Una noche tonta

En aquella época íbamos muy pasados de vueltas. Nos encantaba beber y fumar maría hasta perder el control. Teníamos entre diecisiete y veinte años y éramos un grupo de tres amigos. Cristóbal y yo nos conocíamos del instituto, aunque él estaba en un curso superior. Como éramos pocos los que vestíamos con estética heavy, acabábamos conociéndonos todos y saliendo juntos, ya que aquella imagen también representaba una forma de ver la vida, bastante alternativa en relación al resto de estudiantes. En cambio a Edu lo conocíamos de ir viéndonos las caras en conciertos de heavy y punk, en el metro o por los bares del barrio.

Aquel sábado habíamos quedado como casi todos los sábados, en un bar del barrio, para hacer el aperitivo, comentar la farra de la noche anterior y preparar la siguiente. El aperitivo solía ser más bien escaso, cerveza y patatas fritas, por que no nos sobraba la pasta. Como siempre, la resaca no nos dejaba pensar en condiciones y después de una ronda de porros, que siempre ayuda a la clarividencia, decidimos que Edu y Cristóbal pasarían por mi trabajo a recogerme y de allí nos iríamos a ver qué salía.

«Pues vaya plan» dije yo, «para eso no hacía falta pensar mucho, eso es exactamente lo que llevamos haciendo desde que curro en el puto Frankfurt».

«Joder y qué quieres, ¿nos vamos a nuestra bola y te dejamos colgado? A ver si cambias el puto horario porque eso de que acabes todas las noches a la una de la madrugada es un coñazo», respondió Cristóbal. «Sí, pero el tío ya sale cenado y tiene barra libre, no lo olvides», terció Edu. «Eso, y no olvidéis que tenéis casi toda la cerveza que os tomáis pagada, que ya me está amenazando la jefa de descontármela del sueldo, mamones». Acabé yo. Nos fuimos cada uno a su casa, a comer en familia (o sea, gratis). Me fui para el curro y como siempre la jornada resultó agotadora.

El Frankfurt era muy pequeño, sin mesas, sólo un par de barras con taburetes. Pero estaba en una calle de mucho paso y tenía una clientela habitual bastante nutrida, con lo que nunca estaba vacío. Además, a partir de las diez de la noche comenzaba a venir la gente que salía de los cines y había momentos que teníamos cola esperando fuera. Pero tal como estaba montado el negocio, en un cuarto de hora como mucho el cliente estaba servido, comido, pagado y dejaba el hueco libre para el siguiente. A eso de las doce, o doce y media, cuando aparecían habitualmente mis colegas, bajaba la cantidad de gente, quedando cuatro clientes despistados tomando unos la última y otros la primera copa.

Aquel día me sorprendieron, por que además de Edu y Cristóbal aparecieron con ellos Matula, diez años mayor que nosotros, chorizo habitual bastante garrulo, y una chica, Luisa, como de unos treinta y pocos años, con el pelo muy corto, bajita y fuerte, aunque sin estar gorda. En un aparte, mientras se tomaban las consabidas cervezas en una esquina de la barra, me comentaron que Matula les había asegurado que Luisa era lesbiana, pero que cuando estaba cachonda tragaba con lo que fuera y que para ponerse cachonda no necesitaba más que un par de cervezas. Edu, contaba entonces con diecisiete recién cumplidos, tenía un físico atractivo, delgado, atlético, bastante guapo y con el pelo largo muy cuidado y rubio; pero no se comía una rosca, parecía que tuviera una polla tatuada en la frente; las tías le veían venir de lejos y normalmente, cuando notan a un tío tan pasado de vueltas y que sólo piensa con la polla, huyen. O sea, que ésta prometía ser una buena noche para él.

Llevaban ya más de un par de rondas cuando acabé la jornada, así que decidimos largarnos a un pub que había allí cerca. La bebida era cara, pero el local era perfecto: poca gente, música heavy, video porno en pantalla gigante (alguna vez le había preguntado al dueño si sincronizaba la música con las escenas porque impresionaba ver lo bien que se acopla con las folladas y no, realmente era casualidad), poca luz y asientos amplios y cómodos.

Pedimos y mientras yo me quedaba en la barra charlando con César, el dueño, los demás se sentaron en un rincón bastante oscuro y con una buena visión de la pantalla, donde salían dos tías haciendo un sesenta y nueve, mientras que un negro con una polla inmensa sodomizaba a la que estaba encima. Un primor, vamos.

