vi tener sexo. Sentada sobre el sofá, Laura tenía sus piernas bien abiertas, sosteniéndolas con sus manos. Sus manos se agarraban a la parte inferior de sus rodillas, de modo que sus piernas formaban una V. Y en medio de esa V, el pene de Gustavo realizaba contacto con su vagina. Mi invitado de honor se estaba dando el gusto que durante tanto tiempo había soñado.

Era muy agradable ver la química que se había forjado entre ambos. Los dos sonreían con cariño, mirándose a los ojos con ternura. La felicidad que tenía Gustavo, lo delataba. A la vista saltaba que estaba cumpliendo una fantasía reprimida durante años. Laura lo sabía y por eso se gozaba aquel encuentro carnal como algo único.

El pene de Gustavo entraba y salía, entraba y salía de la vagina morena de Laura. Cada vez era más notable la humedad en la superficie de su falo grueso y enorme. A veces veía burbujitas de color blanco en su pene; o mejor, una capa gelatinosa blanca que me incitaba a acercarme. En un momento así, deseaba sacar el pene de esa vagina y metérmelo en mi boca.

—Te percibo muy contento, querido—le dije—. ¿Cumple con tus expectativas?

—Creo que sí. Laura tiene la misma apariencia de mi novia imaginaria.

—Me emociona que así sea—dijo Laura—. Eres muy bueno en esto del sexo.

En respuesta a ese comentario, Gustavo intensificó su tarea. Sus penetradas se volvieron violentas y rápidas. Los ojos de Laura se abrieron con total emoción, sonriéndole a su amante con enorme gratitud. Yo deseaba desnudarme, quitarme mi blusa con mangas y mi pantalón de dril. Pero debía mantener mi promesa.

Me encontraba en el sofá de al lado, viéndolos follar, asumiendo mi actitud de cuckquean. En mi rostro era muy notable que me sentía dichosa de ser una cornuda. Aquella mujer estaba teniendo sexo con mi querido Gustavo. Con la misma mujer que yo había elegido para cumplir su fantasía.

Las tetas morenas de Laura, que eran grandes, se agitaban al ritmo de cada penetrada que recibía. Las miradas que los dos se sostenían eran envidiables. Una vez más, Gustavo cumplía a la perfección con su labor de ser un gran amante. Su experiencia en el sexo siempre había sido pura, inocente y amorosa. No importa con que mujer tenga sexo: siempre es capaz de untarle amor y pasión a la intimidad.

—¿Te encantan mis penetradas?—preguntó Gustavo—. Apenas estamos comenzando.

—Debería ser yo el que te pagara por tus servicios. Follas como si fuéramos novios de hace mucho tiempo.

—Soy experto en eso. ¿No opinas tú lo mismo, Tatiana?

—Por supuesto que sí.

En ese momento, Gustavo interrumpió el coito y jaló a Laura por sus caderas. La cabeza de la mujer resbaló hasta caer suavemente en la zona del asiento del sofá. Su amante de turno aproximó su pene para ubicarlo entre sus senos. Aquella jovencita de 19 años comprendió al instante que era lo que su hombre necesitaba.

Pero la posición en la que se encontraba resultaba un poco incomoda. Así que Laura optó por deslizar un poco más su cuerpo, quedando de rodillas en el suelo. Su espalda ahora se encontraba recostada contra el borde del asiento del sofá. De modo que para poder cumplir el gusto de darse esa “paja rusa”, Gustavo tuvo que agacharse un poco.

Durante un minuto entero, mi hombre se esforzó en frotar su pene en medio de aquel par de pechos color canela. Laura por su parte apretó sus senos con sus manos para que el pene se deslizara con mayor dificultad. Así, Gustavo empezó a estimularse con mayor intensidad. El pecho de aquella joven no tardó en humedecerse con el líquido vaginal que aún tenía el pene.

La tentación de involucrarme con ellos se mantenía latente. Mi corazón palpitaba con fuerza. Ansiaba desnudarme de manera violenta y lanzarme al juego. Pero, me lo había prometido. Tenía que soportar el deseo de interactuar con ellos. Incluso, la promesa incluía que no me atrevería a masturbarme mientras los veía.

—Me siento un poco incómodo, Laura—dijo Gustavo—. ¿Qué tal si te arrodillas del todo?

—Sí, estoy de acuerdo. Probemos.

—Gracias.

Laura desprendió su espalda del borde del sofá y se colocó del todo de rodillas. La altura de ella era suficiente como para que el pene de Gustavo realizará contacto con sus senos. El juego de frotar ese pene entre ese par de tetas se mantuvo durante los siguientes tres minutos. Cuando el pene sobresalía, Laura aprovechaba para inclinar su cabeza y darle un pequeño beso.

En cierto momento, entendiendo el juego que le proponía, Gustavo dejó su pene bien erecto en dicha posición. De modo que, con sus ojos cerrados, Laura empezó a besarle el glande, que se presentaba corpulento, lleno de vigor. Sentí envidia, pero a la vez una gran felicidad. Ahora ella también se daba el gusto de tener ese glande en su boca, tal como antes lo habíamos disfrutado mis amigas y yo.

Aquella “paja rusa” resultó muy estimulante para ambos. Al cabo del pequeño round de sexo oral que le ofreció Laura, el frotamiento de la “paja rusa” continuó. Lento, pausado, a un ritmo tranquilo, mientras todos en aquella sala respirábamos a profundidad. Sentíamos cómo la dicha del sexo nos unía, nos recordaba que estábamos vivos.

—Me sigo sintiendo un poco incómodo—opinó Gustavo—. Mejor vamos a culear en la cama principal.

—Como quieras, querido, tú eres el homenajeado.

—¡Okey! Entonces, vamos a la habitación—dije levantándome del sofá—. ¡Esto apenas comienza, queridos!

Vi cómo Gustavo le ofreció su mano a Laura para ayudarla a levantarse. Y yo, como si se tratara del guía en un hotel, lideré el camino hacia la habitación. Era la misma habitación en la que Gustavo había tenido una gran noche de pasión junto a mí, Lina, Stephanie y Mónica. Habían pasado ya seis meses desde aquella noche.

Para ese entonces, ya Lina se había divorciado de su esposo y aquel apartamento se había convertido en nuestro puticlub. Bueno, no debería llamarlo así. Simplemente se convirtió en nuestro sitio de encuentro para gozar del sexo y el amor. Así, sin más rodeos, sin satanizar algo tan delicioso e instintivo como lo es el gusto por el buen sexo.

Lina nos prestaba su apartamento con frecuencia. Así que cada una invitaba a sus propios amantes. O bien, nos reuníamos entre amigas para pasar una buena tarde. A veces yo me acostaba toda una tarde con Mónica o Stephanie, en un encuentro casual para divertirnos con el deporte del sexo. Eso sí, teníamos como norma que respetábamos los horarios elegidos para gozar.

Ahora Laura tenía la dicha de deleitarse con Gustavo, en esa misma cama que había sido escenario de todo tipo de sexo. A menudo (y aquella era una sensación que todas teníamos) podíamos sentir la potente energía sexual que gobernaba aquella habitación. Solo ingresar a ese cuarto nos incitaba a percibir una fuerza deliciosamente tenaz e irrefrenable.

—Bien, ahora pueden continuar—dije—. Yo me sentaré aquí en esta esquina de la cama, esperando no incomodarlos.

—Estás en el lugar perfecto, querida Tatiana—me respondió Gustavo—. Es el rinconcito ideal para el espectador. Ya en otros momentos, tus amigas se han sentado ahí para ver el espectáculo, ¿no?

—Es cierto, Gustavo. Pero qué esperan para continuar con el show. Que no se les apague la llama del deseo.

—Sí, continuemos con la acción, querido—dijo Laura.

Ella se subió a la cama y se recostó con total confianza, como si aquella fuese su propia cama. Apoyó su cabeza sobre las almohadas y llevó sus manos a su cabeza para masajearse el cabello. Respiró con calma y a profundidad, esperando que Gustavo continuara con su labor protagónica. Aquel amante volvió a aproximarse a su mujer de turno, para ubicar sus rodillas a cada lado de sus costillas.

De modo que su pene volvió a ubicarse en medio de las tetas de Laura. La “paja rusa” que habían iniciado en la sala volvió a retomar su rumbo. Así estuvieron durante un buen rato, compartiendo miradas y sonrisas que nutrían el momento de mayor pasión. Era muy tierno verlos follar con ese cariño tan natural, tan puro.

Al cabo de un buen rato, fue la misma Laura quien interrumpió la “paja rusa”. Dejó de presionar sus tetas contra el pene y decidió tomarlo con su mano izquierda. De manera muy inteligente y rápida, se acomodó en la cama, arrastrándose de espaldas hacía la zona de debajo de la cama. De modo ese modo, el pene de Gustavo quedó muy cerca de su boca. Así pudo comenzar a darle un delicioso sexo oral.

Gustavo aceptó con gusto lo que ella le estaba proponiendo. Se dejó mamar su pene durante largos minutos, hasta que él le pidió que se colocara de rodillas en la cama. Un momento después, él se colocó de pie sobre el colchón de la cama. Y entonces, Laura comprendió que debía darle sexo oral en esa posición. Se boca besó y devoró ese pene como si estuviese disfrutando de un helado. Mantenía sus ojos cerrados, concentrándose en gozar.

—Que pene tan delicioso—dijo ella, en una breve pausa—. ¿Cuántas mujeres se habrán comido este falo tan delicioso?

—Me encanta como me lo estás mamando, Laura—dijo él—. ¿Me quieres cumplir un pequeño deseo?

—¿De qué se trata? Para ti todo lo que se antoje.

—Dale unas mordiditas al glande, no en la punta, sino en la mitad y en la base.

—Está bien. Vamos a ver cómo me va.

Yo sabía exactamente lo que le estaba pidiendo Gustavo. Era lo mismo que también le había pedido en otras ocasiones a Lina, Stephanie, Mónica y a mí. A él le encantaba experimentar que una mujer apretara sus dientes en su glande, lo que en sus palabras le generaba unas “cosquillitas”. Para Laura, aquella era la primera vez que realizaba algo así.