Mientras consumía mi enésima cerveza, me entretuve en mirar al grupo. Se dedicaban a hacer comentarios jocosos sobre la película, luego Matula, apoyado por Edu, empezaron a sobar descaradamente a Luisa, que sin enfadarse les iba cortando, aunque sin demasiada fuerza. En cierto momento, Luisa y yo cruzamos las miradas y ella se quedó clavada en mí. Vi cómo jugando, Matula cogía a Luisa y se la subía en sus piernas y tanto Cristóbal como Edu la acariciaban, cada vez con menos disimulo, sin que ella dejara de mirarme. No acababa de entender la situación y me estaba poniendo nervioso, muy nervioso.

Había pasado una hora entre juegos, cervezas y sobeteos así que se levantaron y me dijeron de irnos a otro sitio. Estuve de acuerdo ya que no conseguía estar cómodo. Tenía un trasfondo de tristeza la mirada de Luisa, que junto a la pasividad con que se dejaba hacer, me tenía desconcertado.

Como era el único que curraba, también era el único que tenía coche (un destartalado 127 que por suerte nunca será capaz de hablar) así que me tocó conducir. Dijeron de ir a un garito de moda lleno de humo, música atronadora y cientos de niñatos bailando. Llegamos y al entrar me encontré con unas amigas, así que me quedé con ellas charlando, «nos vemos luego, así no os corto el rollo», les dije, mientras se sumergían en la pista, supongo que Luisa a bailar y los demás a seguir sobándola.

Al cabo de bastante rato, después de haber utilizado todas mis tácticas de seducción con mis amigas y comprobar que no me iba a comer nada, decidí volver a buscar a mi grupo. Vi a Luisa dirigirse sola hacia la puerta de salida, por lo que la intercepté y le pregunté si pasaba algo. Se me quedó mirando y me dijo que necesitaba aire fresco.

Salimos fuera y mientras caminábamos hacia mi coche, me comentó que estaba hasta los ovarios de los tíos sobones como mis amigos, que se creían que porque ella es liberal y se va con quien le da la gana, se los tiene que follar a todos. «Te tratan como una puta porque follo con todos los demás y lo que realmente les jode es que no folle con ellos», sentenció.

Me pareció muy bien y así se lo dije, ahora entendía un poco mejor su actitud tan extraña. Cuando llegamos al coche, le propuse llevarla a su casa o donde quisiera. Subimos y me dijo que fuera hacia la playa, que tenía ganas de aire fresco, después de tanta mierda.

Hacía una noche preciosa, si tenemos en cuenta que era pleno invierno y el frío hacia castañetear los dientes. Dimos un paseo por la arena (cortito, por suerte) y volvimos al coche. Le propuse sentarnos atrás, para fumarnos un porro y estar más cómodos. El coche es de dos puertas, con asientos abatibles, así que si los reclinábamos completamente, podíamos estirar las piernas y estar realmente a gusto. Nos quedamos mirando el mar a través del parabrisas. De repente me dijo: «Sabes, los calientabragas de tus amigos me han acabado por poner cachonda, ¿qué te parece si echamos un kiki?»

Uno es un caballero y no puede negar según que cosas a una dama. Me encantaría poder decir que me la folle, pero en realidad fue ella la que llevó la iniciativa, al menos al principio. Antes de que me diera cuenta, me había bajado la bragueta y con la mano metida dentro, me empezó a masajear la polla, que estaba morcillona; agachó la cabeza e intentó mamármela, pero en vista de lo incómodo de la situación, me quité los pantalones. A partir de ese momento, me dejé hacer. Luisa se arrodilló entre mis piernas, y cogiéndomela por el tronco, comenzó a darle pequeños besitos, primero por el capullo, luego bajando por el poste hasta llegar a los huevos. Se los metía un poquito en la boca, jugaba con ellos y vuelta a subir, ahora haciendo piruetas con la lengua, hasta volver a llegar al capullo. En ese momento, me miró fijamente, con la misma mirada que tenía en el pub y sonriendo, abrió su boca y se introdujo mi polla poco a poco, hasta llegar casi a la base. Comenzó un frenético sube y baja con la boca, acompañado por sus manos hasta que, parando en seco, se la sacaba, me miraba con cara mitad de vicio mitad burlona y volvía a empezar.