Por eso, durante aquella mamada, abrió sus ojos para observar los de Gustavo. Ella necesitaba comprobar que la tarea que estaba haciendo, cumpliera con las expectativas de su cliente. Aunque en ese punto de aquel encuentro sexual, el concepto de cliente y proveedor no existía. Los dos estaban gozando como una pareja de novios.

Solo que yo estaba junto a ellos, contemplando ese momento, tal como los tres habíamos pactado. Seguía sintiendo envidia de la manera en que Laura besaba ese pene, deleitándose con tanto gusto. No podía apartar de mi mente la idea de que estaba disfrutando de ese pene como si fuese un helado.

—¿Te gusta así?—preguntó ella—. ¿Lo estoy haciendo bien?

—Claro que sí. Si lo estuviese haciendo mal ya te lo hubiese advertido. De hecho, puedes morder un poquito más fuerte si quieres.

—Vamos, dale todo el gusto que él pide—dije—. No tengas miedo.

Laura era una mujer dotada de una piel morena muy excitante. Su color de piel era un tanto similar a la de la modelo Kim Kardashian. Quizá su tono de piel era un poco más oscuro, lo cual se complementaba con una belleza femenina que irradiaba una gran potencia sexual. De su hermosa figura, sus senos y sus caderas, emanaba su provocadora esencia latinoamericana.

Ni Gustavo ni yo sospechábamos que aquella mujer pasaría a ser una miembro más de nuestro club de sexo. También ella tendría la oportunidad de conocerse con nuestras amigas y vivir con mayor intensidad su vida sexual. Laura era un escort de clase alta, una joven universitaria que en su tiempo libre ejercía como amante para hombres y mujeres adineradas.

Solo personas con buen billete podían pagar por sus servicios. Yo decidí contratarla para cumplir con la fantasía reprimida de Gustavo. Esa fantasía que tanto lo enamoró en sueños… durante años. Tomé como referencia las tantas veces que dialogué junto a él sobre dicha fantasía.

Durante los últimos seis meses, cuando me acostaba con él, durante nuestros momentos de descanso, muy discretamente aprovechaba para conocer más sobre esa mujer que él llamaba como Victoria. Esa mujer que aparecía en su imaginación y que se negaba a marcharse. Sí, se negaba a marcharse porque ni con el deleitante trato que le dábamos mis amigas y yo, abandonaba la idea de soñar con ella.

—Oye, Tatiana, no te has dado cuenta que te has convertido en una especie de psicóloga para mí. ¿Por qué te interesa tanto sobre ese tema?

—Pues para pedirte que me hagas a mí, todo eso que está en tu imaginación.

—Oh, entiendo. De pronto más adelante, el Destino me deje conocer a esa Victoria instaurada en mi mente.

—Tal vez, querido, mientras tanto aprovéchame.

Debería decir que era yo quien se estaba aprovechando de él. Era verdad que toda la información que le extraía sobre su fantasía la transfería a mi vida sexual con Gustavo. Y fue precisamente por eso mismo que decidí no contactar antes a esa mujer morena con la que deseaba gozar del sexo. Sabía que lo mejor era esperar.

Aunque, a decir verdad, tampoco puedo negar que me causaba un delicioso morbo introducirme en su mente con todo lo que me iba confesando. Así que dejé que fuera pasando el tiempo y que experimentara conmigo todo eso que deseaba. De pronto sentí que ya era más que justo que cumpliera su sueño.

Aunque podía contar con otros portales webs para identificar a una mujer como la que Gustavo soñaba, consideré que lo mejor era inclinarme por algo de mejor calidad. Fue entonces cuando acudí a Kira, quien también ejerce en ese mundo de las escorts de alta clase. La web en la que se promocionan estas amantes solo se accede con contraseña privada.

—¿Es para ti, amor?—me preguntó Kira—. ¿Quieres sexo con una escort? ¿Ya te aburriste de mí?

—No, Kira, no es eso. Es para Gustavo, el chico con el que tú te acostaste antes de tu viaje a Houston.

—Sí, ya se cual es. Es todo un machote en la cama. Espero que en estos seis meses haya madurado aún más en el arte del sexo.

—Claro que sí. Por lo pronto, te pedí que me dejaras ver este catálogo porque quiero cumplirle una fantasía.

En la habitación de su apartamento, las dos nos reunimos para elegir a la mujer apropiada. En la pantalla de su laptop fuimos estudiando a cada una de las candidatas. Al final hicimos un filtro y solo quedaron tres. Las dos sabíamos que quien tendría la última palabra sería Gustavo, así que transferí las imágenes a mi teléfono.

Al día siguiente llamé a Gustavo para pedirle que me visitara en mi apartamento. Llego en horas de la tarde, después de haber terminado el horario de clases de la universidad. Al recibirlo le di una buena taza de café y estuvimos conversando en el comedor. Estaba tranquilo, sin ningún tipo de ansiedad, pero asumía que si lo había llamado era porque yo quería un poco de sexo.