He de agradecer a los porros y el alcohol que se pusieran de mi lado aquella noche, porque en estado normal habría conseguido que me corriera en menos de un minuto. La cogí por los hombros, la incorporé y la ayude a desnudarse. Se sentó encima de mi polla y comenzó a cabalgarme con ganas, muchas ganas. Sus pechos botaban al ritmo de la follada, por lo que se los sujeté y comencé a mamárselos. La tía estaba en la gloria y gemía de gusto sin parar. Al cabo de un par de minutos de estar saltando encima mío, noté cómo chorreaban flujos por sus piernas salpicándome, y cómo se quedaba envarada, hasta que soltando un grito salvaje se corrió. Después de unos segundos recuperándose, al notar mi polla dentro, completamente erecta, se dio la vuelta y apoyándose en el respaldo del asiento me pidió que se la metiera. Sin dudarlo, volví a metérsela en el chocho completamente encharcado y cogiéndola por las tetas, comencé un mete y saca agotador. Noté cómo se corría una y otra vez con mis embestidas y cómo me pedía más y más y, dándole gracias de nuevo a mi estado semietílico, apoyé mi verga en su ano y empujé. Por un momento se quedó callada, ya que no se esperaba mi capullo en su puerta de atrás, como pensando ¿y ahora qué hace este tío? Y sin saber muy bien cómo reaccionar, pero al segundo empujón empezó a mover las caderas en circulo y a decirme «me vas a matar, cabrón». En vista de la situación seguí dándole descubriendo lo placentero que es meterla en un sitio tan estrecho, que se ceñía a mi palo como una funda. Seguía sin síntomas de eyacular. Mientras seguía dándole y pensando «a que voy a ser tan burro de no correrme» noté cómo ella sí que se corría, una y otra vez, hasta que me pidió por favor que parara. «La leche, va a resultar que la he agotado sin conseguir correrme ni una maldita vez», pensé, mientras ella confirmaba mis pensamientos. Túmbate, me pidió y poniéndose encima mío, introdujo mi polla entre sus senos, haciéndome una deliciosa cubana, mientras le daba lengüetazos de vez en cuando. «Quiero que te corras, cabrón» me dijo «coño, ¡y yo!» le respondí. Decidió cambiar de táctica y fue derecha al grano. Cogió mi polla con ambas manos y metiéndosela en la boca lo más profundo que pudo, comenzó a bombear y succionar como una posesa. Noté cómo la excitación llegaba a limites exagerados y viendo cercana la eyaculación, la avisé. Se la sacó de la boca y comenzó a masturbarme fuertemente, con una rapidez endiablada. Sin poder (ni querer) evitarlo, comenzaron a salir chorros de leche como de un surtidor, que fueron a parar a su cara y pechos. Ella se lo extendió por las tetas y se limpió la cara de semen y dándome un beso, me dijo «y ahora nos vamos ¿vale?». «Joder, con la tía» pensé yo. Nos vestimos y la llevé a su casa. Al despedirnos le pregunté si nos veríamos otro día y ella me respondió que mejor que no y de lo que había pasado ni palabra a nadie, mucho menos a mis amigos. Me quedé muy cortado, sin entender nada y asintiendo la dejé marchar.

A la mañana siguiente, estábamos sentados en la terraza de un bar comentando la jugada con mis colegas, especialmente recriminándome que me hubiera largado sin decir nada y que los hubiera dejado tirados sin coche. «Joder, cuando acabé de charlar con mis amigas os busqué y no os encontré. Pensé que me habíais dejado tirado a mí» Me defendí. «Pues vaya mierda, cuando llegamos a la disco, nos quedamos sentados como pasmarotes viendo cómo bailaba Luisa, y cuando nos quisimos dar cuenta no estabas ni tú, ni ella ni Matula», intervino Edu. «A mí me dijo que tenía un negocio entre manos, que ya volvería, pero si te he visto, no me acuerdo» respondió Cristóbal.

«¿Y Luisa?», intervine yo. «Esa guarra, se habrá largado con el primer niño pijo que le haya entrado», sentenció Edu.

De repente oímos a Cristóbal, que mirando a la calle decía sin parar «joder, joder, joder…» Miramos hacia donde él y vimos a Luisa, cogida del brazo de un tipo trajeado, como de cuarenta años y con dos niños correteando alrededor, dando un paseo.

Les comenté que más valía dejarlo así y no decirle nada, no fuera a ser que acabáramos liándola con el maromo. «Con lo caliente que me puse anoche sobándola por todos lados y ahora la muy guarra esta ahí, paseando como una señora, con su maridito y sus niños», dijo Edu, con rabia. «Sí, parece mentira las cosas que pueden llegar a pasar en una noche tonta, ¿ verdad?, dije, mientras sonreía para mi interior y acababa por comprender muchas cosas de la noche anterior.